JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI
“Entre los pueblos
hispano-americanos no hay cooperación. Funcionan económicamente como colonias
de la industria y la finanza europea y norteamericana”
LA UNIDAD DE LA AMÉRICA INDO-ESPAÑOLA, 6 de Diciembre de 1924
Los pueblos de la América española se mueven, en una misma dirección. La
solidaridad de sus destinos históricos no es una ilusión de la literatura
americanista. Estos pueblos, realmente, no sólo son hermanos en la retórica
sino también en la historia. Proceden de una matriz única. La conquista
española, destruyendo las culturas y las agrupaciones autóctonas, uniformó la
fisonomía étnica, política y moral de la América Hispana, Los métodos de
colonización de los españoles solidarizaron la suerte de sus colonias. Los
conquistadores impusieron a las poblaciones indígenas su religión y su
feudalidad. La sangre española se mezcló con la sangre india. Se crearon, así,
núcleos de población criolla, gérmenes de futuras nacionalidades. Luego,
idénticas ideas y emociones agitaron a las colonias contra España. El proceso
de formación de los pueblos indo-españoles tuvo, en suma, una trayectoria
uniforme.
La generación libertadora sintió intensamente la
unidad sudamericana. Opuso a España un frente único continental. Sus caudillos
obedecieron no un ideal nacionalista, sino un ideal americanista. Esta actitud
correspondía a una necesidad histórica. Además, no podía haber nacionalismo
donde no había aún nacionalidades. La revolución no era un movimiento de las
poblaciones indígenas. Era un movimiento de las poblaciones criollas, en las
cuales los reflejos de la Revolución Francesa habían generado un humor
revolucionario.
Más las generaciones siguientes no continuaron por la misma vía.
Emancipadas de España, las antiguas colonias quedaron bajo la presión de las
necesidades de un trabajo de formación nacional. El ideal americanista,
superior a la realidad contingente, fue abandonado. La revolución de la
independencia había sido un gran acto romántico; sus conductores y animadores,
hombres de excepción. El idealismo de esa gesta y de esos hombres había podido
elevarse a una altura inasequible a gestas y hombres menos románticos. Pleitos
absurdos y guerras criminales desgarraron la unidad de la América
Indo-Española. Acontecía, al mismo tiempo, que. unos pueblos se desarrollaban
con más seguridad y velocidad que otros. Los más próximos a Europa fueron
fecundados por sus inmigraciones. Se beneficiaron de un mayor contacto con la
civilización occidental. Los países hispano-americanos empezaron así a
diferenciarse.
Presentemente, mientras unas naciones han liquidado sus problemas
elementales, otras no han progresado mucho en su solución. Mientras unas
naciones han llenado a una regular organización democrática, en otras subsisten
hasta ahora densas residuos de feudalidad. El proceso del desarrollo de todas
estas naciones sigue la misma dirección; pero en unas se cumple más rápidamente
que en otras.
Pero lo que separa y aísla a los países hispano-americanos, no es esta
diversidad de horario político. Es la imposibilidad de que entre naciones
incompletamente formadas, entre naciones apenas bosquejadas en su mayoría, se
concerte y articule un sistema o un conglomerado internacional. En la historia,
la comuna precede a la nación. La nación precede a toda sociedad de naciones.
Aparece como una causa específica de dispersión la insignificancia de
vínculos económicos hispano-americanos. Entre estos países no existe casi
comercio, no existe casi intercambio. Todos ellos son, más o menos, productores
de materias primas y de géneros alimenticios que envían a Europa y Estados
Unidos, de donde reciben, en cambio, máquinas, manufacturas, etc. Todos tienen
una economía parecida, un tráfico análogo. Son países agrícolas. Comercian, por
tanto, con países industriales. Entre los pueblos hispano-americanos no hay
cooperación; algunas veces, por el contrario, hay concurrencia. No se
necesitan, no se complementan, no se buscan unos a otros. Funcionan
económicamente como colonias de la industria y la finanza europea y
norteamericana.
Por muy escaso crédito que se conceda a la concepción materialista de la
historia, no se puede desconocer que las relaciones económicas son el principal
agente de la comunicación y la articulación de los pueblos. Puede ser que el
hecho económico no sea anterior ni superior al hecho político. Pero, al menos,
ambos son consustanciales y solidarios. La historia moderna lo enseña a cada
paso. (A la unidad germana se llegó a través del zollverein.** El sistema
aduanero, que canceló los confines entre los Estados alemanes, fue el motor de
esa unidad que la derrota, la post-guerra y las maniobras del poincarismo no
han conseguido fracturar. Austria-Hungría, no obstante la heterogeneidad de su
contenido étnico, constituía, también, en sus últimos años, un organismo
económico. Las naciones que el tratado de paz ha dividido de Austria-Hungría
resultan un poco artificiales, malgrado la evidente autonomía de sus raíces
étnicas e históricas. Dentro del imperio austro-húngaro la convivencia había concluido
por soldarlas económicamente. El tratado de paz les ha dado autonomía política
pero no ha podido darles autonomía económica. Esas naciones han tenido que
buscar, mediante pactos aduaneros, una restauración parcial de su
funcionamiento unitario. Finalmente, la política de cooperación y asistencia
internacionales, que se intenta actuar en Europa, nace de la constatación de la
interdependencia económica de las naciones europeas. No propulsa esa política
un abstracto ideal pacifista sino un concreto interés económico. Los problemas
de la paz han demostrado la unidad económica de Europa. La unidad moral, la
unidad cultural de Europa no son Menos evidentes; pero sí menos válidas para
inducir a Europa a pacificarse).
Es cierto que estas jóvenes formaciones nacionales se encuentran
desparramadas en un continente inmenso. Pero, la economía es, en nuestro
tiempo, más poderosa que el espacio, Sus hilos, sus nervios, suprimen o anulan
las distancias. La exigüidad de las comunicaciones y los transportes es, en América
indo-española, una consecuencia de la exigüidad de las relaciones económicas.
No se tiende un ferrocarril para satisfacer una necesidad del espíritu y de la
cultura.
La América española se presenta prácticamente fraccionada, escindida,
balcanizada.*** Sin embargo, su
unidad no es una utopía, no es una abstracción. Los hombres que hacen la
historia hispano-americana no son diversos. Entre el criollo del Perú y el
criollo argentino no existe diferencia sensible. El argentino es más optimista,
más afirmativo que el peruano, pero uno y otro son irreligiosos y sensuales.
Hay, entre uno y otro, diferencias de matiz más que de color.
De una comarca de la América española a otra comarca varían las cosas,
varia el paisaje; pero casi no varía el hombre. Y el sujeto de la historia es,
ante todo, el hombre. La economía, la política, la religión, son formas de la
realidad humana. Su historia es, en su esencia, la historia del hombre.
La identidad del hombre hispano-americano encuentra una expresión en la
vida intelectual. Las mismas ideas, los mismos sentimientos circular por toda
la América indo-española. Toda fuerte personalidad intelectual influye en la
cultura continental. Sarmiento, Martí, Montalvo no pertenecen exclusivamente a
sus respectivas patrias; pertenecen a Hispano-América. Lo mismo que de estos
pensadores se puede decir de Darío, Lugones, Silva, Nervo, Chocano y otros
poetas. Rubén Darío está presente en toda la literatura hispano-americana:
Actualmente, el pensamiento de Vasconcelos y de Ingenieros tiene una
repercusión continental. Vasconcelos e Ingenieros son los maestros de una
entera generación de nuestra América. Son dos directores de su mentalidad.
Es absurdo y presuntuoso hablar de una cultura propia y genuinamente
americana en germinación, en elaboración. Lo único evidente es que una
literatura vigorosa refleja ya la mentalidad y el humor hispano-americanos.
Esta literatura —poesía, novela, crítica, sociología, historia, filosofía— no
vincula todavía a los pueblos; pero vincula, aunque no sea sino parcial y
débilmente, a las categorías intelectuales.
Nuestro tiempo, finalmente, ha creado una comunicación más viva y más
extensa: la que ha establecido entre las juventudes hispano-americanas la
emoción revolucionaria. Más bien espiritual que intelectual, esta comunicación
recuerda la que concertó a la generación de la independencia. Ahora como
entonces, la emoción revolucionaria da unidad a la América indo-española. Los
intereses burgueses son concurrentes o rivales; los intereses de las masas no.
Con la Revolución Mexicana, con su suerte, con su ideario, con sus hombres, se
sienten solidarios todos los hombres nuevos de América. Los brindis pacatos de
la diplomacia no unirán a estos pueblos. Los unirán, en el porvenir, los votos
históricos de las muchedumbres.
NOTAS:
Publicado en Variedades: Lima, 6 de Diciembre de 1924. Reproducido en El
Universitario, Buenos Aires, Diciembre de 1925.
** Acuerdo aduanero.
*** Se reviere a la artificial separación de los países que conforman los
Balcanes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario