JEAN JAURÉS “La clase obrera no lucha
solamente por ella: lucha por la humanidad entera”
DISCURSO EN LA CAMARA
DE DIPUTADOS, 1909
“La
política republicana y el socialismo”
Señores:
...En la política de toda República está planteada por la
realidad misma una cuestión sustancial, de la mayor importancia, que no es
posible orillarla sin grave riesgo. Se trata de saber cómo podremos reanimar el
gusto de las realizaciones sociales y la confianza en un plan de acción
reglada, metódica, fecunda, claramente orientada en dirección a ideales
precisos y concretos, acomodados a las necesidades de nuestra Francia, donde
desde hace muchos años tantos esfuerzos y tantas esperanzas se vienen malogrando.
Por graves que sean las causas de nuestra inquietud, no se ha de caer en la
desesperación, porque dos cosas me parecen particularmente promisorias. La
primera es la existencia en el mundo, a esta hora en que discutimos, de una
materia toda ella en espera de acción inmediata.
Si os detenéis a inquirir cuál es la orden del día sobre asuntos
de política social en los grandes países civilizados, encontraréis, más o menos
desarrollado, un inmenso programa de acción democrática popular encaminado por
todas partes a liberar la clase obrera de la doble plaga de la ignorancia y del
alcoholismo... ¿Cómo conducir el proletariado a escalar los niveles de su
grandeza y de su misión si permitimos que su energía sea envilecida o
malignamente sobreexcitada en las fuentes mismas de la vida? Yo decía
recientemente a uno de mis contradictores: para que pueda realizarse sin
violencias una fecunda revolución social es preciso luchar contra el
alcoholismo.
Al lado de las tentativas del tipo indicado, en todos los países
cultos se multiplican los esfuerzos legislativos o sindicales para reducir la
jornada de trabajo actual...
Al
mismo tiempo que se adoptan estas disposiciones, se dibuja cierto movimiento
casi universal orientado hacia un socialismo de Estado y un socialismo municipal,
que si bien es imagen incompleta de la futura organización socialista, puesto
que mantiene la concurrencia y el salario, representa progresos de no poco
interés. Por todas partes se organizan instituciones que tienden a sustituir
las empresas capitalistas por servicios públicos nacionalizados o
municipalizados. Puede haber sin duda en este movimiento períodos de reacción
pasajera; pero a través de vicisitudes diversas el movimiento continúa y se
amplifica. La mayoría de las municipalidades alemanas poseen ya un dominio
industrial de gas, electricidad, agua y transportes urbanos. Las grandes
ciudades inglesas han invertido sumas enormes en municipalizar estos servicios.
Y nosotros mismos, señores, tendremos que imitar esta política impulsados por
la corriente general...
Estas nuevas instituciones han surgido en el mundo moderno bajo
formas bien diversas, cuya diversidad misma revela la fecundidad posible de su
desarrollo. Aquí, es el municipio dueño absoluto de una parte del dominio
industrial...; en otras partes vemos los consorcios establecidos entre el
Estado y los capitales privados... En Suiza existen incluso bancos
cantonales...
A medida que se consolidan estos ensayos, los ejércitos de
algunos países son materia de transformaciones profundas. Entre nosotros se
reduce la duración del servicio militar, y no es aventurado afirmar que nos
encontramos en el umbral del régimen de milicias... Suiza, conservando como
base de su ejército la milicia, le ha dado una organización técnica tan fuerte
que hasta el Estado Mayor alemán ha reconocido las excelencias de la
institución militar helvética..., basada en el régimen de milicias populares y
en un servicio militar de corta duración combinado con la educación de los
soldados en municipios y cantones...
...A la hora en que vivimos, lo que necesitan los hombres, lo
que falta en los partidos y asambleas, aquello de que más carecen los
demócratas deseosos de realizar el progreso no es un programa de acción. Este
programa existe y está elaborado no tanto por las iniciativas individuales como
por el esfuerzo colectivo que realiza el proletariado de los países libres. No
se trata, pues, de ficciones o jactancias de los partidos obreros. Desde hace
más de veinticinco años, siempre que se ha realizado o ensayado en cualquier
país del mundo alguna reforma social, todos los partidos acabaron por
reconocer, los unos con agrado, los otros contra sus íntimos deseos, que tales
avances se deben a la inspiración, a la presión, a la influencia cada vez mayor
de la clase obrera y del socialismo. Un día es Bismarck quien dice desde la
tribuna del Reichstag que «sin la presión del partido socialista no hubiera
podido sacar adelante las leyes de seguros sociales». Otro día es Inglaterra
quien nos da el ejemplo con su impuesto sobre la renta. Y en Francia hemos oído
tachar de socialistas los proyectos de Caillaux estableciendo la imposición
sobre las rentas...
...Para salir del estado de atonía y escepticismo en que
languidece la vida francesa, es urgente proclamar y organizar una política muy
audaz y progresiva..., pero guardándose de incurrir en la ilusión de un
reformismo puramente empírico, pues la plena emancipación de la clase obrera no
será posible sin transformar el actual régimen de la propiedad.
Aun así, estas reformas de gran aliento son de un interés
básico, tanto para el proletariado como para la civilización en general.
Suponed que por un esfuerzo de la clase obrera y de las
democracias, esas reformas llegaran a realizarse. Suponed que la educación
popular fuese mejor y más fructuosa mediante una especie de dilatación social
de la escuela. Suponed que el pueblo sea por fin verdaderamente protegido en
sus energías vitales, en el equilibrio de su fuerza nerviosa, contra los
estragos de la enfermedad y del alcoholismo, no por vanas frases pronunciadas
en los congresos, sino por una vigorosa organización... Suponed además que
mediante una serie orgánica de conquistas sociales, concertando las actividades
políticas y sindicales, el pueblo trabajador obtiene la jornada de ocho horas,
la semana inglesa, la participación en los beneficios de su taller, el seguro
contra los accidentes, contra las enfermedades, contra la vejez y contra el
paro forzoso; que se le consienta intervenir, no como sujeto pasivo, sino con
funciones de control activo en el funcionamiento de las sociedades de seguro.
Suponed que las grandes empresas capitalistas son transformadas en servicios
públicos, nacionales o municipales, y que la clase obrera es asociada por
mediación de sus organizaciones a la gestión de estos servicios
democratizados... Si, en efecto, se hiciera todo esto, yo afirmo que al término
de un tan grande esfuerzo, cuando en la institución militar penetre también el
espíritu democrático, cuando la práctica del arbitraje internacional se haya
extendido incluso a los más graves conflictos, entonces, la clase obrera tendrá
mayor bienestar, más seguridad, más libertad y cultura; y no solamente
mejorarán las condiciones materiales de su vida, sino que tendrá una fuerza
superior para enfrentar serenamente la cuestión esencial, el problema decisivo,
es decir, esa transformación de la propiedad a cuyo conjuro la multitud de los
hombres pasará del estado de sujeción a un estado de cooperación.
Y así, al mismo tiempo que progrese la clase obrera, se
obtendrán nuevos progresos y garantías para toda la civilización humana, porque
a medida que los trabajadores sean más libres y más fuertes, y estén mejor
amparados, y se acostumbren a participar en las grandes iniciativas colectivas,
serán mayores las probabilidades de que los cambios sociales se realicen
conforme a las leyes de la evolución. En tal caso, los trabajadores durante
tanto tiempo amenazados de miseria, y amenazadores a su vez, abordarán el
problema final no sólo con más entusiasmo y confianza, sino con mayor cordura,
teniendo por anticipado la tranquila certidumbre de un nuevo y más justo orden
social.
Pero, señores, ¿es un sueño todo esto? Muchos son los obstáculos
y dificultades con que tropieza la clase obrera en el camino de sus justas
reivindicaciones. A todos los anhelos del proletariado, a todas las tentativas
democráticas se opone la resistencia sórdida o violenta de la clase
privilegiada que detenta el monopolio de la propiedad. Los que hoy viven del
privilegio ejercen una tenaz acción, usando alternativamente la fuerza o la
perfidia; ellos cuentan con el poderío que les da el capital concentrado en sus
ruanos; a ellos corresponde ahora el derecho libérrimo de dar o negar trabajo;
disponen de la oculta influencia de la gran piensa; a su ventaja juega la
dispersión de los esfuerzos que le opone la democracia, diseminada y absorbida
por las preocupaciones del penoso vivir; y mientras el capitalismo universal
forma un compacto bloque, las fuerzas democráticas aparecen divididas en el
mundo y dentro de cada país por la dispersión de sus grupos y partidos en los
parlamentos.
De tal manera, señores, es como se alza un obstáculo enorme, a
la vez recio y blando, ante todo afán de la clase obrera. Yo digo que la
política permanecerá estancada, que la democracia seguirá siendo un régimen
incierto en tanto que no haya sido derribado ese obstáculo. Y digo también que
sólo existe una fuerza, una sola, que pueda demoler el obstáculo y abrir las
rutas del porvenir. Esa fuerza es el proletariado, organizándose por sí mismo,
tomando por la cohesión y conciencia de su fuerza plena conciencia de su
derecho y de su misión histórica.
«La clase obrera lucha por la humanidad.»
Señores: el proletariado no es una clase mezquina; no es una
casta encerrada en el círculo de sus intereses egoístas. La clase obrera no
lucha solamente por ella: yo no me cansaré de repetir —es un lugar común del
socialismo— que lucha por la humanidad entera. Ella no pide la sustitución de
un privilegio por otro privilegio; no dice que al régimen de la propiedad
feudal de la tierra haya de suceder el régimen de la propiedad mobiliaria; ella
no invoca en su beneficio ningún título de privilegio: invoca un título de
humanidad, limitándose a decir que la clase obrera personifica el trabajo,
campo de acción abierto a todo hombre que quiera participar en el derecho nuevo
con esta ejecutoria, la más noble de todas.
El proletariado así concebido podrá reunir alrededor de sus
organizaciones todas las fuerzas dispersas de la democracia y concentrar en un
sólido bloque orgánico, junto a los trabajadores urbanos, al proletariado
campesino, a los modestos propietarios rurales, articulados en cooperativas, a
la pequeña burguesía mercantil y artesana, hoy tan desamparada, a los técnicos
profesionales y al trabajador intelectual...
He ahí, señores, cómo está planteado el problema para los
socialistas. Nosotros miramos tranquilos el porvenir. Sabemos que la Francia,
inmovilizada y detenida hoy, recuperará y reanimará su acción algún próximo
día. Motivos hay para maldecir las cosas francesas a la hora presente; pero en
este país existe un resorte de valor incomparable, porque a la hora decisiva el
pueblo francés siempre ha sabido identificar la esencia misma de la vida con la
idea de la revolución y de la justicia social...
Precisamente porque Francia supo cimentar su vida pública sobre
la democracia ha sufrido las más trágicas alternativas de grandeza y
postración. El día que la democracia reniegue de sí misma, todo se habrá
hundido entre nosotros, porque no queda ninguna supervivencia del pasado capaz
de llenar el vacío de la libertad. Pero si por el contrario se juntan y exaltan
todas las fuerzas de la democracia, entonces, libres ya de los obstáculos
tradicionales, el movimiento hacia el progreso podrá ser entre nosotros
admirable y sin parangón ninguno.
Termino, señores, ratificando mi confianza en que bajo la
impulsión obrera y socialista ese movimiento ascensional lo veremos triunfante
para gloria de Francia y bien del mundo.
JEAN JAURES
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