BARACK OBAMA “seguimos siendo la nación más rica, más
poderosa, y más respetada del mundo”
En la plaza McCormick, Chicago, Illinois, discurso de despedida 10.1.2017
Es bueno estar en casa. Mis conciudadanos,
Michelle y yo nos sentimos conmovidos por todos los buenos deseos que hemos
recibido en las últimas semanas. Pero esta noche, es mi turno para decir
gracias. Ya sea cuando nuestras posturas hayan coincidido o cuando no hayamos
estado de acuerdo en lo absoluto, mis conversaciones con ustedes, el pueblo
estadounidense - en salones y escuelas; en las granjas y en las fábricas; en
los comedores y en puestos avanzados - son lo que me han mantenido honesto,
inspirado, y motivado. Cada día, aprendí de ustedes. Ustedes me hicieron un
mejor presidente, me hicieron un mejor hombre.
Vine por primera vez a Chicago poco después de
cumplir 20 años, cuando aún intentaba averiguar quién era; buscando un
propósito para mi vida. Fue en los barrios no lejos de aquí donde empecé a
trabajar con grupos de la iglesia a las sombras de los molinos de acero
cerrados. Fue en estas calles donde fui testigo de la fuerza de la fe y la
dignidad tranquila de los trabajadores ante las dificultades y la pérdida. Aquí
es donde aprendí que el cambio sólo ocurre cuando la gente se involucra, se
compromete y se une para exigirlo.
Después de ocho años como Presidente, sigo
creyendo eso. Y no es sólo mi opinión. Es el corazón de nuestra idea
estadounidense - nuestro osado experimento de autonomía.
Es la convicción de que todos somos creados
iguales, dotados por nuestro Creador de ciertos derechos inalienables, entre
ellos la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.
Es la insistencia en que estos derechos, aunque
son evidentes, nunca se han aplicado de forma automática; que nosotros, el
pueblo, mediante el instrumento de nuestra democracia, podemos formar una unión
más perfecta.
Este es el gran don que nuestros fundadores nos
dieron. La libertad de perseguir nuestros sueños individuales a través de
nuestro sudor, trabajo e imaginación, y el imperativo de luchar juntos para
lograr un bien mayor.
Durante 240 años, el
llamado de nuestra nación a la ciudadanía le ha dado trabajo y propósito a cada
nueva generación. Es lo que llevó a los patriotas a elegir la república sobre
la tiranía, a los pioneros a irse al oeste, a los esclavos a desafiar aquel
precario ferrocarril para conseguir la libertad. Es lo que atrajo a inmigrantes
y refugiados desde más allá de los océanos y el Río Bravo, impulsó a las
mujeres a luchar por el voto, estimuló a los trabajadores a organizarse. Por
eso nuestros soldados dieron sus vidas en la playa Omaha y en Iwo Jima; en Irak
y Afganistán - y es por eso que hombres y mujeres desde Selma hasta Stonewall
estaban preparados para dar las suyas.
Eso es lo que queremos decir cuando decimos que
Estados Unidos es excepcional. No es que nuestra nación haya sido impecable
desde el inicio, sino que hemos demostrado la capacidad de cambiar y mejorar la
vida de aquellos que vienen después.
Es cierto, nuestro progreso ha sido desigual. La
labor de la democracia siempre ha sido difícil, polémica y a veces sangrienta.
Por cada dos pasos adelante, a menudo se siente que damos un paso atrás. Pero
el largo recorrido de Estados Unidos ha sido definido por el movimiento de
avance, por una constante ampliación de nuestro credo constitucional para
aceptar a todos, y no sólo a unos cuantos.
Si les hubiera dicho hace ocho años que Estados
Unidos saldría de una gran recesión, restablecería nuestra industria automotriz,
y daría pie al período más largo de creación de empleos en nuestra historia… si
les hubiera dicho que abriríamos un nuevo capítulo con el pueblo cubano,
cerraríamos el programa nuclear de Irán sin disparar un tiro y eliminaríamos al
cerebro de los atentados del 11 de septiembre…si les hubiera dicho que íbamos a
conseguir la igualdad en el matrimonio y garantizaríamos el derecho al seguro
de salud para otros 20 millones de nuestros conciudadanos - ustedes podrían
haber dicho que estábamos apuntando demasiado alto.
Pero eso es lo que hicimos. Eso es lo que
ustedes hicieron. Ustedes fueron el cambio. Ustedes respondieron a las
esperanzas de las personas y, por ustedes, en casi todos los aspectos, Estados
Unidos es un lugar mejor, más fuerte de lo que era cuando empezamos.
En diez días, el mundo será testigo de un sello
distintivo de nuestra democracia: la transferencia pacífica del poder de un
presidente elegido libremente al siguiente. Le prometí al presidente electo
Trump que mi administración garantizaría una transición sin problemas, los
mismo que el presidente Bush hizo por mí. Porque a todos nos corresponde
asegurarnos de que nuestro gobierno pueda ayudarnos a superar los numerosos
desafíos que enfrentamos.
Tenemos lo que necesitamos para hacerlo. Después
de todo, seguimos siendo la nación más rica, más poderosa, y más respetada del
mundo. Nuestra juventud y nuestro ímpetu, nuestra diversidad y apertura,
nuestra ilimitada capacidad de riesgo y reinvención significan que el futuro
debe ser nuestro.
Pero este potencial sólo se hará realidad si
nuestra democracia funciona. Sólo si nuestra política refleja la decencia de
nuestro pueblo. Sólo si todos nosotros, independientemente de nuestra
afiliación política o interés particular, ayudamos a restaurar el sentido de
propósito común que tanto necesitamos en este momento.
Eso es en lo que quiero enfocarme esta noche -
el estado de nuestra democracia.
Debemos entender que la democracia no exige la uniformidad. Nuestros fundadores discutieron y se comprometieron, y esperaban que nosotros hiciéramos lo mismo. Pero sabían que la democracia sí exige un sentido básico de la solidaridad - la idea de que, a pesar de todas nuestras diferencias externas, estamos todos juntos en esto; que avanzamos o fracasamos como uno sólo.
Ha habido momentos a lo largo de nuestra
historia que amenazaron con romper esa solidaridad. El comienzo de este siglo
fue uno de esos momentos. Un mundo cada vez más pequeño, la creciente
desigualdad; el cambio demográfico y el fantasma del terrorismo - estas fuerzas
no sólo han puesto a prueba nuestra seguridad y prosperidad, sino nuestra
democracia. Y la forma en que enfrentemos estos desafíos para nuestra
democracia determinará nuestra capacidad para educar a nuestros hijos, crear
buenos empleos y proteger nuestra patria.
En otras palabras, determinará nuestro futuro.
Nuestra democracia no funcionará sin el
conocimiento de que todo el mundo tiene oportunidades económicas. Hoy en día,
la economía está creciendo nuevamente; los salarios, los ingresos, los valores
de las viviendas, y las cuentas de jubilación están aumentando de nuevo; la
pobreza está disminuyendo de nuevo. Los ricos están pagando una parte más justa
de los impuestos, incluso en momentos en que el mercado de valores está
rompiendo récords. La tasa de desempleo está cerca de su nivel más bajo en diez
años. La tasa de no asegurados nunca ha sido menor. Los costos del cuidado de
la salud están aumentando al ritmo más lento en 50 años. Y si alguien puede
idear un plan que sea manifiestamente mejor que las mejoras que le hemos hecho
a nuestro sistema de atención de la salud - que cubre a tantas personas a un
menor costo - voy a apoyarlo públicamente.
Después de todo, ése es el motivo por el cual
servimos - para mejorar la vida de las personas, no empeorarla.
Pero a pesar de todo el verdadero progreso que
hemos logrado, sabemos que no es suficiente. Nuestra economía no funciona tan
bien o crecen tan rápidamente cuando unos pocos prosperan a costa de una
creciente clase media. Pero la cruda desigualdad también es corrosiva para
nuestros principios democráticos. Mientras que el uno por ciento superior ha
amasado una parte mayor de la riqueza y los ingresos, muchas familias, en el
interior de las ciudades y condados rurales, han quedado atrás - el trabajador
despedido de la fábrica; la camarera y trabajador de la salud que luchan para
pagar las cuentas - convencidos de que el juego está amañado en contra de
ellos, que su gobierno sólo sirve a los intereses de los poderosos - una receta
para más cinismo y polarización en nuestra política.
No hay soluciones rápidas a esta tendencia de
largo plazo. Estoy de acuerdo en que nuestro comercio debe ser justa y no sólo
libre. Pero la próxima ola de desarticulación económica no vendrá del
extranjero. Vendrá del ritmo trepidante de la automatización que volverá
obsoletos muchos buenos empleos de clase media.
Y, entonces, debemos forjar un nuevo pacto
social - para garantizarles a todos nuestros hijos la educación que necesitan;
para darles a los trabajadores la facultad de sindicalizarse por mejores
salarios; para actualizar la red de seguridad social para reflejar la manera en
que vivimos ahora y hacer más reformas al código tributario para que las
empresas y los individuos que obtienen el máximo provecho de la nueva economía
no eludan sus obligaciones para con el país que hizo posible su éxito. Podemos
discutir sobre la mejor manera de lograr estos objetivos. Pero no podemos
descuidarnos respecto a los objetivos en sí mismos. Si no creamos oportunidades
para todos, el descontento y la división que han obstaculizado nuestro progreso
se agudizarán en los años venideros.
Hay
una segunda amenaza para nuestra democracia - una que es tan antigua como
nuestra propia nación. Después de mi elección, se hablaba de una nación
post-racial. Esa visión, por bien intencionada que haya sido, nunca fue
realista. La raza sigue siendo una fuerza potente y a menudo divisoria en
nuestra sociedad. He vivido el tiempo suficiente para saber que las relaciones
raciales son mejores que lo que eran diez o veinte o treinta años atrás - se
puede ver no sólo en las estadísticas, sino en las actitudes de los jóvenes
estadounidenses de todo el espectro político.
Pero no estamos donde debemos estar. Todos
tenemos más trabajo que hacer. Después de todo, si cada cuestión económica se
enmarca como una lucha entre una clase media blanca trabajadora y las minorías
indignas, entonces los trabajadores de la más diversa índole terminarán
luchando por migajas mientras los ricos se retiran aún más en sus enclaves
privados. Si nos abstenemos de invertir en los hijos de inmigrantes, sólo
porque no se parecen a nosotros, disminuyen las perspectivas de nuestros
propios hijos - porque esos niños morenos representarán una mayor proporción de
la fuerza laboral de Estados Unidos. Y nuestra economía no tiene que ser un
juego de suma cero. El año pasado, los ingresos aumentaron para todas las
razas, todas las edades, tanto para los hombres como para las mujeres.
En lo adelante, debemos respetar las leyes
contra la discriminación - en la contratación, en la vivienda, en la educación
y en el sistema de justicia penal. Eso es lo que nuestra Constitución y
nuestros más altos ideales requieren. Pero las leyes por sí solas no serán
suficientes. Los corazones deben cambiar. Si queremos que nuestra democracia
funcione en esta nación cada vez más diversa, cada uno de nosotros debe tratar
de seguir los consejos de uno de los grandes personajes de la ficción
estadounidense, Atticus Finch, quien dijo que "uno no entiende a los demás
hasta que no considera las cosas desde su punto de vista ... hasta que no se
mete bajo su piel y camina con ella por la vida".
Para los negros y otras minorías, que significa
unir nuestras propias luchas por justicia a los desafíos que mucha gente en
este país enfrenta - los refugiados, los inmigrantes, los pobres de las zonas
rurales, las personas transgénero, Americana y también el hombre blanco de
mediana edad quien desde el exterior puede parecer que tiene todas las
ventajas, pero quien ha visto su mundo trastocado por los cambios económicos,
culturales, y tecnológicos.
Para
los norteamericanos blancos, significa reconocer que los efectos de la
esclavitud y Jim Crow no desaparecieron repentinamente en los años 60; que
cuando los grupos minoritarios expresan descontento, no están simplemente
practicando el racismo inverso o la corrección política; que cuando protestan
de forma pacífica, no están exigiendo un trato especial, sino la igualdad de
trato que nuestros fundadores prometieron.
Para los estadounidenses nativos, significa
recordar que los estereotipos acerca de los inmigrantes de hoy se dijeron, casi
palabra por palabra, sobre los irlandeses, italianos y polacos. Estados Unidos
no se debilitó por la presencia de estos recién llegados; ellos adoptaron el
credo de esta nación, y éste se fortaleció.
Así que, independientemente del lugar que
ocupemos; tenemos que esforzarnos más; empezar con la premisa de que cada uno
de nuestros conciudadanos ama a este país tanto como nosotros; que valora el
trabajo y la familia como nosotros; que sus hijos son tan curiosos, ilusionados
y dignos de amor como los nuestros.
Nada de esto es fácil. Para muchos de nosotros,
es más seguro refugiarnos en nuestras propias burbujas, ya sea en nuestros
barrios o campus universitarios o lugares de culto o nuestros medios sociales,
rodeados de personas que son como nosotros y comparten la misma perspectiva
política y nunca rebaten nuestros supuestos. El aumento del partidismo
manifiesto, el aumento de la estratificación económica y regional, la
fragmentación de nuestros medios de comunicación en canales para todos los
gustos - todo esto hace que esta gran separación parezca natural, incluso
inevitable. Y cada vez más, estamos tan seguros en nuestras burbujas que sólo
aceptamos información, ya sea verdadera o no, que se adapte a nuestras
opiniones, en lugar de basar nuestras opiniones sobre las pruebas que existen.
Esta tendencia representa una tercera amenaza
para nuestra democracia. La política es una batalla de ideas; en el curso de un
debate saludable, priorizamos objetivos diferentes, y los distintos medios para
alcanzarlos. Pero sin una base común de hechos; sin la voluntad de admitir
nueva información y reconocer que el oponente tiene razón, y que la ciencia y
la razón son importantes, seguiremos hablando sin entendernos, haciendo que los
puntos en común y el compromiso sean imposibles.
¿No es eso parte de lo que hace la política tan
desmoralizante? ¿Cómo pueden los funcionarios electos debatir tan
apasionadamente sobre los déficits cuando nos proponemos gastar dinero en la
educación preescolar para los niños, pero no cuando estamos reduciendo los
impuestos a las empresas? ¿Cómo podemos excusar los lapsos éticos en nuestro
propio partido, pero saltar cuando el otro partido hace lo mismo? No es solo
deshonesto, esta separación selectiva de los hechos es contraproducente. Porque
como mi madre me decía, la realidad siempre te alcanza.
Tomemos,
por ejemplo, el desafío del cambio climático. En apenas ocho años, hemos
reducido nuestra dependencia del petróleo extranjero, duplicado nuestra energía
renovable, y llevado al mundo a un acuerdo que tiene la promesa de salvar este
planeta. Pero sin medidas más audaces, nuestros niños no tienen tiempo para
debatir la existencia del cambio climático; estarán ocupados luchando contra
sus efectos: desastres ambientales y económicos, y oleadas de refugiados
climáticos que buscan refugio.
Ahora, podemos y debemos discutir sobre el
mejor enfoque hacia el problema. Pero simplemente negar el problema no sólo
traiciona a las generaciones futuras; traiciona el espíritu esencial de la
innovación y la solución práctica de problemas que guió a nuestros Fundadores.
Es ese espíritu, nacido de la Ilustración, el
que nos convirtió en una potencia económica - el espíritu que tomó vuelo en el
Kitty Hawk y en Cabo Cañaveral; el espíritu que cura las enfermedades y pone
una computadora en cada bolsillo.
Es ese espíritu - la fe en la razón, y la
empresa, y la primacía del derecho sobre la fuerza, lo que nos permitió
resistir la atracción del fascismo y la tiranía durante la Gran Depresión, y
construir un orden posterior a la 2ª Guerra Mundial con otras democracias, un
orden basado no sólo en el poder militar o las afiliaciones nacionales, sino en
principios - el estado de derecho, los derechos humanos, las libertades de
religión, expresión, reunión, y una prensa independiente.
Ese orden ahora está siendo desafiado - primero
por violentos fanáticos que dicen hablar en nombre del islam; más recientemente
por autócratas en capitales extranjeras que ven en los mercados libres, las
democracias abiertas, y la propia sociedad civil una amenaza para su poder. El
peligro que cada uno plantea a nuestra democracia va más allá de la explosión
de un coche bomba o un misil. Representa el miedo al cambio, el temor de las
personas que ven o hablan u oran de manera diferente; un desprecio al estado de
derecho que les exigen cuentas a los dirigentes responsables; una intolerancia
contra la disensión y el pensamiento libre; la creencia de que la espada o la
pistola o la bomba o la maquinaria de propaganda es el árbitro supremo de lo
que es verdadero y lo que es correcto.
Debido a la extraordinaria valentía de nuestros
hombres y mujeres en uniforme, y los oficiales de inteligencia, autoridades policiales
y diplomáticos que los apoyan, ninguna organización terrorista extranjera ha
planificado y ejecutado con éxito un ataque contra nuestra patria en estos
últimos ocho años; y aunque Boston y Orlando nos recuerdan cuán peligrosa puede
ser la radicalización, nuestros organismos encargados de hacer cumplir la ley
son más eficaces y vigilantes que nunca. Hemos eliminado a decenas de miles de
terroristas, incluido Osama bin Laden. La coalición mundial que encabezamos
contra el Estado Islámico ha eliminado a sus líderes, y les ha arrebatado cerca
de la mitad de su territorio. El Estado Islámico será destruido, y nadie que
amenace a Estados Unidos jamás estará seguro. A todos los que sirven en nuestro
ejército, ha sido el honor de mi vida ser su Comandante en Jefe.
Pero la protección de nuestra forma de vida
requiere de más que nuestros militares. La democracia puede debilitarse cuando
cedemos ante el miedo. Por lo tanto, al igual que, como ciudadanos, debemos
permanecer vigilantes contra la agresión externa, debemos estar en guardia
contra un debilitamiento de los valores que nos hacen ser quienes somos. Por
eso, durante los últimos ocho años, he trabajado para darle a la lucha contra
el terrorismo una firme base jurídica. Por eso hemos terminado la tortura, trabajado
para cerrar Gitmo, y reformar nuestras leyes que rigen la vigilancia para
proteger la privacidad y las libertades civiles. Es por eso que rechazo la
discriminación contra los estadounidenses musulmanes. Es por eso que no podemos
retirarnos del combate mundial - para expandir la democracia y los derechos
humanos, los derechos de la mujer, y los derechos de las personas LGBT - no
importa cuán imperfectos sean nuestros esfuerzos, no importa cuán oportuno
pueda parecer hacer caso omiso a esos valores. Pues la lucha contra el
extremismo, la intolerancia y el sectarismo son parte de la lucha contra el
autoritarismo y la agresión nacionalista. Si el alcance de la libertad y el
respeto al estado de derecho se reducen en todo el mundo, la posibilidad de una
guerra dentro y entre las naciones aumenta, y nuestras propias libertades
eventualmente se verán amenazadas.
Así que debemos estar alertas, pero no debemos
tener miedo. El Estado Islámico intentará matar a personas inocentes. Pero no
puede derrotar a Estados Unidos a menos que traicionemos nuestra Constitución y
nuestros principios en la lucha. Rivales como Rusia o China no pueden igualar
nuestra influencia en todo el mundo - a menos que renunciemos lo que
representamos, y nos convirtamos en un país grande que intimida a sus vecinos
más pequeños.
Lo que me lleva a mi último punto -
nuestra democracia se ve amenazada cada vez que damos por sentada su
existencia. Todos nosotros, independientemente del partido, deberíamos darnos a
la tarea de reconstruir nuestras instituciones democráticas. Cuando las tasas
de votación están entre las más bajas entre las democracias avanzadas,
deberíamos simplificar, no dificultar, el voto. Cuando la confianza en nuestras
instituciones es baja, debemos reducir la influencia corrosiva del dinero en
nuestra política, e insistir en los principios de transparencia y ética en el
servicio público. Cuando el Congreso es disfuncional, debemos hacer que
nuestros distritos alienten a los políticos a satisfacer el sentido común y no
los extremos rígidos.
Y todo ello depende de nuestra participación; de
cada uno de nosotros acepte la responsabilidad de la ciudadanía,
independientemente de la forma en que se mueva el péndulo del poder.
Nuestra Constitución es un importante y hermoso
regalo. Pero realmente es sólo un pedazo de pergamino. No tiene ningún poder
por sí mismo. Nosotros, el pueblo, le damos el poder - con nuestra
participación, y las decisiones que tomamos. Si defendemos o no nuestras
libertades. Si respetamos o no el estado de derecho. Estados Unidos no es
frágil. Pero los logros de nuestro largo camino hacia la libertad no están
garantizados.
En su discurso de despedida, George Washington
escribió que la autonomía es la base de nuestra seguridad, prosperidad y
libertad, pero "por diferentes causas y desde diferentes sectores se habrá
de poner mucho empeño y emplear muchos artificios... para debilitar en vuestras
mentes el convencimiento de esta verdad"; que debemos conservarlo con
"celoso afán"; que debemos rechazar "la primera insinuación de
toda tentativa para separar cualquier parte del país de las demás; o para
debilitar los lazos sagrados" que nos hacen uno solo.
Debilitamos esos lazos cuando permitimos que
nuestro diálogo político se vuelva tan corrosivo que personas de buen carácter
se alejan del servicio público; tan áspero y lleno de rencor que los
estadounidenses con quienes no estamos de acuerdo no sólo están equivocados,
sino que son, de alguna manera, malvados. Debilitamos esos lazos cuando nos
definimos como más estadounidenses que otros; cuando desechamos todo el sistema
como inevitablemente corrupto, y culpamos a los dirigentes que elegimos sin
examinar nuestro propio papel en su elección.
Corresponde a cada uno de nosotros para ser esos
celosos guardianes de nuestra democracia; abrazar la gozosa tarea que nos ha
sido dada para tratar constantemente de mejorar esta gran nación nuestra.
Porque a pesar de todas nuestras diferencias externas, todos compartimos el
mismo orgulloso título: Ciudadano.
En última instancia, eso es lo que nuestra
democracia exige. Los necesita a ustedes. No sólo cuando hay una elección, no
sólo cuando nuestros propios y estrechos intereses están en juego, sino toda
una vida. Si están cansados de discutir con extraños en el Internet, intenten
hablar con uno en la vida real. Si se necesita reparar algo, átense los zapatos
y organicen algo. Si están decepcionados por sus funcionarios electos, agarren
un portapapeles, consigan algunas firmas y postúlense para un cargo ustedes
mismos. Preséntense. Involúcrense. Perseveren. Algunas veces ganarán. Otras
veces perderán. Asumir que los demás poseen bondad puede ser un riesgo, y habrá
momentos en los que el proceso los decepcionará. Pero para aquellos de nosotros
lo suficientemente afortunados de haber sido parte de esta labor, de verla de
cerca, déjenme decirles, puede energizar e inspirar. Y no pocas veces, su fe en
Estados Unidos - y en los estadounidenses - se verá confirmada.
La mía sin dudas se ha visto confirmada. En el
transcurso de estos ocho años, he visto los rostros esperanzados de los jóvenes
graduados y de nuestros nuevos oficiales militares. He llorado con las familias
enlutadas buscando respuestas, y he hallado gracia en la iglesia de Charleston.
He visto a nuestros científicos ayudar a un hombre paralizado a recuperar su
sentido del tacto, y a nuestros guerreros heridos a caminar de nuevo. He visto
a nuestros médicos y voluntarios reconstruir después de terremotos y detener
pandemias. He visto al más joven de los niños recordarnos nuestras obligaciones
de atender a los refugiados, trabajar en paz y, sobre todo, cuidar de los demás.
La fe que puse hace todos esos años, no muy
lejos de aquí, en el poder de los estadounidenses ordinarios para lograr el
cambio - esa fe se ha visto recompensada de formas que probablemente no podría
haber imaginado. Espero que la suya también. Algunos de ustedes aquí esta noche
o viendo desde sus casas estuvieron con nosotros en 2004, en 2008, en 2012 - y
tal vez aún no pueden creer que hayamos logrado todo esto.
Ustedes
no son los únicos. Michelle - durante los últimos veinticinco años, has sido no
sólo mi esposa y madre de mis hijos, sino mi mejor amiga. Asumiste un papel que
no pediste y lo hiciste propio con gracia y garra y estilo y buen humor.
Hiciste de la Casa Blanca un lugar que pertenece a todos. Y una nueva
generación aspira a mucho más porque te tiene como ejemplo. Me has hecho sentir
orgulloso. Has hecho que el país se sienta orgulloso.
Sasha y Malia, bajo las circunstancias más
extrañas, se han convertido en dos increíbles mujeres jóvenes, inteligentes y
hermosas, pero más importante aún, amables y consideradas y llenas de pasión.
Ustedes soportaron tan fácilmente el peso de los años siendo el foco de
atención. De todo lo que he hecho en mi vida, lo que más me enorgullece es ser
su papá.
A Joe Biden, el aguerrido chico de Scranton,
que se convirtió en el hijo predilecto de Delaware: tú fuiste la primera decisión
que tomé como candidato, y la mejor. No sólo porque has sido un gran
Vicepresidente, sino porque en este trato, he ganado un hermano. Te queremos a
ti y a Jill como familia, y tu amistad ha sido una de las grandes alegrías de
nuestra vida.
Y a todos ustedes por ahí - cada organizador
que se mudó a una ciudad desconocida y las amables familias que los acogieron,
cada voluntario que llamó a las puertas, cada joven que votó por primera vez,
cada estadounidense que vivió y respiró el arduo trabajo del cambio - son los
mejores defensores y organizadores que cualquiera podría desear, y voy a estarles
eternamente agradecido. Porque sí, ustedes cambiaron el mundo.
Es por eso que dejo esta etapa esta noche aún más optimista sobre este país que
cuando comenzamos. Porque sé que nuestra labor no sólo ha ayudado a tantos
estadounidenses; ha inspirado a tantos estadounidenses - especialmente a tantos
jóvenes - a creer que pueden marcar la diferencia; a unirse a algo más grande
que ustedes mismos. Esta próxima generación - desinteresada, altruista,
creativa y patriótica - la he visto en todos los rincones del país. Ustedes
creen en unos Estados Unidos justos e incluyentes; ustedes saben que el cambio
constante ha sido el sello distintivo de Estados Unidos, algo que no hay que
temer, sino adoptar, y están dispuestos a llevar adelante este difícil trabajo
de la democracia. Muy pronto nos superarán en número a cualquiera de nosotros,
y creo que como resultado el futuro está en buenas manos.
Mis conciudadanos, ha sido el honor de mi vida
servirles. No me detendré; de hecho, voy a estar ahí con ustedes, como
ciudadano, para todos los días que me queden por vivir. Por ahora, si ustedes
son jóvenes o jóvenes de corazón, tengo que periles una última cosa como su
Presidente - lo mismo que les pedí cuando me dieron la oportunidad hace ocho
años.
Les pido que crean. No en mi capacidad para
lograr el cambio, sino en la suya.
Les pido que se aferren a esa fe escrita en
nuestros documentos constitucionales; esa idea susurrada por esclavos y
abolicionistas; ese espíritu cantado por inmigrantes y colonos y aquellos que
marcharon por la justicia; ese credo reafirmado por quienes plantaron banderas
en campos de batalla extranjeros y en la superficie de la luna; un credo en el
núcleo de cada estadounidense cuya historia aún no está escrita:
Sí podemos.
Sí lo logramos.
Sí podemos.
Muchas gracias. Que Dios los bendiga. Y que
Dios continúe bendiciendo a Estados Unidos de América.