ERNESTO “CHE” GUEVARA
“En la
Conferencia Afroasiática en Argelia”
Discurso
pronunciado el 24 de febrero de 1965 en el Segundo Seminario Económico
de Solidaridad Afroasiática.
Queridos
hermanos:
Cuba
llega a esta Conferencia a elevar por sí sola la voz de los pueblos de América
Latina y, como en otras oportunidades lo recalcáramos, también lo hace en su
condición de país subdesarrollado que, al mismo tiempo, construye el
socialismo. No es por casualidad que a nuestra representación se le permite
emitir su opinión en el círculo de los pueblos de Asia y de África. Una
aspiración común, la derrota del imperialismo, nos une en nuestra marcha hacia
el futuro; un pasado común de lucha contra el mismo enemigo nos ha unido a lo
largo del camino.
Esta es
una asamblea de los pueblos en lucha; ella se desarrolla en dos frentes de
igual importancia y exige el total de nuestros esfuerzos. La lucha contra el
imperialismo por librarse de las trabas coloniales o neocoloniales, que se
lleva a efecto a través de las armas políticas, de las armas de fuego o por
combinaciones de ambas, no está desligada de la lucha contra el atraso y la
pobreza; ambas son etapas de un mismo camino que conduce a la creación de una
sociedad nueva, rica y justa a la vez. Es imperioso obtener el poder político y
liquidar a las clases opresoras, pero, después hay que afrontar la segunda
etapa de la lucha que adquiere características, si cabe, más difíciles que la
anterior.
Desde que
los capitales monopolistas se apoderaron del mundo, han mantenido en la pobreza
a la mayoría de la humanidad repartiéndose las ganancias entre el grupo de
países más fuertes. El nivel de vida de esos países está basado en la miseria
de los nuestros; para elevar el nivel de vida de los pueblos subdesarrollados,
hay que luchar, pues, contra el imperialismo. Y cada vez que un país se desgaja
del árbol imperialista, se está ganando no solamente una batalla parcial contra
el enemigo fundamental, sino también contribuyendo a su real debilitamiento y
dando un paso hacia la victoria definitiva.
No hay
fronteras en esta lucha a muerte, no podemos permanecer indiferentes frente a
lo que ocurre en cualquier parte del mundo, una victoria de cualquier país
sobre el imperialismo es una victoria nuestra, así como la derrota de una
nación cualquiera es una derrota para todos. El ejercicio del internacionalismo
proletario es no solo un deber de los pueblos que luchan por asegurar un futuro
mejor; además, es una necesidad insoslayable. Si el enemigo imperialista,
norteamericano o cualquier otro, desarrolla su acción contra los pueblos
subdesarrollados y los países socialistas, una lógica elemental determina la
necesidad de la alianza de los pueblos subdesarrollados y de los países
socialistas; si no hubiera ningún otro factor de unión, el enemigo común
debiera constituirlo.
Claro que
estas uniones no se pueden hacer espontáneamente, sin discusiones, sin que
anteceda un pacto, doloroso a veces.
Cada vez
que se libera un país, dijimos, es una derrota del sistema imperialista
mundial, pero debemos convenir en que el desgajamiento no sucede por el mero
hecho de proclamarse una independencia o lograrse una victoria por las armas en
una revolución; sucede cuando el dominio económico imperialista cesa de
ejercerse sobre un pueblo. Por lo tanto, a los países socialistas les interesa
como cosa vital que se produzcan efectivamente estos desgajamientos y es
nuestro deber internacional, el deber fijado por la ideología que nos dirige,
el contribuir con nuestros esfuerzos a que la liberación se haga lo más rápida
y profundamente que sea posible.
De todo
esto debe extraerse una conclusión: el desarrollo de los países que empiezan
ahora el camino de la liberación, debe costar a los países socialistas. Lo
decimos así, sin el menor ánimo de chantaje o de espectacularidad, ni para la
búsqueda fácil de una aproximación mayor al conjunto de los pueblos
afroasiáticos; es una convicción profunda.
No puede
existir socialismo si en las conciencias no se opera un cambio que provoque una
nueva actitud fraternal frente a la humanidad, tanto de índole individual, en
la sociedad en la que se construye o está construido el socialismo, como de
índole mundial en relación a todos los pueblos que sufren la opresión
imperialista.
Creemos
que con este espíritu debe afrontarse la responsabilidad de ayuda a los países
dependientes y que no debe hablarse más de desarrollar un comercio de beneficio
mutuo basado en los precios que la ley del valor y las relaciones
internacionales del intercambio desigual, producto de la ley del valor, oponen
a los países atrasados.
¿Cómo
puede significar “beneficio mutuo” vender a precios del mercado mundial las
materias primas que cuestan sudor y sufrimientos sin límites a los países
atrasados y comprar a precios de mercado mundial las máquinas producidas en las
grandes fábricas automatizadas del presente?
Si
establecemos ese tipo de relación entre los dos grupos de naciones, debemos
convenir en que los países socialistas son, en cierta manera, cómplices de la
explotación imperial. Se puede argüir que el monto del intercambio con los
países subdesarrollados, constituye una parte insignificante del comercio
exterior de estos países. Es una gran verdad, pero no elimina el carácter
inmoral del cambio.
Los
países socialistas tienen el deber moral de liquidar su complicidad tácita con
los países explotadores del Occidente. El hecho de que sea hoy pequeño el
comercio no quiere decir nada: Cuba en el año 50 vendía ocasionalmente azúcar a
algún país del bloque socialista, sobre todo a través de corredores ingleses o
de otra nacionalidad. Y hoy el 80% de su comercio se desarrolla en esa área;
todos sus abastecimientos vitales vienen del campo socialista y de hecho ha
ingresado en ese campo. No podemos decir que este ingreso se haya producido por
el mero aumento del comercio, ni que haya aumentado el comercio por el hecho de
romper la viejas estructuras y encarar la forma socialista de desarrollo; ambos
extremos se tocan y unos y otros se interrelacionan.
Nosotros
no empezamos la carrera que terminará en el comunismo con todos los pasos
previstos, como producto lógico de un desarrollo ideológico que marchara con un
fin determinado; las verdades del socialismo, más las crudas verdades del
imperialismo, fueron forjando a nuestro pueblo y enseñándole el camino que
luego hemos adoptado conscientemente. Los pueblos de África y de Asia que vayan
a su liberación definitiva deberán emprender esa misma ruta; la emprenderán más
tarde o más temprano, aunque su socialismo tome hoy cualquier adjetivo
definitorio. No hay otra definición de socialismo, válida para nosotros, que la
abolición de la explotación del hombre por el hombre. Mientras esto no se
produzca, se está en el período de construcción de la sociedad socialista y si
en vez de producirse este fenómeno, la tarea de la supresión de la explotación
se estanca o, aun, se retrocede en ella, no es válido hablar siquiera de
construcción del socialismo.
Tenemos
que preparar las condiciones para que nuestros hermanos entren directa y
conscientemente en la ruta de la abolición definitiva de la explotación, pero
no podemos invitarlos a entrar, si nosotros somos un cómplice en esa
explotación. Si nos preguntaran cuáles son los métodos para fijar precios
equitativos, no podríamos contestar, no conocemos la magnitud práctica de esta
cuestión, solo sabemos que, después de discusiones políticas, la Unión
Soviética y Cuba han firmado acuerdos ventajosos para nosotros mediante los
cuales llegaremos a vender hasta cinco millones de toneladas a precios fijos
superiores a los normales en el llamado mercado libre mundial azucarero. La
República Popular China también mantiene esos precios de compra.
Esto es
solo un antecedente, la tarea real consiste en fijar los precios que permitan
el desarrollo. Un gran cambio de concepción consistirá en cambiar el orden de
las relaciones internacionales; no debe ser el comercio exterior el que fije la
política sino, por el contrario, aquel debe estar subordinado a una política
fraternal hacia los pueblos.
Analizaremos
brevemente el problema de los créditos a largo plazo para desarrollar
industrias básicas. Frecuentemente nos encontramos con que los países
beneficiarios se aprestan a fundar bases industriales desproporcionadas a su
capacidad actual, cuyos productos no se consumirán en el territorio y cuyas
reservas se comprometerán en el esfuerzo.
Nuestro
razonamiento es que las inversiones de los estados socialistas en su propio
territorio pesan directamente sobre el presupuesto estatal y no se recuperan
sino a través de la utilización de los productos en el proceso completo de su
elaboración, hasta llegar a los últimos extremos de la manufactura. Nuestra
proposición es que se piense en la posibilidad de realizar inversiones de ese
tipo en los países subdesarrollados.
De esta
manera se podría poner en movimiento una fuerza inmensa, subyacente en nuestros
continentes que han sido miserablemente explotados, pero nunca ayudados en su
desarrollo, y empezar una nueva etapa de auténtica división internacional del
trabajo basada, no en la historia de lo que hasta hoy se ha hecho, sino en la
historia futura de lo que se puede hacer.
Los
estados en cuyos territorios se emplazarán las nuevas inversiones tendrían
todos los derechos inherentes a una propiedad soberana sobre los mismos sin que
mediare pago o crédito alguno, quedando obligados los poseedores a suministrar
determinadas cantidades de productos a los países inversionistas, durante
determinada cantidad de años y a un precio determinado.
Es digna de
estudiar también la forma de financiar la parte local de los gastos en que debe
incurrir un país que realice inversiones de este tipo. Una forma de ayuda, que
no signifique erogaciones en divisas libremente convertibles, podría ser el
suministro de productos de fácil venta a los gobiernos de los países
subdesarrollados, mediante créditos a largo plazo.
Otro de
los difíciles problemas a resolver es el de la conquista de la técnica. Es
bien conocido de todos la carencia de técnicos que sufrimos los países en
desarrollo. Faltan instituciones y cuadros de enseñanza. Faltan a veces, la
real conciencia de nuestras necesidades y la decisión de llevar a cabo una
política de desarrollo técnico cultural e ideológico a la que se asigne una
primera prioridad.
Los
países socialistas deben suministrar la ayuda para formar los organismos de
educación técnica, insistir en la importancia capital de este hecho y suministrar
los cuadros que suplan la carencia actual. Es preciso insistir más sobre este
último punto: los técnicos que vienen a nuestros países deben ser ejemplares.
Son compañeros que deberán enfrentarse a un medio desconocido, muchas veces
hostil a la técnica, que habla una lengua distinta y tiene hábitos totalmente
diferentes. Los técnicos que se enfrenten a la difícil tarea deben ser, ante
todo, comunistas, en el sentido más profundo y noble de la palabra: con esa
sola cualidad, más un mínimo de organización y de flexibilidad, se harán
maravillas.
Sabemos
que se puede lograr porque los países hermanos nos han enviado cierto número de
técnicos que han hecho más por el desarrollo de nuestro país que diez
institutos y han contribuido a nuestra amistad más que diez embajadores o cien
recepciones diplomáticas.
Si se
pudiera llegar a una efectiva realización de los puntos que hemos anotado y,
además, se pusiera al alcance de los países subdesarrollados toda la tecnología
de los países adelantados, sin utilizar los métodos actuales de patentes que
cubren descubrimientos de unos u otros, habríamos progresado mucho en nuestra
tarea común.
El
imperialismo ha sido derrotado en muchas batallas parciales. Pero es una fuerza
considerable en el mundo y no se puede aspirar a su derrota definitiva sino con
el esfuerzo y el sacrificio de todos.
Sin
embargo, el conjunto de medidas propuestas no se puede realizar
unilateralmente. El desarrollo de los subdesarrollados debe costar a los países
socialistas; de acuerdo, pero también deben ponerse en tensión las fuerzas de
los países subdesarrollados y tomar firmemente la ruta de la construcción de
una sociedad nueva —póngasele el nombre que se le ponga— donde la máquina,
instrumento de trabajo, no sea instrumento de explotación del hombre por el
hombre. Tampoco se puede pretender la confianza de los países socialistas
cuando se juega al balance entre capitalismo y socialismo y se trata de
utilizar ambas fuerzas como elementos contrapuestos, para sacar de esa
competencia determinadas ventajas. Una nueva política de absoluta seriedad debe
regir las relaciones entre los dos grupos de sociedades. Es conveniente
recalcar una vez más, que los medios de producción deben estar preferentemente
en manos del Estado, para que vayan desapareciendo gradualmente los signos de
la explotación.
Por otra
parte, no se puede abandonar el desarrollo a la improvisación más absoluta; hay
que planificar la construcción de la nueva sociedad. La planificación es una de
las leyes del socialismo y sin ella no existiría aquel. Sin una planificación
correcta no puede existir una suficiente garantía de que todos los sectores
económicos de cualquier país se liguen armoniosamente para dar los saltos hacia
delante que demanda esta época que estamos viviendo. La planificación no es un
problema aislado de cada uno de nuestros países, pequeños, distorsionados en su
desarrollo, poseedores de algunas materias primas, o productores de algunos
productos manufacturados o semimanufacturados, carentes de la mayoría de los
otros.[26] Ésta
deberá tender desde el primer momento, a cierta regionalidad para poder
compenetrar las economías de los países y llegar así a una integración sobre la
base de un auténtico beneficio mutuo.
Creemos
que el camino actual está lleno de peligros, peligros que no son inventados ni
previstos para un lejano futuro por alguna mente superior, son el resultado
palpable de realidades que nos azotan. La lucha contra el colonialismo ha
alcanzado sus etapas finales pero en la era actual, el estatus colonial no es
sino una consecuencia de la dominación imperialista. Mientras el imperialismo
exista, por definición, ejercerá su dominación sobre otros países; esa
dominación se llama hoy neocolonialismo.
El
neocolonialismo se desarrolló primero en Suramérica, en todo un continente, y
hoy empieza a hacerse notar con intensidad creciente en África y Asia. Su forma
de penetración y desarrollo tiene características distintas; una, es la brutal
que conocimos en el Congo. La fuerza bruta, sin consideraciones ni tapujos de
ninguna especie, es su arma extrema. Hay otra más sutil: la penetración en los
países que se liberan políticamente, la ligazón con las nacientes burguesías
autóctonas, el desarrollo de una clase burguesa parasitaria y en estrecha
alianza con los intereses metropolitanos apoyados en un cierto bienestar o
desarrollo transitorio del nivel de vida de los pueblos, debido a que, en
países muy atrasados, el paso simple de las relaciones feudales a las
relaciones capitalistas significa un avance grande, independientemente de las
consecuencias nefastas que acarreen a la larga para los trabajadores.
El
neocolonialismo ha mostrado sus garras en el Congo; ese no es un signo de poder
sino de debilidad; ha debido recurrir a su arma extrema, la fuerza como
argumento económico, lo que engendra reacciones opuestas de gran intensidad.
Pero también se ejerce en otra serie de países de África y del Asia en forma
mucho más sutil y se está rápidamente creando lo que algunos han llamado la
suramericanización de estos continentes, es decir, el desarrollo de una
burguesía parasitaria que no agrega nada a la riqueza nacional que, incluso,
deposita fuera del país en los bancos capitalistas sus ingentes ganancias mal
habidas y que pacta con el extranjero para obtener más beneficios, con un
desprecio absoluto por el bienestar de su pueblo.
Hay otros
peligros también, como el de la concurrencia entre países hermanos, amigos
políticamente y, a veces vecinos que están tratando de desarrollar las mismas
inversiones en el mismo tiempo y para mercados que muchas veces no lo admiten.
Esta
concurrencia tiene el defecto de gastar energías que podrían utilizarse de
forma de una complementación económica mucho más vasta, además de permitir el
juego de los monopolios imperialistas.
En
ocasiones, frente a la imposibilidad real de realizar determinada inversión con
la ayuda del campo socialista, se realiza ésta mediante acuerdos con los
capitalistas. Y esas inversiones capitalistas tienen no solo el defecto de la
forma en que se realizan los préstamos, sino también otros complementarios de
mucha importancia, como es el establecimiento de sociedades mixtas con un
peligroso vecino. Como, en general, las inversiones son paralelas a las de
otros estados, esto propende a las divisiones entre países amigos por
diferencias económicas e instaura el peligro de la corrupción emanada de la
presencia constante del capitalismo, hábil en la presentación de imágenes de
desarrollo y bienestar que nublan el entendimiento de mucha gente.
Tiempo
después, la caída de los precios en los mercados es la consecuencia de una
saturación de producción similar. Los países afectados se ven en la obligación
de pedir nuevos préstamos o permitir inversiones complementarias para la
concurrencia. La caída de la economía en manos de los monopolios y un retorno
lento pero seguro al pasado es la consecuencia final de una tal política. A
nuestro entender, la única forma segura de realizar inversiones con la
participación de las potencias imperialistas es la participación directa del
estado como comprador íntegro de los bienes, limitando la acción imperialista a
los contratos de suministros y no dejándolos entrar más allá de la puerta de
calle de nuestra casa. Y aquí sí es lícito aprovechar las contradicciones
interimperialistas para conseguir condiciones menos onerosas.
Hay que
prestar atención a las “desinteresadas” ayudas económicas, culturales, etc.,
que el imperialismo otorga de por sí o a través de estados títeres mejor
recibidos en ciertas partes del mundo.
Si todos
los peligros apuntados no se ven a tiempo, el camino neocolonial puede
inaugurarse en países que han empezado con fe y entusiasmo su tarea de
liberación nacional, estableciéndose la dominación de los monopolios con
sutileza, en una graduación tal que es muy difícil percibir sus efectos hasta
que éstos se hacen sentir brutalmente.
Hay toda
una tarea por realizar, problemas inmensos se plantean a nuestros dos mundos,
el de los países socialistas y este llamado el Tercer Mundo; problemas que
están directamente relacionados con el hombre y su bienestar y con la lucha
contra el principal culpable de nuestro atraso.
Frente a
ellos, todos los países y los pueblos, conscientes de sus deberes, de los
peligros que entraña la situación, de los sacrificios que entraña el
desarrollo, debemos tomar medidas concretas para que nuestra amistad se ligue
en los dos planos, el económico y el político, que nunca pueden marchar
separados, y formar un gran bloque compacto que a su vez ayude a nuevos países
a liberarse no solo del poder político sino también del poder económico
imperialista.
El
aspecto de la liberación por las armas de un poder político opresor debe
tratarse según las reglas del internacionalismo proletario: si constituye un
absurdo al pensar que un director de empresa de un país socialista en guerra
vaya a dudar en enviar los tanques que produce a un frente donde no haya
garantía de pago, no menos absurdo debe parecer el que se averigüe la
posibilidad de pago de un pueblo que lucha por la liberación o ya necesite esas
armas para defender su libertad. Las armas no pueden ser mercancía en nuestros
mundos, deben entregarse sin costo alguno y en las cantidades necesarias y
posibles a los pueblos que las demandan, para disparar contra el enemigo común.
Ese es el espíritu con que la URSS y la República Popular China nos han
brindado su ayuda militar. Somos socialistas, constituimos una garantía de
utilización de esas armas, pero no somos los únicos y todos debemos tener el
mismo tratamiento.
El
ominoso ataque del imperialismo norteamericano contra Vietnam o el Congo debe
responderse suministrando a esos países hermanos todos los instrumentos de
defensa que necesiten y dándoles toda nuestra solidaridad sin condición alguna.
En el
aspecto económico, necesitamos vencer el camino del desarrollo con la técnica
más avanzada posible. No podemos ponernos a seguir la larga escala ascendente
de la humanidad desde el feudalismo hasta la era atómica y automática, porque
sería un camino de ingentes sacrificios y parcialmente inútil. La técnica hay
que tomarla donde esté; hay que dar el gran salto técnico para ir disminuyendo
la diferencia que hoy existe entre los países más desarrollados y nosotros.
Ésta debe estar en las grandes fábricas y también en una agricultura
convenientemente desarrollada y, sobre todo, debe tener sus pilares en una
cultura técnica e ideológica con la suficiente fuerza y base de masas como para
permitir la nutrición continua de los institutos y los aparatos de
investigación que hay que crear en cada país y de los hombres que vayan
ejerciendo la técnica actual y que sean capaces de adaptarse a las nuevas
técnicas adquiridas.
Estos
cuadros deben tener una clara conciencia de su deber para con la sociedad en la
cual viven; no podrá haber una cultura técnica adecuada si no está
complementada con una cultura ideológica. Y, en la mayoría de nuestros países,
no podrá haber una base suficiente de desarrollo industrial, que es el que
determina el desarrollo de la sociedad moderna, si no se empieza por asegurar
al pueblo la comida necesaria, los bienes de consumo más imprescindibles y una
educación adecuada.
Hay que
gastar una buena parte del ingreso nacional en las inversiones llamadas
improductivas de la educación y hay que dar una atención preferente al
desarrollo de la productividad agrícola. Ésta ha alcanzado niveles realmente
increíbles en muchos países capitalistas, provocando el contrasentido de crisis
de superproducción de invasión de granos y otros productos alimenticios o de
materias primas industriales provenientes de países desarrollados, cuando hay
todo un mundo que padece hambre y que tiene tierra y hombres suficientes para
producir varias veces lo que el mundo entero necesita para nutrirse.
La
agricultura debe ser considerada como un pilar fundamental en el desarrollo y,
para ello, los cambios de la estructura agrícola y la adaptación a las nuevas
posibilidades de la técnica y a las nuevas obligaciones de la eliminación de la
explotación del hombre, deben constituir aspectos fundamentales del trabajo.
Antes de
tomar determinaciones costosas que pudieran ocasionar daños irreparables, es
preciso hacer una prospección cuidadosa del territorio nacional, constituyendo
este aspecto uno de los pasos preliminares de la investigación económica y
exigencia elemental en una correcta planificación.
Apoyamos
calurosamente la proposición de Argelia en el sentido de institucionalizar
nuestras relaciones. Queremos solamente presentar algunas consideraciones
complementarias.
Primero:
Para que la unión sea instrumento de la lucha contra el imperialismo, es
preciso el concurso de los pueblos latinoamericanos y la alianza de los países
socialistas.
Segundo:
Debe velarse por el carácter revolucionario de la unión, impidiendo el acceso a
ella de gobiernos o movimientos que no estén identificados con las aspiraciones
generales de los pueblos y creando mecanismos que permitan la separación de
alguno que se separe de la ruta justa, sea gobierno o movimiento popular.
Tercero:
Debe propugnarse el establecimiento de nuevas relaciones en pie de igualdad
entre nuestros países y los capitalistas, estableciendo una jurisprudencia
revolucionaria que nos ampare en caso de conflicto y dé nuevo contenido a las
relaciones entre nosotros y el resto del mundo.
Hablamos
un lenguaje revolucionario y luchamos honestamente por el triunfo de esa causa,
pero muchas veces nos enredamos nosotros mismos en las mallas de un derecho
internacional creado como resultado de las confrontaciones de las potencias
imperialistas y no por la lucha de los pueblos libres, y de los pueblos justos.
Nuestros
pueblos, por ejemplo, sufren la presión angustiosa de bases extranjeras
emplazadas en su territorio o deben llevar el pesado fardo de deudas externas
de increíble magnitud. La historia de estas taras es bien conocida de todos;
gobiernos títeres, gobiernos debilitados por una larga lucha de liberación o el
desarrollo de las leyes capitalistas del mercado, han permitido la firma de
acuerdos que amenazan nuestra estabilidad interna y comprometen nuestro
porvenir.
Es la
hora de sacudirnos el yugo, imponer la renegociación de las deudas externas
opresivas y obligar a los imperialistas a abandonar sus bases de agresión.
No
quisiera acabar estas palabras, esta repetición de conceptos de todos ustedes
conocidos, sin hacer un llamado de atención a este seminario en el sentido de
que Cuba no es el único país americano; simplemente, es el que tiene la
oportunidad de hablar hoy ante ustedes; que otros pueblos están derramando su
sangre, para lograr el derecho que nosotros tenemos y, desde aquí, y de todas
las conferencias y en todos los lugares, donde se produzcan, simultáneamente
con el saludo a los pueblos heroicos de Vietnam, de Laos, de la Guinea llamada
Portuguesa, de Suráfrica o Palestina, a todos los países explotados que luchan
por su emancipación debemos extender nuestra voz amiga, nuestra mano y nuestro
aliento, a los pueblos hermanos de Venezuela, de Guatemala y de Colombia, que
hoy, con las manos armadas, están diciendo definitivamente, ¡No!, al enemigo
imperialista.
Y hay
pocos escenarios para afirmarlo tan simbólicos como Argel, una de las más
heroicas capitales de la libertad. Que el magnífico pueblo argelino, entrenado
como pocos en los sufrimientos de la independencia, bajo la decidida dirección
de su partido, con nuestro querido compañero Ahmed Ben Bella a la cabeza, nos
sirva de inspiración en esta lucha sin cuartel contra el imperialismo mundial.
No hay comentarios:
Publicar un comentario