JUAN BRAVO MURILLO
“la propiedad es
la base de la sociedad; sin la propiedad es imposible la sociedad; no existirá”
Al
congreso de los diputados 30 de enero de 1858
He
venido a este sitio por primera vez a hablar como Diputado , porque no puedo en
este momento, hallándome bastante constipado, esforzar demasiado la voz, y creo
que este sitio es desde el en que se oye mejor a los oradores.
He
pedido y voy a usar de la palabra en pro del dictamen de la Comisión; tengo que
hacerlo también para contestar a muchas de las alusiones personales que se me
han dirigido, y comenzaré por este punto, aunque después en el progreso de mi
discurso haya de volver acaso alguna vez a él. ,i El Congreso recordará cuántas
y cuáles han sido esas alusiones. Me las ha dirigido el Sr. Santa Cruz; me las
ha dirigido el Sr. Martínez de la Rosa; me las ha dirigido el Sr. Illas y
Vidal; me las ha dirigido el Sr. Lafuente (D. Modesto), y no recuerdo si ha
habido algún otro señor en el mismo caso. El Sr. Santa Cruz consideraba
indispensable , hablando de los proyectos de reforma de 1852, que alguno de sus
autores, y más especialmente yo por la circunstancia de haber sido honrado por
la votación del Congreso para el alto cargo de Presidente del mismo, diesen
explicaciones sobre ellos, y manifestasen clara y categóricamente si insistían
en ellos o si los retractaban. El Sr. Martínez de la Rosa, exponiendo la misma
idea, dijo que el silencio que se guardaba sobre este punto por los autores de
aquella reforma, estaba pesando sobre la atmósfera. El Sr. Illas y Vidal habló
de proyectos de reacción , y hasta de absolutistas vergonzantes. El Sr. D.
Modesto de Lafuente, por último, pues no recuerdo si hubo alguna idea especial
en lo manifestado por el señor González de la Vega, que insistió en el mismo
tema, me amenazó hasta con la imagen de la esfinge.
Á
todos estos señores tengo que manifestar en general, sin perjuicio de alguna
especialidad sobre las especialidades de los argumentos que cada uno de ellos
ha empleado, que yo no considero a ningún hombre político en la obligación de
hablar sobre proyectos o sobre sistemas de política, si este hombre no se halla
en alguna de las circunstancias o de los casos siguientes: Primero , el de ser
llamado por la Corona para formar parte de un Ministerio : segundo, el de haber
sido nombrado Ministro de la Corona y haber de presentarse a las Corles;
tercero, el de hacer oposición a un Ministerio, oponiendo a las doctrinas, a
los principios, al programa que el Ministerio haya expuesto y esté sosteniendo,
otras doctrinas, otros principios y otro programa. Diré desde luego al Sr.
Martínez de la Rosa que no sé cómo puede pesar sobre la atmósfera política el
silencio de un hombre que se halla fuera de esos tres casos; tal vez S. S.
tenga otro peso diferente y de diversa índole que este. Diré al señor Illas y
Vidal que S. S. podrá calificarme a mí, como a los demás hombres que formaban
la administración de 1851 y 1852, de la manera que guste; podrá calificar
nuestras opiniones, nuestras doctrinas y hasta nuestros pensamientos; pero lo
que S. S. no podrá decir de ninguno de aquellos hombres, ni de mí, sin que se
asome en el rostro de aquellos que lo oigan y que nos conocen a todos , en unos
la indignación y en otros la risa, es que ninguno de esos hombres, seamos
absolutistas o cualquiera otra cosa, somos vergonzantes.
Yo
no he sido nunca nada vergonzante: yo hablo en un Congreso compuesto en su
mayor parte de personas que han pertenecido a otras legislaturas , y de otras
que si no han pertenecido , son hombres públicos que no pueden desconocer la
historia de nuestro país; y en la conciencia de todos está que los hombres que
pertenecieron a la administración de 1851 y 1852 , si acaso pecaban por algo,
era por franqueza. Vuelvo a decir que ni absolutista ni ninguna otra cosa he
sido nunca de una manera vergonzante; y en otra ocasión explicaré al Sr. Illas,
que. parece ignorarlo, cuál es mi absolutismo. Diré , por último , al Sr. D.
Modesto Lafuente que el temor que S. S. manifestaba que podría yo tener de
verme en el caso de la esfinge , la cual, descifrado el enigma , se había
estrellado contra una roca, es uno de los estímulos que tengo , junto con algún
sentimiento de caridad , para calmar la agitación en que parece encontrarse
estos señores, hablando de la manera y en los términos que lo haré de los
puntos sobre los cuales han manifestado tanta ansiedad.
He
dicho, señores, que no me hallaba en ninguno de los tres casos en que un hombre
público, que ha manifestado ciertas opiniones y cierto sistema, debe explicarse
respecto de ellos. Yo no estoy en el caso de ser llamado por la Corona para
formar parte de un Ministerio. Ese caso se ha verificado hace algún tiempo, y á
S. M. franca y noblemente manifesté en aquella ocasión «cuáles eran los
principios y la política que yo creía que podía seguirse por un Ministerio en
las actuales circunstancias, y cuáles eran las condiciones sin las cuales no me
habría prestado a formar parte de un Gabinete. Yo no puedo menos de extrañar que
el Sr. Martínez de la Rosa, que debe, tener noticias auténticas de lo que pasó
en la presencia augusta de S. M., porque no puedo presumir que carezca de
ellas, hablase aquí el otro día de silencio , y dijera que este silencio pesaba
sobre la atmósfera.
No
me hallo en el día en ese caso; en la ocasión , en el momento en que lo he
estado, he satisfecho cumplida y francamente , procediendo como procedo en
todas mis cosas , esa obligación. No me hallo en el caso de haber sido llamado
por S. M. y formar parte de un Ministerio. Si me hallara en este caso , el
primer día que me hubiera presentado a la Representación Nacional , habría
expuesto, como lo ha hecho el Ministerio que dignamente ocupa ese banco, el
programa que hubiera de seguir.
No
me hallo, por último, en el caso de formar parte de una oposición que oponga
doctrinas, principios y programa al programa , principios y doctrinas que haya
expuesto y sostenga el Gobierno actual. Ni pertenezco, ni he pertenecido, ni
perteneceré a la oposición a ningún Ministerio conservador.
Hallábase
yo , señores, retirado en Francia en el desgraciado bienio de 1855 y 1856,
separado completamente de los negocios públicos. En aquella capital tuve
ocasión alguna que otra vez de hablar con algunas de las personas que se hallaban
allí mismo, o que iban por casualidad. Hay algunas en este recinto, que me
están escuchando , a las cuales manifesté, con la franqueza que yo acostumbro
siempre, que en el caso , bien esperado, y realizado por fortuna de nuestra
patria, de que el partido entonces proscrito volviese a ponerse al frente de
los negocios públicos, yo no haría oposición « ningún Ministerio que
perteneciese a las filas del partido conservador, a ningún Gobierno que
gobernase con las ideas conservadoras. Yo manifesté más, señores; yo manifesté
antes de formarse el Ministerio del Duque de Valencia, y cuando aún existía el
Gabinete del Conde de Lucena, que si duraba aquel Ministerio y yo tuviese algún
carácter político, como el de Diputado a Cortes, y si aquel Ministerio gobernaba
con las ideas conservadoras, me tendría a su lado, no le haría oposición.
Manifesté después que la misma conducta habría de seguir con el Ministerio del
Duque de Valencia ; y los hechos hablan acerca de si la he seguido o no. La
misma habría observado con el Ministerio presidido por el General Armero, y la
misma observaré con el Ministerio actual, como con todos los Ministerios del
partido conservador que gobiernen al país con las ideas conservadoras. Yo había
manifestado además, y tengo una singular complacencia en repetirlo en este
sitio, que me consideraba en tal situación, que no podía de ninguna manera
contribuir al bien de mi país más eficazmente ni de otro modo que estando
retirado de los negocios públicos, con mi abnegación , con mi completa abnegación,
la más completa y absoluta. Puede ser que otros tengan formadas diferentes
ideas , diferentes opiniones; puede que otros abriguen diversos pensamientos;
los míos han sido y son estos. He creído que podía hacer mucho más bien a mi
patria , mucho más bien al Trono y a las instituciones , alejado del poder. En
esta persuasión estoy, y espero que en esta persuasión continuaré.
Cuando
tal es mi situación pública, manifiesta, que nadie ignora, que nadie puede
contradecir, ¿qué significa preguntarme a mí, como a los demás hombres que
formaron la administración de 1851 y 1852, si se persiste en los proyectos de
reforma de aquel año, o se abjura de ellos y se retiran esos proyectos?
El
afirmarse en esos proyectos, decía el Sr. Santa Cruz, (y esta idea ha sido
aceptada, al parecer, por los demás señores que han hablado de esta materia),
será inutilizarse. El abandonar esos proyectos será retractarse, será faltar a
lo que un hombre público de ciertas condiciones no puede faltar jamás. Pedimos,
pues , las explicaciones con este motivo y con este objeto.
Pues
a todos esos señores contesto yo manifestando que esto que S. SS. han dicho es,
o un decreto a un memorial que no existe , o una sentencia en un juicio
inquisitorial.
El
formar esos raciocinios con tal objeto, exige de mi parte que yo pregunte a mi
vez : ¿ dónde está el memorial en que ponéis ese decreto ? ¿ Se trata aquí de
aspirar al poder? ¿ Quién lo pretende? ¿ Quién lo pide? ¿ Quién da muestras de
desearle? Los hombres de 1851 y 1852 ¿ están llamados al poder, ora insistan en
los proyectos de reforma , ora los abandonen o los retracten? ¿ Por qué ese
decreto? ¿ Os piden el poder esos hombres? Habéis puesto un decreto que
correspondería a un memorial que no existe. Vosotros mostráis el decreto; yo os
pido el memorial. ¿ Quién lo ha presentado?
Pero
si ese decreto se ha puesto sin memorial, y no es por consiguiente ni puede ser
un decreto, entonces es un fallo en un proceso inquisitorial y de oficio. ¿Y no
conocen estos señores, no conocen los que tales interpelaciones dirigen, que
esas interpelaciones, esas preguntas, esas demandas de explicaciones, esas
exigencias, carecen absolutamente de objeto? Pues nada digo del miedo que
parece manifestar esos mismos señores. i Qué se teme ? ¿ Se teme que yo, Diputado,
plantee los proyectos de reforma de 1852? ¿Cómo ni de qué manera? ¿Se teme que
yo trate de plantearlos como Ministro? ¿ Tengo yo ese carácter ? Absurda,
señores, y lo digo con perdón de todos aquellos a quienes contesto en este
momento, absurda me parece, por no decir ridícula, la pregunta, en las
circunstancias en que la han hecho estos señores, demandando si se insiste en
los proyectos de reforma de 1852, o si se retiran esos proyectos. ¡ Cuántas
respuestas tiene esa pregunta, sin necesidad de entrar en el fondo de la
cuestión; sin necesidad de repetir aquí lo que ninguna obligación hay de
repetirán este momento, sobre cuáles son nuestros pensamientos políticos ; sin
necesidad de ponerse en ridículo, porque en ridículo se pondría el hombre que contestara
a esas preguntas! La pregunta no se dirige a lo que yo pienso en este momento,
sino a lo que yo haría o pensaría en el caso y circunstancia de ser poder, de
formar parte de un Ministerio. ¿ Y quién de esos señores puede decir con la
mano puesta en su corazón, con la conciencia de su patriotismo y con el interés
que exige el bien público: «en un tiempo que no sé cuándo llegará, ni si
llegará; en unas circunstancias que desconozco completamente , en ese tiempo
que yo me figuro, y en esas circunstancias que desconozco , haría yo esto
?»
Los
proyectos de reforma dg 1852, lo mismo que la Constitución de 1812, lo mismo
que el Estatuto de 1834, lo mismo que la Constitución de 1837 y la del 45, y lo
mismo que la reforma de 1857, así como todas las Constituciones y reformas que
puedan venir, tienen defectos: en ninguna de ellas, absolutamente en ninguna,
puede encontrarse la bondad absoluta, que sólo existe en Dios y en las cosas de
Dios. Preguntar por consiguiente a un hombre si insiste, si continúa en-su pensamiento
de hace cinco años, tal como estaba aquel pensamiento; o si por el contrario,
lo retira y abandona y se pone en contradicción consigo mismo, es una cosa
absurda.
Yo
no puedo hablar con la confianza de que, hablando así, produciría el bien de mi
país, y menos acertaría; no puedo hablar hoy de los proyectos del 52, porque no
estoy en situación de pensar si podrían o no podrían proponerse estos
proyectos. Yo no sé lo que pensaría en ese caso; pero siempre pensaría que no
hay en ninguna de las cosas del mundo la bondad absoluta, que existe sólo en
Dios.
En
el progreso de mi discurso (puesto que he tomado la palabra , y voy a usarla en
pro del dictamen) tal vez surgirán algunas indicaciones que tengan relación con
este punto. Ahora voy a hablar en pro del dictamen de la comisión, manifestando
al Congreso que hay en este punto una coincidencia que no deja de ser
notable.
Nos
hallábamos en este sitio en Mayo de 1857: habíase abierto la legislatura :
tratábase de la discusión del dictamen de contestación al Discurso de la
Corona, y creí yo que tal vez me sería indispensable tomar parte en aquella
discusión. Lo creí con motivo de una indicación sumamente benévola, y que yo
agradecí sobremanera, que hizo el Sr. Ríos Rosas en su discurso acerca de los proyectos
de reforma de 1852: indicación reducida a que la bandera levantada en 1852
estaba plegada, o que sus autores la conservaban plegada.
Yo
temí entonces que podría verme en la necesidad de tomar parte en aquella
discusión ; y digo que lo temí, porque no deseaba tomarla. No quería que se
interpretase nada de lo que yo dijera como indicación que no hubiera nacido del
Gobierno de S. M., y mucho menos como oposición al Gabinete; y tenía también el
temor de que pudiera calificarse mi conducta como de aspiración al poder en un
sentido o en otro , o como de oposición al Gabinete presidido por el Duque de
Valencia. Este temor es el que selló mis labios; este temor hizo que yo
guardase silencio en aquella discusión y en todo el tiempo que duró la anterior
legislatura.
Pero
en aquella discusión tomé algunos apuntes, y estos apuntes, señores, son los
que van a servirme de guía en este momento, habiendo de explanarlos muy
brevemente, por lo mismo que no todos tienen grande oportunidad en esta
ocasión, a pesar de que algunos, en mi concepto, la tienen en todas épocas y en
todas circunstancias.
Pensaba
yo entonces manifestar cuál era por mi parte {pues debo declarar que yo no
hablo autorizado por ninguna de las dignísimas personas que compusieron el
Gabinete de 1851 a 1852, que hablo exclusivamente por mí, que no he formado
acuerdo con nadie y que no tengo la representación de ninguno de ellos); había
pensado, digo, en vista de la indicación benévola del Sr. Ríos Rosas, que ya
dejo recordada, manifestar cuál era la actitud, por mi parte, de los que habían
formado la administración de 1851 a 1852. Mi actitud en aquellas
circunstancias, en aquellos momentos, era, como lo es hoy, la de apoyar a todo
Gobierno conservador. Y lo vuelvo a decir: apoyar desinteresadamente a todo
Ministerio conservador, y por consiguiente al Gabinete actual. Callé sin embargo,
señores, exponiéndome a que se calificase mi silencio de una manera poco
favorable, a que se calificase hasta de funesto; porque no quería dar lugar a
que mis palabras se interpretasen en el sentido que dejo manifestado; porque no
quería que se dijese que hacia la oposición, o que tenía aspiración de ningún
género.
Protesto
ahora, como hubiera protestado entonces, que cualquiera cosa que enuncie, la
manifiesto únicamente para que se acepte, si parece buena, y se deseche en el
caso contrario, asegurando que no insistiré en ello, por bueno que me
parezca.
Con
estas protestas y estas salvedades, pensaba yo haber dicho entonces
(proclamándose, como se proclamaba, el olvido de lo pasado) que estaba muy
conforme en esa idea, siempre que se entendiese el olvido respecto de los
antecedentes, respecto de todos los sucesos que pudieran haber provocado más o
menos directamente la situación a que vino el Estado a parar en el año 1854, y
que duró los años de 1855 y 1856; pero que creía indispensable que, lejos de olvidar
aquellos acontecimientos, estuviesen presentes siempre, constantemente,
perpetuamente en la memoria de los Gobiernos, de las Cortes, del Senado, del
Congreso y del Gabinete, y en fin, de todos los hombres públicos influyentes en
los destinos de la Nación, los hechos que se habían verificado entre nosotros;
que yo no recordaba ni recordaría por mi parte (y así lo he cumplido, y así lo
cumplo, y así lo cumpliré, en cuanto a los antecedentes y motivos de la
revolución) más que un solo acontecimiento; el acontecimiento glorioso de Julio
de 1856, en que se dio una gran batalla para salvar el Trono, las
instituciones, la sociedad y el orden público.
Esto
yo no lo olvidaba, ni podía olvidarlo, ni lo olvidaré, señores; pero en cuanto a
hechos, tendré yo siempre presente, y rogaría a todos los Gobiernos y a todos
los Representantes de la Nación, que tuvieran presente lo que había ocurrido en
esta Nación monárquica y católica: el hecho, nada más que el hecho, de haberse
puesto aquí a discusión el Trono, la dinastía y la unidad de la Religión; no
para recordar quién lo había puesto a discusión; no para recordar las opiniones
que sobre ello se habían manifestado; no para recordar los votos que se habían
emitido ; Nada de eso; sino el hecho de que en España [se había puesto a
discusión y a votación el Trono, la Monarquía y la unidad de la Religión. Este
hecho es el que debía estar presente en la memoria de todos los que tengan
participación en la gobernación del Estado; y tienen participación en la
gobernación del Estado, no sólo los Ministros de la Corona, sino los
Representantes del país.
Era
necesario, señores, tener presente esto y todo lo demás que había ocurrido en
España, y que había producido el estado de agitación constante en que la Nación
se había encontrado en aquel triste periodo. No desciendo ahora a los
pormenores, a detallar las causas que producían ese estado; pero la situación
era de perenne, de constante agitación. Habíamos llegado a una completa
perturbación social; y de esa perturbación social estamos por desgracia
amenazados, muy amenazados, más de cerca de lo que acaso podemos
presumir.
Preguntábame
yo en tales circunstancias, en tales momentos, y cuando dirigía mi reflexión
sobre estos interesantísimos puntos: ¿qué debía hacerse por los Cuerpos
Colegisladores, qué debía hacerse por los Ministerios? Y me preguntaba después,
para satisfacer a esta pregunta: ¿qué era gobernar, cómo se debía gobernar en
aquellas circunstancias?
De
gobernar, señores, han dicho unos que es prevenir; otros anticiparse ; otros
resistir; otros ceder. Todas estas cosas y cada una de ellas son dotes y
cualidades indispensables para gobernar: unas al mismo tiempo, otras
alternativamente deben tener aplicación. A veces es indispensable resistir, a
veces conviene anticiparse, y a veces conviene cualquiera de las demás cosas
que he indicado. Pero si de todas estas cualidades, que componen el conjunto de
dotes de^ gobierno, se busca aquella que pueda presentarse como la más
culminante; en mi humilde opinión gobernar es prever y prevenir, y con este
objeto obrar con prudencia y energía al mismo tiempo. ¿Qué debía pues hacerse,
qué debía procurarse, qué debía tratarse en aquellas circunstancias, en Mayo de
1857, en que discutíamos aquí la contestación al discurso de la Corona? ¿Qué
debe hoy pensarse y hacerse por todos los Gobiernos, por todos los
Representantes de la Nación; porque las circunstancias, bajo el aspecto que las
voy a considerar, han variado poco, señores, si es que han variado algo?
Evitar, prevenir, poner remedio para conjurar la gran tempestad de que está
amenazada la Nación, de que tan amenazadas están casi todas las naciones de
Europa.
Esa
gran calamidad, ese gravísimo mal, inminente y difícil de evitar, si no hay
grandísimo esfuerzo de patriotismo en todos, es, señores, el socialismo, es el
comunismo, es la perturbación de la sociedad, es la conclusión de la sociedad
misma.
El
socialismo, Sres. Diputados, que tiene este nombre sin duda por antítesis,
porque esos proyectos quiméricos de los que se llaman socialistas , son la
antítesis de la sociedad, son lo contrario de la sociedad, son la negación de
la sociedad; el socialismo, repito, es incompatible con la propiedad; la
propiedad es la base de la sociedad; sin la propiedad es imposible la sociedad;
no existirá.
La
propiedad, y por consiguiente la sociedad, es la obra de Dios; sabemos todos
que no ha de perecer; pero puede eclipsarse; puede ocurrir una tempestad como
un huracán; el huracán será pasajero; mas por poco que dure, la perturbación
será tal y la ruina de tantos intereses y de tantos hombres sería tanta, que
espanta, señores, el considerarlo. Por imposible que sea de una manera estable
la realización de tales ideas, por quiméricas que ellas deban reputarse ,
desgraciadamente no es imposible una tentativa, y no es imposible su victoria,
siquiera sea momentánea. La Europa entera está amenazada de esa calamidad:
todas las naciones de Europa están amagadas de este mal: yo concederé que hay
unas más distantes de él que otras: me parece que la Rusia y la Inglaterra,
cada cual por su estilo (y bien diverso por cierto) por el estado de su
civilización, de sus costumbres, por su manera diferente de existir, son las
que están más distantes de ese mal; creo que el resto de Europa, que la
Alemania, Italia, Francia y España están casi igualmente amenazadas de esa
gravísima calamidad. Acaso por desgracia no sea nuestra Nación, no sea la
España la que menos lo esté.
Los
gérmenes que se han advertido y aún se advierten por diferentes partes, y que
se reproducen en circunstancias diversas, no nos dejan de eso la menor duda.
Esto, señores, pensaba e iba yo a decir en Mayo de 1857; y los meses que han
trascurrido nos han ofrecido , por nuestra desgracia, tristísimos y elocuentes
testimonios de que no eran quiméricos mis presagios. En este tiempo hemos visto
la intentona de los republicanos de Andalucía; en este tiempo, hace pocos días,
hemos visto el horrible atentado contra la vida del Emperador de los franceses.
Launa revela los trabajos que se hacen en España, en nuestra patria: el otro
revela los que se verifican en toda Europa , atacando a un Monarca, que es en
el día el sostén del orden público en su nación, orden público de Francia, que
está casi identificado con el de los demás Estados de Europa. En esto, señores,
creo yo que es necesario pensar, y creo que ese horrible acontecimiento que
acaba de verificarse en la capital de la nación vecina, habrá tal vez
despertado, habrá acaso hecho surgir en lodos o en algunos de los Gobiernos
europeos la idea de la necesidad en que, a mi parecer, se hallan de entenderse,
de concertarse para conjurar ese mal, esa calamidad, y de formar contra las
sociedades subterráneas, que trabajan para minar los fundamentos sociales de
todas las naciones europeas, una asociación de Gobiernos para precaverse, y en
caso de que en alguna consiguiesen un triunfo momentáneo los perturbadores del
orden social, reprimirlos con mano fuerte. No puedo decir más, porque no me
toca en la situación en que me hallo, con el carácter de Diputado, y nada podría
yo influir en esto. Lo que acabo de indicar no es más que la expresión de un
sentimiento que ha nacido en mí, la indicación de una idea que se ha despertado
en mi ánimo con motivo de ese horrible acontecimiento. Pero creo que el mismo
sentimiento se habrá despertado, no sólo entre nosotros, sino en otros países,
en los hombres que puedan tal vez contribuir a que se lleve a ejecución.
Hablaba,
señores, del socialismo :. he recordado las intentonas que se han hecho en
España y que hemos presenciado. Todos recordamos los incendios de Valladolid y
de Palencia, y todos recordamos la prueba posterior que tristemente ha venido a
confirmar los vaticinios que yo hacía en el año precedente. He oído decir, y
creo que no sin fundamento, que en algunas provincias de la Monarquía se habían
descubierto síntomas de trabajos que se preparaban para un día determinado, en
el cual debía ocurrir un grande acontecimiento en la capital del vecino
imperio. Si esto es así, como lo creo, podrán los Sres. Diputados deducir cuánto
es lo que se trabaja en ese sentido, y cuál es por consiguiente el mal, la gran
calamidad que debemos conjurar y precaver, cooperando todos a ello , cada uno
en su situación, lo mismo los de un partido que los de otro, lo mismo los
progresistas que los moderados: porque, si ocurriese esta gran calamidad, todos
quedaríamos iguales.
He
dicho, señores, que el socialismo es la antítesis de la sociedad, es la
negación de la sociedad. Añadiré ahora que en materia de socialismo, es decir,
con el objeto que se proponen los que abrigan esas ideas, imposibles de
realizar de un modo estable, todo lo que pudiera hacerse y pudiera apetecerse y
pudiera pensarse en esa dirección, con ese fin que manifiestan y que ostentan,
aunque hipócritamente, los socialistas, está ya hecho de una manera que no
puede mejorarse; y de ahí no se puede pasar. Con el fin á que aparentan aspirar
los socialistas nada se puede hacer más que lo que hizo el fundador de nuestra
Religión, Jesucristo; no se puede pasar de la doctrina de Jesucristo; no se
puede pasar del Evangelio. Santificar la pobreza; Jesucristo la santificó :
aconsejar y mandar al pobre la resignación y al rico la caridad ; presentar en
una imagen, en una parábola, al rico avariento y orgulloso, y al pobre que
estaba debajo de su mesa recogiendo las migajas del pan que se caían de la mesa
del rico, y al uno pagando su orgullo en las penas perpetuas, y al otro
disfrutando el premio de su resignación en la gloria eterna. A más de esto no
se puede aspirar; más que esto no se puede hacer. Procúrese, justísimo es y
necesario, el alivio de las clases pobres: procúresela beneficencia, pero es
necesario también atender a otras cosas ; y una de ellas es la defensa y la
protección de la propiedad, de que hablaré dentro de muy pocos momentos .
Cuando
la situación, Sres. Diputados, era el año anterior, y es en la actualidad , la
que acabo de presentar a vuestra vista; cuando nadie duda de esto, parecíame á
mí que en interés de la salvación de la sociedad, el patriotismo de todos, el
amor que todos tenemos al orden social, a la conservación de la sociedad, del
Trono y de las instituciones, exigían que pensásemos de una manera muy seria en
los medios de conjurar ese mal; y parecía me además que cuando apartamos la
vista de esa consideración, y cuando aquí nos entretenemos y nos ocupamos
todos, absolutamente todos, pues yo no aludo a nadie ahora, ni a partidos , ni
á fracciones, ni a personas; cuando nos ocupamos, digo, en disputas de puntos
secundarios de política o de otro género, antes de haber hecho todo lo que
conviene o todo lo que sea posible hacer para conjurar esos males ; me parece,
señores, que damos muestra de no considerar su gravedad, o de creerlos
distantes, cuando por desgracia, pienso que nos amenazan muy de cerca.
dad,
que sin embargo nunca llega, que jamás llegará, porque es una pura quimera. No
llegará, no, por más que, anunciada un día y otro por todo e! mundo, como
resultado, como efecto natural y necesario de la civilización actual y de las
nuevas formas de gobierno, haya llegado a ser tenida por posible, y sea en
consecuencia generalmente apetecida y demandada. En este afán y esta demanda
«así universal de un imposible, está, si bien se mira, una de las causas
perennes del malestar general, y de su inevitable secuela , los motines y
revoluciones.
«No
haya pobres,» dicen los socialistas; y los pobres creen al oírlos que todos
pueden convertirse en ricos, o por lo menos que es efectivamente posible e! que
deje de haber pobres. De esta errónea persuasión a la insurrección general de
los espíritus y de los brazos, al trastorno absoluto de la sociedad, no hay más
un paso, y éste facilísimo, casi natural.
»¡Que
no haya pobres!... ¡Qué ilusión! Lo que es posible es que no haya ritos ¡ y así
sucedería necesariamente, si el socialismo, por desgracia, llegara a
plantearse.
«Ninguno
sea pobre en la sociedad, sean torios ricos.»—Es lo mismo que decir respecto a
la milicia:—«Nadie sea soldado, sean todos generales.»—Y respecto a la
Religión:—«No haya simples fieles o creyentes, sino sean todos sacerdotes, o por
mejor decir, todos obispos.»—Y en materia de edificios:—«No haya piedras «n la
base, no haya cimientos, sino pónganse todas las piedras, todos los materiales
en la superficie, en lo alto del edificio, en la cúpula.»—Por último, en todo
género de cosas físicas y morales.—«No haya clases, no haya diferencias, no
haya orden.»
¿Qué
debemos hacer, qué debemos procurar en general para evitar esos males que nos
amenazan ? A mí, señores , me parecía en Mayo de 1857, como me lo parece en
Enero de 1858, que debemos contribuir todos a la formación de un Gobierno
fuerte, estable y duradero; a que se consolide entre nosotros el orden; a que
cese el estado de agitación en que nos hemos encontrado y aún nos encontramos ;
a que haya tranquilidad y estabilidad; en una palabra, y resumiendo mi
pensamiento en una fórmula muy concisa y para mí muy significativa, a que
llegue esta sociedad a su asiento: porque esta sociedad , hace mucho tiempo,
por causas que no son imputables a nadie , ni a personas , ni a partidos , por
efecto más bien de un conjunto de circunstancias que no hemos podido evitar, se
halla fuera de su asiento , señores, completamente fuera de su asiento.
«¿Queréis
saber, una vez planteado el socialismo, lo que llegaría a ser, no la sociedad,
pues sociedad y socialismo son términos que se excluyen, sino el conjunto
material de los individuos que la habían formado?—Pues no sería más que un
montón informe do restos de la sociedad disuelta, es decir, como los materiales
de un edificio destruido por el cañón o por la piqueta, que no son sino ruinas
de lo que fue edificio; los materiales allí estarían, pero el edificio no. Del
propio modo, una vez planteado el socialismo, hallaríais hombres, individuos
que componían antes la sociedad, pero no la sociedad misma; hombres robándose,
matándose, despedazándose unos a otros como fieras del desierto, y todos ellos
pobres, todos indigentes, todos miserables. Este cuadro no es una hipótesis
gratuita, no es un resultado meramente posible, sino seguro, cierto,
inevitable, del socialismo.
"Fuerza
es decirlo : no es posible de manera ninguna que deje de haber en la sociedad
ricos y pobres; se puede , sí, y aun se debe dulcificar un poco la miseria y la
indigencia; y esto, que es lo único posible, es cabalmente lo que aconseja y
aun ordena la Religión de Jesucristo.
»En
lugar, pues, de predicar y anunciar la felicidad, debe decirse claramente que
la prosperidad absoluta es imposible en este mundo; debe recomendarse la
caridad a los ricos, y la resignación a los pobres: estas son las enseñanzas y
es tos los preceptos de la Religión de Jesucristo; a estas enseñanzas y a estos
preceptos hay que acomodar las leyes. Es preciso, por tanto, proteger,
fortalecer los derechos y ensanchar el influjo de los propietarios, al mismo
tiempo que se alivie y dulcifique la suerte de los menesterosos. Es preciso
castigar duramente los crímenes contra la propiedad, y proporcionar trabajo a
las clases pobres por medio de leyes apropiadas e este fin, y aliviar la
miseria por medio de buenas leyes de beneficencia pública.»
Este
es el fin á que debemos aspirar. ¿Cuáles son los medios, pero medios prácticos,
señores, que más directa y más inmediatamente pueden contribuir a ese fin? Hay
en la sociedad tres elementos permanentes de grandísimo influjo en ella, y es
necesario procurar por todos los medios posibles (y procurarlo teniendo en ello
puesta la mira constantemente, sin apartarla ni en los actos del Gobierno, ni
en las leyes), que esos elementos conspiren al fin de la estabilidad de la
sociedad. Sin religión, sin administración de justicia , sin fuerza armada la
sociedad no puede estar en un orden de tranquilidad y de estabilidad.
¿A
qué me había yo de extender en reflexiones sobre esto? Es completamente inútil.
Los Sres. Diputados comprenden cuánta es la importancia de todos y cada uno de
estos elementos; y todos y cada uno de ellos deben conspirar para el fin de la
estabilidad , del orden y del asiento de la sociedad. Cuando se trate pues de
cualquiera cosa que tenga relación con esos interesantísimos objetos, con esos
tres importantes elementos del orden público y de la conservación de la
sociedad , es necesario procurar que todos contribuyan a ella; es necesario
también procurar en cada uno el mayor prestigio , la estabilidad , la firmeza;
y luego la armonía entre todos ellos. De uno de estos especialmente tengo que
hacer algunas indicaciones, porque se roza con uno de los puntos de que se
trata precisamente en el proyecto de contestación al Discurso de la Corona, y
porque es una materia en la cual deseo enunciar las opiniones que yo tengo.
Hablo de la Religión, del culto, de sus ministros; hablo de la Iglesia y del
clero.
Los
ministros del culto, el clero ha tenido siempre, y creo que debe tener y
procurarse que tenga, una saludable influencia en el orden social. Esa
influencia , señores, la ha tenido el clero en otras épocas, según el estado de
civilización de los pueblos , según el giro que ha tomado esa civilización,
según las costumbres; y la ha tenido á menos costa que puede tenerla hoy, con
menos sacrificios de los que hoy necesita emplear , y de los que emplea
seguramente , pues procura cumplir satisfactoriamente su altísima misión.
El
clero en todos tiempos, especialmente en la Edad Media, sin necesidad de
grandes esfuerzos, aunque los hacía, tenía gran consideración y prestigio
solamente por su carácter: bastaba el signo exterior del carácter que adornaba a
la persona, bastaba el hábito, para que se tuviese consideración y respeto al
que lo vestía. Los tiempos han cambiado en esta parte, y el clero en el día
necesita conservar el prestigio saludable que debe tener en la sociedad, por su
saber y virtud, cualidades que tiene y que debe procurarse constantemente que
conserve y aumente en lo posible. El clero tiene también prestigio en la actualidad,
y debe tenerlo en esta época por su desinterés : y el desinterés del clero en
el día no puede ser mayor, porque la Iglesia y el clero en España están dotados
muy pobremente.
Pero
se trata con este motivo , o surge en esta ocasión, la cuestión de los bienes
de la Iglesia , la cuestión de la desamortización; y este es el punto sobre el
cual he indicado que iba a manifestar mis opiniones. Las que yo he sostenido
son bien conocidas: los principios son los mismos; mis creencias son iguales en
cuanto a las ideas. He figurado, por la posición que he ocupado generalmente de
Diputado, en casi todas las cuestiones que se han traído aquí sobre esta
materia. Se acordó y verificó en una gran parte la enajenación de los bienes
del clero secular en la época de 1840 a 1843: en 1845 se propuso por el
Gobierno de S. M. la devolución a la Iglesia de los bienes que no se habían
vendido: tuve el honor de ser individuo de la Comisión nombrada por el
Congreso; apoyé con todas mis fuerzas el proyecto del Gobierno de S. M.;
contribuí con mi voto y con mi palabra a que dicho proyecto se elevase á ley, y
así se verificó. El Concordato celebrado con la Santa Sede y concluido en 1851,
fue preparado por el Ministerio que presidia el Sr. Duque de Valencia , y
especialmente por el Sr. Ministro de Estado, que era el Sr. Marques de Pidal, y
por el Sr. Ministro de Gracia y Justicia, que lo era el Sr. Arrazola.
Cuando
se formó la administración de 1851, en Enero de aquel año , se hallaba ya
concluido casi todo: quedaban muy pocos puntos por arreglar. El Gabinete de
1851 tuvo la fortuna y la gloria de acabar de arreglar ese Concordato,
terminando los tres o cuatro puntos que únicamente quedaban pendientes: la
gloria principal fue de los Ministerios anteriores que habían entendido en él.
Se ajustó al fin el Concordato, que fue firmado y quedó enteramente concluido
en los primeros meses de 1851. Lo que en él se convino lo saben los Sres.
Diputados: recuerdo únicamente que uno de los convenios fue muy solemne ,
reducido a consignar el derecho de adquirir por parte de la Iglesia. Tal era el
estado de las cosas, conservando la Iglesia los bienes que habían sido del
clero secular en propiedad plena , omnímoda; teniendo el derecho de adquirir ,
y habiendo obtenido también la entrega de los bienes que habían correspondido a
las comunidades religiosas suprimidas, en administración y en usufructo, pues
se habían de ir enajenando de la manera prevenida en el mismo Concordato.
Siendo
esta la situación de las cosas, la ley de las Cortes Constituyentes estableció
la enajenación de todos los bienes que poseía la Iglesia, así de los que se la
habían devuelto en propiedad, y cuya enajenación no estaba autorizada por el
Concordato, como de los que habían pertenecido a las comunidades religiosas
suprimidas, y que se le habían entregado, según acabo de decir, en
administración y en usufructo , a condición de irse vendiendo de la manera y en
los términos que allí mismo se prevenía.
Esta
fue, señores, una infracción manifiesta del Concordato, principalmente en
cuanto a los bienes que se habían devuelto a la Iglesia como de su propiedad.
Respecto a los bienes que poseía en usufructo, la infracción era solamente de
forma; pero en cuanto a los bienes devueltos como de su propiedad, lo era en la
forma y en el fondo.
Posteriormente,
y en época que todos los Sres. Diputados recuerdan también, se acordó la
suspensión de la ley de desamortización, y se acordó primero la suspensión de
la enajenación de los bienes eclesiásticos.
Se
trata ahora, según se nos manifiesta en el Discurso de la Corona, y según
contesta la Comisión, de la devolución a la Iglesia de los bienes no vendidos ,
y de una equitativa indemnización por los que han sido enajenados. Aquí,
señores, hay principios , hay derechos, y hay luego consideraciones de
conveniencia.
En
cuanto a los principios y al derecho, mis ideas son hoy lo que han sido
siempre: que en un país católico la Iglesia no puede menos de tener el derecho
de adquirir; que lo que adquiere la Iglesia por virtud de este derecho,
constituye una propiedad tan sagrada como la propiedad de los particulares; y
que por consiguiente, sin infringir esos principios, no se puede disponer de
ninguna manera ni por nadie la enajenación de los bienes de la Iglesia.
Es
otra máxima, otro principio que yo sostengo, como consecuencia inmediata y
necesaria de éste , que sólo la Iglesia, ejerciendo un acto de dominio , y el
acto más positivo del dominio, puede disponer la enajenación de sus bienes, o
convenir en ella; y -que por consiguiente, no conviniendo la Iglesia y su Jefe
supremo, su representante, su cabeza visible, el Sumo Pontífice , en fin, en la
enajenación, no se puede determinar; y ni yo como Diputado la pediría ni la votaría,
ni como Ministro la propondría jamás.
Pero
, señores, en la situación en que nos hallamos, y salvos «estos principios,
pues, por mi parte, desde aquí hasta la eternidad, espero no faltar a ellos, y
si la Iglesia insiste en la conservación de los bienes que tiene , y si la
Iglesia no dispone su enajenación , vuelvo a decir que jamás por mi parte
pediría ni votaría, ni propondría cosa en contrario; salvos , digo , estos
principios, yo creo que sería conveniente, siendo posible, en bien de la Iglesia
y del Estado, obtener , pedir la enajenación de esos bienes , tanto la de los
que constituyen la propiedad de la Iglesia y que la han constituido siempre ,
como la de los que, habiendo pertenecido a las comunidades religiosas , le
fueron entregados en administración y usufructo.
El
Sr. Ministro de Estado, Presidente del Consejo de Ministros, ha manifestado en
el día de ayer que sobre este punto hay una negociación , un acuerdo concluido
que está pendiente de? ejecución ; y que esa negociación o el proyecto a que da
lugar, en su tiempo , cuando sea oportuno , vendrá a las Cortes. Desde ahora
para cuando venga a las Cortes esa negociación concluida , el Gobierno de S. M.
tiene mi humilde apoyo; desde ahora, sin discusión por mi parte, tiene mi
aprobación; yo no me opondré jamás a nada de lo que se haya convenido entre el
Gobierno de S. M. y la Santa Sede, sea conforme a las ideas que he manifestado
, sea enteramente contrario a ellas. No disputaré ; pero digo, manifestando mis
ideas sobre esta materia, que desearía que el Gobierno hubiera podido conseguir
lo que dejo indicado, o que se pudiera conseguir en adelante.
Las
razones que tengo para ello son sencillas, y me parecen también convincentes.
He indicado que en los tiempos que tocamos , el clero debe tener la saludable
influencia que es preciso que ejerza en la sociedad; que debe conservarla y
esperarse que la aumente, conquistando gran prestigio por su saber y su virtud
; y he añadido que por su desinterés, del cual da sobradas pruebas estando muy
pobremente dotado. Pero, señores, salvando los principios , defendiéndolos,
proclamándolos siempre altamente, como yo acabo de proclamarlos; diciendo, como
yo digo , que la .Iglesia es tan dueña de sus bienes como yo de los míos; si la
Iglesia quiere disponer de ellos , si consiente en ello (que si no consiente,
yo jamás propondré cosa en contrario), yo por mi parte propondría
reverentemente , respetuosamente a la Iglesia, a su Jefe, al Vicario de
Jesucristo, que consintiera en disponer la enajenación de esos bienes.
Porque,
señores, desgraciadamente en los tiempos que corremos , la amortización de esos
bienes , que son poca cosa, que valen muy poco , que acaso producen muchas
cuestiones desagradables , porque se han entregado a la Iglesia bienes
imputando sus rendimientos por cantidades determinadas, que las Iglesias, que
los Prelados han dicho que no producen, y esto ocasiona constantemente
cuestiones y dudas que es necesario resolver, y que tal vez no se resuelven de
una manera satisfactoria ; la amortización , digo , de estos bienes que aún
restan, ha sido una de las banderas para nuevas revoluciones en este
desgraciado país; y para convencerse de esto basta un ligero recuerdo de los
hechos. En la época de 1840 a 1843 se dispuso la enajenación (indebidamente
vuelvo a decir, porque no hay derecho para atacar esa propiedad, que es tan
propiedad como otra cualquiera ): pero el hecho es que se decretó la
enajenación , y se realizó la de una gran parte de los bienes. La Iglesia,
llevada de sus principios de benignidad, ha saneado esas ventas; pero no basto
esto; no basto el Concordato de 1851 para que en época posterior , en 1855 y
1856 , no se dictara una ley, en la cual se determinó la enajenación de esos
bienes , infringiendo , como he manifestado , y como en mi opinión es
indudable, la solemne estipulación del Concordato. A virtud de aquella ley se
ha vendido otra porción de los bienes de la Iglesia; y de nuevo el Jefe de la
Iglesia , movido por los mismos principios de benignidad, consiente en el
saneamiento de las ventas realizadas. Señores, yo no he de buscar pretextos
para una nueva revolución; yo no he de procurar nuevas revoluciones; he de
hacer lo que en la situación que ocupe me sea posible para evitarlas. ¿Pero
estamos seguros de que por otros no se levantará esa bandera y se tendrá
constantemente levantada? Y ¿seria , señores, decoroso para el Jefe de la
Iglesia, si ocurriese esto , si viniera sobre España esa nueva calamidad ,
tratar por tercera vez del saneamiento de las ventas, o no sanearlas y dejar al
Estado en una situación tan angustiosa? Estas son, señores, las razones que yo
tendría para rogar , para impetrar, para pedir reverente y respetuosamente,
reconociendo el derecho de la Iglesia, que con su beneplácito , porque de otra
manera ya he dicho que no lo propondría, se vendieran los bienes de que se
trata.
No
se crea por esto que el ánimo del orador haya sido que se impetre de la Santa
Sede la autorización a los Prelados para enajenar todos , absolutamente todos
los bienes que la Iglesia posee en propiedad, sin reserva ni excepción alguna:
no ha sido, ni podía ser tal su pensamiento al pronunciar este discurso, pues
que, aun dada la hipótesis de que la Iglesia disponga la enajenación de sus
bienes (habiéndose de verificar en la forma que ella, como única propietaria,
disponga, de acuerdo con el Gobierno de S. M.) considera el orador conveniente,
y tal vez necesario, que conserve en plena propiedad y dominio, no sólo
aquellas fincas que siempre se han reservado, como los palacios, edificios para
Seminarios y otros
En
cuanto a-la desamortización de los demás bienes , de los que no corresponden a
la Iglesia, ni constituyen una propiedad que a ella haya de devolverse en
virtud del solemne convenio hecho con Su Santidad; tratándose, señores , de
aquellos bienes de que , en mi juicio , puede disponer , o sobre cuya suerte
puede el Estado decidir , mi opinión es que se lleve adelante la
desamortización de la manera y en los términos que se consideren más ventajosos
para los dueños de esos bienes , o para los establecimientos a quienes
correspondan, y para el Estado.
Acabo
de decir , señores , o de indicar más bien , porque no he hecho más que
indicarla , cuál es mi opinión respecto a este punto , que el Gobierno de S. M.
nos ha anunciado en el Discurso de la Corona, y que ha aceptado el Gabinete
actual, según se desprende de la contestación a ese mismo Discurso; y sólo me
resta decir que lo que el Gobierno de S. M. proponga, después de meditarlo y
examinarlo bien, para proteger los intereses de los establecimientos a quienes
corresponden hoy esos bienes, eso votaré y aprobare, sin entrar en su
discusión.
Otro
de los grandes medios (señores, tengo a la vista los apuntes del año pasado, y
algunas cosas no hago más que indicarlas: en otras, que creo podrán tener más
oportunidad en este momento , me extenderé algo más), otro de los medios que
por
establecimientos
, casas de los Párrocos con sus adyacencias; sino algunas fincas de
considerable y seguro rendimiento y fácil administración, para que le sirvan al
mismo tiempo de parte de su dotación, y do protesta viva y perpetua del derecho
incontestable que asiste a la Iglesia para conservar , si así lo estimase
conveniente , todos aquellos bienes cuya enajenación no autoriza expresamente
el Concordato, y para adquirir otros nuevos , con arreglo al art. 41 de esta
misma solemne estipulación y acuerdo de las Supremas Potestades. Cuando se
dicten las medidas de ejecución que exige necesariamente aquel artículo, será
la ocasión oportuna para formular, con acuerdo del M. R. Nuncio de Su Santidad,
un sistema que dé por resultado a la vez mejorar gradualmente las dotaciones
del Culto y del Clero, según lo prescrito en el art. 3S del mismo convenio;
hacer completamente independiente, sin intervención directa de las oficinas
públicas, confían, dela a quien corresponda , la administración de los medios y
recursos consignados para tan elevados objetos a cada Mitra, Cabildo y
parroquia o establecimiento eclesiástico; y que aun en los bienes raíces que la
Iglesia posea en adelante no sean sensibles los principales perjuicios
atribuidos a la amortización.
Poderosamente
podrían contribuir a producir la situación a que, en mi juicio , debemos
aspirar , una situación de tranquilidad, de orden, de asiento en la sociedad,
era la ley de instrucción pública , que el año pasado estaba anunciada en el
Discurso de la Corona; habiéndose después presentado y aprobado un proyecto
estableciendo las bases para formar la ley , como se verificó por el Ministerio
de aquella época (1). Yo no he meditado bastante sobre esta cuestión: no he
meditado sobre la ley que se ha hecho, y nada puedo decir acerca de ella; digo
solamente que es de la mayor influencia e importancia, y desearé mucho que se
haya procurado llenar el grandísimo objeto a que una ley de instrucción pública
debe tender. El Congreso lo examinará, sin que ahora sea ocasión oportuna ,
como los Sres. Diputados conocen, de entrar en esta cuestión.
Pero
es de hoy , como lo era del año pasado , como lo será de todos tiempos , y muy
especialmente de los presentes, la influencia de la propiedad. En el día , en
la situación en que nos hallamos , por el mal de que está amenazada toda la
Europa, la primera influencia que debe haber, la que más debe contribuir a
evitar ese mal, es la de la propiedad: la clase propietaria se halla amenazada,
y esta clase es la que debe llamar constante y perennemente la atención del
Gobierno y de los Cuerpos deliberantes. Cuando hablo de esto debo, señores ,
decir lo que siento; debo ser franco , como procuro serlo en todas las cosas:
los propietarios en España, para salvarse y defenderse , para defender
Si
yo hubiera hablado en aquella ocasión , habría recordado el objeto que se turo
en 1851, al segregar del Ministerio de Fomento , que se creaba , y llevar al de
Gracia y justicia la instrucción pública, que era el de reunir los tres grandes
Intereses o elementos sociales, el culto, la administración de justicia y la
instrucción pública; y habría dicho que no encontraba yo bien a la última entre
las materiales y afanosas tareas de la agricultura, la actividad del comercio y
de la industria, la agitación de la Bolsa y el estruendo de los ferro-carriles;
y que, partidario de las economías, suscribiría sin embargo al mayor gasto de
un Ministerio especial de instrucción pública, con preferencia a la agregación
definitiva de este importante ramo al Ministerio de Fomento.
He
sido, señores, Ministro precisamente del ramo que tiene relación con el punto
de contribuciones; he sido Ministro de Hacienda; he hablado de economías; he
procurado las que me han sido posibles: como Diputado hablo menos de economías
que he hablado como Ministro; como Diputado y como contribuyente, aunque no en grande
cantidad, porque no es grande mi fortuna; como contribuyente y propietario que
soy, tengo que decir aquí francamente, de manera que llegue a oídos de todos,
que si bien los propietarios tienen derecho a que, el Gobierno, a que las
Cortes en todos sus actos tengan puesta la mira con el mayor interés en la
protección de esa clase, es necesario también que los propietarios acudan a
sostener al Gobierno, a sostener el orden, la situación, las instituciones,
haciendo sacrificios, pagando más de lo que pagan. Es preciso, señores, hacerse
cargo de las circunstancias, del estado de la civilización en todos los pueblos
de Europa, de la cual participamos necesariamente nosotros: nosotros vivimos ya
a la moderna; y resumiendo en una fórmula lo que he dicho , añadiré que vivimos
a la moderna, y todavía queremos pagar a la antigua. Esto no es posible-
Tratando
de esta materia, naturalmente debe hablarse, y lo encuentro oportuno en este
lugar, de la administración pública; porque nada creo que conduce tanto como ella
al sostenimiento de las buenas situaciones políticas, o al remedio y mejora de
las malas. En este punto tengo yo una opinión, que si bien en teoría no se
impugnará, en la práctica acaso no ha sido seguida como lo ha sido por mí;
tengo una máxima que no sé si se calificará como errónea, así como la tengo
también en otros: creo que la administración y la política deben, en cuanto sea
posible, caminar paralelamente, auxiliarse, ayudarse; pero en el caso de que la
una de ellas haya de alcanzar mayor altura; y , exceptuando acaso dos , el
culto y clero desde la supresión del diezmo, y la deuda pública desde que se
suspendió el pago de los intereses, difícilmente se encontrará uno que no cause
en la actualidad mucho mayor gasto que en tiempo del Gobierno absoluto. Tener
esta organización , establecer y conservar como necesarios y provechosos el
servicio de la Guardia Civil y otros que conspiran al mismo fin , construir
carreteras y ferro-carriles, y pedir y acordar estos m dios de comunicación en
mayor escala, aumentar la marina, y promover todo género de mejoras, haciendo
uso con frecuencia, y tal vez no con exceso de moderación, del crédito; esto es
vivir a la moderna.
Á
estas causas del crecimiento progresivo de los gastos públicos , se agregan las
vicisitudes y trastornos políticos que, por desgracia, tan frecuentes han sido
entre nosotros , y que , por la fuerza de las cosas más que por la voluntad de
los hombres, han producido: 1." la paralización del incremento natural de
las rentas: 2." un aumento considerable en los gastos. Desde 1S54 hasta
1856 se han levantado empréstitos, cuyos intereses anuales pasan bastante de 60
millones.
Tales
son las razones, indicándolas muy someramente , que tuvo el autor de este
discurso para manifestar que la propiedad tiene que pagar más de lo que hasta
ahora ha pagado: y al hacer esta manifestación , recordando que en otro tiempo
y en otra posición había proclamado las economías, no se opuso, ni se opondrá
nunca a que se hagan todas las posibles. Considerando nuestra situación
económica hasta donde cree conocerla y puede apreciarla , estaba y está
persuadido de que el aumento de 50 millones en la contribución de inmuebles
(propuesto al escribirse esta nota por el Gobierno para el año corriente), los
que puedan proponerse en otros impuestos y procurarse en las rentas eventuales,
no llenarán el déficit que ofrecen los Presupuestos: y tiene el convencimiento
íntimo de que, obtenido por los medios indicados el aumento posible y efectivo
en los ingresos ordinarios, será todavía necesario hacer las economías posibles
en loe gastos , si, como conviene y es propio de una situación sólida ,
arreglada y normal, se aspira a nivelar de una manera efectiva los gastos con
los ingresos, uno y otros ordinarios.
Yo
creo que el fin de la sociedad , y por consiguiente el de las Constituciones ,
el de todas las instituciones políticas, es la tranquilidad, la libertad
individual, la seguridad de las personas y de los bienes , el bienestar de los
ciudadanos, la paz , el sosiego y el orden público ; y las Constituciones y
todo género de instituciones, todas las leyes fundamentales , orgánicas y
secundarias , todas ellas no son más que medios para llegar a ese fin. ¿ Qué me
importa a mí que en una Constitución se hallen consignados tales o cuales derechos
, si esos derechos después no son efectivos? Yo no me opongo de ninguna manera a
que los derechos estén consignados; yo reconozco esos derechos, como que son el
fin de la sociedad: si estamos reunidos, si paga Cámara en el mismo, y se
acordó que todas las disposiciones, aun las que se dictasen por los Ministerios
que conservaban atribuciones respecto de Ultramar, se comunicasen por conducto
de la Dirección. El Consejo consultaba en todos los asuntos de importancia, y
la Cámara proponía, no en ternas , sino en listas de individuos, cuyos méritos
calificaba, para la provisión do todos los empleos públicos de Ultramar, cuyo
sueldo no bajase de mil pesos fuertes. A esta organización era natural, y así
se pensaba, que , vistos los buenos resultados , hubiera seguido la creación de
un Ministerio de Ultramar.
La
creación del Consejo y Dirección de Ultramar en 1851, a que precedieron
extensos y repetidos informes, fue para el Ministerio de aquella época objeto
del mayor y más detenido , concienzudo y circunspecto examen. Difícilmente lo
habrá tenido mayor ningún otro asunto.
Los
resultados excedieron a las esperanzas. La Dirección despachaba con celo y
actividad: el Consejo deliberaba con madurez y consultaba con sumo acierto: la
Cámara proponía para la provisión de empleos con justicia e imparcialidad , y
el Ministro de 1851 y 1852 , que proponía á S. \I., jamás desatendió las
indicaciones de la Cámara. ¡ Qué satisfacción para el Monarca! j Qué descanso
para el Ministro! ¡ Qué provecho para la administración!
De
aquella organización se conserva la Dirección de Ultramar bajo la dependencia
del Ministerio de Estado.
Que
debe pensarse muy seriamente y con urgencia en la administración de Ultramar,
estableciendo sobre bases sólidas la central, de la cual dependerá la interior
de nuestras importantes posesiones , está en la conciencia de todos. Lo que
para ello deberá hacerse, asunto es de la mayor gravedad e importancia , no
para tratado en este lugar: bastará indicar que , en la humilde opinión del que
escribe esta nota , opinión sometida a la de las personas más ilustradas, la
creación del Ministerio de Ultramar , convenientísima y aun necesaria con los
apoyos y auxilios oportunos, podría ser peligrosa sin la del Consejo y Cámara
de Ultramar. Si tenemos penosos deberes que cumplir , es para obtener lo que la
sociedad nos da, esto es, la tranquilidad , la seguridad de las personas y de
las propiedades, el sosiego y el orden público; pero si a mí me dan
instituciones en que estén esos derechos muy clara y pomposamente consignados ,
y luego no se atienden, y luego no se cumplen, y luego se violan, entonces yo
renegaré de las instituciones, reclamando que se consoliden los derechos y que
se atiendan. Yo , señores, no aludo a nadie, no me refiero a nadie, ni á partido,
ni á fracción , ni a persona alguna; expongo una teoría, y digo que es teoría
fundamental o de política general que yo profeso , y que profeso la teoría
secundaria de que la administración debe caminar paralelamente con la política,
y en caso de que haya sacrificio , la política debe ser sacrificada a la
administración, y nunca, jamás la administración a la política.
Tenía
yo, señores, apuntadas en Mayo del año anterior, y son oportunas también en
este momento, porque se trata de ellas en la contestación al Discurso de la
Corona, algunas indicaciones sobre una ley de empleados públicos.
En
la clase de los medios, fuera de los que bajo otro aspecto dejo examinados, de
los medios que pueden contribuir a preparar entre nosotros una situación de
estabilidad , de paz y de sosiego , y un Gobierno normal, estable, firme, y al
mismo tiempo robusto y benéfico, considero que los principales son tres:
primero, la manera de hacer las elecciones, la ley electoral; segundo: la
manera de deliberar los Cuerpos colegisladores; tercero , una ley de empleados
públicos, o sean las reglas que deben observarse para la provisión y ascenso en
los empleos. Las dos primeras ya se ve que son exclusivamente políticas; la
tercera es administrativa, o por lo menos lo parece ; pero por desgracia está
tan ligada a la política, que muchas veces depende de ella.
Sobre
estos puntos, dos de los cuales, la ley electoral y la de empleados, se loan en
la contestación al Discurso de la Corona, yo enunciaré brevísima y ligeramente
mis ideas al Congreso; y haré también algunas indicaciones, aunque leves,
respecto del otro punto que tengo por más importante.
¿
Qué voy yo a decir a los Sres. Diputados que estos ignoren, que estos no
conozcan, que estos no sientan, respecto de la ley electoral, respecto de las
elecciones? Nada nuevo , señores: y nada nuevo por muchísimos motivos: porque
no quiero hacer una repetición de lo que tantas veces se ha expuesto en este
lugar; porque me hasta a mí referirme en este punto a la conciencia de los
Diputados , a lo que cada uno sienta y encuentre en su conciencia: este es el
testimonio mayor que puedo apetecer de lo que voy a indicar al Congreso.
Las
elecciones , Sres. Diputados, se hacen actualmente en España de una manera tal,
que cada elección general es una verdadera perturbación social. El país se
conmueve, se agita, y se agita de una manera terrible; llegan las luchas ,
llegan las contiendas, llegan los odios a los distritos , a los partidos, a los
pueblos , a las familias , a los individuos. Se establece, señores Diputados,
sin poderlo remediar, por la fuerza de las cosas, por una consecuencia
inevitable que todos lamentamos, contra la cual todos protestamos , pero sin
advertir que es en vano protestar y lamentar, porque la fuerza de las cosas la
trae consigo y a nadie se puede culpar; se establece , repito, una lucha
necesaria, inevitable, natural, entre el Gobierno y los partidos que lo
combaten; y el Gobierno, señores, hace muchas cosas, tiene que hacerlas, se ve
en la indispensable necesidad de hacerlas, contra su voluntad, contra sus ideas
, contra sus instintos y sus principios, pero en propia defensa; porque entra
en una verdadera guerra : y en una guerra puede pensarse al principio si se
entra o no en ella; pero después de haber entrado, nadie tiene tiempo de pensar
si es justo o no defenderse hasta más acá o más allá.
Este
lastimoso estado, señores, yo deseo que cese: yo creo que es indispensable que
cese. Mientras no cese , no tendremos paz, no tendremos tranquilidad ; seguirá
la agitación; no habrá un orden estable de cosas, la sociedad española no
estará en su asiento.
En
cuanto a los medios que para salir de semejante situación 3deban emplearse,. ni
yo puedo ser exclusivo en ellos, ni lo habría sido, ni lo seria nunca.
Convengamos en el fin; tratemos todos de buena fe de conseguir ese fin;
busquémosle con celo, con buen deseo y con afán. Indicaré solamente, pero
repitiendo que no soy exclusivo, ni lo seria nunca en ningún caso, en ninguna
situación, y que no insistiría, y que cedería a cualquier cosa mejor que se
propusiera; indicaré solamente, por indicar algo , que, en mi juicio, buscando
la verdad, los electores deben ser pocos; no debe haber cuestión sobre si son
electores o no lo son los que aparezcan en el número que designe la ley en las
listas cobratorias de la contribución: diré que trescientos cuarenta y nueve
Diputados me parecen demasiado para España: diré que, en mi humilde opinión,
hay clases que considero como otras tantas religiones, que por lo sagrado de su
instituto no deben tener participación en este Cuerpo, debiéndola tener y
teniéndola en el otro. Estas clases son : la del clero, que «está excluida, y
yo lo apruebo , por esa razón que he manifestado; la magistratura, y el
ejército activo. Diré por último, señores, que, por regla general, los
empleados en servicio activo tampoco deben venir a este sitio. Hay empleados,
hay cierta clase de empleados de alta categoría, de residencia fija en Madrid ,
cuya presencia en este Cuerpo puede ser conveniente para ilustrar las
cuestiones: pero los empleados, por regla general, y con la excepción que acabo
de indicar , no deben tener entrada aquí, fuera de otras razones, por una muy
obvia. ¿ Qué significa un empleado en una provincia o en Madrid, de un corto
sueldo, que no va a su oficina por venir aquí? Que cobra el sueldo y no sirve
el destino, con perjuicio del público y de la administración?
He
pronunciado una expresión, llamando la atención sobre ella, que necesita
algunas explicaciones , porque tal vez habrá sorprendido a algunos Sres.
Diputados , especialmente a los progresistas. He dicho que mi opinión es que
los electores sean pocos, buscando la verdad. ¿Y se busca la verdad siendo
pocos? Sí, señores , con ahorro de camino. De los electores que votan, hay
muchos que tienen precisamente lo necesario para adquirir la cualidad o
carácter de elector, y hay otros ricos que tienen muchos bienes de fortuna.
¿Quiénes de estos son los que votan real y verdaderamente? Los de la ínfima
clase, los que pagan muy poco, ¿votan? No , señores : votan los ricos , los
influyentes. Pues supongamos que se estableciera el sufragio universal: ¿
quiénes votarían entonces? Las personas influyentes con mucha más
preponderancia; porque cada persona influyente en un pueblo o en un partido
tiene su clientela, sus arrendatarios, sus trabajadores, personas a quienes
emplea, y otras que van a solicitar su favor y protección: el influyente , el
rico, el propietario , uno o más en cada pueblo, es el que dispone de los
demás; y cuando éstos depositan en la urna las papeletas, votan lo que ha
indicado esa persona influyente^ Esta es la verdad; la sienten todos; todos la
conocen. Pues yo quiero la verdad con ahorro de camino.
He
hablado, señores, de la manera de deliberar los Cuerpos Colegisladores. El Sr.
Illas y Vidal, de quien hice mención al principio de mi discurso, creo que me
confundió en esa clase de absolutistas con el adjetivo de vergonzantes, que S.
S. ve, y que tal vez no existe más que en su imaginación.
Sobre
lo de vergonzantes ya he contestado a S. S. Yo no he sido nunca vergonzante en
nada; he manifestado siempre mis opiniones. Acaso alguna vez habré usado de más
franqueza que la que convenía; acaso habré dejado de callar pudiendo hacerlo, y
he sentido las consecuencias, nada favorables para mí, de esta conducta; pero
no estoy arrepentido. En cuanto a lo de absolutista , voy a decir algunas
palabras en contestación a las pronunciadas por el Sr. Illas y Vidal. Yo soy
absolutista de un absolutismo solo : no reconozco más que el de Dios , porque
el absolutismo de Dios es el del Ser necesario, del Ser único , del Ser
infinitamente sabio o infinitamente justo. Pero entre nosotros (porque yo no
hablo de otras naciones; no tengo misión para eso, ni puedo decir tampoco que
haya una clase de gobierno que sea general, que sea la única conveniente para
todos los países); hablando de España, diré á S. S. que no he sido, ni soy, ni espero
ser jamás absolutista. Las pruebas que S. S. encuentra de que soy absolutista o
de que tiendo al absolutismo, estas serán calificaciones de S. S. Yo soy
enemigo , por convencimiento y por organización, de la arbitrariedad; y soy
amigo y partidario decidido , también por convencimiento y por organización ,
de la legalidad. Yo quiero Trono, un Trono fuerte, -un Trono respetado; pero no
le quiero arbitrario , despótico , ni absoluto ; quiero que tenga reglas y que
no falte a esas reglas. Yo quiero Cortes; las he querido siempre; jamás, en
ningún proyecto , he propuesto nada en contra de su existencia. Las he querido
, las quiero, y sigo queriéndolas , con gran /prestigio , con -grande
autoridad.
Lo
que he pensado alguna vez, lo he pensado en esa dirección y con ese fin: puedo
haberme equivocado en los medios, eso es muy fácil: si los Sres. Diputados lo
creen así, sea en buena hora , dese por sentado: yo no los defiendo ahora: lo
que sostengo es, que el fin a que se encaminaban era dar prestigio a las Cortes,
darles autoridad, darles respetabilidad; y esto por un principio, porque croo
que la existencia de las instituciones y de las Cortes, si tienen algún peligro
en España , es el que puede nacer de sus propios excesos. Para salvarlas y para
que -puedan ser fecundos los trabajos de las Cortes, para conservar las
instituciones y conservar la sociedad , es necesario que tengan gran prestigio;
y no pueden tenerlo cuando en sus deliberaciones no hay la buena dirección, la
mesura y el decora convenientes. Así que, piénsenlo bien los Sres. Diputados,
porque yo sobre eso nada propongo, y nada habría que proponer en este momento.
Si llega el caso, cuando llegue, cuando esta cuestión ocupe al Congreso , que
se medite bien esto y se tenga presente.
Se
podría hablar mucho sobre este asunto; se podrían recordar los ejemplos tan
continuos, tan frecuentes entre nosotros, del desprestigio de la Representación
Nacional, causado por ella misma, por hechos que han ocurrido en su seno: yo no
lo haré, no necesito hacerlo; diré sólo que el fin á que creo que debe
aspirarse es al de fijar bien la manera de resolver y de deliberar. Concíliense
todos las extremos; búsquese el medio a propósito para esto; y ese medio, se»
el que fuere, tiene mi voto. Propónganle otros enhorabuena: no quiero tomar la
iniciativa; pero búsquese ese medio , con la conciencia de que de esa manera se
conservarán y salvarán las instituciones : de otro modo , yo creo , aunque
puede ser una equivocación mía, que habrá gran peligro.
He
hablado por último, señores, como de un gran medio, de más importancia de lo
que se cree para aspirar al fin que he indicado, para conseguir el asiento de
la sociedad, y para que tengamos un Gobierno firme , sólido y estable, de la
ley de empleados públicos,
Esta
indicación parecerá acaso de poca importancia; y es de tanta , señores , que si
no se pone remedio, y un remedio pronto y eficaz, vendrá un cataclismo. Si así
seguimos, es imposible la conservación y la continuación de lo existente; es
imposible la administración pública; y sin administración pública, sin una
buena y ordenada administración pública, no puede haber aquí nada bueno, no
puede haber nada estable, no pueden arraigarse las instituciones.
Es
imposible la administración pública, cuando los empleados no tienen ningún
género de estabilidad: es imposible la administración pública, cuando a cada
cambio ministerial ocurre, si no el hecho, la aspiración al menos, por parte de
todo el mundo , de que se verifiquen cambios y cambios radicales y generales en
los empleados de todos los ramos. Parece imposible que pase lo que todos vemos,
lo que yo he visto y tocado por mi desgracia, y lo que creo tocarán y sentirán
todos los señores Diputados; parece imposible, pero es una cosa demasiado
cierta, que, a la noticia de un cambio ministerial, todos se agitan , todos
vienen, todos acuden. Y no hablo de lo que sucede, a lo menos de lo que se
pretende , en tiempo de elecciones: esto, señores , horroriza.
Hasta
por la material pérdida de tiempo, es imposible, completamente imposible, al
Ministro ocuparse en los negocios públicos y despacharlos, si ha de atender a
las reclamaciones sobre personas, si la de atender a los empleados, a los
pretendientes, a los aspirantes. Señores, no culpo a nadie; no culpo a los
Sres. Diputados de que les suceda lo que me sucede a mí mismo. Pues qué, ¿ un
Diputado puede evitar que acudan a él con mil pretextos , barnizándolos con mil
colores, una multitud de personas que demandan su protección? Esto, señores, es
imposible: y lo es además en otro concepto.
Si
se formara la estadística del personal de empleados públicos en actividad y
cesantes en todos los ramos de la administración , nos asustarla; pero con tal
trascendencia, y esto no debe perderse de vista, que de año en año van
creciendo en una proporción , que concluirán por producir, como he dicho, un
cataclismo. No se crea que es exageración: lo siento como lo digo; es una
verdad que se topará desgraciadamente, si no se pone el remedio. ¿Hay muchos en
España que, siendo de una clase pobre y laboriosa, que siendo hijos de un
menestral o de un profesor de cualquiera clase de industria, se limiten a
seguir el ejemplo de su padre, a ejercer una profesión o arte, a trabajar en su
oficio? Pues, señores, son muy pocos. Lo general es que aspiren a ser
empleados; y lo general es también que, con tal movimiento de empleados, haya
pocos de estas clases que no hayan obtenido una vez algún empleo; y, señores,
en habiendo obtenido un empleo una perdona de esta clase, por secundario que
haya sido, rarísima vez vuelve a ocuparse en una profesión ni en ninguna clase
de trabajo: es un verdadero vago , es una plaga de la sociedad.
¿Y
qué se puede esperar, señores, de este estado social? ¿Qué se puede esperar de
una nación en que un grandísimo número de personas de esta clase están
fluctuando, están luchando, verdaderamente luchando, por conseguir empleos;
están acechando la ocasión de lanzarse, y se hallan sin tener una ocupación
honrosa, sin trabajar ni producir nada? No se puede esperar más que agitación y
desorden continuos, perennes, inevitables. Pues echen la vista los Sres.
Diputados a la situación en que nos hallamos hoy; consideren en la que nos
hallábamos el año anterior; en la que nos hallábamos cinco, diez años antes, y
verán cómo ha ido creciendo en progresión ascendente. Yo lo he notado, señores;
tengo el convencimiento práctico de que esto crece de una manera espantosa; y
esto que he llegado a notar, toma grandes proporciones: dentro de tres años,
dentro de dos, dentro de uno, habrá tomado unas proporciones colosales; será
una cosa insoportable, y no tendremos entonces ni tendrá la sociedad medios de
salir de una tal situación.
El
medio único, muy doloroso, señores, (cuando las llagas llegan a profundizarse y
son grandes, la cura no puede ser sino dolorosa), el medio único es cerrar las
puertas, establecer reglas para ingresar en las carreras públicas, reglas para
ascender, reglas para conservar a los empleados, no pudiendo ser separados
arbitrariamente, sino por motivos justos y fundados; reglas que en un estado
normal, si nos hallásemos en él, parecerían duras; pero que hoy son
indispensables, porque la enfermedad no puede curarse sino con medicamentos
fuertes.
Entonces,
señores, el Ministro no podría hacer lo que hoy puede, y por eso se lo reclama
todo el mundo; porque entonces el Ministro podría decir: «no hay vacante; el
destino que Vd. me pide no está vacante, o la persona que le pide no tiene las
condiciones necesarias que la ley exige para su desempeño, y ni la Reina puede
dárselo tampoco.» Y es necesario establecer el remedio hoy tanto más duro ,
cuanto que hemos llegado casi al límite del mal: si esperamos un poco más sin
poner el remedio , entonces, señores, ya no alcanzará; creo, en mi opinión y en
mi conciencia, que no alcanzará; y entonces ese mal de los cesantes, ese mal de
los pretendientes sin cualidades ni condiciones para ser empleados, será una
verdadera plaga que conmoverá el orden social. Y esto afecta
extraordinariamente, mucho más de lo que se cree, a la parte política; porque
afecta a la administración, y la administración afecta a la política.
Por
no alargar el discurso se omitió, al tratar de este punto, el recordar las
disposiciones adoptadas sobre la materia en el año de 1852.
Á
propuesta del Ministerio de aquella época , se dignó la Reina expedir en 18 de
Junio de dicho año un Decreto, refrendado por el Presidente del Consejo de
Ministros, estableciendo reglas generales para el ingreso y ascensos en la
carreras de empleados públicos, entre cuyas reglas se daba lugar a los
exámenes.
He
molestado mucho más de lo justo, más de lo que pensaba, la atención del
Congreso. {Varios Sres. Diputados: No, no.) (El Sr. Martínez de la Rosa pide la
palabra para una alusión personal.)
Estas
indicaciones son el producto de mis meditaciones, de mi conciencia, y no tienen
ningún objeto absolutamente más que el de exponerlas a la consideración del
Gobierno y del Congreso por si encuentra alguna aceptable: creo que en la mayor
parte de ellas no puedo tener el título, ni lo pretendo, de originalidad: creo
que todo esto se halla en el convencimiento de todos nosotros; que habré podido
adivinar lo que está en la mente, con la conciencia de todos.
nea
y oposiciones; fijando las categorías de los empleados, y. disponiendo que por
los respectivos Ministerios se propusiesen Reglamentos especiales para la
aplicación a cada ramo, de la manera más análoga y conveniente a su índole
especial, d* las disposiciones generales del mencionado Real Decreto.
Los
Reglamentos se expidieron, en efecto, por el Ministerio de Hacienda, en 1, por
el de Gobernación en 28, y por el de Gracia y Justicia en 30 de Octubre del
mismo año de 1852. Decreto y Reglamentos publicados en la- Gacela , y
comprendidos en los tomos 50 y 57 de la Colección Legislativa, donde pueden,
verse.
Prevenías
en el Decreto general (art. 44) que sus disposiciones empezaría a regir en 1de
Octubre de aquel año; y así se comenzó a verificar, habiendo tenido efecto por
completo en el corto periodo que medió desde que se expidieron los respectivos
Reglamentos hasta la retirada de aquel Ministerio en 14 de Diciembre de
1852.
Desde
entonces el Decreto y Reglamentos referidos , sin haber sido derogados ,
dejaron de tener aplicación y observancia
Á
los males , trascendentales y ya reconocidos en 1852, de la inestabilidad de
los empleados públicos, de la injusticia en la separación de unos y en la
admisión de otros, de la protección a ilegítimas o exageradas aspiraciones, de
la postergación del verdadero mérito, con gran detrimento por todas estas
causas del servicio público; se procuró poner remedio por el mencionado Real
Decreto, con al propósito de presentar a las Cortes un proyecto de ley en que
se consignaran aquellos principios.
Desde
entonces acá los males han crecido grandemente, y crecen cada día de una manera
asombrosa. En aquella época el remedio no era difícil: en. el día, al paso que
urgentísimo, se ha hecho menos fácil, y habrá de ser fuerte, doloroso. Algún
tiempo más , y será imposible; y la cuestión de los empleados , de los cesantes
y de los pretendientes, será un problema irresoluble; y la administración
pública será un nombre vano, y la cuestión de los empleos será una cuestión
social.
Señores,
tal es la situación en que nos hallamos, en la que pesa ese conjunto de males
que ligeramente he procurado indicar, así como algunos de los remedios que, en
mi humilde opinión, deben adoptarse. La situación en que nos hallamos por
efecto de todas estas circunstancias, preciso es confesar que no es una
situación de sosiego, una situación de tranquilidad, una situación en la cual
pueda decirse que la sociedad está en su asiento. No lo está; no vendrá ese
asiento a la sociedad mientras no tengamos lo que he manifestado: las Cortes,
que deliberen de una manera en que no pueda haber ningún género de excesos,
ningún género de abuso, ningún género de escándalo; la elección, que se
verifique de otra manera; el Congreso de los Diputados, que, por el número de
éstos y por las circunstancias que reúnan, adquiera grande respetabilidad, gran
prestigio, que tan necesario es para los Cuerpos Colegisladores. Tal es la
opinión del absolutista vergonzante del Sr. Illas y Vidal. Creo que contribuirá
grandemente a esto, por otro lado, la ley de empleados públicos con las
condiciones que estos deban tener. Creo que es necesario tener fija la vista en
la necesidad de protegerá la clase propietaria, que es la base de la sociedad,
para evitar los males de que ésta se halla amenazada. Creo que debemos todos
concentrarnos en este punto, y prescindir, señores, haciendo tregua, de todo lo
demás que no tenga relación con él. Esta es la causa común de la Monarquía, de
la sociedad, del Congreso, del Senado y de las instituciones!; porque ya dije
al principio de mi discurso, y no debe olvidarse, que aquí, en España, en la
Católica y Monárquica España, y en una asamblea convocada por la Corona, se ha
puesto a discusión el Trono, la dinastía y la unidad religiosa. Para todos los
Sres. Diputados , como para todos los demás que estamos convencidos de la
legitimidad del derecho de Isabel II; para los que hemos proclamado y jurado
esta bandera, a la que seremos constantemente fieles, no se necesitan más
razones; pero a los que no se hallan en este caso conviene decir que fuera del
Trono y fuera de la dinastía de Isabel II, lo que puede preverse, lo que puede
vislumbrarse en España, es el caos.
Digo
por último, que de esta manera, y concretándonos a los puntos indicados,
podremos contribuir a producir en nuestra .patria la situación a que debemos
aspirar todos; y que delante de esta consideración tan alta, de este fin á que
debemos todos caminar, las demás cuestiones de sistemas pasados y presentes, de
políticas y de programas , en cuanto no contribuyan a este fin, serán de poca o
ninguna importancia. Busquemos el fin: pensemos en los medios de conseguirlo:
todo lo demás será, no sólo estéril, sino inútil y aun perjudicial. He
concluido.