viernes, 30 de octubre de 2015

GEORGE W. BUSH “Estados Unidos de Norteamérica tiene la autoridad soberana de usar la fuerza para garantizar su propia seguridad nacional.”

GEORGE W. BUSH
Estados Unidos de Norteamérica tiene la autoridad soberana de usar la fuerza para garantizar su propia seguridad nacional.”


DISCURSO DE ULTIMÁTUM A IRAK 20 de Marzo de 2003

Mis conciudadanos, los acontecimientos en Irak han llegado ahora a los días decisivos finales. Durante más de una década, los Estados Unidos y otras naciones han hecho esfuerzos pacientes y honorables por desarmar al régimen iraquí sin una guerra. Ese régimen prometió divulgar y destruir todas sus armas de destrucción en masa como condición para finalizar la Guerra del Golfo Pérsico en 1991.
Desde entonces, el mundo ha participado en 12 años de diplomacia. Hemos aprobado más de una docena de resoluciones en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Hemos enviado a cientos de inspectores de armas a supervisar el desarme de Irak. Nuestras buenas intenciones no han sido correspondidas. El régimen iraquí ha utilizado la diplomacia como una táctica para ganar tiempo y sacar ventaja. Ha desafiado uniformemente las resoluciones del Consejo de Seguridad que exigían su desarme total. A lo largo de los años, los inspectores de armas de la ONU han sido amenazados por los funcionarios iraquíes, interceptados electrónicamente y engañados sistemáticamente. Los esfuerzos pacíficos por desarmar al régimen iraquí han fracasado una y otra vez porque no estamos lidiando con hombres pacíficos.
Los datos de inteligencia recopilados por este gobierno y hacen que no quepa ninguna duda que el régimen de Irak continúa poseyendo y escondiendo algunas de las armas más letales jamás inventadas. Este régimen ya ha utilizado las armas de destrucción en masa contra los vecinos de Irak y contra el pueblo de Irak.
El régimen tiene una trayectoria de temeraria agresión en el Medio Oriente. Tiene un odio profundo hacia los Estados Unidos y nuestros amigos. Y ha ayudado, entrenado y protegido a terroristas, incluso a agentes de Al- Qaeda.
El peligro es evidente: Al utilizar armas químicas, biológicas o, algún día, nucleares, obtenidas con la ayuda de Irak, los terroristas podrían satisfacer sus ambiciones declaradas y matar a miles o cientos de personas inocentes en nuestro país o en cualquier otro.
Los Estados Unidos y otras naciones no han hecho nada para merecer ni provocar esta amenaza. Pero haremos de todo para vencerla. En vez de ir a la deriva hacia la tragedia, fijaremos un rumbo hacia la seguridad. Antes de que pueda llegar el día del horror, antes de que sea demasiado tarde para obrar, se eliminará este peligro.
Estados Unidos de Norteamérica tiene la autoridad soberana de usar la fuerza para garantizar su propia seguridad nacional. Ese deber recae en mí, como Jefe de Estado, por el juramento que presté, por el juramento con el cual cumpliré.
Al reconocer la amenaza contra nuestro país, el Congreso de los Estados Unidos votó abrumadoramente el año pasado a favor del uso de fuerza contra Irak. Estados Unidos trató de colaborar con las Naciones Unidas para enfrentar esta amenaza porque queríamos resolver el asunto pacíficamente. Creemos en la misión de las Naciones Unidas. Una de las razones por las cuales se fundó la ONU después de la Segunda Guerra Mundial fue para confrontar a los dictadores agresivos de manera activa y temprana, antes de que pudiesen atacar a los inocentes y destruir la paz.
George W. Bush


ANDRÉS BELLO “tendremos constituciones estables, que afiancen la libertad e independencia, al mismo tiempo que el orden y la tranquilidad, a cuya sombra podamos consolidarnos y engrandecernos”

ANDRÉS BELLO

tendremos constituciones estables, que afiancen la libertad e independencia, al mismo tiempo que el orden y la tranquilidad, a cuya sombra podamos consolidarnos y engrandecernos”


LAS REPÚBLICAS HISPANOAMERICANAS: AUTONOMÍA CULTURAL 1836

El aspecto de un dilatado continente que aparecía en el mundo político, emancipado de sus antiguos dominadores, y agregando de un golpe nuevos miembros a la gran sociedad de las naciones, excitó a la vez el entusiasmo de los amantes de los principios, el temor de los enemigos de la libertad, que veían el carácter distintivo de las instituciones que América escogía, y la curiosidad de los hombres de Estado. Europa, recién convalecida del trastorno en que la revolución francesa puso a casi todas las monarquías, encontró en la revolución de América del Sur un espectáculo semejante al que poco antes de los tumultos de París había fijado sus ojos en la del Norte, pero más grandioso todavía, porque la emancipación de las colonias inglesas no fue sino el principio del gran poder que iba a elevarse de este lado de los mares, y la de las colonias españolas debe considerarse como su complemento.
Un acontecimiento tan importante, y que fija una era tan marcada en la historia del mundo político, ocupó la atención de todos los Gabinetes y los cálculos de todos los pensadores.
No ha faltado quien crea que un considerable número de naciones colocadas en un vasto continente, e identificadas en instituciones y en origen, y a excepción de los Estados Unidos, en costumbres y religión, formarán con el tiempo un cuerpo respetable, que equilibre la política europea y que, por el aumento de riqueza y de población y por todos los bienes sociales que deben gozar a la sombra de sus leyes, den también, con el ejemplo, distinto curso a los principios gubernativos del Antiguo Continente. Mas pocos han dejado de presagiar que, para llegar a este término lisonjero, teníamos que marchar por una senda erizada de espinas y regada de sangre; que nuestra inexperiencia en la ciencia de gobernar había de producir frecuentes oscilaciones en nuestros Estados; y que mientras la sucesión de generaciones no hiciese olvidar los vicios y resabios del coloniaje, no podríamos divisar los primeros rayos de prosperidad.
Otros, por el contrario, nos han negado hasta la posibilidad de adquirir una existencia propia a la sombra de instituciones libres que han creído enteramente opuestas a todos los elementos que pueden constituir los Gobiernos hispanoamericanos. Según ellos, los principios representativos, que tan feliz aplicación han tenido en los Estados Unidos, y que han hecho de los establecimientos ingleses una gran nación que aumenta diariamente en poder, en industria, en comercio y en población, no podían producir el mismo resultado en la América española. La situación de unos y otros pueblos al tiempo de adquirir su independencia era esencialmente distinta: los unos tenían las propiedades divididas, se puede decir, con igualdad, los otros veían la propiedad acumulada en pocas manos. Los unos estaban acostumbrados al ejercicio de grandes derechos políticos al paso que los otros no los habían gozado, ni aun tenían idea de su importancia. Los unos pudieron dar a los principios liberales toda la latitud de que hoy gozan, y los otros, aunque emancipados de España, tenían en su seno una clase numerosa e influyente, con cuyos intereses chocaban. Estos han sido los principales motivos, porque han afectado desesperar de la consolidación de nuestros Gobiernos los enemigos de nuestra independencia.
En efecto, formar constituciones políticas más o menos plausibles, equilibrar ingeniosamente los poderes, proclamar garantías y hacer ostentaciones de principios liberales, son cosas bastante fáciles en el estado de adelantamiento a que ha llegado en nuestros tiempos la ciencia social. Pero conocer a fondo la índole y las necesidades de los pueblos a quienes debe aplicarse la legislación, desconfiar de las seducciones de brillantes teorías, escuchar con atención e imparcialidad la voz de la experiencia, sacrificar al bien público opiniones queridas, no es lo más común en la infancia de las naciones y en crisis en que una gran transición política, como la nuestra, inflama todos los espíritus. Instituciones que en la teoría parecen dignas de la más alta admiración, por hallarse en conformidad con los principios establecidos por los más ilustres publicistas, encuentran, para su observancia, obstáculos invencibles en la práctica; serán quizá las mejores que pueda dictar el estudio de la política en general, pero no, como las que Solón formó para Atenas, las mejores que se pueden dar a un pueblo determinado. La ciencia de la legislación, poco estudiada entre nosotros cuando no teníamos una parte activa en el gobierno de nuestros países, no podía adquirir desde el principio de nuestra emancipación todo el cultivo necesario, para que los legisladores americanos hiciesen de ella meditadas, juiciosas y exactas aplicaciones, y adoptasen, para la formación de las nuevas constituciones, una norma más segura que la que pueden presentarnos máximas abstracciones y reglas generales.
Estas ideas son plausibles; pero su exageración sería más funesta para nosotros que el mismo frenesí revolucionario. Esa política asustadiza y pusilánime desdoraría al patriotismo americano; y ciertamente está en oposición con aquella osadía generosa que le puso las armas en la mano, para esgrimirlas contra la tiranía. Reconociendo la necesidad de adaptar las formas gubernativas a las localidades, costumbres y caracteres nacionales, no por eso debemos creer que nos es negado vivir bajo el amparo de instituciones libres y naturalizar en nuestro suelo las saludables garantías que aseguran la libertad, patrimonio de toda sociedad humana que merezca nombre de tal. En América, el estado de desasosiego y vacilación que ha podido asustar a los amigos de la humanidad es puramente transitorio. Cualesquiera que fuesen las circunstancias que acompañasen a la adquisición de nuestra independencia, debió pensarse que el tiempo y la experiencia irían rectificando los errores, la observación descubriendo las inclinaciones, las costumbres y el carácter de nuestros pueblos, y la prudencia combinando todos estos elementos, para formar con ellos la base de nuestra organización. Obstáculos que parecen invencibles desaparecerán gradualmente: los principios tutelares, sin alterarse en la sustancia, recibirán en sus formas externas las modificaciones necesarias, para acomodarse a la posición peculiar de cada pueblo; y tendremos constituciones estables, que afiancen la libertad e independencia, al mismo tiempo que el orden y la tranquilidad, a cuya sombra podamos consolidarnos y engrandecernos. Por mucho que se exagere la oposición de nuestro estado social con algunas de las instituciones de los pueblos libres, ¿se podrá nunca imaginar un fenómeno más raro que el que ofrecen los mismos Estados Unidos en la vasta libertad que constituye el fundamento de su sistema político y en la esclavitud en que gimen casi dos millones de negros bajo el azote de crueles propietarios? Y sin embargo, aquella nación está constituida y próspera.
Entre tanto, nada más natural que sufrir las calamidades que afectan a los pueblos en los primeros ensayos de la carrera política; mas ellas tendrán término, y América desempeñará en el mundo el papel distinguido a que la llaman la grande extensión de su territorio, las preciosas y variadas producciones de su suelo y tantos elementos de prosperidad que encierra.
Durante este período de transición, es verdaderamente satisfactorio para los habitantes de Chile ver que se goza en esta parte de América una época de paz que, ya se deba a nuestras instituciones, ya al espíritu de orden que distingue el carácter nacional, ya a las lecciones de pasadas desgracias, ha alejado de nosotros escenas de horror que han afligido a otras secciones del continente americano. En Chile están armados los pueblos por la ley; pero hasta ahora esas armas no han servido sino para sostener el orden y el goce de los más preciosos bienes sociales; y esta consoladora observación aumenta en importancia al fijar nuestra vista en las presentes circunstancias, en que se ocupa la nación en las elecciones para la primera magistratura. Las tempestuosas agitaciones que suelen acompañar a estas crisis políticas no turban nuestra quietud; los odios duermen; las pasiones no se disputan el terreno; la circunspección y la prudencia acompañan al ejercicio de la parte más interesante de los derechos políticos. Sin embargo, estas mismas consideraciones causan el desaliento y tal vez la desesperación de otros. Querrían que este acto fuese solemnizado con tumultos populares, que le presidiese todo género de desenfreno, que se pusiesen en peligro el orden y las más caras garantías... ¡Oh!, ¡nunca lleguen a verificarse en Chile estos deseos!
ANDRES BELLO

Publicado en: El Araucano, Santiago de Chile, 1836


MANUEL BELGRANO “Proclama de Belgrano a los tucumanos 27 de Julio de 1816”

MANUEL BELGRANO


“Proclama de Belgrano a los tucumanos 27 de Julio de 1816”

Compañeros, hermanos y amigos: Un presentimiento misterioso me obligó a deciros en Septiembre de 1812, que Tucumán iba a ser el sepulcro de la tiranía: en efecto, el 24 del mismo conseguisteis la victoria y aquél honroso título.
El orden de los sucesos consiguientes ha puesto al Soberano Congreso de la Nación en vuestra ciudad, y éste, convencido de la injusticia y violencia con que arrancó el trono de sus padres el sanguinario Fernando, y de la guerra cruel que nos ha declarado sin oírnos, ha jurado su independencia de España y de toda dominación extranjera, como vosotros lo acabáis de ejecutar.
He sido testigo de las sesiones en que la misma Soberanía ha discutido acerca de la forma de gobierno con que se ha de regir la Nación, y he oído discurrir sabiamente en favor de la monarquía constitucional reconociendo la legitimidad de la representación .soberana en la casa de los Incas, y situando el asiento del trono en el Cuzco, tanto, que me parece que se realizará este pensamiento tan racional, tan noble y tan justo con que aseguraremos la losa del sepulcro de los tiranos.
Resta ahora que conservéis el orden, que mantengáis el respeto a las autoridades, y que, reconociéndoos parte de una nación como lo sois, tratéis con vuestro conocido empeño, anhelo y confianza de librarla de sus enemigos, y conservar el justo renombre que adquirió en Tucumán.
Compañeros, hermanos y amigos míos! en todas ocasiones me tendréis a vuestro lado para tan santa empresa, así como yo estoy persuadido que jamás me abandonaréis en sostener el honor y gloria de las armas y afianzar el honor y gloria nacional que la divina Providencia nos ha concedido. — Tucumán, Julio 27 de 1816.
MANUEL BELGRANO.


viernes, 16 de octubre de 2015

LEANDRO N. ALEM “Que se rompa pero que no se doble.”

LEANDRO N. ALEM Que se rompa pero que no se doble.”



TESTAMENTO POLITICO DEL DR. LEANDRO ALEM 1 de Julio de 1896

Para publicar:
He terminado mi carrera, he concluido mi misión…Para vivir estéril, inútil y deprimido, es preferible morir. ¡Sí! Que se rompa pero que no se doble.

He luchado de una manera indecible en estos últimos tiempos, pero mis fuerzas -tal vez gastadas ya- , han sido incapaces para detener la montaña…y la montaña me aplastó…!
He dado todo lo que podía dar; todo lo que humanamente se puede exigir a un hombre, y al fin mis fuerzas se han agotado…y para vivir inútil, estéril y deprimido es preferible morir!
Entrego decorosa y dignamente lo que me queda, mi última sangre, el resto de mi vida!
Los sentimientos que me han impulsado, las ideas que han alumbrado mi alma, los móviles, las causas, y los propósitos de mi acción y de mi lucha -en general- , en mi vida, son, creo, perfectamente conocidos. Si me engaño a este respecto será una desgracia que yo no podré ya sentir ni remediar.
Ahí está mi labor y mi acción desde largos años, desde muy joven, desde muy niño, luchando siempre de abajo. No es el orgullo que me dicta estas palabras ni es debilidad en estos momentos lo que me hace tomar esta resolución. Es un convencimiento profundo que se ha apoderado de mi alma en el sentido que lo enuncio en los primeros párrafos, después de haberlo pensado, meditado y reflexionado mucho, en un solemne recogimiento.
Entrego, pues, mi labor y mi memoria al juicio del pueblo, por cuya noble causa he luchado constantemente.
En estos momentos el partido popular se prepara para entrar nuevamente en acción, en bien de la patria.
Esta es mi idea, éste es mi sentimiento, ésta es mi convicción arraigada, sin ofender a nadie; yo mismo he dado el primer impulso, y sin embargo, no puedo continuar. Mis dolencias son gravísimas, necesariamente mortales.
¡Adelante los que quedan!
¡Ah! Cuánto bien ha podido hacer este partido si no hubiesen promediado ciertas causas y ciertos factores…¡No importa! Todavía puede hacerse mucho. Pertenece principalmente a las nuevas generaciones. Ellas le dieron origen y ellas sabrán consumar la obra. ¡Deben consumarla!.
LEANDRO N. ALEM

SALVADOR ALLENDE “Es fuerte y poderoso el imperialismo, pero, en conjunto, los pueblos oprimidos son mucho más fuertes que él y están en condiciones de vencerlo”

SALVADOR ALLENDE Es fuerte y poderoso el imperialismo, pero, en conjunto, los pueblos oprimidos son mucho más fuertes que él y están en condiciones de vencerlo”



Discurso en la Primera Conferencia Tricontinental
 5 de Enero de 1966

A tanto han llegado la insolencia y la inquietud del imperialismo, frente al súbito desarrollo del movimiento popular, que descaradamente ha debido plantear la llamada Doctrina Johnson, según la cual los Estados Unidos se reservan el derecho de intervenir unilateralmente, por la fuerza de las armas, en cualquier lugar de América Latina en que estimen amenazado el orden social, vale decir, sus intereses económicos y políticos.
La doctrina Johnson significa la negociación absoluta del principio de autodeterminación de los pueblos, de la no intervención y de la soberanía de nuestros países.
Además, frente a las fronteras geográficas, plantea las denominadas fronteras ideológicas, lo que implica la limitación del pensamiento y la bastarda defensa de sus bastardos intereses.
Finalmente, envuelve una advertencia y una notificación de que los Estados Unidos impedirán con la violencia el triunfo de los movimientos de liberación nacional en nuestras tierras.
La doctrina Johnson constituye para el pueblo chileno, como para todos los países de América Latina, una declaración explícita de que los imperialistas opondrán la violencia a cualquier movimiento popular que en nuestro continente esté en condiciones de alcanzar el poder. Ello determina que el movimiento popular chileno, que ha logrado señalados triunfos en la ampliación y profundización de la democracia en nuestro país, sepa ahora, claramente, que los Estados Unidos le impedirán por las armas el acceso democrático y legal al poder.
Ello determina, también, en consecuencia, nuestra obligación de acentuar la lucha; movilizar las masas, vincular la acción antiimperialista a las reivindicaciones cotidianas de la población: la huelga, la ocupación de tierras, la movilización colectiva y la toma de conciencia de que a la violencia reaccionaria se opondrá y opondremos la violencia revolucionaria.
Será el propio pueblo de Chile y las condiciones de nuestro país lo que determine que hagamos uso de tal o cual método, para derrotar al enemigo imperialista y sus aliados.
No se nos escapa que esta lucha es excesivamente dura y difícil para un país solo y que, para hacerla más fácil, deberá contar con el respaldo, el apoyo y la solidaridad internacional.
Es fuerte y poderoso el imperialismo, pero, en conjunto, los pueblos oprimidos son mucho más fuertes que él y están en condiciones de vencerlo. De ahí por qué valoramos nosotros, extraordinariamente, la lucha antiimperialista de todos los pueblos del mundo y la sentimos como nuestra.
La Segunda Declaración de La Habana, aprobada en la Asamblea General del Pueblo de Cuba, dijo:
“¿Qué es la historia de América Latina?” “¿Y qué es la historia de América Latina sino la historia de África, Asia y Oceanía?” “¿Y qué es la historia de estos pueblos sino la historia más despiadada y cruel del imperialismo en el mundo entero?”
Estamos con los pueblos de Asia y África y el mundo árabe, que combaten con las armas en el Congo, en las colonias portuguesas, en el Yemen, en Laos, especialmente en el Vietnam, en contra del enemigo común.
Estimamos que sus luchas son valiosas ayudas para los pueblos latinoamericanos que, a su manera y en cada uno de los frentes, se oponen al imperialismo.
Estamos con los combatientes de Guatemala, Colombia, Venezuela, Perú, y en especial con el valeroso pueblo dominicano, con cuya heroica batalla por conquistar su libertad y expulsar a los invasores yanquis nos solidarizamos.
Estamos también con los que bregan por derrotar al imperialismo.
Hemos estado, estamos y estaremos con Cuba, que construye valerosamente el socialismo. No olvidemos que, contra este país, se descarga día a día una feroz acción imperialista que, entre otros aspectos, se traduce en el despiadado bloqueo económico. Esta isla que, a menos de cien millas de sus costas, levanta en sus aguerridos brazos la bandera de la dignidad, no sólo de su pueblo sino de América Latina toda y de todos los pueblos oprimidos del mundo.
Compañeros delegados: los representantes del movimiento popular chileno hemos llegado a esta histórica Conferencia para insistir en que su máxima importancia consiste en la posibilidad de lograr, sobre la base de la lucha sin renuncios contra el imperialismo, una combativa unidad a favor de la liberación de Asia, África y América Latina. La unidad de los pueblos en su lucha emancipadora es la base esencial de la victoria definitiva.
Esperamos que de esta Conferencia emerja una acción concertada y permanente de sus organizaciones de masas, representadas aquí para luchar resueltamente contra el imperialismo, creando las autoridades y mecanismos adecuados que, sin perjuicio de los organismos regionales existentes o por existir, permitan ligar más estrechamente sus luchas con la de los países de América Latina.
Sostenemos, asimismo, que de esta Conferencia debe salir una iniciativa destinada a relacionar y coordinar en forma permanente la acción antiimperialista del pueblo latinoamericano.
La Conferencia de México, en 1961, por la Soberanía Nacional, la Emancipación Económica y la Paz, y el Congreso de los Pueblos, realizado en La Habana en 1962 en pro de la autodeterminación y la no intervención, constituyen jalones señalados de un proceso de coordinación de los movimientos populares antiimperialistas del continente.
Compañeros: la delegación de Chile se esforzará porque la solidaridad de los pueblos de los tres continentes alcance en esta Conferencia los mejores instrumentos de acción, colocando, por sobre todo, su afán de unidad mundial antiimperialista. Unidad basada en la lucha intransigente que lleva a la derrota a las fuerzas que obstaculizan el avance de los pueblos de Asia, África y América Latina hacia la democracia, el socialismo y la paz; unidad para pasar con decisión a la ofensiva y conquistar la independencia económica y la soberanía política de nuestros pueblos. Unidad para darle al hombre la dignidad que hoy se le niega.
Unidad para terminar con el hambre, la enfermedad y la miseria moral y fisiológica.
Unidad para estructurar la nueva sociedad, sin explotados y explotadores.
Unidad para construir el socialismo.
SALVADOR ALLENDE

Nota:
* En esta Primera Conferencia de Solidaridad de los Pueblos de Asia, África y América Latina” denominada comúnmente “La Tricontinental”, celebrada en la Habana, se acordó crear, a propuesta de Allende, la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS). Merece subrayarse que la misma Salvador Allende -luego presidente de Chile- la presidió en esa oportunidad.


RAÚL ALFONSÍN “Illía Creía que el diálogo fecundo despertaría dormidas o aletargadas visiones de fraternidad y solidaridad, así como un nacionalismo defensivo que nunca consideró que debía volcarse contra nuestros hermanos latinoamericanos, sino ante los poderosos de la tierra que parecían incapaces de respetar nuestra autonomía de decisión”

RAÚL ALFONSÍN “Illía Creía que el diálogo fecundo despertaría dormidas o aletargadas visiones de fraternidad y solidaridad, así como un nacionalismo defensivo que nunca consideró que debía volcarse contra nuestros hermanos latinoamericanos, sino ante los poderosos de la tierra que parecían incapaces de respetar nuestra autonomía de decisión”



DISCURSO EN HOMENAJE AL DR. ARTURO ILLIA EN EL 25º ANIVERSARIO DE SU FALLECIMIENTO - CEMENTERIO DE LA RECOLETA, 18 de Enero de 2008

Quiero comenzar este discurso expresando el honor que significa para mí el hecho de poder rendir homenaje a don Arturo Illia con motivo del 25° aniversario de su fallecimiento, y quiero destacar que no es este un honor común, ni siquiera para un ex presidente de la Nación, ni para el correligionario y el admirador que compartiera con él tantas horas de brega y de esperanza. No debiera tratase de un honor particularísimo y especial, porque cualquier argentino en sus cabales, aun aquellos que fueron sus adversarios, reconoce, desde hace tiempo, la vida y la obra del insigne patriota. Así ha ocurrido y seguirá ocurriendo. Es una distinción, entonces, la que me ha sido conferida, y la agradezco profundamente, ante todo, como ciudadano. Es que la vida y la obra de don Arturo Illia son patrimonio de los argentinos, sea cual fuere el partido al que pertenezcan o con el que simpaticen. Desde luego que los radicales estamos orgullosos de él; desde luego que le profesamos veneración. Pero si trabajó siempre desde nuestro partido, no lo hizo apenas para los radicales. Trabajó para el pueblo entero, para el adelanto político y el progreso social del pueblo entero, sin reparar en banderas o credos.
He dicho vida y obra, automáticamente. Sin embargo, como en los grandes hombres, la vida y la obra eran, en don Arturo Illia, dos facetas de un mismo y solo impulso. Vivía para obrar, y obraba según vivía, gracias a una consustanciación que se volcaba en exclusividad al prójimo, a la causa del género humano, su único interés, su desvelo constante.

Recibido de médico es invitado a permanecer en Buenos Aires en una cátedra, pero prefiere marcharse al Interior, a un remoto pueblo de Córdoba, Cruz del Eje, antesala de los llanos riojanos, donde le habían otorgado un puesto de médico en los Ferrocarriles del Estado.
Illia no conocía aquella aldea establecida casi en un desierto, donde, como él contaba, nunca llovía y el agua a veces no alcanzaba para beber y lavarse. Pero agregaba que se quedó allí porque encontró algo que hacer "como médico y como ciudadano": ayudar a transformar la zona, la forma de vivir de la gente.
Removido de sus funciones tras el golpe de 1930, continuó atendiendo a sus vecinos. Viajó a Europa en 1934, respondiendo a una solicitud del Instituto Pasteur de París. Le ofrecieron un lugar entre sus investigadores, pero ante tamaña oportunidad de vida, ante semejante honra ofrecida por los científicos franceses, él optó por volver a Cruz del Eje, su tierra, donde lo necesitaban mucho más que en Europa, continente que se dirigía irremediablemente hacia la peor y más sangrienta conflagración de la historia del mundo. Destino fatal que Don Arturo divisó cuando visitó la Alemania nazi y la Italia fascista, países en los que pudo observar, según narraba, "cómo las masas podían ser dirigidas, por el temor y la propaganda, hacia donde el gobierno quería".
También estuvo en Suecia, Noruega y Dinamarca, y allí conoció "sociedades democráticas capaces de transformarse a sí mismas" (son sus palabras). "El problema ocupacional, el de la educación, el de la salud, todos se resolvían en paz", señalaba. "Los sistemas autoritarios y violentos presumían de ser más eficaces y expeditivos, pero eran engañosos y por lo tanto frágiles", explicaba Don Arturo. Fue una experiencia, sin duda capital en su vida, y quizás a ella se deba la aceptación de una candidatura a senador provincial en Córdoba, propuesta por sus correligionarios en 1936. Ganó esa banca. Y obtuvo la vicegobernación de Córdoba en 1940, de la que fue derrocado por otro golpe, el del 43.
En 1948 retornó a Buenos Aires, ahora con un mandato de diputado nacional. Más adelante, en marzo de 1962, fue electo gobernador de Córdoba, pero un nuevo golpe de estado le impidió asumir.
Sin embargo, un año y medio después era elegido Presidente de la Nación.
Acompañado en la vicepresidencia por ese gran luchador que fue Carlos Perette, Don Arturo se rodeó de un gabinete de lujo, integrado por Juan Palmero en Interior; Miguel Zavala Ortiz en Relaciones Exteriores y Culto, un ministerio que adquiriría una enorme relevancia durante los tres años de gobierno; Eugenio Blanco en una impecable actuación al frente de la cartera de Economía, quien se rodeó de figuras de la talla de Félix Elizalde, Roque Carranza, Bernardo Grinspun y Alfredo Concepción, de quienes, recordarán, fueron luego estrechos colaboradores míos; Carlos Alconada Aramburu en Educación y Justicia, a quien también tuve el privilegio de tener en mi gabinete; Leopoldo Suárez en Defensa Nacional; Arturo Oñativia en Asistencia Social y Salud; Fernando Solá en Trabajo y Seguridad Social, y a Angel Ferrando en Obras y Servicios Públicos, además de un importante equipo de asesores liderados por Germán López, ese excelente correligionario que 18 años más tarde tuve a mi lado a partir de 1983.
Arturo Illia fue el líder que las circunstancias definitorias de un cambio requerido que la Argentina necesitaba.
Casi no hace falta insistir sobre índices nacionales conocidos durante su gestión. El P.B.I. creció más del 20 % acumulado en los años 1964 y 1965, la industria el 35 %, el salario real se incrementó en más del 10 %, implantándose además el sistema mínimo y móvil; la ocupación aumentó; procuró consagrar la conducción nacional de la política energética; y, como él mismo lo sostuvo sin arrogancia, pero con legítimo orgullo, se luchó “ férreamente contra toda clase de privilegios internos y externos, defendiendo sin temor y sin agravios el interés general y nuestra soberanía nacional”.
Porque aquel gobierno sin venalidades ni ilícitos, aquel gobierno que obedeció a rajatabla los principios constitucionales y mantuvo la más celosa guarda de los derechos humanos, aquel gobierno en el que no se practicó la tortura ni los arrestos ocultos, aquel gobierno en que no se detuvo ni persiguió a un sólo argentino por sus ideas o sus opiniones, aquel gobierno que no cerró diarios ni ejerció censura ni presión alguna, aquel gobierno que se atuvo al federalismo al cabo de décadas de unitarismo disimulado, aquel gobierno que no interfirió en la vida de los partidos ‑incluyendo al justicialismo, al que reintegró a la normalidad electoral en 1965, tras un decenio de vedas y limitaciones‑, ni en la actividad de los sindicatos, los gremios de empresarios, los centros de arte y de ciencia, las universidades, ni en la vida de los creadores y los pensadores, ni en la del mero ciudadano; aquel gobierno que observó no sólo la letra sino además el espíritu de la Constitución de un modo desconocido hasta entonces desde 1930, y no repetido en la larga década y media posterior a su caída; aquel gobierno también fue ejemplar en materia de economía y justicia social.
Fue reducido el gasto público, verdadera hazaña si se recuerda que se elevaron los fondos destinados a la enseñanza, la salud y la vivienda; mermó el déficit fiscal y el de las empresas del Estado (por otra parte, no se adquirió ninguna empresa privada, entonces); y fue disminuida, sí, disminuida, la deuda externa, a pesar de lo cual se incrementaron las reservas del Banco Central.La distribución del ingreso, en fin, alcanzó una armonía inusitada, si se tiene en cuenta que no se logró en desmedro de la producción sino como consecuencia de su mayor volumen. Los sueldos y jornales participaron con el 41 por ciento; los salarios de bolsillo crecieron por encima de los precios, y el salario real aumentó de manera sostenida. Parece innecesario decir que descendió la tasa de desempleo a la mitad, y que se retrajo la inflación, de un promedio del dos por ciento mensual en 1963 a otro del uno por ciento en 1966.
Todos saben de qué forma se defendió el prestigio de la Argentina en el campo internacional, y de qué manera nuestro país se puso a la cabeza de las naciones en vías de desarrollo, para reclamar justicia universal y un nuevo orden económico internacional.
Es necesario recordar también la Resolución 2065 de 1965 de las Naciones Unidas. Para comprender el alcance y proyección de esta Resolución es muy útil tener presente la opinión del embajador Lucio García del Solar, quién estuvo a cargo de la Misión ante las Naciones Unidas durante la presidencia de Arturo Illia (1963-1966). Según recuerda García del Solar, “la gestión del presidente Arturo Illia, en materia de política exterior, mereció un lugar de honor en la historia Argentina por lo que significó la presentación en las Naciones Unidas de la reclamación por las Islas Malvinas que culminó en la Resolución 2065, por la que la comunidad internacional invitó a las partes en litigio a entablar negociaciones para solucionarlo”.
Todos saben de qué manera aumentó el salario real y todo lo que pudo lograrse a través de la instauración del sistema del salario mínimo, vital y móvil; pero también todos hemos aprendido que a pesar de ello, durante aquel tiempo en que los argentinos no habíamos encontrado aún nuestro rumbo, fueron diversos sectores del país -no por mala voluntad ni por falta de coraje, sino porque los argentinos todavía no habíamos encontrado el camino- los que impidieron la consolidación de la democracia y la afirmación de un gobierno que ya había demostrado que era de las mejores administraciones que había tenido la Nación Argentina.
Y así vimos entonces cómo obreros argentinos, llevados engañados por una minoría, desarrollaron un plan de lucha que terminaría por impedirles luchar por lo que realmente debían luchar: las reivindicaciones elementales del sector del trabajo. Así vimos como muchachos estudiantes, en defensa de lo que llamaban los postulados fundamentales de la reforma universitaria, se lanzaban también a una lucha que terminaría con una noche de los bastones largos y la transformación de la Universidad Argentina en apenas un “enseñadero”.
Así vimos también como los sectores de la producción preferían las alianzas corporativas, para terminar en un proceso que todos también conocemos y que nos llevó a la postración económica y al aumento de la dependencia en el campo económico de la Argentina.
Esa confusión en que deambulábamos los argentinos hasta el desencanto, esa intemperancia que nos ofuscaba hasta el revanchismo, ese desinterés por el país en que nos abismábamos hasta el egoísmo, esa falta de confianza en nosotros mismos, en definitiva, fue el caldo de cultivo que necesitaban las minorías lanzadas, una vez más, a urdir nuestro naufragio, porque en la consolidación de la democracia veían, como antaño y como hoy "el fin de sus privilegios y de sus franquicias”.
Creía don Arturo que la Argentina necesitaba una cohesión nacional que no se había dado en su historia, plagada de enfrentamientos y negativas irreductibles. Creía que el diálogo fecundo despertaría dormidas o aletargadas visiones de fraternidad y solidaridad, así como un nacionalismo defensivo que nunca consideró que debía volcarse contra nuestros hermanos latinoamericanos, sino ante los poderosos de la tierra que parecían incapaces de respetar nuestra autonomía de decisión, como en el caso de los medicamentos, que tanto tuvo que ver con el golpe. En el mismo sentido convocó a la firma de la Carta de Alta Gracia, en procura de defender mejor los intereses de nuestra región, cuyas conclusiones fueron compartidas por 77 países en la Conferencia de Comercio y Desarrollo celebrada durante 1964 en Ginebra.
A nadie consideraba enemigo. Buscaba y predicaba con su incansable sentido de la docencia, respeto por el adversario.
Creía que el país necesitaba de un empresariado nacional sólido, comprometido con el bienestar general y la recuperación de la capacidad de decisión nacional.
Creía que necesitaba de un sindicalismo democrático y fuerte, comprometido con la lucha por la dignidad y con la recuperación de la capacidad de decisión nacional.
Creía que el país necesitaba partidos políticos fuertes y definidos, comprometidos con la libertad, la justicia y con la búsqueda de la igualdad, como lo prueba su decisión de integrar rápidamente el padrón nacional.
Sabía que el diálogo no planteaba la homogeneización, así como que la democracia necesita de disensos. Pero comprendía que necesita también y fundamentalmente, consensos especiales capaces de extraer de la competencia política aspectos fundamentales vinculados a políticas de Estado.
Celoso de la individualidad partidaria, sabía también que había que evitar los compartimentos estancos. Nada se conseguiría con partidos políticos compartimentados y asociaciones sociales y económicas compartimentadas. Así no sería posible construir una democracia, y ni siquiera una Patria común. Así se yuxtaponían una patria y una antipatria. Una Nación y una anti-nación.Nos enseñaba don Arturo que los ciudadanos, en tanto usuarios, consumidores, productores, trabajadores, empresarios, profesionales, etcétera, no podían permanecer ajenos a decisiones que originaban consecuencias significativas sobre la calidad de sus vidas y sobre el funcionamiento, las metas y los valores de la sociedad. De todos reclamaba compromiso, participación, y rechazaba con indignación el intento de mantener a grandes capas de la población al margen de la participación en la toma de decisiones que inexorablemente tendrían sus consecuencias en su forma y calidad de vida. Según su criterio, el mal de la democracia provenía del hecho de que muchos se sintieran instrumentos pasivos de decisiones que adoptaban otros, cuando las dirigencias de cualquier clase se les oponían como élites cerradas, cuando eran convertidos en “masa”.
Sostenía que el derecho a las libertades individuales se relativiza si dejamos de preocuparnos por la igualdad. Igualdad política que supone distribución económica y distribución del conocimiento.Solía agregar en sus siempre parsimoniosas conversaciones, que sin duda le agradaban porque sabía que estaba haciendo docencia, que en una democracia deben existir un conjunto de derechos sociales por los cuales se sientan obligados a luchar todos los ciudadanos, sin diferencia en cuanto a la pertenencia a éste o aquél sector, pero que desgraciadamente, no todos entendían el derecho de todos a tener una vivienda digna, la asistencia de la salud asegurada, la educación de los hijos garantizada, y un ingreso adecuado para desarrollar y enriquecer la propia vida. Para un demócrata, insistía, no bastaba con amar la libertad. Creerlo, había que admitirlo, era una enorme falla en nuestra conciencia democrática.
Afirmaba que nadie podía dudar que la educación desempeña un papel central en la construcción de una sociedad democrática, solidaria y moderna.
De ella dependía, de manera principal, el desarrollo de una cultura democrática y secundariamente, la formación de hombres y mujeres aptos para dar respuestas a los crecientes desafíos de los cambiantes y cada vez más complejos sistemas de producción.
En su momento, diversos sectores, ubicados en distintas alas del pensamiento político, que hoy lo respetan, entonces no lo comprendieron.
Vale la pena citar algunas frases de su mensaje a la Asamblea Legislativa: "La Democracia Argentina necesita perfeccionamiento, pero que quede bien establecido: perfeccionamiento no es sustitución totalitaria. El concepto social de la democracia no es nuevo, y no es sólo nuestro. Mas lo importante no es que el sentido social de la democracia esté en nuestras declaraciones políticas o estatutos partidarios, sino que los argentinos tengamos la decisión y la valentía de llevarlo a la práctica. Pero deseamos desde ya alertar a quienes conciban a la democracia social como un simple proceso de distribución. Para que pueda existir justicia de la sociedad para con el hombre es necesario que éste, a su vez, sea justo para con la sociedad y no le niegue o retacee su esfuerzo. Esta es la hora de la reparación nacional a la que todos tenemos algo que aportar. Esta es la hora de las grandes responsabilidades. Esta es la hora de los grandes renunciamientos en aras del bienestar de la comunidad; quien así no lo entienda está lesionando al país y se está frustrando a sí mismo... Todas las fuerzas políticas participan desde hoy, en mayor o menor medida... en el gobierno de la cosa pública... En este proceso de recuperación y transformación social argentina, el Poder Ejecutivo cumplirá su parte”, dijo el flamante presidente en su discurso ante la Asamblea Legislativa.
Pero así como ahora nuestro país parece enmarañado con intereses que se cruzan y se avienen y en ciertos sectores la sociedad pareciera perder valores éticos fundamentales, eran tiempos peores los que vivía la República cuando asumía la Presidencia de la Nación el doctor Arturo Illia. El país estaba en una espesa bruma, en un estado de derrota, a veces daba la imagen de una división casi esquizofrénica entre los hechos y las palabras; no encontraba el rumbo, prisionero el pueblo de una desorientación que le impedía encontrar el camino que lo sacara de la decadencia y de los enfrentamientos, y lo llevara decididamente hacia el crecimiento con equidad y paz. Tiempos duros y difíciles. Por eso no alcanzó un gobierno extraordinario como el de Don Arturo para consolidar la democracia.
Era una Argentina agobiada por décadas de frustraciones, de choques, de infortunios, que parecía haber extraviado el rumbo, que se refugiaba, como vencida, en la búsqueda de soluciones milagrosas. Los argentinos habíamos perdido la confianza, la solidaridad, y éramos como autómatas encastillados en nuestras individualidades, dispuestos a imponer nuestras ideas, no a discutirlas. En este estado de situación, la convocatoria de Don Arturo Illia no fue escuchada por todos.
"Tanto daño puede causar el abuso del poder por el gobierno, como el abuso del derecho por los ciudadanos", advertía el presidente. Nadie ignora que el gobierno no abusó un ápice de su poder. Lamentablemente, fueron los ciudadanos los que abusaron de sus derechos, respetados como nunca antes.
El período de gobierno de don Arturo transcurrió en un momento en el que aun tenía plena vigencia la cultura autoritaria y antidemocrática que se había venido sedimentando en la población desde los años 30.
Su desgraciada destitución invirtió el desarrollo histórico de la Argentina por muchos años, lapso absolutamente irrecuperable, que además nos llevó al dolor de la lucha fraticida, al estancamiento y a la dependencia.
Recuerdo que Woodrow Wilson cuando abogaba por la concreción de la sociedad de las Naciones sostenía que de no tener éxito “el mundo experimentaría una de esas grandes desilusiones, una de esas penetrantes heladas de reacción, que terminaría en un cinismo universal”. Así sucedió, y montados en el desaliento y en el cinismo llegaron los totalitarismos y la guerra.
El absurdo golpe de Estado perpetrado contra el Gobierno de don Arturo Illia, también provocó un verdadero desastre nacional, cuyas consecuencias aún estamos pagando. Se invirtió el sentido del cambio. Vastos sectores de nuestro pueblo comprendieron la naturaleza profundamente antinacional y antidemocrática de un hecho que quebraba una línea de cambio orientada a engrandecer la libertad, la dignidad y la búsqueda de la igualdad, para provocar episodios que en definitiva venían a fomentar la injusticia y la entrega.
Otros sectores, frente a aberrantes y desconocidos desafíos supusieron que por la vía democrática no se lograría jamás un avance, que los esquemas interpretativos clásicos habían perdido utilidad para la correcta comprensión de los nuevos fenómenos, y en última instancia se pusieron a prueba convicciones esenciales y se buscó el cambio por otros caminos que impulsaron verdaderas regresiones.
Es cierto que el derrocamiento de Illia tuvo todos los ingredientes clásicos de los golpes de Estado en cualquier parte del mundo: actividad conspirativa en los cuarteles, connivencia civil, respaldo de grupos económicos, contexto internacional favorable, etc. Pero también es cierto que contó con un sustrato cultural que desde distintos ángulos alimentaba actitudes de desprecio hacia la democracia y que condicionó en gran medida el comportamiento de la población.
Sectores de la oposición, sin duda, desempeñaron un papel importante en este proceso, quizás sin advertirlo, incluyendo la línea de acciones claramente desestabilizadoras que adoptó desde el comienzo su componente sindical, y culminando con el apoyo brindado por el gremialismo al golpe de 1966. También hubo una acción obstruccionista en el Congreso que colocó a la minoritaria representación radical en una situación terriblemente difícil. Era casi imposible, no sólo legislar en general, sino también hasta hacer aprobar un proyecto de presupuesto, tan vitalmente necesario para el funcionamiento normal de todo el sistema.
Se olvidaba que el gobierno de Arturo Illia fue el restaurador de las instituciones de la Nación al reconocer absoluta libertad al justicialismo. Se olvidaba que era un gobierno de transición que debió aceptar las reglas del juego impuestas por la dictadura, como se había demostrado con anterioridad cuando el triunfo del justicialismo en la Provincia de Buenos Aires, fue una de las principales excusas para el derrocamiento de Frondizi.
Aun se mantenía viva en la conciencia política peronista la posición de ruptura con el orden –demoliberal- del que Illia era un claro exponente. Desde este enfoque, la perspectiva de un golpe que pusiera fin a un orden semejante no causaba aprehensión ni estimulaba movilizaciones populares en defensa del sistema. Por el contrario, se diría que hasta resultaba apetecible.
Este fenómeno nutrió entre nosotros una cultura de desprecio por lo que se solía llamar, con un facilismo extremo, “democracia burguesa”. Los sectores sometidos a esta influencia daban la bienvenida a cualquier circunstancia o proceso que sirviera para “agudizar las contradicciones”, lo que para ellos terminaba también por arrojar una luz macabramente positiva sobre los golpes de Estado.
Pero don Arturo Illia tenía comprobado que la democracia, esa alianza estrechísima e indisoluble de las libertades y las justicias, de todas las libertades y todas las justicias, no sólo era el sistema determinado por nuestras leyes sino el régimen apto para el crecimiento material y moral de nuestro pueblo.
Paciente, firme, empeñoso, lúcido, soportó las andanadas de la crítica y los embates de la oposición. Le importaba sobremanera la unión nacional y el bienestar del pueblo, y a estos fines superiores consagró la misma dedicación, el mismo celo y las mismas dotes de político y estadista que había demostrado en sus anteriores gestiones públicas.
Nadie, casi nadie puso en duda, en aquellos años de 1963 y a 1966, la rectitud legal ni la honestidad administrativa de don Arturo Illia y de su gobierno. Pero todos, casi todos desmerecieron la obra económica, social y cultural que llevaba a cabo, o la negaron sistemáticamente. Y sin embargo, ¡qué obra estupenda!
Así, al alba del 28 de junio de 1966, Don Arturo Illia fue desalojado de la Casa Rosada, sin miramientos y con alevosía, como si se tratara de un enemigo; peor, ya que a los enemigos se los considera en el campo de batalla, y se les dispensan ceremonias de las que no gozó este gran presidente de la legalidad y el orden constitucionales, este devoto ciudadano, este patriota cuya sensibilidad social es hoy legendaria.
Este hombre culto y generoso, amante de su pueblo, que apenas derrocado llamó al escribano general de gobierno para formular su declaración de bienes. Sólo conservaba su casa en Cruz del Eje, obsequiada en 1947 por sus vecinos, y los útiles de su consultorio. Había perdido hasta su automóvil y los depósitos bancarios que tenía al asumir.
Mil movilizaciones debieron parar al país la noche de aquel fatídico 28 de junio. Mil movilizaciones del pueblo que gritara libertad. Pero se caían los brazos ante una comunidad nacional que protestaba y que no se sentía feliz. Se caían los brazos en una sociedad donde desgraciadamente los rencores estaban a flor de piel y donde no encontrábamos la fórmula para superar el desaliento y el derrotismo, porque mejores eran los resultados y más negativa era esa actitud casi generalizada de desánimo y a veces de tristeza.
Poco tiempo después de su derrocamiento, sin rencor alguno, escribía este hombre admirable: “seis meses es tiempo suficiente para que nuestros conciudadanos reconozcan cabalmente las consecuencias del cambio operado en la conducción económica del gobierno... La aparente simplificación que supuso la supresión de los controles institucionales para lograr mayor eficiencia, ha fracasado y todos comprendemos ya que la democracia orgánica y seriamente practicada es el único camino capaz de asegurar en libertad u justicia el crecimiento ordenado.”
Señalé al comienzo que Don Arturo había obrado según su vida, y que había vivido de acuerdo con sus obras. Y lo siguió haciendo hasta su muerte, el 18 de enero de 1983, nueve meses antes de que los argentinos, ahora sí libres de la confusión, de la intemperancia, del desinterés; ahora sí confiados en sí mismos, optaran definitivamente por la democracia. No por un partido, no por un hombre; por la democracia, como él anhelaba, como él se había esforzado porque lo anheláramos todos, como él se desveló para que lo sintiéramos todos, para que todos lo entendiéramos, para que todos lo propagáramos, para que todos nos hiciéramos beneficiarios y defensores de la democracia, para que todos abrazáramos las libertades y las justicias, para que todos, en fin, fuéramos dignos de nosotros, y dignos de la Argentina, la Argentina que nos merecemos.
Cuando fui electo Presidente en 1983, tuve la fortuna de ser el heredero, por voluntad de la mayoría, de una Argentina nueva en cuyo nacimiento don Arturo Illia tuvo responsabilidad decisiva. Y ahora los argentinos piden que sus dirigentes no pierdan el rumbo, que no caigamos en nuevas confusiones, en nuevas intemperancias, en nuevos desintereses, que terminemos de desterrar la manipulación, el revanchismo, el egoísmo. Que confiemos cada vez más en nosotros. Que no reiteremos los desastres de aquel tiempo ya lejano y, a la vez, tan próximo.
Que no aticemos el encono, vistiéndolo de expresión de ideas. Que nuestros gobernantes, periodistas, nuestros sindicalistas, nuestros estudiantes, nuestros políticos, nuestros militares, nuestros empresarios, nuestros creadores de arte y ciencia, nuestros religiosos no dejen nunca de divisar el límite entre la democracia y el ataque solapado al sistema democrático. Que no franqueen ese límite, como tantos sectores lo hicieron, a sabiendas o indeliberadamente en los mil días de gobierno de Don Arturo Illia. Insisto con esta frase de Don Arturo: "Si no se vive la democracia, la libertad, la justicia, uno se está muriendo". Basta de morir en la Argentina.
Creo que este es el mensaje para hoy de Don Arturo: la necesidad, no solamente de hacer buenos gobiernos sino la necesidad de hacer docencia de la democracia. Por eso, en estos días que vivimos, donde hemos alejado ya definitivamente el fantasma de los golpes de Estado; en estos días que vivimos, donde por encima de nuestras lógicas discrepancias requerimos un absoluto marco de respeto por las instituciones de la democracia para desarrollar dignamente nuestra vida institucional; en el marco también de discusiones que a veces son agrias, debemos recoger ese mensaje para proclamar sin distinción de partidos políticos que por encima del acierto o del error del gobierno, lo que interesa a los argentinos es una lucha permanente por el estado de derecho, por la calidad de las instituciones de la Nación, por el debido proceso, y por la dignidad de los hombres.
Merecería haber vivido este tiempo don Arturo Illia; con sus dotes de estadista le hubiera sido más fácil desenvolverse en la búsqueda de una República asentada, y en plena lucha para transformar a esta Nación en una democracia con igualdad de oportunidades y en la que cada persona reciba lo que le corresponde por el sólo hecho de vivir en esta sociedad. Hemos aprendido muy duras lecciones y estamos absolutamente persuadidos de que solamente a través de las instituciones de la democracia es como vamos a afianzar la posibilidad de la justicia y de la paz en nuestra patria. Arturo Illia nos dejó su mensaje de paz, de austeridad, su sentido exquisito del respeto por la personalidad humana, y casi por obligación debemos transitar ese camino, exactamente ese camino, para hacer la Argentina que nos merecemos.Illia murió el 18 de enero de 1983, cuando ya podía presentirse el triunfo de sus ideales y el reconocimiento a su lucha.
Hoy nos podemos preguntar si en realidad está muerto este hombre. Si los argentinos somos capaces de aprender de la terrible experiencia que hemos pasado y sabemos juntar el coraje cívico con la madurez política, y todo eso en el tono de una alegría de fondo sin la cual los pueblos marchan hacia el suicidio; si los argentinos aprendimos todo eso, Arturo Illia estará más vivo que nunca entre nosotros.
Querido don Arturo, muchos años después, en un nuevo milenio, así seguimos entendiéndolo.. Muchas gracias por lo que hizo, por lo que nos enseñó y por el legado democrático que perdurará por más tiempo que en la vida de nuestros corazones, en las profundidades de la vocación patriótica de los argentinos.
RAÚL RICARDO ALFONSÍN


lunes, 12 de octubre de 2015

JOSÉ GERVASIO ARTIGAS “A la empresa compatriotas, que el triunfo es nuestro: vencer ó morir sea nuestra cifra; y tiemblen, tiemblen esos tiranos de haber excitado vuestro enojo, sin advertir que los americanos del sud, están dispuestos a defender su patria; y a morir antes con honor, que vivir con ignominia en afrentoso cautiverio”

JOSÉ GERVASIO ARTIGAS 
A la empresa compatriotas, que el triunfo es nuestro: vencer ó morir sea nuestra cifra; y tiemblen, tiemblen esos tiranos de haber excitado vuestro enojo, sin advertir que los americanos del sud, están dispuestos a defender su patria; y a morir antes con honor, que vivir con ignominia en afrentoso cautiverio”





PROCLAMA DE MERCEDES 11 de abril de 1811

Leales y esforzados compatriotas de la Banda Oriental del Río de la Plata: vuestro heroico entusiasmado patriotismo ocupa el primer lugar en las elevadas atenciones de la Excma. Junta de Buenos Aires que tan dignamente nos regenta.
Esta, movida del alto concepto de vuestra felicidad, os dirige os dirige todos los auxilios necesarios para perfeccionar la grande obra que habéis empezado: y que continuando con la heroicidad, que es análoga a vuestros honrados sentimientos, exterminéis a esos genios díscolos opresores do nuestro suelo, y refractarios de los derechos de vuestra respetable sociedad. Dineros, municiones, y tres mil patriotas aguerridos son los primeros socorros con que la Excelentísima Junta os da una prueba nada equívoca del interés que torna en vuestra prosperidad: esto lo tenéis a la vista, desmintiendo las fabulosas expresiones con que os habla el fatuo Elio, en su proclama de 20 de marzo. Nada más doloroso a su vista, y a la de todos sus facciosos, que el ver marchas (con pasos majestuosos) esta legión de valientes patriotas, que acompañados con vosotros van á disipar sus ambiciosos proyectos: y á sacar a sus hermanos de la opresión en que gimen, bajo la tiranía de su despótico gobierno.
Para conseguir el feliz éxito, y la deseada felicidad a que aspiramos, os recomiendo á nombre de la Excelentísima Junta vuestra protectora, y en el de nuestro amado jefe, una unión fraternal, y ciego obedecimiento á las superiores órdenes de los jefes, que os vienen a preparar laureles inmortales. Unión caros compatriotas, y estad seguros de la victoria. He convocado á todos los patriotas caracterizados de la campaña; y todos, todos se ofrecen con sus personas y bienes, a contribuir a la defensa de nuestra justa causa.
A la empresa compatriotas, que el triunfo es nuestro: vencer ó morir sea nuestra cifra; y tiemblen, tiemblen esos tiranos de haber excitado vuestro enojo, sin advertir que los americanos del sud, están dispuestos a defender su patria; y a morir antes con honor, que vivir con ignominia en afrentoso cautiverio.
Cuartel General de Mercedes. 11 de abril de 1811.
JOSÉ GERVASIO ARTIGAS

Desde su cuartel de Mercedes Artigas iniciaba la lucha contra los españoles, que controlaban la ciudad de Montevideo. Entonces, todavía no tenía diferencias con el gobierno de Buenos Aires.


YASSER ARAFAT “En este día maldito, el estado de Israel fue establecido por la fuerza de las armas, como el resultado de la conspiración imperialista, sobre las ruinas de nuestra patria Palestina”

YASSER ARAFAT
En este día maldito, el estado de Israel fue establecido por la fuerza de las armas, como el resultado de la conspiración imperialista, sobre las ruinas de nuestra patria Palestina”




DISCURSO EN EL DÍA DE CONMEMORACIÓN DE LA NAQBA 15 de Mayo de 2003]

Nosotros deseábamos mostrar gratitud a aquellos considerados débiles en la tierra, y hacerles líderes y hacerles herederos de nuestras generosidades, y establecerlos en la tierra: nuestro heroico pueblo palestino, en la patria y en la diáspora, nuestros hermanos queridos en la noble patria árabe, nuestros amigos, los hombres honorables y libres en el mundo, nuestros residentes de pie, firmes en los campos de refugiados, a quienes creen en la constancia y el retorno, nuestros hijos y el fruto de nuestros lomos en las prisiones y casas de detención, nuestras generaciones que aumentan en valor y honor.
La gran conspiración sionista imperialista en contra de nuestra nación Árabe y nuestra patria Palestina, la cual empezó con el Congreso Sionista en 1897 en Basilea, Suiza, alcanzó su maldito punto máximo el 15 de mayo de 1948. En este día maldito, el estado de Israel fue establecido por la fuerza de las armas, como el resultado de la conspiración imperialista, sobre las ruinas de nuestra patria Palestina. Nuestro pueblo fue relegado de nuestra patria, en exilio, en la diáspora, y en los campamentos de refugiados por matanzas. ¿Ha olvidado el mundo y ha olvidado nuestro pueblo, la matanza de Deir Yassin y Qibiya y Nahalin y las otras matanzas en 1947, 1948, y desde entonces? En 1947, las fuerzas imperialistas que controlaron a las Naciones Unidas en ese momento forzaron la partición de nuestra patria, Palestina, en dos estados: uno Árabe Palestino y uno Judío Israelí. Pero el Estado de Palestina no se levantó, y nunca vio la luz del día, y ninguno dio incluso la mínima consideración a la decisión de legitimidad internacional, es decir a las Naciones Unidas considerando a nuestro pueblo y a su derecho a un Estado independiente en la histórica tierra de Palestina. Nuestro pueblo Palestino tuvo que escoger entre dos caminos: entre desaparecer y ser erradicado, y constancia, conflicto, y adhesión a nuestro derecho sobre nuestra eterna patria Palestina. Nuestro pueblo Palestino, un pueblo de valentía, no dudó en escoger el camino de pararse al frente de la batalla por la tierra, al frente de la batalla bendecidos por Alá, el primer sitio de oración y el tercer lugar más santo, el lugar que Muhammad alcanzó durante su jornada nocturna, y el lugar del nacimiento de Jesús. Nuestro pueblo no acepta humillación, desprecio, sumisión, obediencia, esclavitud, e imperialismo en los lugares santos a la Cristiandad y el Islam, porque es una creencia de este noble pueblo y en su sangre corre la sangre de fe y honor, amor a la patria y amor a la nación que aumenta, así como se expande la conspiración.
Palestina es nuestra patria, la tierra del frente de batalla y la tierra santa, nuestra patria y la patria de nuestros padres y abuelos, la patria de nuestros nietos y de las generaciones por venir. No tiene ningún sustituto, y no tenemos ninguna otra patria. Cada refugiado palestino espera al día cuando abrazará la patria y restaurará su identidad y el honor de ciudadano en su patria Palestina. Ellos son aquellos que han sido injustamente llevados fuera de sus casas sólo porque afirmaron que Nuestro Señor es Alá.3[iii] Nuestro pueblo palestino que está de pie en la tierra del frente de batalla, nuestra meritoria nación Árabe, nosotros somos la nación del valiente, una nación como el ave fénix. El pueblo palestino es el número más fuerte en la ecuación de guerra y paz en el Medio Oriente hoy. Ésta es nuestra situación y nuestra verdad en esta continua lucha que emprendemos por la causa de nuestro derecho a nuestra patria Palestina. ¿Al principio, algunos se preguntaron dónde estaba el pueblo palestino? ¿Se atreven a preguntar hoy dónde están ellos? ¿Hay alguien que diga hoy sobre nuestro pueblo que los más viejos están muertos y los más jóvenes han sido olvidados? Y qué tienen ellos por decir sobre los caballeros palestinos? Fares, Fares 'Ouda, el muchacho que desafió un tanque con una piedra y cayó como un mártir por la causa de los lugares santos, la patria, y la libertad. La verdad palestina exclama hoy. Está tan claro como el sol a lo largo del mundo, y nadie continuará siendo enajenado de ella y nadie la ignorará - porque Fares 'Ouda dijo las palabras que cada palestino debería decir, antes de caer como un mártir en el fuego del tanque Israelí: 'U obtenemos una patria, libertad, e independencia, o entramos en el camino del martirio por la causa de Alá, la patria, y el honor! Durante los últimos 55 años, los mártires y heridos han caído por la causa de la libertad de la patria y del retorno de sus hijos. Hoy, miles de hombres y mujeres palestinos son encerrados en las prisiones de ocupación y casas de detención, porque ellos no aceptan la ocupación y persecución y están determinados a lograr la libertad y la independencia. Ellos tienen la bendición, y tienen la promesa y el voto de que su libertad y su rescate son nuestra mayor preocupación y nuestra meta suprema. Su libertad es la libertad de la patria.
En las ciudades de Palestina, en sus campamentos de refugiados, en sus asentamientos y pueblos, sus llanuras, sus montañas, sus bosquecillos de árboles y sus costas, sobre 70,000 mártires y heridos han caído defendiendo la libertad e independencia de la patria y los lugares santos al Islam y a la Cristiandad. Ellos tienen bendición y gloria. Ellos están entre los mártires y los santos, que son los mejores amigos de los mártires quiénes mejoran la tierra con su sangre por la causa de la independencia y libertad y el establecimiento del Estado independiente de Palestina cuya capital es Jerusalén, si Alá lo lega, ellos entraran en la mezquita así como habían entrado en ella la primera vez; Alá nunca falla a Su promesa. Por medio de nuestras batallas, nuestros sacrificios, nuestra unidad nacional, y nuestra determinación, nuestra nación se ha impuesto a sí misma y a su causa sobre la ecuación en el Medio Oriente y en todos los intentos por erradicarlo, para hacerlo desaparecer, o para convertirlos en un pueblo esparcido en la diáspora, en el exilio, y en los campamentos de refugiados. La verdad política con la cual ninguno discrepa hoy es que la guerra estallará en Palestina y la paz empezara desde Palestina, el Estado Palestino independiente cuya capital es Jerusalén.
Nosotros hemos declarado en el pasado que la opción de paz, la paz del valiente, la cual firmamos con nuestro socio Yitzhak Rabin, de memoria bendita, es nuestra opción estratégica. Pero el poder despótico y la conspiración enorme rechazaron y están rechazando todavía nuestra opción por la causa de una paz justa, eterna y comprensiva en Palestina, Siria, y el Líbano y en la región entera de acuerdo con la legitimidad internacional y sus resoluciones: 242, 338, 425, 194, 1397, y otras resoluciones y acuerdos, entre la más reciente como la "Hoja de Ruta". Quien quiera que piense que una falsa paz puede engañar a nuestro pueblo está alucinando. No habrá ninguna paz sin un pleno retiro Israelí de todos los territorios palestinos y árabes, a la línea del 4 de junio de 1967. Igualmente, los asentamientos ilegales, que pillan nuestra tierra, nuestra nación, y nuestra libertad deben dejar de existir. Los colonos deben dejar nuestra tierra palestina. La paz no puede venir y la seguridad no puede ser mantenida a la sombra de la ocupación y de los asentamientos. Éste es el principio aprobado por los árabes de acuerdo a la iniciativa del coronado Príncipe saudita Abdullah. Ésta es la base del principio de la conferencia de paz de Madrid, la conferencia de Washington, y la conferencia de El Cairo, y las conferencias de Sharm Al-Sheikh, Taba, Wye River y París, entre otras. Este principio es tierra por paz.
En un momento, cuando la conspiración se está expandiendo y los conspiradores en contra de nosotros y en contra de toda la región proliferan, yo llamo a nuestro pueblo y a nuestra noble nación árabe a cerrar filas por el retorno de nuestros territorios ocupados, por la causa de nuestra libertad y nuestra defensa de los lugares sagrados a la cristiandad y el Islam en la tierra bendita. Yo llamo a nuestro pueblo y a nuestra Nación a estar de pie en contra de esta tormenta que está pasando por encima de todos nosotros en la región. Nosotros triunfaremos, con la ayuda de Alá. Mis heroicos hermanos y hermanas, yo llamo a ustedes, todos, a estar sujetos a la disciplina nacional, para respetar el régimen general y la solidaridad social, según la cual aquellos con medios ofrecerán ayuda al necesitado. Nosotros estamos a bordo de la nave de la libertad, aferrándonos a la solidaridad, y unidos. Ésta es la fuente de fuerza y elevación para nuestro pueblo, ante la cara del más arrogante conspirador y la máquina de guerra y destrucción en su posesión. Yo les bendigo a todos, y les doy la mano a cada uno de ustedes, cada mujer, persona mayor, muchacho o muchacha, y les digo: Esta patria, los lugares santos a la cristiandad y al Islam, Jerusalén y las otras ciudades santas, nuestros pueblos y los campamentos de refugiados, son todos nuestra responsabilidad, yo les instruyo a que protejan esta responsabilidad y la defiendan con su alma y su sangre. Hagan ustedes que perduren con fortaleza, y ustedes lo pueden hacer sólo con la ayuda de Alá; y no lamentarse por ellos, ni sentirse afligidos debido a sus complots.
YASSER ARAFAT

Nakba es un término árabe (النكبة) que significa "catástrofe" o "desastre", utilizado para designar al éxodo palestino que dio inicio el 15 de mayo de 1948.