TONI MORRISON Construimos lenguaje
Tras
una larga vida dedicada a la enseñanza, en 1964 abandonó este oficio para
trabajar como editora en la Random House de Nueva York. Su primera novela, Ojos
azules (1970), y que resultó una auténtica revelación, fue seguida de una
prolífica obra narrativa, aclamada siempre por la crítica. Entre sus
publicaciones más reconocidas se destacan: Sula (1973), La canción de Salomón
(1977), La isla de los caballeros (1981), Jazz (1992), Paradise (1998), y Jugando
en la oscuridad (1992).
Érase una vez una anciana. Ciega, pero
sabia. ¿O era un anciano? O quizás un gurú. O una leyenda para calmar niños
inquietos. He oído esta historia, o una exactamente igual, en el saber popular
de varias culturas.
Érase una vez una anciana. Ciega. Sabia.
En
la versión que conozco, la mujer es hija de esclavos, de raza negra,
norteamericana, y vive sola en una casita a las afueras del pueblo. Su fama de
sabia no tiene par y es incuestionable. Entre su gente, ella representa tanto
la ley como su transgresión. El honor que se le rinde y la admiración temerosa
que se le tributa, trasciende su vecindario y llega hasta lugares lejanos,
hasta la ciudad donde la inteligencia de los profetas rurales da origen a mucha
diversión.
Un
día, la mujer recibe la visita de unos jóvenes empeñados en refutar su
clarividencia y en desenmascararla por el fraude que ellos creen que ella es.
Su plan es sencillo: entran en su casa y hacen la pregunta cuya respuesta
depende exclusivamente de lo que la diferencia de ellos: su ceguera. Se paran
frente a ella y uno de ellos dice: Anciana,
tengo un pájaro en mi mano. Dime si está vivo o muerto.
Ella
no contesta. Le repiten la pregunta: El
pájaro que sostengo, ¿está vivo o muerto?
Todavía
no responde. Es ciega y no puede ver a sus visitantes, y menos aún lo que está
en sus manos. No sabe cuál es su color de piel, género o tierra natal. Sólo
sabe cuál es su motivo.
El
silencio de la anciana se prolonga, a los jóvenes les cuesta contener sus
risotadas.
Finalmente,
la anciana habla y su voz es suave pero severa: No sé, dice. No sé si el
pájaro que sostienen está muerto o vivo, pero sé que está en sus manos. Está en
sus manos.
Su
respuesta podría interpretarse de esta manera: si está muerto, fue porque así
lo encontraron o porque ustedes lo mataron. Si está vivo, todavía pueden
matarlo. Que siga vivo, es su decisión. De cualquier manera, es su
responsabilidad.
Por
hacer ostentación de su poder y poner en evidencia la debilidad de la anciana,
los jóvenes visitantes reciben un regaño, se les dice que son responsables no
sólo por el acto de burla, sino también por el pequeño manojo de vida
sacrificado para lograr sus propósitos. La anciana ciega desplaza la atención
de las afirmaciones de poder al instrumento a través del cual este poder se
ejerce.
La
especulación sobre lo que este pájaro-en-mano
(aparte de su cuerpo frágil) puede significar, siempre me ha atraído, pero en
especial, así lo pienso ahora, por la forma en que he sido con respecto al
trabajo que realizo y que me ha traído hoy ante ustedes. Decido entonces
interpretar al pájaro como lenguaje y a la anciana como un escritor
experimentado. La anciana está preocupada por la forma en que el lenguaje en
que ella sueña, que le fue dado al nacer, se maneja, se pone al servicio,
incluso se le enajena para ciertos nefarios propósitos. Al ser una escritora,
ella considera el lenguaje en parte como un sistema, en parte como algo
viviente sobre lo cual uno tiene control, pero sobre todo como un medio —como
un acto con consecuencias. Entonces, la pregunta que le hacen los muchachos, ¿Está vivo o muerto?, no es irreal,
porque ella piensa en el lenguaje como en algo susceptible de morir, de ser
borrado; ciertamente puesto en riesgo y redimible únicamente por un esfuerzo de
la voluntad. Ella cree que si el pájaro que está en las manos de los visitantes
está muerto, sus custodios son responsables por el cadáver. Para ella, un
lenguaje muerto no es sólo ese que ya no se habla o escribe, es ese lenguaje
rígido, satisfecho de admirar su propia parálisis. Como el lenguaje del
estadista, censurado y censurante. Despiadado en sus deberes policiales, no
tiene otro deseo o meta que mantener el libre deambular de su propio narcisismo
narcótico, su propia exclusividad y dominio. Aunque moribundo, no deja de tener
sus efectos para bloquear el intelecto, ahogar la conciencia, suprimir el
potencial humano de manera activa. Refractario a la interrogación, no produce
ni tolera ideas nuevas, moldea los pensamientos ajenos, cuenta otra historia,
llena silencios confusos. El lenguaje oficial hecho añicos para sancionar la
ignorancia y mantener el privilegio, es una armadura lustrada para impactar con
su relumbre, un cascajo del cual salió el caballero hace mucho tiempo. Más aún,
es tonto, predatorio, sensiblero. Suscitando reverencia en los escolares, dando
refugio a los déspotas, evocando falsas memorias de estabilidad y armonía entre
la opinión pública.
La
anciana está convencida de que cuando el lenguaje muere, cae en el descuido o
el desuso, en la indiferencia y falta de estima, o es asesinado por decreto;
así no sólo ella sino todos los que lo usan o producen son responsables por su
defunción. En su país los niños han refrenado su lengua y usan balas en lugar
de iterar la voz del lenguaje mudo, del lenguaje inhabilitado e inhabilitador,
del lenguaje que todos los adultos han abandonado como dispositivo para
resolver un problema usando el sentido, dar orientación o expresar amor. Pero
ella sabe que el suicidio-lingual no es la elección sólo de los niños. Es común
entre los pueriles jefes de estado y mercachifles del poder, cuyo vaciado
lenguaje los deja sin acceso a aquello que resta de sus instintos humanos para
que hablen sólo a aquellos que obedecen o con el fin de forzar a la obediencia.
Este
saqueo sistemático del lenguaje puede reconocerse en la tendencia de sus
hablantes a renunciar a sus propiedades de matiz, complejidad y alumbramiento,
a cambio de la amenaza y la subyugación. El lenguaje opresivo hace más que
representar la violencia: es violencia; hace más que describir los límites del
conocimiento: limita el conocimiento. Ya sea el oscuro lenguaje estatal o bien
el pseudolenguaje de los insensatos medios de comunicación; ya sea el orgulloso
pero calcificado lenguaje de la academia o bien el lenguaje de la ciencia impulsado
por los productos; ya sea el pernicioso lenguaje del derecho-sin-ética o el
lenguaje diseñado para el extrañamiento de minorías —que esconde su expoliación
racista en su tupé literario—, debe ser rechazado, transformado y puesto en
evidencia. Es el lenguaje que chupa sangre, encubre vulnerabilidades, oculta
sus botas fascistas bajo crinolinas de respetabilidad y patriotismo, mientras
se mueve implacablemente para vigilar los rangos inferiores y la mente de los
peores. Lenguaje sexista, lenguaje racista, lenguaje teísta —todos son típicos
de los policíacos lenguajes del poder, que no pueden permitir el nuevo
conocimiento o animar el mutuo intercambio de ideas.
La
anciana es muy consciente de que a ningún mercenario intelectual, ni insaciable
dictador, ni político o demagogo profesional, ni a ningún falso periodista, lo
convencerían sus ideas. Hay y habrá un lenguaje conmovedor para mantener a los
ciudadanos armados y dispuestos a hacer que otros se armen; muertos en masa o
masacrando en las galerías, en los tribunales, en las oficinas de correos, en
las canchas deportivas, en los dormitorios y bulevares; promoviendo o
memorizando lenguaje para enmascarar la piedad y el desperdicio de tanta muerte
innecesaria. Habrá más lenguaje diplomático para aprobar el ultraje, la
tortura, el asesinato. Hay y habrá más lenguaje seductor, mutante, diseñado
para estrangular mujeres, para empacar sus gargantas como paté de ganso con sus
propias indecibles y transgresoras palabras; habrá más lenguaje de vigilancia
disfrazado como investigación, de política e historia calculado para hacer
enmudecer el sufrimiento de millones; lenguaje estilizado para emocionar a los
insatisfechos y afligidos por el asalto de sus vecindarios; lenguaje arrogante
pseudoempírico pensado para encerrar a la gente creativa en jaulas de
inferioridad y desesperanza.
Debajo
de la elocuencia, de la elegancia, de las asociaciones académicas, por más
conmovedor o seductor, el corazón de tal lenguaje es lánguido, o tal vez sin
pulso en absoluto —si el pájaro está ya muerto.
La
anciana ha pensado cuál habría sido la historia intelectual de cualquier
disciplina si no hubiera existido quién insistiera, o no se hubiera visto
obligado a avanzar. El desperdicio de tiempo y vida que las racionalizaciones y
representaciones de y para el dominio, exigían —discursos letales de exclusión
bloqueando el acceso al conocimiento tanto para el que excluye como para el
excluido.
La
sabiduría convencional de la historia de la Torre de Babel es que el colapso
fue una desgracia. Que fue la distracción o el peso de muchos lenguajes los que
precipitaron la arquitectura fallida de la torre. Que un lenguaje monolítico
hubiera facilitado la construcción y se habría alcanzado el cielo. ¿El cielo de
quién?, se pregunta la anciana. ¿Y qué clase? Tal vez el logro del Paraíso fue
prematuro, un poco mal intencionado si nadie tuvo tiempo para entender otros
lenguajes, otros puntos de vista, otro período de narrativas. Pudieran ellos
haber encontrado a sus pies el cielo que imaginaban. Complicada, exigente, sí,
pero una visión de cielo como vida, no un cielo como más allá de la vida.
La
anciana no quería dejar a sus jóvenes visitantes con la impresión de que el
lenguaje debería forzarse a mantenerse vivo de cualquier manera. La vitalidad
del lenguaje radica en su capacidad para retratar las vidas reales, imaginadas
y posibles de sus hablantes, lectores, escritores. Aunque su equilibrio está a
veces en desplazar la experiencia, esta experiencia no lo sustituye. El
lenguaje apunta al lugar donde puede hallarse el sentido. Cuando un Presidente
de los Estados Unidos reflexionó sobre cómo su país se había convertido en un
cementerio, y dijo: El mundo casi no
notará y menos aún recordará lo que decimos aquí. Pero nunca olvidará lo que
hicimos aquí, sus solas palabras son vigorizantes en sus propiedades de
afirmación vital porque se niegan a encapsular la realidad de 600 000 muertos
en una cataclísmica guerra racial. Al negarse a monumentalizar, al desdeñar la última palabra, la recapitulación exacta, al reconocer su poco poder para agregar o quitar, sus palabras indican deferencia
hacia la incapturabilidad de la vida que lamentan. Es esta deferencia lo que
las mueve, este reconocimiento de que el lenguaje nunca puede mantenerse fiel a
la vida de una vez por todas. Ni debería. El lenguaje nunca puede inmovilizar la esclavitud, el genocidio,
la guerra. Ni debería anhelar la arrogancia de ser capaz de hacerlo. Su fuerza,
su felicidad está en alcanzar lo inefable.
Ya
sea preeminente o precario, oculto, detonante, o se niegue a santificar; ya se
ría a carcajadas o bien sea un aullido sin alfabeto, la palabra escogida, el
silencio escogido, el lenguaje tranquilo bulle hacia el conocimiento, no hacia
su destrucción. Pero, ¿quién no conoce de literatura proscrita porque es
interrogativa, desacreditada porque es crítica, borrada porque es alternativa?
¿Y cuántos no se sienten ultrajados por la idea de una lengua autodestruida?
El
trabajo-de-la-palabra es sublime, piensa la anciana, porque es generativo, produce
el significado, que garantiza nuestra diferencia, nuestra humana diferencia —la
manera en la cual somos como ninguna otra forma de vida.
Morimos.
Ese debe ser el significado de la vida. Pero construimos lenguaje. Esa debe ser
la medida de nuestras vidas.
Érase una vez… unos visitantes hicieron
a una anciana una pregunta. ¿Quiénes son, estos muchachos? ¿Qué hicieron con
este encuentro? ¿Qué oyeron en estas palabras finales: El pájaro está en sus manos? Una frase que señala hacia una
posibilidad o un signo que capta enseguida la idea. A lo mejor lo que los
muchachos oyeron fue: No es mi problema.
Soy mujer, soy vieja, soy negra, soy ciega. La sabiduría que poseo ahora está
en saber que no puedo ayudarlos. El futuro del lenguaje les pertenece.
Ellos
estaban ahí, de pie. Supongan que no había nada en sus manos. Supongan que la
visita era sólo un ardid, una jugarreta para lograr que les hablaran, los
tomaran en serio como no lo habían sido antes. Una oportunidad para
interrumpir, para violar el mundo adulto, su miasma de discurso sobre ellos,
por ellos, pero nunca para ellos. Preguntas urgentes están en juego, incluyendo
esa que ellos hicieron: ¿Está el pájaro
que sostenemos vivo o muerto? Quizá la pregunta quería decir: ¿Podría alguien decirnos qué es la vida?
Nada de artilugios; ninguna estupidez. Una pregunta directa digna de la
atención de una sabia. De una anciana. Y si la anciana visionaria que ha vivido
la vida y afrontado la muerte no puede describir a ninguna de las dos, ¿quién
puede?
Pero
no lo hace, guarda su secreto, su buena opinión de sí misma, sus gnómicos
manifiestos, su arte sin compromiso. Mantiene su distancia, la refuerza y se
retrae en la singularidad del aislamiento, en un espacio sofisticado,
privilegiado.
Nada,
ninguna palabra sigue a su declaración de transferencia. Este silencio es
profundo, más profundo que el significado contenido en las palabras que
pronunció. Este silencio se estremece y los muchachos, fastidiados, lo llenan
con lenguaje inventado sobre el terreno.
¿No hay discurso, le preguntan, no hay palabras que usted pueda darnos para
ayudarnos a abrirnos paso en su expediente de fallas? ¿A través de la educación
que ustedes nos dieron, que no es en absoluto educación porque estamos
prestando mucha atención a lo que han hecho, así como a lo que han dicho?
¿Hasta la barrera que ustedes han erigido entre generosidad y sabiduría?
No
tenemos ningún pájaro en nuestras manos, vivo o muerto. No la tenemos sino a
usted y nuestra importante pregunta. ¿Es la nada que está en nuestras manos
algo que usted podría cargar para contemplar, para adivinar siquiera? ¿Ya no se
acuerda siendo joven cuando el lenguaje era mágico sin significado? ¿Cuando lo
que usted podía decir, podía no significar? ¿Cuando lo invisible era lo que la
imaginación se esforzaba en ver? ¿Cuando preguntas y peticiones de respuesta
ardían tan brillantemente que usted temblaba de furia al no saber?
¿Tenemos
acaso que comenzar a ser conscientes con una batalla de heroínas y héroes, así
como usted luchó y perdió dejándonos con nada en las manos salvo lo que usted
imaginó que está en ellas? Su respuesta es artificiosa, pero su artificiosidad
nos avergüenza y debe avergonzarla a usted. Su respuesta es indecente en su
autocomplacencia. Un guión-para-televisión que no tiene sentido si no hay nada
en nuestras manos.
¿Por qué no se comunicó, y nos tocó con sus
dedos suaves, demorando la mordedura de sonido, la lección, hasta saber quiénes
éramos? ¿Tanto despreció nuestra jugarreta, nuestro modus operandi, que no pudo ver que estábamos confundidos
sobre cómo lograr su atención? Somos jóvenes. Inmaduros. Hemos oído durante
todas nuestras cortas vidas que tenemos que ser responsables. ¿Qué podría eso
significar en la catástrofe en que este mundo se ha convertido, donde —como
dijo un poeta— nada necesita ser expuesto cuando es ya descarado? Nuestra herencia es una afrenta. Usted
quiere que tengamos sus viejos y vacíos ojos, y veamos solamente la crueldad y
la mediocridad. ¿Piensa que somos lo suficientemente estúpidos para perjurarnos
una y otra vez con la ficción de independencia nacional? ¿Cómo se atreve a
hablarnos de deber cuando estamos hundidos hasta la cintura en el veneno de su
pasado?
Usted
nos banaliza y además trivializa el pájaro que no está en nuestras manos. ¿No
hay contexto para nuestras vidas? Ninguna canción, ninguna literatura, ningún
poema lleno de vitaminas, ninguna historia unida a la experiencia que pueda
pasarnos para que nos ayude a marchar bien? Usted es un adulto. La anciana, la
sabia. Deje de pensar en salvar su pellejo. Piense en nuestras vidas y
cuéntenos cómo es su mundo individual. Invéntese un cuento. La narrativa es
radical, nos crea en el mismo momento en que está siendo creada. No la
culparemos si su alcance sobrepasa su control, si el amor inflama tanto sus
palabras que estas caen en llamas y nada queda sino su quemadura. O si, con la
reticencia de las manos de un cirujano, sus palabras suturan sólo los lugares
donde puede manar la sangre. Sabemos que usted nunca podrá hacer esto
apropiadamente —de una vez por todas. La pasión no es nunca suficiente; tampoco
la destreza. Pero inténtelo. Por nuestro bien y el de usted, olvide su nombre
en la calle; díganos lo que el mundo ha sido para usted en los sitios oscuros y
en la luz. No nos diga lo que hay que creer, lo que hay que temer. Muéstrenos
la ancha saya de la creencia y la puntada que desenmaraña el amnios del temor.
Usted, anciana, bendecida con la ceguera, puede hablar el lenguaje que nos dice
lo que sólo el lenguaje puede decir: cómo mirar sin imágenes. Solamente el
lenguaje nos protege de las cicatrices de las cosas sin nombre. Solamente el
lenguaje es meditación.
Díganos
lo que es ser una mujer de modo que podamos saber lo que es ser un hombre. ¿Qué
se mueve en el margen? ¿Qué es no tener un hogar en este lugar? Soltarse de
aquel que uno conoció. ¿Qué es vivir a las afueras de ciudades que no pueden
soportar la compañía de uno?
Háblenos
sobre barcos que regresaron de los bordes de la playa en la Pascua Florida,
placenta en una campiña. Háblenos de una carretada de esclavos, ¿cómo cantaban
tan suavemente que su respiración no se distinguía de la caída de la nieve?
¿Cómo por el encorvamiento del hombro más cercano supieron que la próxima
parada podía ser la última para ellos? ¿Cómo, con las manos puestas en oración
sobre sus sexos, pensaron en el calor, luego en el sol, alzando sus rostros
como si estuviera allí para entrar? Volteándose como para entrar. Se detuvieron
en una hospedería. El conductor y su compañero entraron con la lámpara,
dejándolos zumbando en la oscuridad. El hueco del caballo humea en la nieve
bajo sus cascos, y su siseo y licuefacción son la envidia de los congelados
esclavos.
La
puerta de entrada se abre: una muchacha y un muchacho salen de su luz. Trepan
en la cama del vagón. El muchacho tendrá un revólver en tres años, pero ahora
lleva una lámpara y un cántaro de sidra tibia. Se lo pasan de boca en boca. La
muchacha ofrece pan, pedazos de carne y algo más: una mirada a los ojos de
aquel a quien sirve. Una ración para cada hombre, dos para cada mujer. Y una
mirada. Ellos se la devuelven. La próxima parada será la última para ellos.
Pero no ésta. Porque ésta ha sido entibiada.
Hay
silencio otra vez cuando los muchachos terminan de hablar, hasta que la mujer
lo rompe.
Finalmente, dice, les creo ahora. Les creo con el pájaro que no está en sus manos porque
verdaderamente lo capturaron. Miren. Cuán hermoso es esto que hemos hecho
—juntos.
Discurso traducido por Colombia Truque
Vélez.Copyright © The Nobel Foundation 1993