HORST KÖHLER
“La libertad y la
paz son como el aire para respirar, cuando se pierden es cuando se cae en la
cuenta del inestimable valor que tienen”
DISCURSO DEL PRESIDENTE FEDERAL DE ALEMANIA, EN LA CENA OFRECIDA A LOS
JEFES DE ESTADO Y DE GOBIERNO DE LOS ESTADOS MIEMBROS DE LA UNION EUROPEA CON
MOTIVO DEL 50° ANIVERSARIO DE LA FIRMA DE LOS TRATADOS DE ROMA, 24 de Marzo de 2007
Queridos
invitados:
Les doy
de nuevo mi más cordial bienvenida en el Palacio de Bellevue. Lamentablemente
no puede estar entre nosotros alguien que, por derecho propio, debería formar
parte de la concurrencia: Helmut Kohl, el ciudadano de honor de Europa. Me ha
pedido que les transmita un saludo muy cordial.
Señoras
y señores: Hay temas con los cuales el orador se mete casi indefectiblemente en
un jardín. Se titulan, verbigracia, "Historia, situación y perspectivas de
la integración europea" o también "Esencia e identidad de Europa".
Quien sea proclive a la intrepidez intelectual incluso pretenderá abordarlo
todo a la vez y, a ser posible, por añadidura dentro de los límites de tiempo
de un discurso de banquete, que -si no ya con los invitados- al menos suele ser
considerado con el cocinero.
Así las
cosas, y tras darle no pocas vueltas, cambié de decisión. Me voy a limitar a
hablarles brevemente de tres libros que en los últimos tiempos han tenido gran
éxito entre los lectores alemanes. Al hilo de la exposición enlazaré algunas reflexiones
personales sobre Europa. Y como bien advierte Voltaire, el secreto de aburrir a
la gente consiste en decirlo todo.
El primer libro -en el cual me detendré algo más que
en los otros dos- lo ha escrito el periodista Wolfgang Büscher. Se titula
"Berlín - Moscú". El autor recorrió esa ruta de 1.800 kilómetros a
pie, siguiendo el rastro a la Grande Armée y a la Wehrmacht, en cuyas filas
marchó su abuelo. Nadie sabe dónde está su tumba.
Büscher
transita por los caminos militares, cruza los campos de batalla y se detiene
ante las tumbas de los soldados; en una pequeña localidad polaca le enseñan un
cementerio donde reposan juntos toda suerte de combatientes caídos en guerras
civiles europeas; se empapa de los paisajes y escucha las historias de la gente
que se encuentra a su paso: historias de atropellos y exterminio, pero también
historias de amor y compasión.
Büscher
vive muchas experiencias gratificantes. Al comienzo de su viaje, por ejemplo,
conoce a un matrimonio polaco. La mujer es profesora de alemán. Al despedirse,
le entrega un pedazo de papel que contiene, escrita con letra apretada, una
lista con los números de teléfono de unas profesoras de alemán. ¿Y qué ocurre?
Cada vez que marca uno de esos números, ya le están esperando. "No me podía
perder", escribe Büscher, "Polonia miraba por mí."
Berlín
- Moscú muestra de un modo muy cercano al sentir de la gente cuán insustituible
es la libertad, cuán dulce es la paz y cuán profundo es el pozo del pasado. Con
qué urgencia necesita Europa la reconciliación, una reconciliación que, sin
sustraer nada de lo acontecido, sí que afirme: "Eso es obra tuya. Pero no
es tu ser." Y cuánto resplandece en Europa el oeste, por cuanto todos
quieren pertenecer a él -en este punto Büscher también plantea un interrogante:
el este siempre empieza justo al otro lado, y es así como se va desplazando una
y otra vez hasta los aledaños de Moscú, y entonces Moscú, a su vez, se siente
de nuevo parte del oeste.
Todo
ello también evidencia el histórico éxito que representa la integración
europea. Para muchos entre tanto es algo tan sobreentendido que casi se raya en
la desmemoria. Porque, en efecto, la libertad y la paz son como el aire para
respirar, cuando se pierden es cuando se cae en la cuenta del inestimable valor
que tienen. Los padres de los Tratados de Roma lo sabían perfectamente: Alcide
de Gasperi, Robert Schuman, Paul Henri Spaak, Jean Monnet, Joseph Luns, Walter
Hallstein, Charles de Gaulle, Konrad Adenauer -fueron soldados, prisioneros de
guerra, miembros de la resistencia contra los fascistas y los nazis,
prisioneros de la Gestapo. Habían sufrido en carne propia lo que significa la
guerra, la represión, el cautiverio y el exilio, y de esa experiencia surgió el
liderazgo. La Unión Europea no es un milagro, fue construida, y el anhelo
supremo que animaba a los constructores era instaurar la libertad, la paz, el
imperio de la ley y un equitativo equilibrio de intereses, en suma: una buena
comunidad. Yo añado: Entre esos artífices se cuenta también Winston Churchill
con su estratégico discurso de Zúrich y se cuentan los Estados Unidos de
América, sin cuya protección y ayuda Europa occidental no se habría avenido y
recobrado. Sin embargo, en todo ese proyecto el bienestar económico no ocupaba
sino un segundo plano: La cooperación económica, con ser magníficos sus
resultados, no constituía un fin en sí mismo sino un medio para alcanzar la
integración política. El primer presidente de la Comisión Europea, Walter
Hallstein, lo sintetizó en estos términos: "We are not in economics, we
are in politics."
Y la
coincidencia de criterio con la generación de los fundadores se extiende y
traslada hoy a la convicción de que la Unión Europea es mucho más que una mera
agrupación económica de perfil utilitarista. De no ser así, ¿se hubiera continuado
ampliando sucesivamente con tanta determinación? Lo cierto es que el mercado
interior y la unión económica y monetaria no existen por sí mismos sino
precisamente como fundamento de la comunidad política y la solidaridad en las
cuestiones políticas capitales y como fundamento de la actuación conjunta como
amigos en la libertad.
Pero
volvamos a Wolfgang Büscher. Su libro también hace cobrar conciencia de que
hasta las revoluciones del año 1989 la integración europea en realidad no fue
sino una victoria a medias. Es a partir de entonces y desde la adhesión de
nuestros primos hermanos de Europa Central y Oriental cuando la Unión adquiere
una dimensión auténticamente europea y nuestro continente se recompone en el
reencuentro. Es algo sin parangón, por cuanto nunca antes tantas naciones y sus
Estados se habían aglutinado por su propia voluntad; y se trata de un proceso
extraordinariamente apasionante y apasionado. A nivel político desde luego,
porque los nuevos miembros legítimamente aportan nuevas perspectivas, porque
los veteranos, con el mismo derecho, quieren preservar lo acrisolado en la
experiencia y porque las reglas de nuestra convivencia deben por fin adaptarse
con paciencia y buena voluntad. ¿O acaso debe la Unión Europea, que tan
saludablemente ha crecido, seguir vistiendo un traje jurídico que le queda
estrecho porque fue confeccionado a la medida de un adolescente y andando el
tiempo solo se le ensancharon las costuras en un par de ocasiones? Pero la
conjunción de Europa también es a la vez un proceso apasionante y apasionado en
la propia vida de los ciudadanos y de las regiones europeas; y a veces me
pregunto si la Europa de las conferencias lo tiene debidamente en cuenta.
Hace
tiempo que millones de personas vienen trabajando en esa convergencia desde
abajo, no por delegación de la Unión y en la mayoría de los casos tampoco por
amor a la aventura ni inquietud exploratoria, sino lisa y llanamente para
ganarse el sustento. Infatigablemente recorren las viejas rutas comerciales,
infatigablemente se lanzan a conocer paisajes y paisanajes en la lejanía,
estudian los horarios y trayectos de los transportes, las guías de idiomas y
las secciones de anuncios por palabras de los periódicos regionales. Wolfgang
Büscher se encontró con algunas de esas personas: trabajadores itinerantes,
carreteros y comerciantes.
Europa
se conjunta nuevamente y a la par se conjuga novedosamente: trabajadores
británicos trabajan en la construcción en la República Checa, jóvenes rumanas
van a hacer de au-pair a París, fontaneros polacos trabajan en Londres,
fabricantes italianos se instalan en Hungría, médicos alemanes se establecen en
Estocolmo, entre Tallinn y Helsinki o entre Gdansk y Malmö hay un trasiego
diario de profesionales que viven de un lado y trabajan del otro. En todas
partes hay guías telefónicas con páginas amarillas, servicio automático para
las llamadas internacionales, una densa red de líneas de autobuses
transeuropeas, trayectos de transbordadores y vuelos baratos. A los turistas
este cúmulo de facilidades también les permite explorar Europa en toda su
diversidad y en toda su afinidad, y es de esperar que entre los estudiantes
europeos la inclusión de una etapa de estudios en algún país vecino pronto se
dé definitivamente por descontada. De este modo los ciudadanos de la Unión
adquieren paulatinamente un horizonte vital y de experiencia común.
Esa
comunidad de aprendizaje merece el máximo apoyo. Siendo como es el propósito
que la Unión Europea se instale irreversiblemente en las mentes y los
corazones. ¿Entonces por qué no multiplicamos nuestros esfuerzos para saciar la
curiosidad de los europeos y, en particular, de la gente joven por Europa y
despertar su entusiasmo por compartir lo que nos es común? En muchas
conversaciones con gente joven -las más recientes en compañía del Presidente
Napolitano en la Universidad de Tubinga- lo he podido comprobar: La juventud
quiere Europa, y como esa voluntad europeísta se sustenta en una combinación de
idealismo con riqueza de conocimientos, yo me siento confiado. Los jóvenes por
ejemplo preguntan: ¿Para cuándo un canal europeo de televisión que merezca su
nombre, es decir, que informe con asiduidad, con detenimiento y con
conocimiento de causa sobre todos y cada uno de los Estados miembros? Un canal
así también contribuiría de forma destacada a la articulación de algo tan
urgente para nuestra comunidad como es una opinión pública política a nivel
europeo.
Incidiendo
en lo mismo: Ya que le hemos cedido a Suiza ser la sede fundacional de
Eurovisión, del Concurso de Eurovisión, de la UEFA y del Foro Económico
Mundial, ¿por qué no fundamos por lo menos una Casa de la Historia Europea y
convocamos en ella cada año un "Foro Europeo de la Diversidad y del
Diálogo" con proyección mundial?
Pero si
yo lo que quería era hablar de tres libros. El segundo encabeza actualmente la
lista de los libros más vendidos y es obra de Hape Kerkeling, humorista
inteligente y una de las estrellas televisivas más populares del momento. Por
cierto que tiene una relación muy curiosa con el Palacio de Bellevue. Resulta
que hace muchos años se le ocurrió disfrazarse de jefe de Estado extranjero y
se hizo llevar hasta el palacio en limusina en el instante mismo en que se
esperaba la llegada del jefe de Estado de verdad. En aquella ocasión, cuando
menos, consiguió colarse hasta el vestíbulo, y las imágenes grabadas de tan
memorable actuación todavía hoy hacen sonreír a mis compatriotas.
También
Hape Kerkeling escribe sobre un viaje. Ha recorrido el Camino de Santiago, la
milenaria ruta de peregrinación a Santiago de Compostela. El libro se titula
"Ich bin dann mal weg" (Bueno, yo me marcho) y cuenta cómo, tras años
de agotamiento por exceso de trabajo, con sordera súbita y trastornos de la
vesícula incluidos, entra en cuentas consigo mismo, se centra y, andando el
camino, cavila sobre todo lo divino y lo humano. Es un relato impregnado de una
espiritualidad adogmática y un talante tolerante, un relato en el que se
entretejen referencias a vidas de santos con conjeturas como que quizás Dios
incluso hable al peregrino a través del mensaje de un cartel publicitario. Y
como Kerkeling hacen el camino gentes de todas las latitudes, y ni mucho menos
solo católicos. La gran acogida que ha tenido el libro entre los lectores de
cualesquiera confesiones y creencias ha sorprendido a más de uno. A mí me
parece que es una señal de la naturalidad con que incontables ciudadanos
europeos buscan respuesta a la pregunta acerca de qué es lo que nos sirve de
sostén en nuestro fuero interno. Y el libro también es un hermoso ejemplo de cuán
gozosa y despreocupadamente se puede reflexionar, hablar y escribir aquí en
Europa sobre el sentido de la vida y sobre Dios.
El
tercer libro es de Daniel Kehlmann y se titula "Die Vermessung der
Welt" (La medida del mundo). Desgrana con estilo imaginativo a la par que
ameno las peripecias vitales del matemático y astrónomo Carl Friedrich Gauß y
del naturalista y viajero Alexander von Humboldt. Se palpa su genio, su
enérgica aprehensión de la realidad, su determinación de llegar al fondo de las
cosas -el uno mediante la reflexión pura, hasta de madrugada, tendido en el
lecho; el otro, viajando sin descanso. Ambos son ciertamente típicos en su afán
de exigir y proporcionar razonamientos y fundamentos siempre asibles: son
típicos exponentes de una cultura del pensamiento y de la acción que impregna
desde siempre a Europa. Esta actitud goza de innegable predicamento, como he
podido comprobar una vez más hace escasas fechas en un viaje por América
Latina. Pero el título original del libro de Kehlmann en alemán también esconde
un juego de palabras por el doble significado de la palabra
"Vermessung", medida y desmesura: ¿Puede la medida científica del
mundo desembocar por desmesura en un mundo desmedido? ¿No hace tiempo que la
hermosa nueva realidad que hemos creado gracias a la ciencia y la tecnología se
ha topado con sus límites naturales? ¿Una globalización del modo de vida que
disfrutamos en estos momentos los europeos y algunas otras naciones de
Occidente y en aras del cual nosotros y otros estamos consumiendo el mundo sin
apenas parar mientes puede ser una globalización sostenible?
Ocurre
que también cuando se plantean preguntas de esta índole muchas miradas se
dirigen hacia nosotros, desde todas las partes del mundo. Ocurre que también en
este orden de cosas Europa tiene buena fama: Lo que la Unión Europea ha hecho
hasta ahora por ejemplo en materia de protección del medio ambiente a nivel de
los Estados miembros y a escala mundial desde luego que resiste cualquier
comparación y debería alentarnos y animarnos a seguir asumiendo
responsabilidades y liderazgo en este terreno. Por lo demás, muchos
observadores extranjeros ven nuestra combinación de libertad y solidaridad como
posible modelo de sostenibilidad en el seno de una sociedad. Y la gente joven
con la que hablamos en Dresde y Tubinga desea que el principio de
sostenibilidad sea guía y norte de toda la legislación europea. Nuestra
conjunción -a la postre inconfundiblemente europea por muchas diferencias de
detalle que existan- de libertad individual, pujanza científica y económica y
sentido de la responsabilidad social y ecológica es atractiva. Deberíamos
cultivar y fortalecer juntos los fundamentos espirituales y materiales de esa
combinación genuinamente europea: aquí entre nosotros, en la propia Europa, y dondequiera
que la globalización pueda modelarse positivamente. Y deberíamos buscar el
diálogo sobre estos temas con otros círculos culturales y con las naciones
emergentes, por cuanto todos todavía podemos aprender mucho los unos de los
otros.
Solo he
traído a colación tres libros de los cientos de miles que se publican año tras
año en nuestros países. Pero por sí solas estas tres obras ya transmiten mucho
sobre la realidad de Europa: sobre su envergadura entre África y Asia, su
diversidad interna, su profundidad y sus abismos; sobre sus méritos y asimismo
sobre los interrogantes ante los cuales se encuentra en estos momentos. La
Unión Europea ha demostrado cómo se puede superar enemistades y cómo los
pueblos y los Estados pueden construir una convivencia fecunda y recuperar el
valor del bien común. La Unión aporta a los Estados miembros el orden para
equilibrar sus intereses nacionales de forma equitativa y para impulsar sus
aspiraciones comunes, aquí en Europa y -siempre y cuando hablemos con una sola
voz- también a nivel mundial. Hemos alcanzado en el plano estatal e
interestatal una imbricación que valora y valoriza la diversidad y que a la par
está profundamente asociada a la profesión de unos valores compartidos. Todo
esto no nos eleva por encima de otros. Pero implica que los ciudadanos de la
Unión Europea, con modestia pero también con desenvoltura, podemos contribuir a
que el mundo sea un lugar mejor.
HORST
KÖHLER
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