FELIPE CALDERÓN HINOJOSA
“Nuestros héroes
insurgentes derrotaron a ejércitos profesionales y mayores en número.
Atravesaron montañas inexpugnables, y recorrieron largas distancias, animados,
en todo momento, por los ideales de libertad, igualdad y justicia.”
DISCURSO DEL PRESIDENTE DE MEXICO, EN LA APERTURA DE LA III CUMBRE DE
JEFES DE ESTADO Y DE GOBIERNO DE AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE (CELAC), CELEBRADA
EN CARACAS, VENEZUELA, 2 de Diciembre de 2011
Excelentísimo señor Hugo Chávez Frías, Presidente de la República
Bolivariana de Venezuela.
Muy estimadas señoras y señores Jefes de Estado y de Gobierno de América
Latina y el Caribe.
Señoras y señores.
Amigas y amigos:
Agradezco la generosa hospitalidad de las venezolanas y los venezolanos.
Y, a nombre de todos los mexicanos, les extiendo nuestra mayor
felicitación, Presidente, por el Bicentenario de la Independencia de Venezuela.
Saludo, desde luego, al Presidente Hugo Chávez, a sus distinguidas hijas
y nieta. Le agradezco el enorme esfuerzo por organizar esta Cumbre y, también,
le transmito, a nombre de los mexicanos, el mejor deseo y expresión de
solidaridad para el pleno y pronto restablecimiento integral de su salud.
Estamos con usted en eso, Presidente. Como decíamos hace rato: Ay, Jalisco, no
te rajes.
Saludo con aprecio, igualmente, a las Jefas y los
Jefes de Estado y de Gobierno de América Latina y el Caribe, y me alegra que
nos hayamos reunido para trabajar en favor de la unidad y la prosperidad de
nuestra gran región.
Como Presidente de México, me es muy grato participar, además, en esta
Inauguración de la III Cumbre de América Latina y el Caribe sobre Integración y
Desarrollo, que será, como sabemos, de enorme trascendencia para la vida
institucional de nuestra región.
Hace dos siglos, nuestros pueblos lucharon por su independencia. Simón
Bolívar, Miguel Hidalgo, José María Morelos, José de San Martín, Vicente
Guerrero, Bernardo O`Higgins, Ignacio Aldama, Antonio José Sucre y muchas
mujeres y muchos hombres más, tuvieron el sueño de ver libres a los americanos
y se lanzaron a conquistar ese sueño.
En toda América Latina, en todo el Caribe, se escribieron hazañas
inmortales. Nuestros ancestros se arrojaron a la formidable aventura de
enfrentar a reinos poderosos, y romper las cadenas del oprobio y de la
sujeción, que ataban a los habitantes de nuestro continente.
Nuestros héroes insurgentes derrotaron a ejércitos profesionales y
mayores en número. Atravesaron montañas inexpugnables, y recorrieron largas
distancias, animados, en todo momento, por los ideales de libertad, igualdad y
justicia.
Casi todos los caudillos de la Independencia latinoamericana, escribe
nuestro José Vasconcelos, se sintieron animados de un sentimiento humano
universal, que coincide con el destino que hoy asignamos al Continente
Iberoamericano.
Todos se preocuparon de liberar a sus esclavos, de declarar la igualdad
de los hombres, por derecho natural, la igualdad social y cívica de los
blancos, negros e indios.
Se ha dicho, muchas veces, que América es el Continente de la utopía, de
la raza cósmica, como dijera el propio Vasconcelos, en donde se ha intentado
construir sociedades más humanas y mejor desarrolladas.
Y ello fue, precisamente, refrendado por nuestros libertadores, que
buscaron crear naciones más justas, en donde todos fuesen ciudadanos de pleno
derecho y ya no súbditos; ciudadanos y no súbditos, ni esclavos.
Así lo dijera, también, el gran José María Morelos y Pavón en México, al
expedir la primera Constitución para la Libertad de la América Mexicana, buscando
que las leyes moderaran la opulencia y la miseria, y quedando todos iguales, y
sólo distinguirá a un americano de otro, el vicio y la virtud.
Al sueño, hecho realidad, de la Independencia, lo acompañaron nuevos
anhelos: el progreso de todos los habitantes del Continente, la democracia y la
República, como las mejores formas de organización política para los países que
nacían, y la unión de todas nuestras naciones en una sola y gran Confederación.
En la Carta de Jamaica, el gran Simón Bolívar escribía: Qué idea más
grandiosa la de moldear al nuevo mundo en una gran nación, enlazada por un solo
y gran vínculo. Y hoy, dos siglos después, el ideal de Bolívar sigue vigente y
nos es común a todos los latinoamericanos y caribeños.
La integración y la unidad política, económica, social y cultural de
nuestra región es una aspiración viva y fundamental de nuestros pueblos. Por
eso estamos aquí. Y por eso México organizó en febrero del año pasado, 2010, la
Cumbre de la Unidad. En ella propusimos hacer converger nuestros mecanismos de
diálogo político y cooperación regionales, en uno solo. Y fundamos así, en
aquel febrero inolvidable de 2010, en la esplendorosa riviera caribeña de los
mayas, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños.
La Cumbre de la Unidad de América Latina y el Caribe y, en particular,
su Declaración, suscrita por todos los países ahí asistentes, fueron el inicio
de esta nueva etapa hacia la integración regional.
Esta Comunidad será el eje de la unión a la que aspiramos todos los
habitantes, estoy seguro, de la América y el Caribe nuestro.
Unión para qué.
Unión para defender la democracia en nuestra región y promover la paz.
La democracia y la paz, los derechos humanos y su respeto, son valores
intrínsecos al nacimiento de nuestros países, y son de los mayores patrimonios
y activos de nuestra región.
Y, por ello, la unión que hoy refrendamos nos obliga a procurarlos y
preservarlos a toda costa, porque de lo que se trata no es sólo de sumar
pueblos y, menos aún, sólo personas, que nos ha tocado el privilegio de
encabezarlos, sino, sobre todo, congregar a latinoamericanos y caribeños, en
torno a principios, a ideas y a valores, que nos legaron quienes dieron su vida
por nuestra libertad e independencia.
Tales principios de justicia, de libertad, de democracia y de derechos
de las personas son, y deben serlo, la simiente fecunda de nuestra
organización.
Unión para qué.
Unión para impulsar el progreso de nuestros pueblos y, en particular, la
prosperidad y la competitividad de América Latina y el Caribe. Particularmente
hoy, en estos momentos en que la economía mundial navega por aguas de tormenta,
las naciones de Asia y de nuestra América Latina, en particular, son las que
han logrado mantener mayores tasas de crecimiento y generación de empleo en la
adversidad.
Estoy convencido, señoras y señores, que ésta es la hora y ésta es la
década de América Latina. Y por ello, debemos apresurar el paso hacia la
integración, no sólo a la integración en el ánimo y en la alegría, sino en la
integración, que es la que da de comer y permite avanzar hacia la prosperidad y
a un mayor ingreso y desarrollo a nuestros pueblos: la integración económica.
Mientras más integrados estemos entre nosotros, tendremos y
compartiremos más nuestro crecimiento y nuestra prosperidad.
Por eso, necesitamos integración, no sólo en palabras, sino en una
realidad que nos ayude a convertir ese intercambio entre latinoamericanos y
caribeños en signos de prosperidad y de crecimiento. Y esto se logra a través
del intercambio, del intercambio seguro, del intercambio fluido de los bienes,
de los servicios, de las personas y de las inversiones en nuestro Continente.
Hoy, como hace 200 años, como fue el sueño de Bolívar, el futuro está en
el nuevo mundo. Así que vayamos adelante, hacia la integración latinoamericana
y caribeña.
Unión para qué.
Unión, también, y fundamentalmente, para acabar con la pobreza y la
desigualdad.
En un mundo severamente marcado por la inequidad, es necesario abrir las
puertas y el acceso a la alimentación, a la salud, a la educación y al
desarrollo de todos los habitantes de la región.
En nuestro México estamos logrando la cobertura universal de salud:
médico, medicinas, tratamiento y hospital para cualquier mexicana y cualquier
mexicano que lo necesite. Y esto lo podemos lograr en nuestra América Latina y
el Caribe, si nos lo proponemos.
Igualar las oportunidades de nuestra gente permitirá a todos nuestros
ciudadanos salir adelante por su propio esfuerzo y por su propio pie.
Unión, también, para proteger nuestro medio ambiente, a la Madre Tierra,
hoy, precisamente, tan devastada por la acción irresponsable del hombre.
Mientras en América del Sur se viven las peores inundaciones y ciclos de
lluvia que generaciones enteras recuerden, en nuestro México, por ejemplo, se
vive en 40 por ciento del territorio nacional la peor sequía que se tenga
registro.
Debemos cerrar la brecha que hemos abierto entre el hombre y la
naturaleza y, lo que es más, no cerrarla aisladamente, sino cerrar la brecha,
también, entre ricos y pobres, entre el Norte y el Sur, al mismo tiempo que
cerramos la brecha con la naturaleza.
De ahí la importancia de sumar esfuerzos contra el cambio climático; la
importancia de diseñar, con políticas públicas nuestras, autóctonas, un modelo
de desarrollo humano sustentable, una verdadera economía verde que, a la vez
que preserve el ambiente, sea capaz de generar prosperidad.
Esa es la ruta para mejorar el bienestar de la población, sin
comprometer la calidad de vida de las generaciones que están por venir.
Unión, también, para poner un alto al crimen organizado transnacional y
a su violencia. Defender a los ciudadanos; defender a las familias de nuestros
pueblos, que sufren el acoso de los criminales. Garantizar su seguridad es un
imperativo ético, y es un imperativo legal, un imperativo categórico para
cualquier gobierno.
Es fundamental detener a los delincuentes que amenazan la vida, la
libertad y los derechos de nuestros ciudadanos, y que han convertido, para
tristeza de todos nosotros, han convertido a nuestra América Latina y el Caribe
en la región más violenta del mundo.
La solución a este problema internacional, tiene que pasar por una
respuesta, también, internacional. Una respuesta conjunta, que involucre la
responsabilidad y la exigencia de todos y, especialmente, de los países
consumidores de estupefacientes, donde se generan ganancias irresponsables para
la criminalidad.
Estoy convencido, amigas y amigos, de que la unión y la cooperación
entre nuestras naciones nos permitirá superar los más difíciles desafíos de la
actualidad. Y por ello, será menester impulsar y cultivar, y regar y ampliar la
Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños que constituyéramos allá, en
febrero del 10.
Esta Comunidad nos permite sumar y articular esfuerzos, encontrarnos en
nuestras diferencias para, respetuosamente, impulsar nuestras amplísimas
coincidencias; y recordar las palabras que nos legara el libertador Bolívar en
su última proclama, poco antes de morir, en 1830: Todos debéis trabajar por el
bien inestimable de la unión.
Ésta es la unión a la que aspiramos. Por eso, hago votos para que este
mecanismo de integración sea fructífero y perdurable, y que materialice por
siempre la aspiración genuina y largamente acariciada de unión entre todos
nuestros países, que, desde hace rato, y siempre, sabemos que somos, ante todo,
pueblos hermanos.
Señoras y señores Jefes de Estado y de Gobierno.
Señoras y señores.
Querido pueblo venezolano:
Qué ventura que nuestros esfuerzos en esta Cumbre nos acerquen a la
anhelada unidad entre los pueblos latinoamericanos y caribeños.
Somos un mismo Continente, una misma alma. Como lo escribiera el gran
José Martí: Del Bravo a Magallanes, sentado en el lomo del cóndor, regó el Gran
Semi por las naciones románticas del Continente y por las islas dolorosas del
mar, la semilla de la América nueva.
Qué viva la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños.
FELIPE CALDERON HINOJOSA
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