BERNARDO DE MONTEAGUDO:
Corramos a la gloria, y proscribamos de nuestra
lista nacional al cobarde que huya del peligro, o al ingrato que prefiera la
esclavitud. Si alguno abandona a la patria en estos conflictos, precipitémosle
de la roca tarpeyana cargándolo de eternas execraciones
Para una nación débil y cobarde su misma
seguridad es peligrosa, porque abandonándose a un profundo letargo está siempre
próxima a perder su existencia: mas para un pueblo intrépido y enérgico los
más graves peligros son otros tantos medios de hacerse respetable. El cobarde
se acerca al peligro cuando huye de él, y el intrépido se pone a mayor
distancia cuando lo arrostra. Todos los horrores que forja la pusilanimidad en
su delirio no son sino males relativos que sólo atormentan al débil sin tener
en su objeto más de una existencia ideal. Si el temor no hubiese llegado a
formar una segunda naturaleza en el hombre el número de sus desgracias no
hubiera excedido de un prudente cálculo: pero esta pasión fanática y
supersticiosa multiplica hasta lo infinito sus miserias, previniendo su
incierta y remota existencia. La intrepidez al contrario, jamás confunde el
presentimiento con la realidad, ni equivoca los males posibles con los actuales:
sólo teme a los cobardes que deben concurrir a disiparlos, porque sabe que el
mayor escollo es la languidez dé los mismos resortes que dirigen el mecanismo
de sus fuerzas morales.
Fijemos un principio para analizar sus consecuencias: la patria está en peligro, y sólo nuestra energía, nuestra energía sola podrá salvarla. Yo veo que Roma aniquilada y moribunda después del triunfo de Brenno, no presenta ya sino un cuadro ruinoso de su antiguo esplendor, y que sus habitantes despavoridos huyen sin esperanza de volver a ver a sus dioses penates: pero luego que el gran Camilo ha desde su retiro de Ardea á1 frente de nuevas legiones, y el pueblo recobra su energía con el ejemplo de Manlio, el vencedor se rinde, y se reedifica la capital del mundo, cuando parecía que sus recursos agotados iban a poner un paréntesis eterno en los fastos de su gloria. Algo más, yo veo que estando para sucumbir la república por el incendiario Catilina y sus cómplices, el celo intrépido de un solo ciudadano, del orador de Arpino salvó la patria de tan gran conflicto; y cuando el veneno parecía haber alterado su misma constitución, hasta reducir a un índice abreviado los defensores del orden, pudo no obstante la energía del menor número sofocar el furor de los conjurados. Yo veo por último a un solo Washington cuyo nombre haré su eterno elogio, destruir en las regiones del norte la arbitrariedad y tiranía, asegurar con sus esfuerzos el patrimonio hasta entonces usurpado a millares de hombres, y llevar a cabo sus virtuosos designios venciendo con su energía los escollos que opone a la salud de los hombres la codicia y los resabios de la servidumbre.Pero no busquemos en los anales del heroísmo ejemplos de que no carecemos en el período de nuestra revolución. Hemos visto que la energía nos ha salvado más de una vez sosteniéndonos en los conflictos y escasez de recursos con una orgullosa firmeza, y acabamos de probar en estos últimos días, que para que el pueblo americano despliegue su intrepidez, es preciso que los peligros se presenten complotarlos por decirlo así, y que convergiendo sus ojos a todas partes a fin de calcular sus recursos se vea precisado a volverlos a fijar en sus propias fuerzas para empeñarlas con mayor ardor. Será una felicidad para un pueblo que desea ser libre el que llegue a desengañarse y conocer, que mientras no busque en el fondo de sí mismo los medios de salvarse jamás lo conseguirá. Es muy fácil y peligroso que el que se acostumbra a creer que nada puede por sí mismo llegue a ser en efecto impotente para todo, y sólo calcule sus fuerzas por los precarios auxilios que espera recibir: pero cuando conoce que su energía es tanto más ventajosa cuanto en cierto modo inutiliza las que se le oponen, y que su propio pecho es el muro más inexpugnable contra los ataques que la amenazan: y considera al mismo tiempo que la fuerza moral de su espíritu dobla sus fuerzas físicas hasta elevarlo del último grado de debilidad al supremo de vigor y robustez; entonces es muy fácil que cien héroes reunidos triunfen de millares de imbéciles que calculan su fuerza por el número de sus brazos, sin contar con el corazón que los anima. Todo hombre nivela sus empresas por la opinión que tiene de sí mismo, y la proporción que guarda es tan exacta que pueden mirarse aquellas como la más fiel expresión del concepto que le inspira su amor propio. El carácter de un espíritu firme y enérgico es creerse superior a todo; de consiguiente él emprenderá lo más arduo y difícil satisfecho de que los escollos que se le presenten no harán más que abrirle el camino de la gloria. Podrá quizá estrellarse en su sepulcro en medio de su carrera; pero aun entonces él muere con ventaja, porque muere sin temor, y deja al cobarde un monumento que lo aterre.
Fijemos un principio para analizar sus consecuencias: la patria está en peligro, y sólo nuestra energía, nuestra energía sola podrá salvarla. Yo veo que Roma aniquilada y moribunda después del triunfo de Brenno, no presenta ya sino un cuadro ruinoso de su antiguo esplendor, y que sus habitantes despavoridos huyen sin esperanza de volver a ver a sus dioses penates: pero luego que el gran Camilo ha desde su retiro de Ardea á1 frente de nuevas legiones, y el pueblo recobra su energía con el ejemplo de Manlio, el vencedor se rinde, y se reedifica la capital del mundo, cuando parecía que sus recursos agotados iban a poner un paréntesis eterno en los fastos de su gloria. Algo más, yo veo que estando para sucumbir la república por el incendiario Catilina y sus cómplices, el celo intrépido de un solo ciudadano, del orador de Arpino salvó la patria de tan gran conflicto; y cuando el veneno parecía haber alterado su misma constitución, hasta reducir a un índice abreviado los defensores del orden, pudo no obstante la energía del menor número sofocar el furor de los conjurados. Yo veo por último a un solo Washington cuyo nombre haré su eterno elogio, destruir en las regiones del norte la arbitrariedad y tiranía, asegurar con sus esfuerzos el patrimonio hasta entonces usurpado a millares de hombres, y llevar a cabo sus virtuosos designios venciendo con su energía los escollos que opone a la salud de los hombres la codicia y los resabios de la servidumbre.Pero no busquemos en los anales del heroísmo ejemplos de que no carecemos en el período de nuestra revolución. Hemos visto que la energía nos ha salvado más de una vez sosteniéndonos en los conflictos y escasez de recursos con una orgullosa firmeza, y acabamos de probar en estos últimos días, que para que el pueblo americano despliegue su intrepidez, es preciso que los peligros se presenten complotarlos por decirlo así, y que convergiendo sus ojos a todas partes a fin de calcular sus recursos se vea precisado a volverlos a fijar en sus propias fuerzas para empeñarlas con mayor ardor. Será una felicidad para un pueblo que desea ser libre el que llegue a desengañarse y conocer, que mientras no busque en el fondo de sí mismo los medios de salvarse jamás lo conseguirá. Es muy fácil y peligroso que el que se acostumbra a creer que nada puede por sí mismo llegue a ser en efecto impotente para todo, y sólo calcule sus fuerzas por los precarios auxilios que espera recibir: pero cuando conoce que su energía es tanto más ventajosa cuanto en cierto modo inutiliza las que se le oponen, y que su propio pecho es el muro más inexpugnable contra los ataques que la amenazan: y considera al mismo tiempo que la fuerza moral de su espíritu dobla sus fuerzas físicas hasta elevarlo del último grado de debilidad al supremo de vigor y robustez; entonces es muy fácil que cien héroes reunidos triunfen de millares de imbéciles que calculan su fuerza por el número de sus brazos, sin contar con el corazón que los anima. Todo hombre nivela sus empresas por la opinión que tiene de sí mismo, y la proporción que guarda es tan exacta que pueden mirarse aquellas como la más fiel expresión del concepto que le inspira su amor propio. El carácter de un espíritu firme y enérgico es creerse superior a todo; de consiguiente él emprenderá lo más arduo y difícil satisfecho de que los escollos que se le presenten no harán más que abrirle el camino de la gloria. Podrá quizá estrellarse en su sepulcro en medio de su carrera; pero aun entonces él muere con ventaja, porque muere sin temor, y deja al cobarde un monumento que lo aterre.
Pueblo americano, grabad en vuestro
corazón estas consecuencias y su principio: la energía sola podrá salvarnos; pero
ella basta aunque los demás recursos huyan de nosotros; no temáis a ese
frenético enemigo que auxiliado de un rival vecino quiere incendiar nuestros
hogares, y usurpar por un derecho nominal de sucesión vuestra imprescriptible
soberanía. El tiene más vanidad que espíritu, más orgullo que valor; y sus armas
sólo pueden ser terribles para otros esclavos iguales a él. Nosotros combatimos
por nuestra libertad, combatimos por nuestra cara posteridad, y combatimos por
nuestra existencia natural y civil: todo el que sea capaz de sentir, lo será de
sacrificarse por tan grandes intereses: para salvarlos quizá no se necesita
más que un momento de energía, un instante de intrepidez. Corramos a la
gloria, y proscribamos de nuestra lista nacional al cobarde que huya del
peligro, o al ingrato que prefiera la esclavitud. Si alguno abandona a la
patria en estos conflictos, precipitémosle de la roca tarpeyana cargándolo de
eternas execraciones.
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