viernes, 25 de octubre de 2019

GENIAL discurso de Evo Morales sobre la verdadera deuda externa

GENIAL discurso de Evo Morales sobre la verdadera deuda externa


GENIAL discurso de Evo Morales sobre la verdadera deuda externa

Exposición del Presidente Evo Morales ante la 

reunión de Jefes de Estado de la Comunidad 

Europea (06/30/2013).




Aquí pues yo, Evo Morales, he venido a encontrar a los que celebran el encuentro.Aquí pues yo, descendiente de los que poblaron la América hace cuarenta mil años, he venido a encontrar a los que la encontraron hace solo quinientos años.

Aquí pues, nos encontramos todos. Sabemos lo que somos, y es bastante. Nunca tendremos otra cosa.

El hermano aduanero europeo me pide papel escrito con visa para poder descubrir a los que me descubrieron. El hermano usurero europeo me pide pago de una deuda contraída por Judas, a quien nunca autoricé a venderme.

El hermano leguleyo europeo me explica que toda deuda se paga con intereses aunque sea vendiendo seres humanos y países enteros sin pedirles consentimiento. Yo los voy descubriendo. También yo puedo reclamar pagos y también puedo reclamar intereses. Consta en el Archivo de Indias, papel sobre papel, recibo sobre recibo y firma sobre firma, que solamente entre el año 1503 y 1660 llegaron a San Lucas de Barrameda 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos de plata provenientes de América.

¿Saqueo? ¡No lo creyera yo! Porque sería pensar que los hermanos cristianos faltaron a su Séptimo Mandamiento.

¿Expoliación? ¡Guárdeme Tanatzin de figurarme que los europeos, como Caín, matan y niegan la sangre de su hermano!

¿Genocidio? Eso sería dar crédito a los calumniadores, como Bartolomé de las Casas, que califican al encuentro como de destrucción de las Indias, o a ultrosos como Arturo Uslar Pietri, que afirma que el arranque del capitalismo y la actual civilización europea se deben a la inundación de metales preciosos!

¡No! Esos 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos de plata deben ser considerados como el primero de muchos otros préstamos amigables de América, destinados al desarrollo de Europa. Lo contrario sería presumir la existencia de crímenes de guerra, lo que daría derecho no sólo a exigir la devolución inmediata, sino la indemnización por daños y perjuicios.

Yo, Evo Morales, prefiero pensar en la menos ofensiva de estas hipótesis.

Tan fabulosa exportación de capitales no fueron más que el inicio de un plan ‘MARSHALLTESUMA”, para garantizar la reconstrucción de la bárbara Europa, arruinada por sus deplorables guerras contra los cultos musulmanes, creadores del álgebra, la poligamia, el baño cotidiano y otros logros superiores de la civilización.

Por eso, al celebrar el Quinto Centenario del Empréstito, podremos preguntarnos: ¿Han hecho los hermanos europeos un uso racional, responsable o por lo menos productivo de los fondos tan generosamente adelantados por el Fondo Indoamericano Internacional?Deploramos decir que no.

En lo estratégico, lo dilapidaron en las batallas de Lepanto, en armadas invencibles, en terceros reichs y otras formas de exterminio mutuo, sin otro destino que terminar ocupados por las tropas gringas de la OTAN, como en Panamá, pero sin canal.

En lo financiero, han sido incapaces, después de una moratoria de 500 años, tanto de cancelar el capital y sus intereses, cuanto de independizarse de las rentas líquidas, las materias primas y la energía barata que les exporta y provee todo el Tercer Mundo.

Este deplorable cuadro corrobora la afirmación de Milton Friedman según la cual una economía subsidiada jamás puede funcionar y nos obliga a reclamarles, para su propio bien, el pago del capital y los intereses que, tan generosamente hemos demorado todos estos siglos en cobrar.

Al decir esto, aclaramos que no nos rebajaremos a cobrarle a nuestro hermanos europeos las viles y sanguinarias tasas del 20 y hasta el 30 por ciento de interés, que los hermanos europeos le cobran a los pueblos del Tercer Mundo. Nos limitaremos a exigir la devolución de los metales preciosos adelantados, más el módico interés fijo del 10 por ciento, acumulado solo durante los últimos 300 años, con 200 años de gracia.

Sobre esta base, y aplicando la fórmula europea del interés compuesto, informamos a los descubridores que nos deben, como primer pago de su deuda, una masa de 185 mil kilos de oro y 16 millones de plata, ambas cifras elevadas a la potencia de 300. Es decir, un número para cuya expresión total, serían necesarias más de 300 cifras, y que supera ampliamente el peso total del planeta Tierra.

Muy pesadas son esas moles de oro y plata. ¿Cuánto pesarían, calculadas en sangre?

Aducir que Europa, en medio milenio, no ha podido generar riquezas suficientes para cancelar ese módico interés, sería tanto como admitir su absoluto fracaso financiero y/o la demencial irracionalidad de los supuestos del capitalismo.

Tales cuestiones metafísicas, desde luego, no nos inquietan a los indoamericanos.

Pero sí exigimos la firma de una Carta de Intención que discipline a los pueblos deudores del Viejo Continente, y que los obligue a cumplir su compromiso mediante una pronta privatización o reconversión de Europa, que les permita entregárnosla entera, como primer pago de la deuda histórica.

viernes, 18 de octubre de 2019

Che Guevara Discurso en la concentración ante al Palacio Presidencial

Che Guevara

Che Guevara Discurso en la concentración ante al Palacio Presidencial

Discurso en la concentración ante al Palacio Presidencial

26 de octubre de 1959



Nos hemos reunido aquí, en este Palacio de Gobierno, para responder conjuntamente a la gran interrogación que se ha formulado. ¿Es que este Gobierno Revolucionario y este pueblo que está aquí cederá ante las presiones extranjeras? ¿Claudicará? (Gritos: ¡No!, ¡no!) ¿Dejará que poco a poco se vayan marchitando sus leyes revolucionarias? ¿Y logrará así la benevolencia que están ofreciendo en la otra mano, la que no empuña el garrote, o bien este pueblo y este Gobierno unidos se levantarán como un solo hombre frente a la agresión y harán coraza de sus pechos para defender lo que tanta sangre y tanto sacrificio ha costado? La propia presencia multitudinaria de hoy es la respuesta que todos conocíamos. El pueblo de Cuba frente a la agresión sabe elegir su camino de sacrificio, de sangre, de dolor, pero de victoria. Una vez más se plantará frente a los traidores, se plantará frente a la agresión y dará un paso adelante, otro más, lo que le sitúa bien al frente de todos los países de América. En esta lucha que estamos todos realizando para salvarnos de las cadenas coloniales. Hoy aquí con esta respuesta de ustedes se está defendiendo más que una causa nacional, más aún que la causa del pueblo de Cuba y lo noble que es esta causa, se está defendiendo la causa entera de América, se está mostrando a los pueblos de todo el Continente lo que puede hacer un pueblo cuando está unido. Nuestra respuesta, compañeros, es histórica... frente a la traición, a la ignominia, frente a la fuerza bruta, al ametrallamiento brutal, respondemos una vez más con un paso al frente, respondemos que seguiremos en nuestro camino revolucionario y que no habrá invasiones de tiranuelos de América ni traidores a sueldo que logren doblegar a la Nación cubana. Pero, ¿por qué se ha producido todo esto y por qué necesitamos una vez más reunirnos aquí? Todos lo sabemos, es decir: estamos dispuestos a seguir en nuestro camino revolucionario. Se ha producido porque esta Revolución, que nunca mató un prisionero de guerra, que nunca tomó la menor medida contra ningún periódico insolente, que permitió los más desaforados e ignominiosos insultos, fue demasiado clemente porque ha permitido que los enemigos de dentro y de fuera desarrollaran sus campañas. Estábamos ciertos, como lo estamos ahora, y ahora más que nunca, que el pueblo no iba a ser engañado, pero ellos sabían también que jugar a la Revolución y al terrorismo era una tarea sencilla y sin riesgo, que estos señores podían venir en aviones y entregarse al primer tiro y podían obtener la clemencia, la benevolencia del Gobierno Revolucionario. Tan es así, que han venido en días pasados a cometer el más extraordinario crimen que recuerda la América contra un pueblo pacífico, desde la más grande potencia de todo el Continente, con la anuencia interesada de uno de los Estados mayores y más fuerte de América, de donde vinieron aviones asesinos, violaron el cielo cubano y sembraron de víctimas la Capital de nuestra República. Después vienen las quejas hipócritas, después los periódicos hablan no del terror que implantó Pedro Díaz Lanz con su «hazaña» (gritos de: «fuera, fuera»)... nada de la traición, nada del ametrallamiento, sino del peligro del comunismo que hay aquí. Ellos no han tenido una palabra de reproche para el asesino, sino palabras de condenación para los que defienden la Revolución, para los que defienden a todo el pueblo de Cuba, y por eso estamos aquí reunidos. Curiosamente, el mismo día en que se perpetra la agresión contra Cuba desde bases extranjeras, un comandante de nuestro Ejército inicia también el camino de la traición (gritos de: «fuera») y se viste esa traición con el mismo manto que todos los hipócritas y todos los traidores, con el ropaje del anticomunismo que usa Jules Dubois, que usa el Time y que usan los monopolios extranjeros, que usa el periódico Avance y que usa el Diario de la Marina. Y al amparo de la libertad que hay en este pueblo, publicaban sus cartas de renuncias insidiosas, y la señora de Hubert Matos se permitía dudar, en carta pública, que su marido fueras asesinado en una celda. Nosotros, que hemos muerto a quienes teníamos que matar, de frente a la opinión pública de América entera y mostrando la verdad de nuestra causa, que nunca hemos asesinado, que nunca hemos maltratado un solo prisionero de guerra en los momentos más difíciles, ahora estábamos acusados de intento de asesinato en una celda, de intento de asesinato a quien podíamos llevar al paredón por traidor a la Revolución. (Gritos y aplausos.) Lo que no saben esos traidores de aquí dentro y lo que no saben los agresores de afuera es que aún siendo inmenso el poder de este pueblo, no está solo; que no tendrán que agredir solamente a la isla de Cuba, situada en el mar Caribe, de seis millones de habitantes y ciento diez mil kilómetros cuadrados. Ellos no saben que tendrán que agredir también a un continente que empieza en el Río Bravo y acaba en el mismo Polo Sur, de 160 millones de habitantes y veintitantos millones de kilómetros cuadrados. Y parece que no saben tampoco que más allá de los mares, la fuerza incontenible del movimiento revolucionario ha sacudido los pilares coloniales en el Asia y en el Africa y que hay más de mil seiscientos millones más de seres que nos apoyan con todas sus fuerzas. Lo que ellos ignoran es que están solos, lo que ignoran es que son el pasado en la Historia que avanza siempre y que no se repite y por eso, porque no se repite, nosotros no seremos Guatemala, nosotros somos Cuba, la que se yergue hoy a la cabeza de América, la que muestra a sus hermanos de Latinoamérica cuál es el camino de la liberación y la que responde a cada agresión y a cada golpe con un nuevo paso, con una nueva Ley Revolucionaria, con una más encendida fe del pueblo en los altos destinos de nuestra nacionalidad. (Aplausos.)

jueves, 17 de octubre de 2019

Gandhi, Mahatma "¡Salgan de la India!"

Gandhi, Mahatma  "¡Salgan de la India!"


 
Gandhi, Mahatma  "¡Salgan de la India!"

Discurso de Gandhi el 8 de Agosto de 1942.


"He conocido la humanidad. He estudiado algo de psicología. Aunque sé con exactitud qué es, no sé cómo describirlo. Esa voz dentro de mi me dice, «tienes que oponerte al mundo con firmeza aunque te quedes solo. Debes mirar a la cara a todo el mundo aunque el mundo te mire con ojos inyectados en sangre. No temas»..."

"¡Ha llevado tanto tiempo revelar lo que inquietaba mi alma a aquellos a los que ahora tengo el honor de servir! Me han llamado su líder o, en lenguaje militar, su comandante. Pero no veo yo mi posición de ese modo. No tengo otra arma salvo el amor con el que ejercer mi autoridad sobre cualquiera. Llevo, es cierto, un bastón, pero lo podéis romper en pedazos sin el menor esfuer­zo.

Es sólo el báculo con el que me ayudo para caminar. Un tullido como yo no se siente eufórico cuando ha sido invitado a llevar la carga más pesada. Podéis compartir esa carga sólo si ante vosotros me presento no como vuestro comandante, sino como un humilde servidor.

Y aquel que mejor sirve es el primero entre los iguales.

De ahí que me sienta obligado a compartir con vos­otros estos pensamientos que invaden mi pecho y deciros, de forma tan breve como me sea posible, lo que espero que hagáis como primer paso.

De entrada, dejadme que os diga que la lucha real no comienza hoy. Como siempre, voy a tener que dar muchos rodeos. La carga, lo confieso, será casi insopor­table. Debo seguir razonando en aquellos círculos en los que he perdido mi crédito y ya no confían en mí. Sé que en el curso de las últimas semanas, he perdido mi crédito ante un amplio número de amigos, tanto es así, que han empezado a dudar no sólo de mi saber, sino también de mi honestidad.

Si bien no considero que mi saber sea un tesoro tal que no pueda permitirme perderlo, en cambio, mi honestidad sí es un tesoro muy preciado para mí y no puedo permitirme perderlo. Y, sin embargo, me parece que, de momento, lo he perdido.

Ocasiones así surgen en la vida de un hombre que sólo busca la verdad y que trata deservir a la humani­dad y a su país según su mejor entender, sin miedo ni hipocresía. Durante los últimos 50 años no he conoci­do otro modo de hacerlo. He sido un humilde servidor de la humanidad, y en más de una ocasión he presta­do tantos servicios como me fue posible al Imperio, pero, y dejadme que aquí, sin temor a que nadie lo pon­ga en entredicho, diga bien alto que a lo largo de toda mi carrera nunca he pedido ningún favor personal. He disfrutado del honor de la amistad como la que hoy disfruto con lord Linlithgow.

Se trata de una amistad que ha dejado atrás la relación oficial. No sé si lord Linlithgow confirmará mis palabras, pero entre él y yo existe un vínculo personal (...).

Si me tomo la libertad de hacer públicas estas cosas personales y sagradas es sólo para daros una prueba de que el vínculo per­sonal nunca interferirá en la tenaz lucha que si asilo quiere mi suerte tal vez deba entablar contra lord Lin­lithgow como representante del Imperio.

Tendré que resistirme al poder de ese Imperio con el poder de los millones de seres sin voz, sin tener más límite que la no violencia como línea política para esta lucha. Es una tarea espantosa tener que ofrecer resis­tencia a un virrey con quien disfruto de una relación así. En más de una ocasión él ha escuchado mis pala­bras sobre mi pueblo. Me encantaría repetir esa expe­riencia, dicho sea en su honor. Y lo digo con gran orgullo y placer.

Lo digo como muestra de mi deseo de seguir siendo fiel al Imperio cuando ese Imperio perdió mi confianza y el inglés que era su virrey lo supo.

También me invade el sagrado recuerdo de Charlie Andrews. En este momento, siento el espíritu de Andrews a mi lado. Para mí, él resume las tradiciones más brillantes de la cultura inglesa. Con él disfrutaba de una relación mucho más íntima que con la mayo­ría de los indios. Disfrutaba de su confianza. Entre no­sotros no había secretos. Cada día sincerábamos nues­tros corazones.

Lo que hubiera en su corazón, lo decía sin el menor titubeo ni reserva. Es cierto que era ami­go de Gurudev, pero Andrews le miraba con un respe­to reverencial. Tenía aquella humildad peculiar. Pero conmigo llegó a hacerse un amigo muy íntimo. Hace años, vino a verme con una carta de presentación de Gokhale. Pearson y él eran especímenes ingleses de primera categoría. Sé que su espíritu me escucha. Entonces recibí una cálida carta de felicitación envia­da por el metropolitano de Calcuta.

Le considero un hombre de Dios que hoy, no obstante, lucha contra mí.

Con todo estos antecedentes, quiero declarar ante el mundo aunque tal vez haya perdido la considera­ción de muchos amigos en Occidente y deba llevar muy baja la cabeza, pero ni tan sólo por su amistad o por su amor y aprecio debo acallar la voz de la conciencia hoy quiero hacer pública mi naturaleza interior esen­cial. Hay algo dentro de mí que me impele a expresar en voz alta mi dolor.

He conocido la humanidad. He estudiado algo de psicología. Aunque sé con exactitud qué es, no sé cómo describirlo. Esa voz dentro de mi me dice, «tienes que oponerte al mundo con firmeza aunque te quedes solo. Debes mirar a la cara a todo el mundo aunque el mundo te mire con ojos inyectados en sangre. No temas».

Confiad en esta vocecita que reside en el interior de vuestro corazón. Y dice. «Renun­cia a tus amigos, a tu esposa y a todo, y da testimonio de aquello por lo que has vivido y por lo que has de morir».

Quiero vivir todo lo que me quede de vida. Y si por mí fuese haría que la duración de esa vida fuera 120 años. Por entonces, la India sería ya libre, el mun­do sería libre.

Dejad que os diga que no considero a Inglaterra ni, en realidad, tampoco a Estados Unidos, países libres. Son libres a su manera, libres de mantener esclaviza­das a las razas de color de la tierra. ¿Inglaterra o Esta­dos Unidos luchan hoy por la libertad de estas razas? Si no es así, no me pidan que espere hasta que la gue­rra haya terminado. No limiten mi concepto de liber­tad.

Los maestros ingleses y norteamericanos, su his­toria, su magnífica poesía, no dijeron nunca que no se debiera ampliar la interpretación de la libertad. Y de acuerdo con aquella interpretación de la libertad, me veo en la obligación de decir que son ajenos a esa mis­ma libertad que sus maestros y poetas describieron.

Si quisieran conocer la libertad real, deberían venir a la India.Tienen que venir, no con orgullo o arrogancia, sino con el espíritu de quienes buscan la verdad con sinceridad y tenacidad. Se trata de una verdad funda­mental cuya experiencia ha venido haciendo la India a lo largo de 22 años.

De forma inconsciente desde su misma fundación hace ya mucho tiempo, el Partido del Congreso ha veni­do basándose en la no violencia, en los métodos que llaman constitucionales.

Dadabhai y Pherozeshah, que tuvieron el Partido del Congreso de la India en la pal­ma de sus manos, acabaron siendo rebeldes. Amaban al Partido del Congreso. Ellos eran quienes mandaban, pero ante todo, eran sus auténticos servidores.

Nunca toleraré el asesinato, ni el secretismo ni cosas similares. Confieso que entre nosotros, hombres del Partido del Congreso, hay muchas ovejas negras. Pero confío en que toda la India emprenda hoy una lucha no violenta.

Y confío porque mi carácter me lleva a confiaren la bondad innata de la naturaleza humana,que percibe la verdad y se impone casi por instinto en los momentos de crisis. Pero aun en el caso de que pueda estar engañado en esto, no cejaré.

No vacilaré. Desde su creación, el Partido del Congreso basó su política en métodos pacíficos, entre ellos la Swaraj, y generacio­nes posteriores añadieron la no violencia.

Cuando Dadabhai entró en el Parlamento británico, Salisbury le apodó el hombre negro pero el pueblo inglés desbancó a Salisburyy Dadabhai entró en el Parlamento gracias a aquellos votos. La India enloqueció de ale­gría. Estas cosas, no obstante, a la India ya se ie han quedado pequeñas.

Con todas estas cosas como telón de fondo, quisie­ra, no obstante, que ingleses, europeos y todas las Naciones Unidas examinaran en sus corazones qué crimen ha cometido la India al exigir la independen­cia.

Y les pregunto ¿hacen bien en desconfiar de una organización (como el Partido del Congreso), con toda su experiencia, tradición y logros durante más de medio sigloy en tergiversar sus esfuerzos ante todo el mun­do con los instrumentos que tienen a su disposición? ¿Está bien que, por las buenas o por las malas, con la ayuda de la prensa extranjera, con la ayuda del presi­dente de Estados Unidos de América o incluso del gene­ralísimo de China que aún no se ha ganado los laure­les, presenten la lucha de la India como una espantosa caricatura?

Me reuní con el generalísimo (Chiang-kai-Shek) al que conocí gracias a la señora Shek que fue mi intér­prete. Aunque él me pareció un ser inescrutable, no sucedió así con la señora Shek,y él me permitió adivi­nar sus pensamientos a través de ella.

Han orquestado un coro de desaprobación y justi­ficada protesta en todo el mundo contra nosotros. Dicen que nos equivocamos, que el paso que estamos dando es inoportuno.Tengo en muy alta considera­ción a la diplomacia de los británicos que durante tan­to tiempo les ha permitido conservar el Imperio. Pero ahora percibo su tufillo en mi nariz, y proviene de otros que la han estudiado a fondo y ahora la están ponien­do en práctica.

Puede que consigan, mediante estos métodos, hacer que por un tiempo la opinión interna­cional se decante a su favor, pero la India hablará con­tra esa opinión internacional.
Alzará su voz contra toda esa propaganda organizada. Yo la denunciaré, aunque tenga en contra a las Naciones Unidas en pleno, aun­que toda la India me abandone, les diré «están equi­vocados. Con la no violencia, la India arrancará la liber­tad de las manos de quienes no están dispuestos a dársela».

Seguiré adelante no sólo por la India, sino por el bien de todo el mundo. Aun en el caso de que mis ojos se cierren antes de que haya libertad, la no violen­cia no terminará. Asestarán un golpe mortal a China o a Rusia si se oponen a la libertad que la India de la no violencia suplica postrada de rodillas para que se salde una deuda que, desde hace ya mucho tiempo, ha vencido.

¿Alguna vez un acreedor se ha presentado de este modo ante su deudor? Y aun así, cuando la India se enfrenta a una oposición tan enconada, dice «no vamos a dar ningún golpe bajo, hemos aprendido nobleza de sobra. Hemos hecho un juramento de no violencia».

He sido el artífice de la política de evitar situaciones violentas seguida por el Partido del Con­greso y, sin embargo, hoy os hablo con palabras contundentes. Hacerlo es coherente con nuestro honor. Si un hombre me agarrara del cuello y quisiera ahogarme, ¿acaso no iba a luchar por liberarme de inmedia­to? En lo que hoy proponemos no hay inconsecuencia alguna.

Aquí se han congregado hoy representantes de la prensa extranjera. A través de ellos quisiera decirle al mundo que las potencias aliadas que, de un modo u otro, afirman necesitara la India, tienen ahora la oca­sión de proclamar la libertad de la India y demostrar su buena fe. Si dejan pasar esta ocasión, dejarán esca­par la oportunidad de su vida, y la historia levantará acta de que no liberaron a tiempo de sus obligaciones a la India, y que perdieron la batalla.

Necesito la apro­bación del mundo entero para que pueda conseguir ­lo con ellos. No quiero que las potencias aliadas vayan más allá de sus evidentes limitaciones. No quiero que abracen la no violencia y que, hoy mismo, se desarmen. No. Hay una diferencia fundamental entre el fascismo y este imperialismo contra el que lucho.

Aquí se trata de hacer que los británicos se vayan de la India que tie­nen esclavizada. Imaginemos lo diferente que sería si la India participara [en la guerra] como un aliado libre. La libertad, si ha de llegar, debe hacerlo hoy mismo.

De esto no quedará nada si ustedes, que tienen la capacidad de ayudar, no la ejercen hoy. Pero si la ejer­cen, el fulgor de una libertad que hoy parece imposi­ble, será posible mañana. Si la India goza de esa liber­tad, exigirá esa misma libertad para China. Se abrirá el camino para correr en ayuda de Rusia.

En la penín­sula Malaya o en las tierras de Birmania no morían los ingleses. ¿Qué nos permitirá salvar la situación? ¿Adon­de iré, adonde llevaré los 40 crores de la India? Esta inmensa masa de humanidad no brillará en la causa de la liberación del mundo, a menos que palpe y has­ta que haya sentido la libertad.

Hoy no les queda pizca de vida. Les ha sido aplastada. Es preciso devolver el brillo a sus ojos, la libertad debe llegar hoy mismo, no mañana. Hacerlo o morir.

He comprometido al Partido del Congreso y el Partido del Congreso lo hará o morirá."

Fuente: https://www.retoricas.com/2011/05/salgan-de-la-ind

lunes, 5 de noviembre de 2018

TONI MORRISON Construimos lenguaje


TONI MORRISON Construimos lenguaje

 

             
TONI MORRISON Construimos lenguaje
 Lorain, Ohio, USA (1931). Premio Nobel de Literatura 1993. Esta escritora estadounidense y cuya obra describe la vida de la comunidad negra de su país, en 1988 fue galardonada con el Premio Pulitzer por su obra Beloved publicada un año antes.
            Tras una larga vida dedicada a la enseñanza, en 1964 abandonó este oficio para trabajar como editora en la Random House de Nueva York. Su primera novela, Ojos azules (1970), y que resultó una auténtica revelación, fue seguida de una prolífica obra narrativa, aclamada siempre por la crítica. Entre sus publicaciones más reconocidas se destacan: Sula (1973), La canción de Salomón (1977), La isla de los caballeros (1981), Jazz (1992), Paradise (1998), y Jugando en la oscuridad (1992).
           

            Érase una vez una anciana. Ciega, pero sabia. ¿O era un anciano? O quizás un gurú. O una leyenda para calmar niños inquietos. He oído esta historia, o una exactamente igual, en el saber popular de varias culturas.
            Érase una vez una anciana. Ciega. Sabia.

            En la versión que conozco, la mujer es hija de esclavos, de raza negra, norteamericana, y vive sola en una casita a las afueras del pueblo. Su fama de sabia no tiene par y es incuestionable. Entre su gente, ella representa tanto la ley como su transgresión. El honor que se le rinde y la admiración temerosa que se le tributa, trasciende su vecindario y llega hasta lugares lejanos, hasta la ciudad donde la inteligencia de los profetas rurales da origen a mucha diversión.
            Un día, la mujer recibe la visita de unos jóvenes empeñados en refutar su clarividencia y en desenmascararla por el fraude que ellos creen que ella es. Su plan es sencillo: entran en su casa y hacen la pregunta cuya respuesta depende exclusivamente de lo que la diferencia de ellos: su ceguera. Se paran frente a ella y uno de ellos dice: Anciana, tengo un pájaro en mi mano. Dime si está vivo o muerto.
            Ella no contesta. Le repiten la pregunta: El pájaro que sostengo, ¿está vivo o muerto?
            Todavía no responde. Es ciega y no puede ver a sus visitantes, y menos aún lo que está en sus manos. No sabe cuál es su color de piel, género o tierra natal. Sólo sabe cuál es su motivo.
            El silencio de la anciana se prolonga, a los jóvenes les cuesta contener sus risotadas.
            Finalmente, la anciana habla y su voz es suave pero severa: No sé, dice. No sé si el pájaro que sostienen está muerto o vivo, pero sé que está en sus manos. Está en sus manos.
            Su respuesta podría interpretarse de esta manera: si está muerto, fue porque así lo encontraron o porque ustedes lo mataron. Si está vivo, todavía pueden matarlo. Que siga vivo, es su decisión. De cualquier manera, es su responsabilidad.
            Por hacer ostentación de su poder y poner en evidencia la debilidad de la anciana, los jóvenes visitantes reciben un regaño, se les dice que son responsables no sólo por el acto de burla, sino también por el pequeño manojo de vida sacrificado para lograr sus propósitos. La anciana ciega desplaza la atención de las afirmaciones de poder al instrumento a través del cual este poder se ejerce.
            La especulación sobre lo que este pájaro-en-mano (aparte de su cuerpo frágil) puede significar, siempre me ha atraído, pero en especial, así lo pienso ahora, por la forma en que he sido con respecto al trabajo que realizo y que me ha traído hoy ante ustedes. Decido entonces interpretar al pájaro como lenguaje y a la anciana como un escritor experimentado. La anciana está preocupada por la forma en que el lenguaje en que ella sueña, que le fue dado al nacer, se maneja, se pone al servicio, incluso se le enajena para ciertos nefarios propósitos. Al ser una escritora, ella considera el lenguaje en parte como un sistema, en parte como algo viviente sobre lo cual uno tiene control, pero sobre todo como un medio —como un acto con consecuencias. Entonces, la pregunta que le hacen los muchachos, ¿Está vivo o muerto?, no es irreal, porque ella piensa en el lenguaje como en algo susceptible de morir, de ser borrado; ciertamente puesto en riesgo y redimible únicamente por un esfuerzo de la voluntad. Ella cree que si el pájaro que está en las manos de los visitantes está muerto, sus custodios son responsables por el cadáver. Para ella, un lenguaje muerto no es sólo ese que ya no se habla o escribe, es ese lenguaje rígido, satisfecho de admirar su propia parálisis. Como el lenguaje del estadista, censurado y censurante. Despiadado en sus deberes policiales, no tiene otro deseo o meta que mantener el libre deambular de su propio narcisismo narcótico, su propia exclusividad y dominio. Aunque moribundo, no deja de tener sus efectos para bloquear el intelecto, ahogar la conciencia, suprimir el potencial humano de manera activa. Refractario a la interrogación, no produce ni tolera ideas nuevas, moldea los pensamientos ajenos, cuenta otra historia, llena silencios confusos. El lenguaje oficial hecho añicos para sancionar la ignorancia y mantener el privilegio, es una armadura lustrada para impactar con su relumbre, un cascajo del cual salió el caballero hace mucho tiempo. Más aún, es tonto, predatorio, sensiblero. Suscitando reverencia en los escolares, dando refugio a los déspotas, evocando falsas memorias de estabilidad y armonía entre la opinión pública.
            La anciana está convencida de que cuando el lenguaje muere, cae en el descuido o el desuso, en la indiferencia y falta de estima, o es asesinado por decreto; así no sólo ella sino todos los que lo usan o producen son responsables por su defunción. En su país los niños han refrenado su lengua y usan balas en lugar de iterar la voz del lenguaje mudo, del lenguaje inhabilitado e inhabilitador, del lenguaje que todos los adultos han abandonado como dispositivo para resolver un problema usando el sentido, dar orientación o expresar amor. Pero ella sabe que el suicidio-lingual no es la elección sólo de los niños. Es común entre los pueriles jefes de estado y mercachifles del poder, cuyo vaciado lenguaje los deja sin acceso a aquello que resta de sus instintos humanos para que hablen sólo a aquellos que obedecen o con el fin de forzar a la obediencia.
            Este saqueo sistemático del lenguaje puede reconocerse en la tendencia de sus hablantes a renunciar a sus propiedades de matiz, complejidad y alumbramiento, a cambio de la amenaza y la subyugación. El lenguaje opresivo hace más que representar la violencia: es violencia; hace más que describir los límites del conocimiento: limita el conocimiento. Ya sea el oscuro lenguaje estatal o bien el pseudolenguaje de los insensatos medios de comunicación; ya sea el orgulloso pero calcificado lenguaje de la academia o bien el lenguaje de la ciencia impulsado por los productos; ya sea el pernicioso lenguaje del derecho-sin-ética o el lenguaje diseñado para el extrañamiento de minorías —que esconde su expoliación racista en su tupé literario—, debe ser rechazado, transformado y puesto en evidencia. Es el lenguaje que chupa sangre, encubre vulnerabilidades, oculta sus botas fascistas bajo crinolinas de respetabilidad y patriotismo, mientras se mueve implacablemente para vigilar los rangos inferiores y la mente de los peores. Lenguaje sexista, lenguaje racista, lenguaje teísta —todos son típicos de los policíacos lenguajes del poder, que no pueden permitir el nuevo conocimiento o animar el mutuo intercambio de ideas.
            La anciana es muy consciente de que a ningún mercenario intelectual, ni insaciable dictador, ni político o demagogo profesional, ni a ningún falso periodista, lo convencerían sus ideas. Hay y habrá un lenguaje conmovedor para mantener a los ciudadanos armados y dispuestos a hacer que otros se armen; muertos en masa o masacrando en las galerías, en los tribunales, en las oficinas de correos, en las canchas deportivas, en los dormitorios y bulevares; promoviendo o memorizando lenguaje para enmascarar la piedad y el desperdicio de tanta muerte innecesaria. Habrá más lenguaje diplomático para aprobar el ultraje, la tortura, el asesinato. Hay y habrá más lenguaje seductor, mutante, diseñado para estrangular mujeres, para empacar sus gargantas como paté de ganso con sus propias indecibles y transgresoras palabras; habrá más lenguaje de vigilancia disfrazado como investigación, de política e historia calculado para hacer enmudecer el sufrimiento de millones; lenguaje estilizado para emocionar a los insatisfechos y afligidos por el asalto de sus vecindarios; lenguaje arrogante pseudoempírico pensado para encerrar a la gente creativa en jaulas de inferioridad y desesperanza.
            Debajo de la elocuencia, de la elegancia, de las asociaciones académicas, por más conmovedor o seductor, el corazón de tal lenguaje es lánguido, o tal vez sin pulso en absoluto —si el pájaro está ya muerto.
            La anciana ha pensado cuál habría sido la historia intelectual de cualquier disciplina si no hubiera existido quién insistiera, o no se hubiera visto obligado a avanzar. El desperdicio de tiempo y vida que las racionalizaciones y representaciones de y para el dominio, exigían —discursos letales de exclusión bloqueando el acceso al conocimiento tanto para el que excluye como para el excluido.
            La sabiduría convencional de la historia de la Torre de Babel es que el colapso fue una desgracia. Que fue la distracción o el peso de muchos lenguajes los que precipitaron la arquitectura fallida de la torre. Que un lenguaje monolítico hubiera facilitado la construcción y se habría alcanzado el cielo. ¿El cielo de quién?, se pregunta la anciana. ¿Y qué clase? Tal vez el logro del Paraíso fue prematuro, un poco mal intencionado si nadie tuvo tiempo para entender otros lenguajes, otros puntos de vista, otro período de narrativas. Pudieran ellos haber encontrado a sus pies el cielo que imaginaban. Complicada, exigente, sí, pero una visión de cielo como vida, no un cielo como más allá de la vida.
            La anciana no quería dejar a sus jóvenes visitantes con la impresión de que el lenguaje debería forzarse a mantenerse vivo de cualquier manera. La vitalidad del lenguaje radica en su capacidad para retratar las vidas reales, imaginadas y posibles de sus hablantes, lectores, escritores. Aunque su equilibrio está a veces en desplazar la experiencia, esta experiencia no lo sustituye. El lenguaje apunta al lugar donde puede hallarse el sentido. Cuando un Presidente de los Estados Unidos reflexionó sobre cómo su país se había convertido en un cementerio, y dijo: El mundo casi no notará y menos aún recordará lo que decimos aquí. Pero nunca olvidará lo que hicimos aquí, sus solas palabras son vigorizantes en sus propiedades de afirmación vital porque se niegan a encapsular la realidad de 600 000 muertos en una cataclísmica guerra racial. Al negarse a monumentalizar, al desdeñar la última palabra, la recapitulación exacta, al reconocer su poco poder para agregar o quitar, sus palabras indican deferencia hacia la incapturabilidad de la vida que lamentan. Es esta deferencia lo que las mueve, este reconocimiento de que el lenguaje nunca puede mantenerse fiel a la vida de una vez por todas. Ni debería. El lenguaje nunca puede inmovilizar la esclavitud, el genocidio, la guerra. Ni debería anhelar la arrogancia de ser capaz de hacerlo. Su fuerza, su felicidad está en alcanzar lo inefable.
            Ya sea preeminente o precario, oculto, detonante, o se niegue a santificar; ya se ría a carcajadas o bien sea un aullido sin alfabeto, la palabra escogida, el silencio escogido, el lenguaje tranquilo bulle hacia el conocimiento, no hacia su destrucción. Pero, ¿quién no conoce de literatura proscrita porque es interrogativa, desacreditada porque es crítica, borrada porque es alternativa? ¿Y cuántos no se sienten ultrajados por la idea de una lengua autodestruida?
            El trabajo-de-la-palabra es sublime, piensa la anciana, porque es generativo, produce el significado, que garantiza nuestra diferencia, nuestra humana diferencia —la manera en la cual somos como ninguna otra forma de vida.
            Morimos. Ese debe ser el significado de la vida. Pero construimos lenguaje. Esa debe ser la medida de nuestras vidas.
            Érase una vez… unos visitantes hicieron a una anciana una pregunta. ¿Quiénes son, estos muchachos? ¿Qué hicieron con este encuentro? ¿Qué oyeron en estas palabras finales: El pájaro está en sus manos? Una frase que señala hacia una posibilidad o un signo que capta enseguida la idea. A lo mejor lo que los muchachos oyeron fue: No es mi problema. Soy mujer, soy vieja, soy negra, soy ciega. La sabiduría que poseo ahora está en saber que no puedo ayudarlos. El futuro del lenguaje les pertenece.
            Ellos estaban ahí, de pie. Supongan que no había nada en sus manos. Supongan que la visita era sólo un ardid, una jugarreta para lograr que les hablaran, los tomaran en serio como no lo habían sido antes. Una oportunidad para interrumpir, para violar el mundo adulto, su miasma de discurso sobre ellos, por ellos, pero nunca para ellos. Preguntas urgentes están en juego, incluyendo esa que ellos hicieron: ¿Está el pájaro que sostenemos vivo o muerto? Quizá la pregunta quería decir: ¿Podría alguien decirnos qué es la vida? Nada de artilugios; ninguna estupidez. Una pregunta directa digna de la atención de una sabia. De una anciana. Y si la anciana visionaria que ha vivido la vida y afrontado la muerte no puede describir a ninguna de las dos, ¿quién puede?
            Pero no lo hace, guarda su secreto, su buena opinión de sí misma, sus gnómicos manifiestos, su arte sin compromiso. Mantiene su distancia, la refuerza y se retrae en la singularidad del aislamiento, en un espacio sofisticado, privilegiado.
            Nada, ninguna palabra sigue a su declaración de transferencia. Este silencio es profundo, más profundo que el significado contenido en las palabras que pronunció. Este silencio se estremece y los muchachos, fastidiados, lo llenan con lenguaje inventado sobre el terreno.
            ¿No hay discurso, le preguntan, no hay palabras que usted pueda darnos para ayudarnos a abrirnos paso en su expediente de fallas? ¿A través de la educación que ustedes nos dieron, que no es en absoluto educación porque estamos prestando mucha atención a lo que han hecho, así como a lo que han dicho? ¿Hasta la barrera que ustedes han erigido entre generosidad y sabiduría?
            No tenemos ningún pájaro en nuestras manos, vivo o muerto. No la tenemos sino a usted y nuestra importante pregunta. ¿Es la nada que está en nuestras manos algo que usted podría cargar para contemplar, para adivinar siquiera? ¿Ya no se acuerda siendo joven cuando el lenguaje era mágico sin significado? ¿Cuando lo que usted podía decir, podía no significar? ¿Cuando lo invisible era lo que la imaginación se esforzaba en ver? ¿Cuando preguntas y peticiones de respuesta ardían tan brillantemente que usted temblaba de furia al no saber?
            ¿Tenemos acaso que comenzar a ser conscientes con una batalla de heroínas y héroes, así como usted luchó y perdió dejándonos con nada en las manos salvo lo que usted imaginó que está en ellas? Su respuesta es artificiosa, pero su artificiosidad nos avergüenza y debe avergonzarla a usted. Su respuesta es indecente en su autocomplacencia. Un guión-para-televisión que no tiene sentido si no hay nada en nuestras manos.

            ¿Por qué no se comunicó, y nos tocó con sus dedos suaves, demorando la mordedura de sonido, la lección, hasta saber quiénes éramos? ¿Tanto despreció nuestra jugarreta, nuestro modus operandi, que no pudo ver que estábamos confundidos sobre cómo lograr su atención? Somos jóvenes. Inmaduros. Hemos oído durante todas nuestras cortas vidas que tenemos que ser responsables. ¿Qué podría eso significar en la catástrofe en que este mundo se ha convertido, donde —como dijo un poeta— nada necesita ser expuesto cuando es ya descarado? Nuestra herencia es una afrenta. Usted quiere que tengamos sus viejos y vacíos ojos, y veamos solamente la crueldad y la mediocridad. ¿Piensa que somos lo suficientemente estúpidos para perjurarnos una y otra vez con la ficción de independencia nacional? ¿Cómo se atreve a hablarnos de deber cuando estamos hundidos hasta la cintura en el veneno de su pasado?
            Usted nos banaliza y además trivializa el pájaro que no está en nuestras manos. ¿No hay contexto para nuestras vidas? Ninguna canción, ninguna literatura, ningún poema lleno de vitaminas, ninguna historia unida a la experiencia que pueda pasarnos para que nos ayude a marchar bien? Usted es un adulto. La anciana, la sabia. Deje de pensar en salvar su pellejo. Piense en nuestras vidas y cuéntenos cómo es su mundo individual. Invéntese un cuento. La narrativa es radical, nos crea en el mismo momento en que está siendo creada. No la culparemos si su alcance sobrepasa su control, si el amor inflama tanto sus palabras que estas caen en llamas y nada queda sino su quemadura. O si, con la reticencia de las manos de un cirujano, sus palabras suturan sólo los lugares donde puede manar la sangre. Sabemos que usted nunca podrá hacer esto apropiadamente —de una vez por todas. La pasión no es nunca suficiente; tampoco la destreza. Pero inténtelo. Por nuestro bien y el de usted, olvide su nombre en la calle; díganos lo que el mundo ha sido para usted en los sitios oscuros y en la luz. No nos diga lo que hay que creer, lo que hay que temer. Muéstrenos la ancha saya de la creencia y la puntada que desenmaraña el amnios del temor. Usted, anciana, bendecida con la ceguera, puede hablar el lenguaje que nos dice lo que sólo el lenguaje puede decir: cómo mirar sin imágenes. Solamente el lenguaje nos protege de las cicatrices de las cosas sin nombre. Solamente el lenguaje es meditación.
            Díganos lo que es ser una mujer de modo que podamos saber lo que es ser un hombre. ¿Qué se mueve en el margen? ¿Qué es no tener un hogar en este lugar? Soltarse de aquel que uno conoció. ¿Qué es vivir a las afueras de ciudades que no pueden soportar la compañía de uno?
            Háblenos sobre barcos que regresaron de los bordes de la playa en la Pascua Florida, placenta en una campiña. Háblenos de una carretada de esclavos, ¿cómo cantaban tan suavemente que su respiración no se distinguía de la caída de la nieve? ¿Cómo por el encorvamiento del hombro más cercano supieron que la próxima parada podía ser la última para ellos? ¿Cómo, con las manos puestas en oración sobre sus sexos, pensaron en el calor, luego en el sol, alzando sus rostros como si estuviera allí para entrar? Volteándose como para entrar. Se detuvieron en una hospedería. El conductor y su compañero entraron con la lámpara, dejándolos zumbando en la oscuridad. El hueco del caballo humea en la nieve bajo sus cascos, y su siseo y licuefacción son la envidia de los congelados esclavos.
            La puerta de entrada se abre: una muchacha y un muchacho salen de su luz. Trepan en la cama del vagón. El muchacho tendrá un revólver en tres años, pero ahora lleva una lámpara y un cántaro de sidra tibia. Se lo pasan de boca en boca. La muchacha ofrece pan, pedazos de carne y algo más: una mirada a los ojos de aquel a quien sirve. Una ración para cada hombre, dos para cada mujer. Y una mirada. Ellos se la devuelven. La próxima parada será la última para ellos. Pero no ésta. Porque ésta ha sido entibiada.

            Hay silencio otra vez cuando los muchachos terminan de hablar, hasta que la mujer lo rompe.
            Finalmente, dice, les creo ahora. Les creo con el pájaro que no está en sus manos porque verdaderamente lo capturaron. Miren. Cuán hermoso es esto que hemos hecho —juntos.
            Discurso traducido por Colombia Truque Vélez.Copyright © The Nobel Foundation 1993


sábado, 20 de octubre de 2018

CZESLAW MILOSZ Premio Nobel de Literatura 1980. Integrante de la Resistencia polaca durante la II Guerra Mundial


CZESLAW MILOSZ Premio Nobel de Literatura 1980. Integrante de la Resistencia polaca durante la II Guerra Mundial

CZESLAW MILOSZ Premio Nobel de Literatura 1980. Integrante de la Resistencia polaca durante la II Guerra Mundial
Mi presencia aquí, en este podio, debería ser un argumento definitivo para quienes vindican de la vida su divina y maravillosamente compleja imprevisibilidad. Durante mi época escolar, acostumbraba a leer los libros de una colección que se publicaba en Polonia con el título de: Biblioteca de los Premios Nobel. Recuerdo aún el color del papel y su tipo de letra. Imaginaba entonces que los laureados con el Premio Nobel eran escritores, es decir personas que por varios años creaban extensas obras en prosa, y aun cuando supe que entre los galardonados también había poetas no cambié de idea. Por eso al publicar en 1930 mis primeros trabajos en la revista universitaria Alma Mater Vilnensis, yo no tenía aspiraciones a ser reconocido con el título de escritor; ni tampoco tiempo después al elegir la soledad para entregarme al extraño oficio de escribir poemas en polaco a pesar de vivir en Francia o en Norteamérica, pues traté de preservar una imagen ideal del poeta, que aunque desea alcanzar el reconocimiento, sólo anhela ser famoso en la aldea o en la ciudad que lo vio nacer.
            Ciertamente uno de los autores premiados con el Nobel y a quien leí en mi infancia, ejerció una gran influencia en mi conocimiento de la poesía. Estoy hablando de Selma Lagerlöf. En Las maravillosas aventuras de Nils, libro que amé, el héroe sobrevuela la tierra y la contempla en la distancia, desde las alturas, pero es al mismo tiempo capaz de ver sus mínimos detalles; realizando una doble visión que yo desearía proponer como metáfora de la vocación del poeta. Posteriormente hallé una imagen similar en una oda latina del escritor del siglo XVII Maciej Sarbiewski, quien fue conocido en toda Europa con el seudónimo de Casimiro. Fue maestro de poética en la universidad donde yo estudié. La oda que cito relata su viaje sobre Pegaso desde Vilno a Antwerp, con el propósito de visitar a sus amigos poetas. Sarbiewski al igual que Nils en su travesía observa ríos, lagos, bosques, es decir, la geografía íntegra del paisaje que se extiende abajo, distante y concreta a la vez. Estas visiones a mi modo de ver, serían según lo he planteado, los dos atributos del poeta: la ansiedad de la contemplación y el deseo de describir lo que ve. Y, además, aquel que como yo considera que la poesía es ver y describir, debe saber entonces que librará una difícil batalla contra la modernidad, fascinada por las diversas teorías de un específico lenguaje poético.
            Todo poeta depende en gran medida de las generaciones anteriores que escribieron en su lengua materna; es heredero del estilo y la forma que elaboraron aquellos que lo precedieron. Así mismo, sospecha que las formas tradicionales de expresión no colman todas las expectativas de su propia experiencia, y si por algún motivo se somete a ellas, escucha un llamado interior que denuncia sus máscaras. Pero si en forma inversa se rebela, sufre sucesivamente la influencia de los diversos movimientos vanguardistas contemporáneos. Y así, basta con la publicación de su primer poemario para que comprenda la ardua trampa que le han tendido. Porque aunque no se haya secado la tinta de esa obra que él creía única, se la muestran envilecida por el estilo de otro. Entonces la única estrategia que le queda para calmar esa oscura culpabilidad, es seguir su búsqueda publicando posteriormente un segundo libro que aumentará su desolación, y lo condenará a emprender una y otra vez esa cacería interminable. Es posible que al ir dejando tras de sí libros como pieles secas de serpiente, en una fuga constante de aquello que hizo en el pasado, este poeta reciba el Premio Nobel.
            ¿Cuál es ese enigmático impulso que no lo deja asentarse en lo realizado, en lo finalizado? Yo pienso que es la búsqueda de la realidad. Y le doy a esta palabra su sentido ingenuo y solemne, que nada tiene que ver con los debates filosóficos de los últimos siglos. Esta realidad es la Tierra que observa Nils volando sobre su ganso y también la que contempla el autor de la oda latina desde Pegaso. Pues indudablemente esta Tierra existe y ninguna descripción podrá extinguir sus riquezas. Aquella afirmación implica la negación anticipada de una pregunta muy frecuente: ¿Qué es la realidad?, interrogación semejante a la que hace siglos propusiera Poncio Pilatos: ¿Qué es la verdad? Si entre las dualidades que utilizamos asiduamente, la oposición vida y muerte tiene tanta importancia, no menos valor debería darse a las contradicciones verdad y mentira, realidad e ilusión.
           
            Simone Weil, con cuyos escritos estaré siempre en deuda, dice: la distancia es el alma de la belleza. No obstante, mantenerse a distancia es casi imposible. Yo soy Un hijo de Europa, como lo afirmo en uno de mis poemas, pero sé que es una amarga y sarcástica afirmación. Escribí también un libro autobiográfico titulado: Otra Europa, porque en verdad existen dos Europas, y nosotros habitantes de la segunda, fuimos destinados a descender al corazón de las tinieblas del siglo XX. Yo no sabría cómo hablar de poesía en forma generalizada. Lo haré entonces relacionándola con las circunstancias específicas a un tiempo y un lugar. Hoy, desde una perspectiva más amplia, podemos distinguir los rasgos precisos de los acontecimientos que por su furia rebasaron los desastres naturales que conocemos, aunque en su momento la poesía, tanto la mía como la de mis contemporáneos, con un estilo tradicional o de vanguardia, no estaba equiparada para enfrentar aquellas catástrofes. Como hombres ciegos íbamos abriéndonos camino entre estas búsquedas, expuestos a todas las tentaciones con las que por entonces el espíritu se engañaba a sí mismo.
            No es fácil distinguir entre realidad e ilusión, especialmente cuando uno vive en un tiempo que se caracteriza por las grandes convulsiones que se iniciaron hace dos siglos en una península pequeña del continente euroasiático, que terminaron por imponer en todo el planeta, y en cada uno de sus habitantes, la adoración continua por la ciencia y la tecnología. Tampoco era fácil soportar las innumerables tentaciones intelectuales que nos asaltaban en aquellas regiones europeas, donde ideas abyectas de dominación sobre los hombres, similares a las de dominio sobre la naturaleza, condujeron a paroxismos de guerra y revolución, subyugando a millones de seres humanos y destruyéndolos física y espiritualmente. No obstante nuestro mayor legado no fue la aceptación de aquellas ideas, con las que entramos en contacto en forma tangible, sino el respeto y la gratitud hacia aquello que preserva a las personas de la aniquilación interna y de la tiranía. Precisamente por eso algunas formas de vida e instituciones fueron blanco de la furia de las fuerzas del mal, que intentaron quebrar los lazos orgánicos existentes entre las personas, mantenidos por la familia, la religión, la vecindad y la herencia común. En otras palabras, me refiero a esta desordenada e ilógica humanidad, algunas veces catalogada de ridícula debido a sus inclinaciones religiosas y a sus lealtades. En varios países, los vínculos de civitas fueron sometidos gradualmente a una erosión, al tiempo que se desheredaba a los habitantes de sus más profundas tradiciones. No sucedió lo mismo, sin embargo, en aquellas áreas en que súbitamente como producto de una situación de grave peligro, el significado protector de estos vínculos se reveló por sí solo. Este fue el caso de mi tierra natal. Y no sería apropiado en este lugar dejar de mencionar las ofrendas que mis amigos y yo recibimos en nuestra Europa, y al pronunciarlas entonar un canto de alabanza.
            Es extraordinario haber nacido en un pequeño país en el cual la naturaleza se mostraba a escala humana y donde diversas lenguas y religiones habían cohabitado por centurias. Tengo en mi memoria a Lituania, un país de maravillosos mitos y de poesía. Mi familia, durante el siglo XVI hablaba polaco lo mismo que muchos hogares en Finlandia se comunicaban en sueco, y en Irlanda en inglés; soy por tal motivo un poeta polaco y no lituano. Sin embargo los paisajes y también el espíritu de Lituania jamás me han abandonado. Es grandioso escuchar durante la infancia las palabras de la liturgia latina, traducir a Ovidio en la escuela y recibir una buena preparación de acuerdo con el dogma y la apologética católica. Siento como una bendición la opción que me brindó el destino de realizar mis estudios escolares y universitarios en una ciudad como Vilno. Una rara ciudad de arquitectura barroca, transplantada a los bosques nórdicos, con su historia grabada en cada una de sus piedras, y que posee cuarenta iglesias católicas así como numerosas sinagogas. En aquellos días los judíos la llamaban la Jerusalén del Norte. Sólo cuando comencé a dictar clases en los Estados Unidos, entendí hasta dónde me hallaba absorbido por las enseñanzas de nuestra antigua universidad, por los preceptos del Derecho Romano aprendidos de memoria, y la historia y la literatura de la vieja Polonia, que mucho sorprendía a los jóvenes norteamericanos, a causa de sus motivaciones específicas: Una anarquía indulgente, un orgánico sentido social, un humor reconciliador y una desconfianza absoluta hacia el poder central.
            Un poeta crecido en este espacio, tal vez debiera buscar la realidad mediante la contemplación. La vida monacal tendría que ser su destino, distante del hostigamiento y de las persistentes demandas de sus semejantes, en el silencio de una celda y atento solamente al sonido de las campanas. Si algún libro estuviera en su mesa de trabajo, habría sido aquel que tratara sobre la cualidad inaccesible de lo relativo a la divinidad, es decir sobre el esse. Pero de pronto, sin poder evitarlo, todo esto le es raptado por los acontecimientos demoníacos de la historia que siempre se apropia de los rasgos de una deidad sedienta de sangre. La Tierra, que el poeta observó durante su vuelo, grita en su abismo y no permite ser contemplada desde las alturas. Una contradicción insoluble surge entonces, terrible y real, que no ofrece paz al espíritu ni de día ni de noche; es aquella entre el ser y la acción, o en otro nivel, es la contradicción entre el arte y la solidaridad con cada uno de los seres humanos. La realidad clama por un nombre, quiere ser llamada, pero es intolerable, y si somos tomados por ella, si aparece demasiado próxima, la boca del poeta no es capaz siquiera de proferir la queja de Job: el arte prueba así que no puede equipararse a la acción. Sin embargo, asir la realidad de un modo que resulte preservada del bien y del mal, de la desesperación y de la esperanza, incluso en su conocida confusión, no es imposible, si logramos tomar distancia, si somos capaces de remontarnos sobre ella; pero esto deriva entonces en una traición moral.
            Aquella era la contradicción que permanecía latente en el corazón de todos los conflictos engendrados por el siglo XX, descubiertos por los poetas de una Tierra contaminada por el crimen y el genocidio. ¿Y ahora qué piensa quien como tantos otros escribió cierto número de poemas, que han reposado en la memoria como un verdadero testimonio de esos años? Piensa que esos poemas nacieron de una desdichada contradicción, que hubiera sido preferible resolver incluso no habiéndolos escrito jamás.
           
            El santo patrón de todos los poetas en el exilio, aquel que visitó por medio de la imaginación sus ciudades y provincias, sigue siendo Dante. ¡Pero cómo se ha multiplicado el número de Florencias! El exilio del poeta es hoy el elemental ejercicio de un hallazgo relativamente reciente, que nos ha enseñado que los detentadores del poder tienen las herramientas necesarias para controlar el lenguaje, y no sólo mediante la censura, sino especialmente alterando el significado de las palabras. Se produce de esta manera un fenómeno singular, que provoca que el lenguaje de una comunidad cautiva adquiera ciertas costumbres duraderas, y así zonas enteras de la realidad dejan de existir simplemente porque carecen de nombre. Habría que indagar si existen vínculos secretos, entre unas teorías literarias como la de Écriture (del lenguaje alimentándose a sí mismo), y la del desarrollo del estado totalitario. De cualquier forma, lo indiscutible es que no hay razón fundamental para que el Estado no tolere una actividad que consiste en crear prosa y poesía experimentales, siempre que ambas hayan sido concebidas como sistemas de referencia autónomos, enmarcados en sus propias fronteras. Pues sólo si suponemos que el poeta es un ser que combate infatigablemente por liberarse de estilos prestados en busca de la realidad, su existencia nos parecerá peligrosa. En una habitación cerrada en la que un grupo de personas instauran la conspiración del silencio, una palabra verdadera suena como un disparo de pistola. Entonces la tentación de pronunciarla, semejante a una aguda comezón, deriva en algo obsesivo que le impide pensar en otra cosa. Esta es la razón por la cual el poeta elige el exilio interior o exterior. No podría aseverar, sin embargo, que sus motivaciones se reduzcan exclusivamente a un interés por la realidad. Puede darse el caso también de que pretenda liberarse de ella, y en un lugar diferente, en países que no son el suyo, frente a otros mares, logre recobrar durante breves instantes, su verdadera vocación, es decir la contemplación del Ser.
            Esta esperanza es ilusoria para aquellos que proceden de la otra Europa, pues donde quiera que se encuentren, advertirán que sus experiencias los aíslan de su nuevo medio, lo cual deviene para ellos en fuente de renovada obsesión. Nuestro planeta, cada vez más pequeño debido a la descomunal proliferación de las comunicaciones, es testigo de un cambio que escapa a cualquier definición caracterizado por la negación de la memoria. Seguramente las personas no cultivadas de los siglos pasados, que eran la mayoría de la humanidad, sabían poco o nada de la historia de sus respectivos países y de su civilización. Para los analfabetos actuales, quienes por el contrario, saben leer y escribir, e incluso enseñan en colegios y universidades, la historia parece familiar, pero la han asimilado con una extraña confusión. Molière se convierte así en contemporáneo de Napoleón y Voltaire de Lenin. Además, los hechos de las últimas décadas, de importancia tan significativa que de su conocimiento depende el porvenir de la humanidad, pasan desapercibidos, se desdibujan y pierden su solidez, como si el concepto de Nietzsche sobre el nihilismo europeo hallara aquí su realización ideal: El ojo de un nihilista —escribía en 1887—, desconfía de sus recuerdos; deja que mueran y pierdan sus hojas… y aquello que no hace consigo mismo, tampoco lo hace con el pasado de la humanidad: lo deja morir. Nuestra época sólo preserva del pasado ficciones opuestas al sentido común o ideas donde es muy elemental la relación del bien y del mal. Y esto se puede corroborar con un reciente postulado del diario Times de Los Ángeles: El número de libros en diversos idiomas que niegan la veracidad del Holocausto atribuyéndolo a una ficción de la propaganda judía, rebasa el centenar. Si lograron urdir tan desmesurado delirio, ¿por qué sería improbable la pérdida total de la memoria como estado permanente del espíritu? ¿Y no representa esto acaso un peligro más grave que la ingeniería genética o la aniquilación del medio ambiente?
            Para el poeta de la otra Europa los hechos relacionados con el Holocausto son una realidad tan próxima en el tiempo que no los puede liberar de su recuerdo, a menos que inicie la traducción de los Salmos de David. Siente ansiedad al comprobar que el significado de la palabra Holocausto experimenta graduales modificaciones, siendo la más grave que esté adosada exclusivamente a la historia de los judíos, como si entre las numerosas víctimas no hubieran existido millones de polacos, rusos, ucranianos y prisioneros de otras nacionalidades. Este poeta se siente conmovido porque en todo ello adivina el presagio de un futuro que limitará la historia a la televisión, en la cual la verdad, por su complejidad, quedará relegada a los archivos y será totalmente eliminada. Otros hechos para él muy cercanos aunque lejanos para los países de Occidente, lo conducen a asumir como cierta la visión de H. G. Wells en La máquina del tiempo, donde la Tierra es habitada por una tribu de niños solares, despreocupados, despojados de memoria y por consiguiente de historia, sin defensas para confrontar a los moradores de las cavernas subterráneas: a los niños caníbales de la noche.
            Pertenecientes al movimiento de cambio tecnológico, hemos creído que la unificación de nuestro planeta depende de la acción adecuada y le damos una desmedida importancia al concepto de comunidad internacional. No pretendo reducirle su valor a los días en que fuera fundada la liga de las Naciones Unidas, pero lamentablemente, aquellas fechas carecen de sentido en comparación con otra, que deberíamos conmemorar cada año como un día de luto para la humanidad y que es casi desconocida para las más recientes generaciones: hablo del 21 de agosto de 1939. En aquella fecha dos dictadores firmaban un acuerdo que contenía una cláusula secreta con el propósito de repartirse varios países vecinos que para entonces contaban con capitales, gobiernos y parlamentos establecidos. Este pacto no sólo desencadenó una terrible guerra, sino que restableció el principio colonialista, por el cual las naciones no son más que ganado para comerciar y continúan siendo completamente dependientes de la tiranía de sus dueños eventuales. Sus fronteras, su derecho a la determinación y sus pasaportes dejaron de existir, y sigue siendo una fuente de asombro en la actualidad, que aún se hable susurrando y con el índice en los labios se mencione que ese nefasto principio fue aplicado por los dos dictadores cuarenta años atrás.
            Los crímenes en contra de los derechos humanos, jamás confesados y nunca denunciados públicamente, son un veneno que destruye la posibilidad de una religión de amistad entre las naciones. Las antologías de poesía polaca incluyen textos de mis amigos Wladyslaw Sebyla y Lech Piwowar y dan la fecha de sus muertes: 1940. Pero lo absurdo del hecho, cuando todo el mundo en Polonia conoce la verdad, es que ninguna de estas antologías relata las circunstancias en que murieron. Su sino fue el mismo que el de varios miles de oficiales polacos detenidos e internados en los Campos de Concentración por el entonces cómplice de Hitler, y ambos reposan ahora en una fosa común. ¿Podrían las nuevas generaciones de Occidente, si algo han estudiado de historia, desconocer que en 1944 fueron asesinadas 200 000 personas en Varsovia, una ciudad sentenciada por Hitler y Stalin a ser aniquilada?
            Los dos dictadores genocidas hace mucho que no existen. No obstante quién sabe si obtuvieron victorias más duraderas que las de sus ejércitos. A pesar del Pacto Atlántico, el principio según el cual las naciones son objeto de intercambios comerciales, o fichas en un juego de cartas o de dados, ha sido confirmado por la división de Europa en dos zonas. La ausencia de los tres Estados bálticos de la organización de las Naciones Unidas, es un permanente recuerdo del legado de aquellos dictadores. Antes de la guerra estos Estados pertenecían a la Liga de Naciones, pero desaparecieron del mapa de Europa como resultado de la cláusula secreta firmada en 1939.
            Espero que me comprendan por escudriñar en la memoria como en una herida. Pero este tema no es diferente a mis meditaciones sobre la palabra realidad, con frecuencia mal utilizada pero siempre merecedora de estima. El lamento de la humanidad, los pactos más infames que los que conocemos por Tucídides, la forma de una hoja de arce, amaneceres y ocasos sobre el océano, y el sistema de causas y efectos (llamados Naturaleza o Historia), apuntan quizá, así lo creo, hacia otra realidad oculta e impenetrable, capaz de ejercer una poderosa atracción en la que habita la fuerza conductora central de todo arte y de toda ciencia. Existen momentos en los que creo descifrar el sentido de las desgracias que afligen a los países de la otra Europa, y este significado no es otro que el de concederles el papel de portadoras de memoria —en un tiempo en el que la Europa, sin adjetivos, y Estados Unidos, la están perdiendo gradualmente de generación en generación.
            Es posible que no exista más memoria que la de las heridas; al menos así lo pienso por la Biblia, un libro que relata las tribulaciones del pueblo de Israel. Esta obra permitió por mucho tiempo que las naciones europeas, preservaran el sentido de la continuidad —una palabra que no debe confundirse con historicidad, término actualmente de moda.
            Durante los treinta años que he vivido fuera de mi país, he creído disfrutar de mayores privilegios que mis colegas occidentales —ya fueran escritores o profesores de literatura—, y esto debido a que los eventos recientes o pasados conformaban en mi mente una forma precisa minuciosamente delineada. Pero también el público occidental, cuando confronta poemas y novelas escritas en Polonia, Checoslovaquia o Hungría, o películas producidas en estos países, desarrolla una conciencia aguda en permanente lucha contra las imposiciones de la censura. La memoria es entonces nuestra fuerza, que nos protege de un discurso que se entreteje sobre sí mismo, como la hiedra cuando no halla soporte en el árbol o en el muro.
            Hace breves minutos expresaba mi deseo de poner fin a la contradicción que opone la necesidad distanciadora del poeta, al sentimiento de solidaridad con los seres humanos. No obstante, si tomamos el vuelo sobre la Tierra como metáfora de la vocación del poeta, no es difícil advertir que también aquí una especie de contradicción se halla implícita, aun en épocas en las cuales el poeta está relativamente libre de las trampas de la historia. Porque ¿cómo estar encima y simultáneamente ver la Tierra con todos sus detalles? Sin embargo, en la precaria balanza de los opuestos, puede lograrse cierto equilibrio gracias a la distancia introducida por el fluir del tiempo. Ver, no significa sólo tener algo frente a los ojos, sino también algo latente en la memoria. Ver y describir significan también reconstruir en la imaginación. La distancia obtenida gracias al misterio del tiempo, no debe convertir los acontecimientos, los pasajes, las figuras humanas en una confusión de sombras cada vez más pálidas. Por el contrario, puede mostrarlos a la luz del día, con la certidumbre de que cada evento y cada fecha pasen a ser fundamentales y persistan como un recuerdo eterno de la depravación y la grandeza humana. Quienes todavía viven reciben una orden de aquellos que fueron silenciados para siempre. Cumplirán con su mandato tan sólo si intentan reconstruir los acontecimientos como ocurrieron, despojando al pasado de ficciones y leyendas.
            Ambas entonces —la Tierra vista desde arriba en un presente eterno y la Tierra que perdura en un tiempo recobrado— deberán ser fuente para la poesía.
           
            No desearía dejar una imagen falsa de que vivo volcado hacia el pasado. Como la mayoría de mis contemporáneos he sentido la punzada de la desesperación, del fin amenazador, y me he reprochado en algunas oportunidades el haber sucumbido a la tentación del nihilismo. Sin embargo a un nivel más profundo, podría afirmar que mi poesía siempre fue honesta, y aún en tiempos oscuros, expresó la llegada de un reino de paz y justicia. No podría prescindir de nombrar a la persona que me enseñó a no desesperar. Nosotros recibimos dones considerables, no sólo de nuestra tierra natal, sus lagos, ríos y tradiciones, sino también de su gente, especialmente si conocimos a alguien de poderosa personalidad en nuestra juventud. Fue una fortuna para mí ser tratado tan cercanamente como un hijo, por mi pariente Oscar Milosz: el visionario exilado en París. Podríamos decir que era un poeta francés y no polaco, examinando la intrincada historia de una familia y de un territorio anteriormente llamado el Gran Ducado de Lituania. De cualquier forma la prensa parisiense se quejaba hace poco de que la más alta distinción internacional no hubiera sido concedida medio siglo antes a un poeta cuyo apellido familiar me honra.
            Aprendí mucho de él. Me transmitió un profundo conocimiento del Antiguo y el Nuevo Testamento y me inculcó la necesidad de una estricta y ascética jerarquía en todos los aspectos mentales, generalizada incluso al arte, donde consideraba grave ubicar en el mismo nivel obras de segunda fila al lado de piezas magistrales. Especialmente lo escuché como al profeta que ama a los hombres: con el viejo amor ya gastado por la piedad, la soledad y la indignación, según decía. Razón por la cual siempre intentó lanzar una advertencia a este mundo enloquecido en su avance irremediable hacia la destrucción. Muchas veces le escuché decir que una catástrofe era inminente pero también le oí plantear que la conflagración que predecía sería apenas la primera parte de un largo drama destinado a ser representado incesantemente hasta el final.
            Él vio las causas profundas de la errática dirección que había tomado la ciencia en el siglo XVIII y que tuvo funestas consecuencias para la humanidad. Al igual que William Blake presagió una Nueva Era, un segundo renacimiento de la imaginación, hoy degradada por cierto tipo de conocimiento científico, aunque no por todo el conocimiento ni por toda la ciencia que descubrirán los hombres del futuro. No importa hoy hasta dónde seguí literalmente sus predicciones, su orientación general fue suficiente.
            Oscar Milosz como William Blake, halló su inspiración en los escritos de Emanuel Swedenborg, un científico que anticipándose a todos, intuyó la derrota del hombre que se encuentra latente en el modelo newtoniano del universo. Cuando gracias a mi pariente, me convertí en un concentrado lector de Swedenborg —aunque no lo interpretara, es cierto, como era usual en el romanticismo—, jamás imaginé que visitaría por primera vez su país en una ocasión como esta.
            Nuestro siglo llega a su fin y por influencias como la suya no me atrevería a maldecirlo, pues ha sido también una centuria de fe y esperanza. Una profunda transformación de la que casi no somos concientes, a causa de que formamos parte de ella, ha venido forjándose con lentitud, iluminándonos en ocasiones por fenómenos que provocan el asombro general. Este cambio está relacionado, y evoco las palabras de Oscar Milosz, con el secreto más profundo de las masas trabajadoras, nunca antes tan vivas, vibrantes y atormentadas. Este secreto, que es una inconfesable necesidad de valores reales, no halla el lenguaje para expresarse, y aquí no solamente los medios de comunicación sino los intelectuales comparten una gran responsabilidad. Pero la transformación ha seguido su rumbo, desafiando las predicciones a corto plazo, y es probable que a pesar de todos los horrores y peligros, nuestro tiempo será juzgado como una fase necesaria de trabajo anterior a la era en que la humanidad ascienda a una nueva forma de conocimiento. Entonces otra jerarquía de valores emergerá, y estoy convencido que Simone Weil y Oscar Milosz, escritores en cuya escuela obedientemente estudié, recibirán su reconocimiento. Yo siento que todos debemos confesar públicamente nuestra deuda con ciertas personas, porque sólo por esta vía definiremos nuestra posición de una forma más enérgica, que citando los nombres de aquellos a quienes desearíamos hacer llegar un violento no. Espero que en este discurso, a pesar de la vaguedad de mi reflexión, que debe estar relacionada con un mal hábito profesional de los poetas, mis síes y mis noes, hayan sido definidos claramente, y puedan abrir un camino para la elección de mi sucesor. Porque todos los que nos encontramos aquí, el conferencista como quienes me escuchan, no somos más que eslabones entre el pasado y el porvenir.
               

Discurso traducido por Esperanza Vallejo Osorio.
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