RICARDO BALBIN
“¡el radicalismo debe al país una
revolución social, la realización total de su programa, que lo realizará pese a
los procesos por desacato!”
Discurso en
la Sesión de su desafuero como Diputado 29
de Septiembre de 1949
DIARIO DE SESIONES HCD - T° VI - Págs. 4290 a 4294
EN LA SESIÓN DE LA HONORABLE CÁMARA DE
DIPUTADOS DE LA NACIÓN ARGENTINA, OFICIABA DE PRESIDENTE DE LA CÁMARA, HÉCTOR
J. CÁMPORA. EN LA MISMA SE VOTÓ EL DESAFUERO DEL PRESIDENTE DE LA BANCADA
RADICAL, EL DR. RICARDO BALBÍN, QUIEN PRONUNCIÓ ESTE DISCURSO EN SU DEFENSA:
SR. BALBÍN. – Señor Presidente: yo no alcanzo a
comprender esta incidencia parlamentaria. El señor diputado Astorgano pidió el
cierre del debate para luego retirar su moción, cuando a la Presidencia le
consta que había solicitado la palabra el señor diputado Frondizi, a quien
correspondería haber de acuerdo con la lista de oradores. Quisiera que esta
situación quedara aclarada, porque debe comprenderse que salgo disminuido en la
emergencia y que no puedo aprovechar una circunstancia como ésta para hacer uso
de la palabra si la Cámara no resuelve que tiene dispuesto cerrar el debate y
que solamente lo reabre a los efectos de escuchar mi palabra.
SR. PRESIDENTE (CÁMPORA). – La Presidencia va a
aclarar la situación planteada.
Cuando iba a poner a consideración de la Cámara la
moción de orden formulada, el señor diputado y sus compañeros de sector, con
fuertes gritos, exclamaron que no podía ser que no hablara el señor diputado
Balbín. Ante esos requerimientos el señor diputado por la Capital ha retirado
su moción, y la Presidencia entiende que lo ha hecho como una atención hacía el
señor diputado por Buenos Aires.
Continúa en el uso de la palabra el señor diputado
por Buenos Aires.
SR. BALBÍN. – De cualquier modo, señor presidente,
es necesario que nosotros aceptemos esta situación. No obstante la dejamos
señalada porque importa una violación de las prácticas parlamentarias.
Frente a este debate, señor presidente, estoy en
una situación especial.
Aclaro a la Cámara que he llegado sin apuntes y sin
discursos preparados, por entender que se debe ser natural en la exposición
cuando se enfocan cuestiones tan graves como ésta, donde los hombres tienen que
decir lo que sienten y lo que piensan, y no lo que han pensado en otras épocas.
Soy el responsable de esta situación parlamentaria
y tal vez lo sea porque soy enemigo de las ficciones. Casi podría decir que, en
este trance, todo me parece una ficción. Una Cámara que se moviliza formalmente
al solo efecto de llenar disposiciones reglamentarias y cumplir así una
determinación que ya tiene tomada, me parece una ficción innecesaria e inútil.
Precisamente eso es lo que me ha hecho pensar muchas veces que este estado de
ficción en tantas emergencias de la Cámara está configurando una verdad: que el
Parlamento de la República es una ficción.(¡Muy bien! ¡Muy bien!)Se va a
tratar de suspenderme en el ejercicio de mis funciones, en virtud de un proceso
por desacato, motivado por un discurso que pronunciara en una asamblea de mi
partido.
Ha dicho bien el señor diputado Vítolo cuando
afirmó que no soy capaz de rectificaciones. No porque considere que la defensa
no es un derecho, sino porque en estos trances los hombres públicos no
defienden sus derechos, sino que tienen que prestigiar a los hombres que los
escuchan y que los quieren. ¡Cómo puedo decir ante muchos, lo que sea capaz de
negar después ante un juzgado!. (¡Muy bien! ¡Muy bien!)
Mis afirmaciones son claras y limpias, decididas y
categóricas. Son mi lucha, mi modo de vivir; mi contribución modesta a la
República. Yo no tengo la culpa de mi lenguaje: a mí me lo enseñó la
adversidad. (¡Muy bien!)No alcanzo a comprender cómo los hombres
pueden juzgar situaciones según la medida del término que se use. A mí no me ofende
el término; me ofende la intención. Repito que no alcanzo a comprender cómo la
civilización tiene que llegar a tanto como para que en nombre de las sutilezas
del lenguaje se pueda ofender sin ofender; se pueda desacatar sin estar en
desacato.
Yo prefiero lo otro: el lenguaje popular y llano,
para que el pueblo entienda con rudeza las cosas rudas de la Nación. Cuando el
Estado se desenvuelve normalmente dentro de una concepción democrática, creo
que todos los hombres que actuamos en política tenemos que superamos para
superar al pueblo. Si hemos alcanzado una cultura, debemos tratar de volcarla
para educar al pueblo. Si hemos alcanzado una experiencia, mostrar nuestra
experiencia, para que le sirva a quienes no tengan tiempo para experimentar.
Pero tiene que abandonarse un poco ese léxico docente cuando la vida de un
hombre se ha desarrollado en las luchas por las cosas del país y se ha
desenvuelto en el ambiente en que yo he vivido mi vocación civica.
Aprendí a hablar este lenguaje desde 1930 en
adelante. Lo utilicé contra la dictadura de Uriburu y lo fui usando durante el
largo fraude que imperó en mi Provincia, donde a veces dejamos de hablar para
romper urnas, obligados a dignificar la conciencia ciudadana. Eran épocas de
intimidación popular. Había un ambiente de intimación, y los pueblos no se
sacan del estado de intimidación con versos, sino mostrando el coraje civil de
los que son capaces de jugarse por el pueblo.
Así viví mis años de lucha ciudadana desde 1930
hasta hoy. Y ahora me encuentro frente a esta ficción que me entristece.
Algunos de los que han de votar esta tarde me aplaudían cuando usaba este
lenguaje contra Uriburu. Muchos de los que han de votar esta tarde eran mis
amigos en la lucha contra el fraude. ¿Qué culpa tengo yo si sigo creyendo lo de
antes y ellos han cambiado, lealmente, sus convicciones? Pero no se puede
diferenciar el concepto para modelar nuevas voluntades. Yo no he cambiado. Soy
el mismo. ¡Y seré el mismo! Porque este es ya un deber que se adquiere a cierta
edad en la vida civica, no para usufructuar cosas, sino para dignificar
pueblos.
He de resultar torpe en la expresión de mis ideas
esta tarde porque yo nunca viví un minuto defendiéndome. Siempre puse todo lo
mío al servicio de las cosas de la colectividad, de honrada manera, como yo
pensaba. (¡Muy bien! ¡Muy bien!. Aplausos)Tal vez no resulte eficaz
en mi defensa: pero están equivocados todos los señores diputados. ¡Mi defensa!
Digo aquí una palabra más, que es el anuncio de mis determinaciones, que es el
anuncio de la razón de mi actividad, que será la que demuestra en cierta parte
el justificativo de mi conducta.
No se mueve la Cámara por propia voluntad. No es
cierto. No se mueve el juzgado por propia voluntad. No es cierto. No tiene
coraje judicial el juez que ha mandado esa nota. (¡Muy bien! ¡Muy
bien!) Es de los que anduvieron en los pasillos del Congreso este último
tiempo, mendigando la ratificación del nombramiento como una definición de que
la justicia se condicionaba al color político de quienes lo designaban. (¡Muy
bien!)¡Cómo he de pensar que se mueven con sentido judicial! Son
aparcerías: pequeñas disminuciones: desjerarquizaciones de la función judicial.
Tampoco creo que sea la voluntad soberana de la
Cámara la que se mueve ahora. Yo sé, me consta, qué directores políticos
actuales se han movido detrás de este proceso buscando ventajas o aparcerías:
que es la voluntad de sectores peronistas la que resuelve el problema de esta
tarde.
No es la voluntad de la Cámara. Lo saben bien los
señores diputados.
Aquí se responde a una consigna: se cumple una
consigna y me parece bien.
No lo reprocho. Reprocho el sistema.
Hablamos de la revolución del 4 de junio. Se
enorgullecen todos los oficialistas del 17 de octubre. Todos los días en esta
Cámara se habla del proceso revolucionario en marcha, de las realizaciones
revolucionarias, de los hombres fuertes de la revolución, del líder fuerte en
la conducción del gobierno y del partido. Y en la exhibición que se hace
públicamente uno no sabe si cuando se alude se está aludiendo al primer
magistrado o al jefe del partido oficial. Es un raro complejo al que el país no
estaba acostumbrado todavía.
No porque algunos presidentes no hayan sido
electoralistas, sino porque este presidente se ha declarado jefe único de su
propio partido. Y entonces habrán de comprender los señores diputados que
muchas veces, al aludir y al hacer la crítica, uno no sabe si se está
refiriendo al presidente con divisa partidaria o al jefe del partido con la
banda presidencial de la Republica. (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos)Entonces
aparecen estas confusiones. Entonces se equivocan los conceptos. Si yo dijera
que todo esto lo ha referido al jefe del Partido Peronista, preguntaría si
jurídicamente es desacato referirse al jefe de un partido; pero es una posición
de ventaja la que tiene el presidente, porque para ofender adopta la posición
de líder y para procesar la posición de presidente. (¡Muy bien! ¡Muy
bien!). ¿Y cómo se puede conducir a su respecto un hombre de la oposición,
como nosotros? Si es un hombre fuerte, si es un revolucionario fuerte, yo le
hago el honor de creer que le gustaría una oposición fuerte y no una oposición
debilitada y amansada.
Demasiadas ventajas tiene el peronismo. Son
excesivas las ventajas.
El Presidente o el jefe del partido -no sé cuándo
habla de una o de otra manera, porque se confunde en los discursos-, ¿cómo
quiere que respondamos nosotros cuando dice que somos antipatrias? No sé cómo
tenemos que utilizar nuestro lenguaje para contestarle cuando dice que somos
traidores al país. ¿Qué lenguaje hemos de usar para decirle al pueblo que no
somos antiargentinos dentro de la República? ¿Cómo tengo que conducirme en mi
oposición frente a un Presidente que confunde bandera y divisas, se comporta
como él quiere y agravia en las condiciones que se le antojan? Es difícil la
conducción y la réplica. Y entonces tenemos que tomarlo en conjunto, en su
total personalidad. Al tomarlo como jefe de partido, como jefe de gobierno, no
pedimos ventajas ni exigimos definiciones previas. (¡Muy bien! ¡Muy
bien! Aplausos)Jefe fuerte con oficialidad fuerte. Así concebía yo una
revolución, y se me antojaba que en mi permanente andar, en mi prédica leal y
honrada dentro del país, había de encontrarme con ustedes replicando en la
tribuna, diciendo cada uno su verdad, llegando aún al incidente porque a veces
así se busca una gran definición, argentina. Y he encontrado silencio de muerte
en todo el país y sólo un brillar de votos opacos en esta Cámara para expulsar
a la gente que lucha en la República. (¡Muy bien! ¡Muy bien!)
Es mejor lo otro, señores diputados; la igualdad
del tratamiento. Es más argentino, está más cerca de nosotros; responde mejor a
nuestra personalidad, a nuestra tradición y a la de nuestros héroes. Nunca creí
que llegaríamos a este episodio de tristeza argentina en que pretendiendo que
se llegó al agravio, imputando a un diputado que ha utilizado un término y no
otro, se tomara esta exagerada ventaja.
Tiene razón el señor diputado por Buenos Aires. No
disminuye al partido ni a sus hombres.
No engrandece al que echa, porque esto de ser
echado de estas bancas es privilegio concedido por una tómbola de orgullo que
nosotros tenemos para siempre y que pudo haber tocado a cualquiera, ya que
todos somos iguales.
Tiene otro significado. Lo he dicho en las tribunas
de mi partido. Se llama proceso de intimidación. Ya lo dije una vez en la
Cámara. Lo seguiré repitiendo.
Se acabaron las probabilidades de los grandes
slogans para conductores de muchedumbres. Ahora no se puede engañar mas al
país, porque son muy juzgadas las realidades de la República; por ello este
proceso de intimidación es necesario.
Señores diputados: óiganlo bien. Echan a un hombre
a la calle para vivir ustedes en libertad sin darse cuenta de que yo seguiré
siendo libre, mientras todos ustedes quedan presos e incapacitados para
reaccionar. (¡Muy bien! Aplausos)Quién sabe si en lo recóndito de
sus almas no están trabajados por la preocupación de que quien faltaba hoy
podría correr mañana la suerte de este diputado radical. (¡Muy bien!) Es
el país, señor presidente, el que va entrando en un proceso de confusión. Somos
todos nosotros quienes nos vamos embarullando un poco en las realizaciones
argentinas. Todos somos responsables de algo en este proceso. Tal vez éste sea
un proceso de esclarecimiento argentino que necesariamente deba hacerse a
través de la confusión.
Si ésta fuera una revolución auténticamente
argentina, triunfante y orgullosa, abriría las puertas a la prédica, a la
difusión de ideas, al entrechocar de pasiones, al decir y al dejar decir; para
que el pueblo, en definitiva, fuera quien resolviera si están bien o mal en la
conducción quienes conducen. Pero de esta manera, de un modo u otro, se llega
al plebiscito unilateral, a la intimidación, para que la conciencia argentina,
en vísperas electorales, no sea considerada como la de una ciudadanía sino como
la de un rebaño. (¡Muy bien!)Nosotros no lo queremos. Hasta el
último instante de nuestra lucha estaremos en esta situación, porque no
queremos agraviar a nadie. ¡Lo único que queremos evitar es que este gobierno
revolucionario se encuentre desacatado contra la República! Se lo está cuando
arbitrariamente se buscan medios extraordinarios que no se necesitan para la
conducción de un buen gobierno; se está en la contrarrevolución cuando se
intimida, se persigue, se controla y se espía.
Yo no hago alusión al diputado que me denunció.
¡Creo que él ya tiene un antecedente que lo salvará del anonimato! Es la otra
persecución la que desalienta, la que está en todas partes, la que se
desarrolla sin saber quien la dirige, la que está en todos los sectores, hasta
en el de ustedes, porque éste es el final de todo un proceso. ¡Ustedes mismos
serán custodiados, examinados, en sus actividades, en el secreto de sus
pensamientos, porque llegará un instante en que se exigirá la solidaridad para
todo, hasta para el crimen, si éste fuera necesario para mantener una
revolución que se ha transformado en una contrarrevolución argentina! (¡Muy
bien! ¡Muy bien! Aplausos)Yo, señor presidente, hace tres años que estoy en
este tipo de lucha, pero vengo desde lejos. No he aprendido todo lo que puede
hacer un oficialismo desbordado, pero estoy resuelto a sufrirlo todo para que
no lo tengan que sufrir las generaciones futuras. Nosotros estamos trabajando
para el porvenir y hemos renunciado a nuestra comodidad personal. ¡Nosotros
tenemos sentido de futuro, no barriga de presente!. (¡Muy bien!
Aplausos)Por eso somos esto; por eso somos este renacer de la esperanza
argentina.
Antes nosotros éramos pocos y ustedes muchos.
¡Sería conveniente que se entretuvieran en averiguar por qué ahora nosotros
vamos siendo más, y ustedes menos!
No pienso que se busca la eliminación de un hombre
para marchitar este renacer argentino. Sería hacerle poco favor a la
recuperación moral del país, que viene sola, espontánea y vibrante porque ese
es el destino de la nacionalidad. Hablamos frente a las multitudes, y si nos
aplauden no es porque encuentren en nuestras expresiones una verdad
desconocida, sino porque quien habla en alta voz está interpretando el
pensamiento de los que no tienen necesidad u ocasión de decirlo directamente.
Nosotros no estamos acertando con el alma de la
ciudadanía argentina; sólo estamos diciendo, en alta voz, lo que ya está
pensando la ciudadanía de la República. (¡Muy bien!)La Cámara
resuelve mi propia determinación. ¡Está equivocado el señor juez si piensa que
yo habré de ir ante él a prestar declaración indagatoria o a ofrecer pruebas!
¡Cómo habría de hacerlo, señores diputados, si la Cámara de Diputados de la
Nación condena sin pruebas! Si el Parlamento de la República es insensible,
¿cómo le daré posibilidades a un juez, para que disminuya a la Cámara? ¡El
proceso está terminado, definitivamente concluido!. La Cámara suspende a un
diputado por esas constancias leídas.¡Yo no le voy a hacer el agravio de
colocar al juez en condiciones de decir cosas distintas!
La Cámara no ha preguntado al inculpado cuáles
fueron los términos de su discurso. Yo creo que eso significa tanto como
notificarme que es inútil que se lo diga al juez. ¡Tampoco se lo diría, por el
respeto que tengo por el Congreso de la Nación Argentina!. (¡Muy bien!)Yo
iré, como lo he prometido, sólo a decirle al juez: “Aquí me tiene; no declaro,
ni pruebo, condene, porque ya me condenó la Cámara de Diputados de la Nación”.
¡Cómo voy a hacer responsable a un empleado
judicial! Este es el destino del proceso, y así tiene que terminar.
Cuando el señor diputado por la mayoría
fundamentaba el pedido de mi suspensión, yo lo consideraba como la acusación
del fiscal que habrá de venir a ese sumario. ¡Quiera el destino que a aquél no
le tiemble la mano y diga cosas idénticas!
Hay hombres en la vida pública que no pueden entrar
en triquiñuelas judiciales. ¡Yo no puedo ir a decirle a ese juez que tengo
testigos para decir que esa policía miente! ¡Cómo no ha de mentir si está
pagada por quienes me acusan!(¡Muy bien!) Yo no voy a buscar
ciudadanos dignos para ir a custodiar mi dignidad, porque la de ellos es la
mía. Si yo soy expulsado de la Cámara de Diputados de la Nación el agravio es
para ellos, y después para mí; pero esto último no tiene importancia.
Dentro de pocos días el juez que pidió el desafuero
tendrá que dictar la condena, y no podrá zafarse con interpretaciones. Porque
si este cuerpo ha considerado que hay razón, yo tengo que darle las
posibilidades humanas a ese funcionario para no torturarle el alma. ¡Que tenga
por lo menos la ventaja de respaldarse en este pronunciamiento para seguir
manteniendo el cargo!
Es muy difícil, señor presidente, apreciar el juego
y las consecuencias de estas cosas. Era lógico suponer que yo habría de llevar,
a la vieja manera, mi versión taquigráfica modificada; que yo habría de llevar
mi auténtica versión taquigráfica, con lo cual probaría que para mí no hay
desacato. Si la Cámara tiene la deferencia de aceptarla, solicitaría que se
incorporara al Diario de Sesiones. Y le anticipo que si ella entiende que decir
dictadura es desacato, esa expresión aquí está repetida varias veces. Si la
Cámara considera que hablar de revolución es desacato, yo no sé cuantas veces
se han desacatado los señores diputados hablando de la “revolución en marcha”.
¡Es inexacto, totalmente inexacto, que yo haya hablado hasta ahora de hacer
revoluciones! ¡Como voy a comprometer a destiempos a las jóvenes generaciones
radicales, que tienen mucho que darle al país todavía, y cómo voy a pedirle el
sacrificio de su sangre, si todavía tengo la mía sin gastarla!. Yo hablé de
otras cosas, señor presidente; yo hablé de la revolución radical, sin armas, en
el orden de las ideas. Lo que para nosotros es la gran revolución radical, que
no se ha consumado en el país –no por culpa nuestra-. Está dicho aquí: por
culpa de la coalición de oligarquías que le conocían el pulso al radicalismo y
le salieron al encuentro, protegidas por la traición de los sectores militares
antidemocráticos.
Desde 1930 el radicalismo está detenido en el
tiempo. Lo saben muchos de los señores diputados, a quienes yo he visto luchar
a mi lado durante trece años. Ellos pueden criticar al radicalismo de hoy en
adelante, pero no es justo ni razonable decir que él estuvo con las
oligarquías, con la prepotencia y el capitalismo, cuando saben que toda la
generación del 30 viene bregando por encontrar la posibilidad de realizar la
gran revolución demorada del radicalismo.
Como no somos egoístas, y como tenemos rotos los
relojes y los almanaques, yo he dicho esto que repetiré en todas partes: ¡el
radicalismo debe al país una revolución social, la realización total de su
programa, que lo realizará pese a los procesos por desacato! ¡El deberá ser
cumplido, porque es un designio argentino!. Yo comprendo que muchos de ustedes
tuvieron nuestras mismas inquietudes y afanes, y que en un determinado momento
creyeron que ese era el camino para realizar la revolución demorada del
radicalismo. Nosotros sabíamos que no, y que nos quedamos. Muchos de ustedes se
fueron creyendo que allí estaba la gran estabilidad. Ya tres años de
realización revolucionaria yo pregunto si la legislación actual que dicta este
Parlamento, si el régimen de prohibición que existe en el país, y la traba a la
difusión de ideas, si el control de la radio, si el monopolio de producción, si
el régimen legal y económico del país puede ser la revolución del radicalismo.
Sin embargo, siguen caminando por la senda del error, perdiendo esfuerzos y
gastando tiempo.
Todos los triunfadores, señor presidente, tienen la
creencia de su perpetuidad; todos los triunfadores creen que vivirán su vida
entera en el triunfo. Cuando una minoría les dice que están equivocados y que
algún día los vencerán, se ríen, como se ríen todos ustedes ahora. ¡Así se reía
otro oficialismo de mi provincia que nos gobernó durante 13 años con el fraude
cuando pensaba que aquello era para toda la vida! Ahora, en esta época y en
este tiempo, con idéntico optimismo, ustedes ven la posibilidad de sobrevivir:
Pero nosotros, que tenemos la vieja experiencia de nuestros sacrificios,
sabemos que esto termina, y como no trabajamos para nosotros, sabemos que
nuestros hijos llegarán a tiempo.
Estas son las cosas que de una u otra manera
decimos en las calles: éstas son las cosas que de una u otra manera seguiremos
diciendo en todas las tribunas. Si el señor Presidente quiere una oposición
débil tengo que llegar a reconocer que no es tan fuerte como parecía, o que,
por lo menos, no siente la argentinidad como yo la siento; no tiene el coraje
civil que nosotros desparramamos por todas partes. (¡Muy bien! ¡Muy
bien!) Son dos concepciones distintas. Por eso usamos dos lenguajes
diferentes y somos dos posibilidades diferentes.
Yo pregunto: si a un ministro se le pudiera hacer
proceso por desacato, ¿hubiera procesado este oficialismo al Ministro de
Educación cuando dijo todas esas monstruosidades de la oposición, no con
lenguaje de maestro, sino con un idioma de analfabeto?
Quiere decir que tienen y quieren una ventaja
extraordinaria. ¿Nos puede agraviar el Presidente en su doble condición;
también puede aludirnos su esposa en su doble condición: de esposa y de dueña
de Trabajo y Previsión mediante la ayuda social; puede injuriarme el señor
Teisaire, senador y jefe del Partido Peronista.
Si a mí me expulsan de la Cámara por definir ideas,
no sé qué debiera hacerse con el presidente del partido peronista si fuera
diputado de la oposición al amenazar de hecho a toda la ciudadanía libre de la
República. (¡Muy bien! ¡Muy bien!)¿No ve, señor presidente, que son
difíciles las cosas y las situaciones?
Yo sé que pierdo el tiempo en cuanto signifique
pretender variar este espectáculo y la decisión que ha de tomar la Cámara. Pero
estoy ganando tiempo porque tenemos resuelto no perder un minuto para decir
estas cosas argentinas. Aquí, en la calle o en la cárcel. A veces es necesario
que en un país entren algunos dignos y libres a la cárcel para conocer dónde
irán después los delincuentes de la República. (¡Muy bien! ¡Muy bien!
Aplausos)Yo sé, señor presidente, que todo esto suena ridículo para
algunos; quiero creer que mueve a preocupación a otros. Ridiculez para todos
los resentidos sociales, para los que van a ir con alegría de mueca a verme
entrar y a quienes yo encontraré allí mismo cuando tenga que salir. Alegría de
resentidos que es tristeza contenida, y por eso es mueca. Preocupación para
otros, austera preocupación para los que meditan y comprenden.
No busco la posibilidad de que ellos vengan;
nosotros queremos que venga el pueblo. Lo único que deseo es que puedan
modificar el criterio del gobierno para salvar a tiempo los prestigios del
país, maltrechos por esa revolución que era su orgullo.
No me detendré, señor presidente, en la puerta de
mi casa a ver pasar el cadáver de nadie; pero tenga la seguridad señor
presidente, que estaré sentado en la vereda de mi casa viendo pasar los
funerales de la dictadura para bien del país (¡Muy bien! ¡Muy bien!), y
para honor de la República y de América. (¡Muy bien! ¡Muy bien!) Si
con irme de aquí pago precio como cualquier otro de los luchadores de mi
partido; si este es el precio por el honor de haber presidido este bloque
magnífico, que es una reserva moral del país, han cobrado barato; fusilándome,
todavía estaríamos a mano.
Nada más. (¡Muy bien! ¡Muy bien!,
prolongados aplausos. Varios señores diputados rodean y felicitan al orador)
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