HUSSEIN IBN ALÍ
DECLARACIÓN DE INDEPENDENCIA
DE LOS PUEBLOS ÁRABES DEL IMPERIO OTOMANO
27
de junio de 1916
En
otros tiempos el gran enemigo de los estados e imperios europeos, a lo largo
del siglo XIX el Imperio otomano encadenó una serie de crisis internas que lo
convirtieron en «el hombre enfermo de Europa», según una expresión atribuida al
zar Nicolás I. Las tensiones entre los diferentes pueblos que convivían en el
seno del Imperio se fueron agudizando a medida que la corrupción y la
incompetencia iban deteriorando el prestigio del sultán y sus gobiernos eran
incapaces de hacer frente a la rapacidad de las potencias imperiales europeas.
Las tensiones internas y externas llegaron a su culminación durante la Primera
Guerra Mundial, en la que el Imperio otomano se alineó con Alemania para
enfrentarse con su enemigo tradicional, Rusia. Este hecho fue aprovechado por
las potencias aliadas, en especial, Gran Bretaña, para animar las ansias de
independencia de los pueblos árabes que ocupaban la península Arábiga y Oriente
Próximo. En la revuelta árabe desempeñó un papel muy destacado el agente
británico T. E. Lawrence (Lawrence de Arabia), que consiguió unificar las
diferentes tribus bajo el mando de la dinastía hachemita, cuya figura más
destacada era el emir de La Meca, Hussein
ibn Alí (1853-1931), que proclamó la independencia de los pueblos árabes,
dando lugar a los diferentes reinos árabes de Oriente Próximo.
En
el nombre de Dios, el Compasivo, el Misericordioso.
Este
es nuestro mensaje general a todos los hermanos musulmanes.
«¡Oh,
Señor, juzga con la verdad entre nosotros y nuestra nación; porque tú eres el
mejor juez!»
Es
de sobras conocido que entre todos los gobernantes y emires musulmanes, los
emires de La Meca, la Ciudad Santa, fueron los primeros en reconocer el
gobierno turco.
Lo
hicieron para unir a todos los musulmanes y establecer con firmeza su
comunidad, sabiendo que los grandes sultanes otomanos (que sea bendecido el
polvo de sus tumbas y que el Paraíso sea su morada) actuaban de acuerdo con el
Libro de Dios y la sunna de su Profeta (alabado sea) y aplicaban con celo las
normas de estas dos autoridades.
Con
este noble fin los emires que he mencionado antes nunca dejaron de respetar
dichas normas. Yo mismo, protegiendo el honor del Estado, animé a los árabes a
levantarse contra sus hermanos árabes en el año 1327[1] con el objetivo de
levantar el asedio de Abha, y al año siguiente se realizó un movimiento similar
bajo el liderazgo de uno de mis hijos, como es de todos conocido.
Los
emires siguieron apoyando al estado otomano hasta que apareció en escena el
Comité de Unión y Progreso y a partir de ese momento asumió la administración
de todos los asuntos.
El
resultado de esta nueva administración fue que el Estado sufrió una pérdida de
territorio que acabó destruyendo su prestigio, como sabe todo el mundo, se
hundió en los horrores de la guerra y se vio arrastrado a su peligrosa
situación actual, como le queda claro a todos.
Todo
esto se realizó para alcanzar objetivos bien conocidos, sobre los que nuestra
conciencia no nos permite explayarnos. Esto provocó que el corazón de los
musulmanes sufriera por el imperio del islam, por la destrucción de la
población que residía en sus provincias -tanto musulmanes como no musulmanes-,
algunos de ellos ahorcados o muertos por otros medios, otros empujados al
exilio.
Añádase
a esto las pérdidas que habían sufrido a lo largo de la guerra en sus personas
y propiedades, esto último especialmente grave en Tierra Santa, como lo
demuestra rápidamente el hecho de que en esa región la crisis general empujó a
las clases medias a vender incluso las puertas de sus casas, sus armarios y la
madera de los techos, después de vender todas sus pertenencias para que su
cuerpo pudiera seguir viviendo.
Está
claro que todo esto no alcanza para cumplir los designios del Comité de Unión y
Progreso.
A
continuación procedieron a cortar el lazo esencial entre el sultanato otomano y
toda la comunidad musulmana, es decir, a cortar los lazos de adhesión al Corán
y la sunna. Uno de los periódicos de Constantinopla, llamado Al-Ijtihad, llegó a publicar un artículo
maligno (Dios nos perdone) sobre la vida del Profeta (desciendan sobre él las
bendiciones y la paz de Dios), y todo esto bajo los ojos del gran visir del
Imperio otomano y de su jeque del islam, y todos los ulemas, ministros y
nobles.
A
esto se añade la impiedad de negar la palabra de Dios, «el varón debe recibir
dos porciones», y decidir que se debía compartir equitativamente bajo la ley de
la herencia.
Después
procedieron a la atrocidad suprema de destruir uno de los cinco preceptos
vitales del islam, el ayuno del Ramadán, ordenando que las tropas estacionadas
en Media, La Meca o Damasco pudieran romper el ayuno de la misma manera que las
tropas que luchan en la frontera rusa, falsificando con ello la clara
instrucción coránica de «aquellos de vosotros que estáis enfermos o de viaje».
También
han implantado otras innovaciones que contravienen las leyes fundamentales del
islam (cuyas penas por infringirlas son bien conocidas) después de destruir el
poder del sultán, arrebatarle incluso el derecho a escoger al jefe de su
gabinete imperial o al ministro privado de su augusta persona, y al actuar
contra la constitución del califato a la que los musulmanes exigen obediencia.
A
pesar de todo esto, hemos aceptado dichas innovaciones para no provocar
disensiones y un cisma. Pero al final ha caído el velo y ha quedado claro que
el Imperio está en manos de Enver Pachá, Djemal Pachá y Talaat Bey, que lo
administran a su gusto y lo tratan según su voluntad.
La
prueba más clara de todo esto es la instrucción enviada últimamente al cadí del
tribunal de La Meca para que emita sentencias teniendo en cuenta solo las
pruebas presentadas ante él en el tribunal y que no debe considerar ninguna
prueba presentada por los musulmanes entre ellos, ignorando de esta manera la
aleya en la sura La vaca.
Otra
prueba es que condenaron a la horca de una sola vez a 21 musulmanes eminentes,
cultos y árabes distinguidos, además de todos los que habían matado con
anterioridad: el emir Omar el-Jazairi, el emir Arif esh-Shihabi, Shefik Bey
el-Moayyad, Shukri Bey el Asali, Abd el-Wahab, Taufk Bey el-Baset, Abd el-Hamid
el Zahrawi, Abd el-Ghani el-Arisi, y sus compañeros, que son hombres bien
conocidos.
Es
difícil que hombres de corazón cruel hubieran conseguido destruir tantas vidas
de un solo golpe, aunque estas fueran bestias del campo. Es posible que
recibamos sus excusas y les perdonemos que hayan asesinado a tantos hombres
valiosos, pero ¿cómo podemos excusarles por la deportación bajo circunstancias
tan penosas y desgarradoras de las familias inocentes de sus víctimas -niños,
mujeres delicadas y hombres ancianos- y afligirles con otras formas de
sufrimiento, además del dolor que ya habían soportado con la muerte de aquellos
que eran el sustento de sus hogares?
Dios
dice: «Nadie cargará con la carga ajena». Aunque pudiésemos dejar pasar todo
esto, ¿cómo es posible que podamos perdonarles que hayan confiscado las
propiedades y el dinero de estas personas después de haberlas despojado de sus
amados? Intentemos suponer que cerramos los ojos ante todo esto y consideremos
también que pueden tener alguna excusa por su parte; ¿podremos perdonarles
jamás que hayan profanado la tumba de un hombre piadoso, celoso y santo como el
jeque Abd el-Kadir el-Jazairi el Ilasani?
Lo
anterior es un breve repaso de sus hechos y dejamos que la humanidad, en
general, y los musulmanes, en particular, emitan su veredicto.
Tenemos
pruebas suficientes de cómo consideran a la religión y al pueblo árabe en el
hecho de que bombardearon la Casa Antigua, el Templo de la Unidad Divina, del
que se dice, en palabras de Dios, «purifica mi casa para los que giran a su
alrededor», la Quibla de los musulmanes, la Kaaba de los creyentes en la
Unidad, disparando dos proyectiles contra ellas con sus grandes cañones cuando
el país se levantó exigiendo su independencia.
Uno
explotó a poco más de un metro por encima de la Piedra Negra y el otro cayó a
poco menos de tres metros de ella. La cubierta de la Kaaba se incendió. Miles
de musulmanes acudieron a la carrera con grandes gritos de alarma y
desesperación para apagar las llamas.
Para
llegar hasta el fuego se vieron obligados a abrir las puertas del edificio y
subir hasta el tejado. El enemigo disparó un tercer proyectil contra la
Estación de Abraham, además de los proyectiles y las balas dirigidos contra el
resto del edificio. Cada día morían tres o cuatro personas dentro del edificio
y al final a los musulmanes les resultó muy difícil acercarse a la Kaaba.
Dejamos
que todo el mundo musulmán de Oriente a Occidente juzgue este desprecio y
profanación de la Casa Sagrada. Pero estamos decididos a no dejar que nuestros
derechos religiosos y nacionales sean un juguete en manos del Partido de Unión
y Progreso.
Dios
(bendito y exaltado sea él) ha ofrecido al país una oportunidad para levantarse
en revuelta, ha extendido sobre él su poder y potencia para conseguir su
independencia y coronar sus esfuerzos con prosperidad y victoria, a pesar de
estar aplastado por la mala administración de los funcionarios civiles y militares
turcos.
Se
erige único y diferente de los demás países que siguen gimiendo bajo el yugo
del gobierno de Unión y Progreso. Es independiente en el sentido más amplio de
la palabra, libre del gobierno de extraños y purgada de cualquier influencia
extranjera. Sus principios son defender la fe del islam, elevar el pueblo
musulmán, cimentar su conducta en la Ley Sagrada, elaborar el código de
justicia sobre los mismos cimientos en armonía con los principios de la
religión, practicar sus ceremonias de acuerdo con el progreso moderno y
realizar una revolución genuina sin ahorrar esfuerzos en la extensión de la
educación entre todas las clases de acuerdo con su situación y sus necesidades.
Esta
es la política que hemos emprendido con el objetivo de cumplir con nuestros
deberes religiosos, confiando que todos nuestros hermanos musulmanes en el este
y el oeste perseguirán el mismo objetivo con el fin de cumplir su deber para
con nosotros, y fortalecer de esta manera los lazos de la hermandad islámica.
Levantamos
humildemente las manos al Señor de Señores en nombre del Profeta del Rey
Benevolente para que nos garantice el éxito y la guía en todo lo que sea bueno
para el islam y para los musulmanes. Confiamos en Dios Todopoderoso, que es
nuestra Suficiencia y el mejor Defensor.