PATRICK HENRY “Tenemos la tendencia a cerrar
los ojos ante una verdad dolorosa, y escuchar el canto de sirena hasta que nos
transforma en bestias”
DISCURSO EN LA CONVENCIÓN DE VIRGINIA 23 de Marzo de 1775
Señor Presidente:
Probablemente no haya hombre que piense más alto que yo del
patriotismo, así como del talento de los muy dignos señores a los que me dirijo
en esta Convención. Pero los hombres a menudo ven diferentes un mismo tema o
con diferentes prismas y, por lo tanto, espero que no consideren una falta de
respeto a Uds. si, exaltado como estoy yo, vierto opiniones muy opuestas a las
suyas, expresando mis sentimientos libremente y sin reservas. Este no es
momento para ceremonias. La cuestión planteada ante la Cámara es de momento
terrible para este país. Por mi parte, considero que es nada menos que como una
cuestión de libertad o la esclavitud, y en proporción a la magnitud del tema
debe ser la libertad del debate. Es sólo de esta manera que podemos tener la
esperanza de llegar a la verdad, y cumplir con la gran responsabilidad que
tenemos ante Dios y ante nuestro país. ¿Debería contener mis opiniones en un momento
así, por miedo a ofender? ¿Yo me consideraría culpable de traición hacia mi
país, y de un acto de deslealtad hacia la majestad de los cielos, que me
colocara por encima de todos los reyes de la tierra?
Sr. Presidente, es natural al hombre entregarse a las
ilusiones de la esperanza. Tenemos la tendencia a cerrar los ojos ante una
verdad dolorosa, y escuchar el canto de sirena hasta que nos transforma en
bestias. ¿Es esta la parte de los hombres sabios, involucrados en una gran y
ardua lucha por la libertad? ¿Estamos dispuestos a ser el número de aquellos
que, teniendo ojos, no ven, y, teniendo oídos, no oyen, las cosas que tan de
cerca afectan a su salvación temporal? Por mi parte, cualquiera que sea la
angustia de espíritu lo que cueste, estoy dispuesto a conocer toda la verdad,
para saber lo peor, y para proveer para ella.
Sólo
tengo una lámpara por la que se guían mis pies, y que es la luz de la
experiencia. No sé de ninguna otra manera de juzgar el futuro, que el pasado. Y
a juzgar por el pasado, quiero saber lo que ha habido en la conducción del
ministerio británico de los últimos diez años, para justificar las esperanzas
con que los señores han tenido el placer de consuelo a si mismos y a la Casa de
Representantes. ¿Es esa sonrisa insidiosa con que nuestra petición ha sido
recibida últimamente? Confiamos en que no, señor, que se revele como una trampa
para los pies. No a ser traicionado con un beso. Pregúntense cómo esta
recepción amable de nuestra petición concuerda con estos preparativos de guerra,
que cubren nuestras aguas y oscurecen nuestra tierra. ¿Las flotas y los
ejércitos son necesarios para una obra de amor y reconciliación? ¿Nos hemos
demostrado a nosotros mismos estar tan poco dispuestos a reconciliarnos, que la
fuerza debe ser llamada para recuperar nuestro amor? No nos engañemos a
nosotros mismos, señor. Estos son los instrumentos de guerra y el sometimiento,
los últimos argumentos que los reyes entienden. Les pido, señores, ¿qué
significa esta matriz de guerra, que no sea obligarnos a la sumisión? Señores
¿pueden asignar cualquier otro posible motivo para ello? ¿Gran Bretaña tiene un
enemigo, en esta parte del mundo, para llamar a la acumulación de todo esta
armada y ejércitos? No, señor, no tiene ninguno. Ellos son para nosotros, ya
que no pueden ser destinados a ningún otro. Ellos son enviados a través de atar
y remache sobre nosotros esas cadenas que el ministerio británico han sido tan
largo de la forja. ¿Y qué hemos de oponer a ellos? Vamos a tratar este
argumento. Señor Presidente, ¿que hemos estado intentando en los últimos diez
años? ¿Tenemos algo nuevo que ofrecer sobre el tema? Nada. Hemos mantenido el
tema en cada luz de la que es capaz, pero ha sido todo en vano. ¿Vamos a
recurrir a la súplica y súplica humilde? ¿En que condiciones nos encontramos
que no se hayan agotado ya? Os ruego, señor, que no nos engañemos a nosotros
mismos. Señor Presidente, hemos hecho todo lo que se podía hacer, para evitar
la tormenta que ahora se acerca. Hemos solicitado, hemos protestado, hemos
suplicado, nos hemos postrado nosotros mismos delante del trono, y hemos
implorado su intervención para detener la mano tiránica del ministerio y el
Parlamento. Nuestras peticiones han sido menospreciadas, nuestras protestas han
generado más violencia y el insulto; nuestras súplicas han sido ignoradas, y se
nos ha rechazado, con desprecio, desde el pie del trono. En vano, después de
estas cosas, podemos abrigar la esperanza de cariño de la paz y la
reconciliación. Ya no hay ningún margen para la esperanza. Si queremos ser
libres; si queremos preservar la inviolabilidad de los privilegios inestimable
para los que hemos estado tanto tiempo sosteniendo; si nos referimos no
vilmente a abandonar la lucha noble en que nos hemos dedicado tanto tiempo y
que nos hemos comprometido nunca a abandonar hasta que el objeto glorioso de
nuestro concurso se obtenga, tenemos que luchar! Lo repito, señor, tenemos que
luchar! Un llamado a las armas y al Dios de los Ejércitos es todo lo que nos
queda!
Se nos dice, señor, que somos débiles, incapaces de hacer frente
a adversario tan formidable. Pero, ¿cuando vamos a ser más fuerte? ¿Será la
próxima semana, o el año que viene? ¿Será que estamos totalmente desarmados? Y
cuando un guardia británico deba situarse en cada casa, ¿vamos a reunir la
fuerza por la indecisión y la inacción? ¿Vamos a adquirir los medios de
resistencia efectiva, mientiendo sobre nuestras espaldas, y abrazar el fantasma
de la ilusoria esperanza, hasta que nuestros enemigos nos hayan atado a
nosotros de pies y manos? Señor, no somos débiles, si hacemos un uso adecuado
de los medios que el Dios de la naturaleza ha colocado en nuestro poder. Tres
millones de personas, armadas en la sagrada causa de la libertad, y en un país
como este que poseemos, resultan invencibles frente a cualquier fuerza que el
enemigo despache en nuestra contra. Además, Señor, no pelearemos nuestras
batallas solos, pues existe un Dios justo, quien preside sobre los destinos de
las naciones y quien levantará a sus aliados para que peleen nuestras cruzadas.
La batalla, Señor, no es solo para los fuertes. Es también para los vigilantes,
los activos, los valientes. Además, Señor, no tenemos elección. Aun si fuésemos
lo suficientemente fuertes para desearlo, ya es demasiado tarde para retirarse
de la contienda. ¡No existe la retractación sino es en la sumisión y en la
esclavitud! ¡Nuestras cadenas se han roto! Sus chasquidos se escuchan en las
praderas de Boston. La guerra es inevitable. Así pues, ¡dejadla venir! Repito
Señor: ¡Dejadla venir!
Resulta vano, Señor, prolongar este asunto. Los hombres podrán
gritar: ¡Paz, Paz!, pero la paz ya no existe. La guerra ya ha empezado. El
próximo galeón que parta hacia el norte traerá hasta nuestros oídos el retumbar
de las armas. ¡Nuestros alientos ya están en el campo de batalla! ¿Por qué
permanecemos, entonces, inactivos? ¿Qué es lo que los hombres desean? ¿Qué es
lo que quieren? ¿Es la vida tan preciada, o la paz tan dulce, como para ser
comprada al precio de las cadenas y de la esclavitud? ¡Prohíbelo, Oh Dios Omnipotente!
Ignoro el curso que otros han de tomar; pero en lo que a mí me respecta: ¡dadme
libertad o dadme muerte!
PATRICK HENRY
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