SALVADOR ALLENDE “somos países ricos
potencialmente, y vivimos como pobres”
DISCURSO A LOS
ESTUDIANTES EN LA UNIVERSIDAD DE GUADALAJARA, MEXICO 2 de Diciembre
de 1972
Qué difícil es para
mí poder expresar lo que he vivido y sentido en estas breves y largas horas de
convivencia con el pueblo mexicano, con su gobierno. Cómo poder traducir lo que
nosotros, integrantes de la delegación de nuestra patria, hemos recibido en generosa
entrega y como aporte solidario a nuestro pueblo en la dura lucha en que está
empeñado.
Yo, más que otros, sé perfectamente bien que esta actitud del pueblo de México nace de su propia historia. Y aquí se ha recordado ya cómo Chile estuvo presente junto a Juárez, el hombre de la independencia mexicana proyectada en ámbito continental; y cómo entendemos perfectamente bien que, además de esta raíz común, que antes fuera frente a los conquistadores, México es el primer país de Latinoamérica que en 1938, a través de la acción de un hombre preclaro de esta tierra y de América Latina, nacionaliza el petróleo a través de la acción del general, presidente Lázaro Cárdenas.
Yo, más que otros, sé perfectamente bien que esta actitud del pueblo de México nace de su propia historia. Y aquí se ha recordado ya cómo Chile estuvo presente junto a Juárez, el hombre de la independencia mexicana proyectada en ámbito continental; y cómo entendemos perfectamente bien que, además de esta raíz común, que antes fuera frente a los conquistadores, México es el primer país de Latinoamérica que en 1938, a través de la acción de un hombre preclaro de esta tierra y de América Latina, nacionaliza el petróleo a través de la acción del general, presidente Lázaro Cárdenas.
Por eso ustedes,
que supieron del ataque alevoso, tuvieron que sentir el llamado profundo de la
patria en un superior sentido nacional; por eso ustedes, que sufrieron
largamente el embate de los intereses heridos por la nacionalización; por eso
ustedes, más que otros pueblos de este continente, comprenden la hora de Chile,
que es la misma que ustedes tuvieron en 1938 y los años siguientes. Por eso es
que la solidaridad de México nace en su propia experiencia y se proyecta con
calidad fraternal frente a Chile, que está hoy realizando el mismo camino
liberador que ustedes.
Quiero agradecer
las palabras del ingeniero Ignacio Mora Luna, a nombre de los profesores de la
Universidad de Guadalajara; las del licenciado Enrique Romero González, a
nombre de las autoridades universitarias, y las del compañero Guillermo Gómez
Reyes, presidente de la Federación de Estudiantes de esta Universidad.
Bien decía el
presidente Echeverría, cuando él señalara que este viaje era conveniente que
llegara a conocer la provincia, y eligiera a Jalisco, y me hablara de
Guadalajara y de su Universidad. Yo se lo agradecí, y ahora -por cierto- se lo
agradezco más. Porque si hemos recibido el afecto cálido del pueblo mexicano,
de sus mujeres y de sus hombres, qué puede significar más que estar junto a la
juventud, y sentir cómo ella late y presurosamente, con una clara conciencia
revolucionaria y antimperialista.
Desde que llegara
cerca de esta universidad, ya comprendí perfectamente bien el espíritu que hay
en ella, en los letreros de saludo a mi presencia aquí, tan solo como mensajero
de mi pueblo, con los cambios, con la lucha por la independencia económica y
por la plena soberanía en nuestros pueblos.
Y porque una vez
fui universitario, hace largos años, por cierto -no me pregunten cuántos-,
porque pasé por la universidad no en búsqueda de un título solamente: porque
fui dirigente estudiantil y porque fui expulsado de la universidad, puedo
hablarles a los universitarios a distancia de años; pero yo sé que ustedes
saben que no hay querella de generaciones: hay jóvenes viejos y viejos jóvenes,
y en éstos me ubico yo.
Hay jóvenes viejos
que comprenden que ser universitario, por ejemplo, es un privilegio
extraordinario en la inmensa mayoría de los países de nuestro continente. Esos
jóvenes viejos creen que la universidad se ha levantado como una necesidad para
preparar técnicos y que ellos deben estar satisfechos con adquirir un título
profesional. Les da rango social y el arribismo social, caramba, qué
dramáticamente peligroso, les da un instrumento que les permite ganarse la vida
en condiciones de ingresos superiores a la mayoría del resto de los
conciudadanos.
Y estos jóvenes
viejos, si son arquitectos, por ejemplo, no se preguntan cuántas viviendas
faltan en nuestros países y, a veces, ni en su propio país. Hay estudiantes que
con un criterio estrictamente liberal, hacen de su profesión el medio honesto
para ganarse la vida, pero básicamente en función de sus propios intereses.
Allá hay muchos
médicos -y yo soy médico- que no comprenden o no quieren comprender que la
salud se compra, y que hay miles y miles de hombres y mujeres en América Latina
que no pueden comprar la salud; que no quieren entender, por ejemplo, que a
mayor pobreza mayor enfermedad, y a mayor enfermedad mayor pobreza y que, por
tanto, si bien cumplen atendiendo al enfermo que demanda sus conocimientos
sobre la base de los honorarios, no piensan en que hay miles de personas que no
pueden ir a sus consultorios y son pocos los que luchan porque se estructuren
los organismos estatales para llevar la salud ampliamente al pueblo.
De igual manera que
hay maestros que no se inquietan en que haya también cientos y miles de niños y
de jóvenes que no pueden ingresar a las escuelas. Y el panorama de América
Latina es un panorama dramático en las cifras, de su realidad dolorosa.
Llevamos, casi
todos los pueblos nuestros, más de un siglo y medio de independencia política,
y ¿cuáles son los datos que marcan nuestra dependencia y nuestra explotación?
Siendo países potencialmente ricos, la inmensa mayoría somos pueblos pobres.
En América Latina,
continente de más de 220 millones de habitantes, hay cien millones de
analfabetos y semianalfabetos.
En este continente
hay más de 30 millones de cesantes absolutos, y la cifra se eleva por sobre 60
millones tomando en consideración aquellos que tienen trabajos ocasionales.
En nuestro continente
53% de la población según algunos, y según otros 57%, se alimenta en
condiciones por debajo de lo normal. En América Latina faltan más de 26
millones de viviendas.
En estas
circunstancias cabe preguntar, ¿cuál es el destino de la juventud? Porque este
continente es un continente joven. 51% de la población de América Latina está
por debajo de los 27 años, por eso puedo decir -y ojalá me equivoque- que
ningún gobierno e incluyo, por cierto, el mío y todos los anteriores de mi
patria, ha podido solucionar los grandes déficit, las grandes masas de nuestro
continente en relación con la falta de trabajo, la alimentación, la vivienda,
la salud. Para qué hablar de la recreación y del descanso.
En este marco que
encierra y aprisiona a nuestros pueblos hace un siglo y medio, es lógico que
tengan que surgir, desde el dolor y el sufrimiento de las masas, anhelos de
alcanzar niveles de vida y existencia y de cultura.
Si hoy tenemos las
cifras que aquí he recordado, ¿qué va a ocurrir si las cosas no cambian cuando
seamos 360 ó 600 millones de habitantes? En un continente en donde la explosión
demográfica está destinada a compensar la alta mortalidad infantil, los pueblos
así se defienden; pero a pesar de ello aumenta vigorosamente la población de
nuestros países, y el avance tecnológico en el campo de la medicina ha elevado
-y también al mejorarse condiciones de vida ha mejorado- el promedio de nuestra
existencia que, por cierto, es muy inferior al de los países del capitalismo
industrial y a los países socialistas.
Pero ningún
gobierno de este continente -democráticos los hay pocos, pseudodemocráticos hay
más, dictatoriales también los hay-, ningún gobierno ha sido capaz de superar
los grandes déficit, reconociendo, por cierto, que han hecho esfuerzos
indiscutiblemente laudatorios por gobierno, y especialmente por los gobiernos
democráticos, porque escuchan la voz, la protesta, el anhelo de los pueblos
mismos para avanzar en la tentativa frustrada y hacer posible que estos déficit
no sigan pesando sobre nuestra existencia.
¿Y por qué sucede
esto? Porque somos países monoproductores en la inmensa mayoría: somos los
países del cacao, del banano, del café, del estaño, del petróleo o del cobre.
Somos países productores de materias primas e importadores de artículos
manufacturados; vendemos barato y compramos caro.
Nosotros, al
comprar caro estamos pagando el alto ingreso que tiene el técnico, el empleado
y el obrero de los países industrializados. Además, en la inmensa mayoría de
los casos, como las riquezas fundamentales están en manos del capital foráneo,
se ignoran los mercados, no se interviene en los precios, ni en los niveles de
producción. La experiencia la hemos vivido nosotros en el cobre, y ustedes en
el petróleo.
Somos países en
donde el gran capital financiero busca, y encuentra, por complacencia culpable
muchas veces de gente que no quiere entender su deber patriótico, la
posibilidad de obtenerlo.
¿Por qué? ¿Qué es
el imperialismo, compañeros jóvenes? Es la concentración del capital en los
países industrializados que alcanzando la fuerza de capital financiero,
abandonan las inversiones en las metrópolis económicas, para hacerlo en
nuestros países y, por lo tanto, este capital que en su propia metrópoli tiene
utilidades muy bajas, adquiere grandes utilidades en nuestras tierras, porque,
además, muchas veces las negociaciones son entre las compañías que son dueñas
de éstas y que están más allá de nuestras fronteras.
Entonces, somos
países que no aprovechamos los excedentes de nuestra producción, y este
continente ya conoce, no a través de los agitadores sociales con apellido
político, como el que yo tengo de socialista, sino a través de las cifras de la
CEPAL, organismo de las Naciones Unidas, que en la última década -no puedo
exactamente decir si de 1950 a1960 o de 1956 a 1966-, América Latina exportó
mucho más capitales que los que ingresaron en ella.
De esta manera se
ha ido produciendo una realidad que es común en la inmensa mayoría de todos
nuestros pueblos: somos países ricos potencialmente, y vivimos como pobres.
Para poder seguir viviendo, pedimos prestado. Pero al mismo tiempo somos países
exportadores de capitales. Paradoja típica del régimen en el sistema
capitalista.
Por ello, entonces,
es indispensable comprender que dentro de esta estructura, cuando
internacionalmente los países poderosos viven y fortalecen su economía de
nuestra pobreza, cuando los países financieramente fuertes necesitan de
nuestras materias primas para ser fuertes, cuando la realidad de los mercados y
los precios lleva a los pueblos de éste y otros continentes, a endeudarse,
cuando la deuda de los países del Tercer Mundo alcanza la fantástica cifra de
95 mil millones de dólares, cuando a mi país, país democrático, con muy sólidas
instituciones, país que tiene un Congreso en funciones hace 160 años, país en
donde las Fuerzas Armadas -igual que en México- son fuerzas armadas profesionales,
respetuosas de la ley y la voluntad popular; cuando mi país, que es el segundo
productor de cobre en el mundo y tiene las más grandes reservas de cobre del
mundo y tiene la más grande mina de tajo abierto del mundo y tiene la más
grande mina subterránea del mundo, Chuquicamata y El Teniente; cuando mi país
se ha visto obligado a endeudarse con una deuda externa per cápita que sólo
puede ser superada por la deuda que tiene Israel, que podemos estimar que está
en guerra; cuando yo debía haber cancelado este año para amortizar y pagar los
intereses de esa deuda 420 millones de dólares, que significan más de 30 por
ciento del presupuesto de ingresos, uno puede colegir que es imposible que
pueda esto seguir y que esta realidad se mantenga.
Si a ello se agrega
que los países poderosos fijan las normas de la comercialización, controlan los
fletes, imponen los seguros, dan los créditos ligados que implica la obligación
de invertir un alto porcentaje en esos países; si además sufrimos las
consecuencias que emanan y que cuando los países poderosos, o el país más
poderoso, del capitalismo estiman necesario devaluar su moneda, las
consecuencias las pagamos nosotros, y si tiembla el mercado del dinero en los
países industrializados, las consecuencias son mucho más fuertes, mucho más
duras y pesan más sobre nuestros pueblos. Si el precio de las materias primas
baja, el precio de los artículos manufacturados, y aún los alimentos, suben;
cuando el precio de los alimentos sube, nos encontramos que hay barreras aduaneras
que impiden que algunos países que pueden exportar productos agropecuarios
lleguen a los mercados de consumo, los países industriales.
El caso de mi
patria es elocuente: nosotros producimos entre la gran minería, cerca de 750
mil toneladas de cobre. Entre Zambia, Perú, Zaire y Chile, signatarios de lo
que se llama CIPEC, entre estos cuatro países se produce 70% del cobre que se
comercializa en el mundo, más de tres millones de toneladas, pero el precio del
cobre se fija en la bolsa de Londres y se transa tan sólo 200 mil toneladas. Y
Chile hace tres años, por ejemplo, tuvo un promedio de precio de la libra de
cobre año, superior a los 62 centavos, y cada centavo que suba o baje el precio
de la libra de cobre, significa 18 millones de dólares más o menos de ingreso
para nuestro país.
El año 1971, el
precio del cobre, del último año de gobierno del presidente Frei, fue de 59
centavos la libra. En el primer año del Gobierno Popular fue tan solo de 49.
Este año, seguramente no va a alcanzar más allá de 47,4; pero en valores
reales, después de la devaluación del dólar, este promedio será, a lo sumo, 45.
Y el costo de producción nuestro, a pesar de que son minas con un alto
porcentaje de riqueza minera y están cerca del mar, rodea los 45 centavos en
algunas de ellas; y es, por cierto, más alto por una técnica inferior en la
producción de la pequeña y mediana minería.
He puesto este
ejemplo porque es muy claro. Nosotros, que tenemos un presupuesto de divisas
superior a muchos países latinoamericanos, que tenemos una extensión de tierra
que podría alimentar, y debería alimentar, a 20 a 25 millones de habitantes,
hemos tenido que importar, desde siempre -por así decirlo-, carne trigo, grasa,
mantequilla y aceite: 200 millones de dólares al año.
Y desde que estamos
en el Gobierno Popular, tenemos que importar más alimentos; porque tenemos
conciencia que importar más alimentos que aún importando como lo hicieron los
gobiernos anteriores, 200 millones de dólares al año, en Chile el 43 por ciento
de la población se alimentaba por debajo de lo normal. Y aquí, esta casa de
hermanos, yo, que soy médico, que he sido profesor de medicina social y el
presidente durante cinco años del Colegio Médico de Chile, puedo dar una cifra
que no me avergüenza, pero que sí me duele, en mi patria, porque hay
estadísticas y no las ocultamos: hay 600 mil niños que tienen un desarrollo
mental por debajo de lo normal.
Si acaso un niño en
los primeros ocho meses de su vida no recibe la proteína necesaria para su
desarrollo corporal y cerebral, si ese niño no recibe esa proteína, se va a
desarrollar en forma diferente al niño que pudo tenerla, y que lógicamente es
casi siempre el hijo de un sector minoritario, de un sector poderoso
económicamente. Si a ese niño que no recibió la proteína suficiente, después de
los ocho meses se la da, puede recuperar y normalizar el desarrollo normal de
su cerebro.
Por eso muchas
veces los maestros o las maestras en su gran labor -yo siempre vinculo a los
maestros y a los médicos como profesionales de una gran responsabilidad-,
muchas veces los maestros o las maestras ven que el niño no asimila, no
entiende, no aprende, no retiene; y no es porque ese niño no quiera aprender o
estudiar: es porque cae en condiciones de menor valía, y eso es consecuencia de
un régimen y de un sistema social; porque por desgracia, hasta el desarrollo de
la inteligencia está marcado por la ingestión de los alimentos,
fundamentalmente los primeros ocho meses de la vida. Y cuántas son las madres
proletarias que no pueden amamantar a sus hijos, cuando nosotros los médicos
sabemos que el mejor alimento es la leche de la madre, y no lo pueden hacer
porque viven en las poblaciones marginales, porque sus compañeros están
cesantes y porque ella recibe el subalimento, como madres ellas están castigadas
en sus propias vidas, y lo que es más injusto, en la vida de sus propios hijos,
por eso, claro.
Los gobiernos
progresistas, como los nuestros, avanzamos en iniciativas que tienen un
contenido, pero que indiscutiblemente es un paliativo; por ejemplo, en mi país
está la asignación familiar prenatal, se paga a la mujer que está esperando
familia desde el tercer mes del embarazo; se hace real desde el quinto, donde
puede comprobar que efectivamente está esperando familia. Esto tiene un doble
objetivo: que tenga un ingreso que se entrega a la madre para que pueda ella
alimentarse mejor. Y en la etapa final, comprar algo para lo que podríamos
llamar la mantilla, los pañales del niño.
Y, por otra parte,
para recibir este estipendio, que es un sobresalario, requiere un control
médico y, por lo tanto, obliga a la madre a ir a controlarse. Y en ese caso, si
la madre está, y es tratada oportunamente, el hijo nace sano. Y, además se le
dan las más elementales nociones sobre el cuidado del niño. Y tenemos la asignación
familiar que se paga también desde que el niño nace hasta que termina de
estudiar, si estudia.
Pero no hemos
podido, por ejemplo, nosotros, nivelar la asignación familiar, porque un
Congreso que representa, no a los trabajadores en su mayoría, establece, como
siempre, leyes discriminatorios. Y en mi patria había asignación diferente para
bancarios, para empleados públicos, particulares, Fuerzas Armadas, obreros y
campesinos. Nosotros levantamos la idea justa: una asignación familiar igual
para todos. Y eso, con generosidad. Pero pensar que la asignación familiar sea
más alta para los sectores que tienen más altos ingresos, es una inconsecuencia
y una brutal injusticia.
Hemos logrado
nivelar la asignación familiar de obreros, campesinos, Fuerzas Armadas y
empleados públicos, pero queda distante todavía la asignación familiar de
empleados particulares, y un sector de ellos, es un avance, pero no basta,
porque si bien es cierto, entregamos mejores condiciones para defender el
equilibrio biológico cuando se alimenta mejor el niño; y gracias a esta
asignación familiar, también es cierto que el proceso del desarrollo
universitario en el caso de la medicina -y lo pongo como ejemplo- conlleva a
establecer que nosotros carecemos de los profesionales suficientes para darle
atención a todo el pueblo, desde el punto de vista médico.
En Chile hay 4.600
médicos; deberíamos ser ocho mil médicos, en Chile faltan, entonces, tres mil
médicos. En Chile faltan más de 6.000 dentistas. En ningún país de América
Latina -y lo digo con absoluta certeza- hay ningún servicio público estatal que
haga una atención médica dental con sentido social. Se limitan en la mayoría de
los países, si es que tienen esos servicios, a la etapa inicial previa, básica,
simple, sencilla, de la extracción. Y si hay algo que yo he podido ver con
dolor de hombre y conciencia de médico, cuando he ido a las poblaciones, es a
las compañeras trabajadoras, a las madres proletarias, gritar con esperanza
nuestros gritos de combate, y darme cuenta, por desgracia, cómo sus bocas
carecen de la inmensa mayoría de los dientes.
Y los niños también
sufren esto. Por ello, entonces, y sobre la base tan solo de estos ejemplos
simples, nosotros tenemos que entender que cuando hablamos de una universidad
que entiende que para que termine esta realidad brutal que hace más de un siglo
y medio pesa sobre nosotros, en los cambios estructurales económicos se
requiere un profesional comprometido con el cambio social; se requiere un
profesional que no se sienta un ser superior porque sus padres tuvieron el
dinero suficiente para que él ingresara a una universidad; se necesita un
profesional con conciencia social que entienda que su lucha, si es arquitecto,
es para que se construyan las casas necesarias que el pueblo necesita. Se necesita
un profesional que, si es médico, levante su voz para reclamar que la medicina
llegue a las barriadas populares y, fundamentalmente, a los sectores
campesinos.
Se necesitan
profesionales que no busquen engordar en los puestos públicos, en las capitales
de nuestras patrias. Profesionales que vayan a la provincia, que se hundan en
ella.
Por eso yo hablo
así aquí en esta Universidad de Guadalajara, que es una universidad de
vanguardia, y tengo la certeza que la obligación patriótica de ustedes es
trabajar en la provincia, fundamentalmente, vinculada a las actividades
económicas, mineras o actividades industriales o empresariales, o a las
actividades agrícolas; la obligación del que estudió aquí es no olvidar que
ésta es una universidad del Estado que la pagan los contribuyentes, que en la
inmensa mayoría de ellos son los trabajadores. Y que por desgracia, en esta
universidad, como en las universidades de mi patria, la presencia de hijos de
campesinos y obreros alcanza un bajo nivel, todavía.
Por eso, ser joven
en esta época implica una gran responsabilidad, ser joven de México o de Chile;
ser joven de América Latina, sobre todo en este continente que, como he dicho,
está marcado por un promedio que señala que somos un continente joven. Y la
juventud tiene que entender que no hay lucha de generaciones, como lo dijera
hace un instante; que hay un enfrentamiento social, que es muy distinto, y que
pueden estar en la misma barricada de ese enfrentamiento los que hemos pasado
-y yo pasé muy poquito de los 60 años; guárdenme el secreto- de los sesenta
años y los jóvenes que puedan tener 13 ó 20.
No hay querella de
generaciones, y eso es importante que yo lo diga. La juventud debe entender su
obligación de ser joven, y si es estudiante, darse cuenta que hay otros jóvenes
que, como él, tienen los mismos años, pero que no son estudiantes. Y si es
universitario con mayor razón mirar al joven campesino o al joven obrero, y
tener un lenguaje de juventud, no un lenguaje sólo de estudiante universitario,
para universitarios.
Pero el que es
estudiante tiene una obligación porque tiene más posibilidades de comprender
los fenómenos económicos y sociales y las realidades del mundo; tiene la
obligación de ser un factor dinámico del proceso de cambio, pero sin perder los
perfiles, también, de la realidad.
La revolución no
pasa por la universidad, y esto hay que entenderlo; la revolución pasa por las
grandes masas; la revolución la hacen los pueblos; la revolución la hacen,
esencialmente, los trabajadores.
Y yo comparto el
pensamiento que aquí se ha expresado -y el presidente Echeverría lo ha señalado
muchas veces-, que yo también lo he dicho en mi patria, allá luchamos por los
cambios dentro de los marcos de la democracia burguesa, con dificultades mucho
mayores, en un país donde los poderes del Estado son independientes, y en el
caso nuestro, la Justicia, el Parlamento y el Ejecutivo. Los trabajadores que
me eligieron están en el gobierno; nosotros controlamos una parte del Poder
Ejecutivo, somos minoría en el Congreso. El Poder Judicial es autónomo, y el
Código Civil de mi patria tiene 100 años. Y si yo no critico en mi patria al
Poder Judicial, menos lo voy a hacer aquí. Pero indiscutiblemente, hay que
pensar que estas leyes representaban otra época y otra realidad, no fueron
leyes hechas por los trabajadores que estamos en el gobierno: fueron hechas por
los sectores de la burguesía, que tenían el Ejecutivo, el poder económico y que
eran mayoría en el Congreso Nacional.
Sin embargo, la
realidad de Chile, su historia y su idiosincrasia, sus características, la
fortaleza de su institucionalidad, nos llevó a los dirigentes políticos a
entender que en Chile no teníamos otro camino que el camino de la lucha
electoral -y ganamos por ese camino-, que muchos no compartían,
fundamentalmente como consecuencia del pensamiento generado en este continente,
después de la Revolución Cubana, y con la asimilación, un poco equivocada, de
la divulgación de tácticas, en función de la interpretación que hacen los que
escriben sobre ellas, nos hemos encontrado en muchas partes, y ahora se ha
dejado un poco, la idea del foquismo, de la lucha guerrillera o del ejército
popular.
Yo tengo una
experiencia que vale mucho. Yo soy amigo de Cuba; soy amigo, hace 10 años, de
Fidel Castro; fui amigo del comandante Ernesto Che Guevara. Me regaló el
segundo ejemplar de su libro Guerra de Guerrillas; el primero se lo dio a
Fidel. Yo estaba en Cuba cuando salió, y en la dedicatoria que me puso dice lo
siguiente: A Salvador Allende, que por otros medios trata de obtener lo mismo.
Si el comandante Guevara firmaba una dedicatoria de esta manera, es porque era
un hombre de espíritu amplio que comprendía que cada pueblo tiene su propia
realidad, que no hay receta para hacer revoluciones. Y por lo demás, los
teóricos del marxismo -y yo declaro que soy un aprendiz tan solo; pero no niego
que soy marxista- también trazan con claridad los caminos que pueden recorrerse
frente a lo que es cada sociedad, cada país.
De allí, entonces,
que es útil que la juventud, y sobre todo la juventud universitaria, que no
puede pasar por la universidad al margen de los problemas de su pueblo,
entienda que no puede hacerse del balbuceo doctrinario la enseñanza
doctrinaria, de entender que el denso pensamiento de los teóricos de las
corrientes sociológicas o económicas requieren un serio estudio; que si es
cierto que no hay acción revolucionaria sin teoría revolucionaria, no puede
haber la aplicación voluntaria o la interpretación de la teoría adecuándola a
lo que la juventud o el joven quiere. Que tiene que mirar lo que pasa dentro de
su país y más allá de la frontera, y comprender que hay realidades que deben
ser meditadas y analizadas.
Cuando algunos
grupos en mi patria, un poco más allá de la Unidad Popular, en donde hay
compañeros jóvenes en cuya lealtad revolucionaria yo creo, pero en cuya
concepción de la realidad no creo, hablan, por ejemplo, de que en mi país
debería hacerse lo mismo que se ha hecho en otros países que han alcanzado el
socialismo, yo les he hecho esta pregunta en voz alta: ¿Por qué, por ejemplo,
un país como es la República Popular China, poderoso país, extraordinariamente
poderoso país, ha tenido que tolerar la realidad de que Taiwán o de que Formosa
esté en manos de Chian-Kai-Shek? ¿Es que acaso la República Popular China no
tiene los elementos bélicos, por así decirlo, lo suficientemente poderosos para
haber, en dos minutos, recuperado Taiwán, llamado Formosa? ¿Por qué no lo ha
hecho? Porque, indiscutiblemente hay problemas superiores de la responsabilidad
política; porque al proceder así, colocaba a la República Popular China en el
camino de una agresión que podría haber significado un daño para el proceso
revolucionario, y quizá una conflagración mundial.
¿Quién puede dudar
de la voluntad de acción, de la decisión, de la conciencia revolucionaria de
Fidel Castro? ¿Y por qué la bahía de Guantánamo no la ha tomado? Porque no
puede ni debe hacerlo, porque expondría a su revolución y a su patria a una
represalia brutal.
Entonces, uno se
encuentra a veces con jóvenes, y los que han leído el Manifiesto Comunista, o
lo han llevado largo rato debajo del brazo, creen que lo han asimilado y dictan
cátedra y exigen actitudes y critican a hombres, que por lo menos, tienen
consecuencia en su vida. Y ser joven y no ser revolucionario es una contradicción
hasta biológica; pero ir avanzando en los caminos de la vida y mantenerse como
revolucionario, en una sociedad burguesa, es difícil.
Un ejemplo
personal: yo era un orador universitario de un grupo que se llama Avance; era
el grupo más vigoroso de la izquierda. Un día se propuso que se firmara, por el
grupo Avance un manifiesto -estoy hablando del año 1931- para crear en Chile
los soviets de obreros, campesinos, soldados y estudiantes. Yo dije que era una
locura, que no había ninguna posibilidad, que era una torpeza infinita y que no
quería, como estudiante, firmar algo que mañana, como un profesional, no iba a
aceptar.
Éramos 400 los muchachos
de la universidad que estábamos en el grupo Avance, 395 votaron mi expulsión;
de los 400 que éramos, sólo dos quedamos en la lucha social. Los demás tienen
depósitos bancarios, algunos en el extranjero; tuvieron latifundios -se los
expropiamos-; tenían acciones en los bancos -también se los nacionalizamos-, y
a los de los monopolios les pasó lo mismo. Pero en el hecho, dos hemos quedado;
y a mí me echaron por reaccionario; pero los trabajadores de mi patria me
llaman el compañero presidente.
Por eso, el
dogmatismo, el sectarismo, debe ser combatido; la lucha ideológica debe
llevarse a niveles superiores, pero la discusión para esclarecer, no para
imponer determinadas posiciones. Y, además, el estudiante universitario tiene
una postura doctrinaria y política, tiene, fundamentalmente, no olvidarse que
precisamente la revolución necesita los técnicos y los profesionales.
Ya Lenin lo dijo
-yo he aumentado la cifra para impactar más en mi patria-, Lenin dijo que un
profesional, un técnico, valía por 10 comunistas; yo digo que por 50, y por 80
socialistas. Yo soy socialista. Les duele mucho a mis compañeros que yo diga
eso; pero lo digo, ¿por qué? Porque he vivido una politización en la
universidad, llevada a extremos tales que el estudiante olvida su responsabilidad
fundamental; pero una sociedad donde la técnica y la ciencia adquieren los
niveles que ha adquirido la sociedad contemporánea, ¿cómo no requerir
precisamente capacidad y capacitación a los revolucionarios? Por lo tanto, el
dirigente político universitario tendrá más autoridad moral, si acaso es
también un buen estudiante universitario.
Yo no le he
aceptado jamás a un compañero joven que justifique su fracaso porque tiene que
hacer trabajos políticos: tiene que darse el tiempo necesario para hacer los
trabajos políticos, pero primero están los trabajos obligatorios que debe
cumplir como estudiante de la universidad. Ser agitador universitario y mal
estudiante, es fácil; ser dirigente revolucionario y buen estudiante, es más
difícil. Pero el maestro universitario respeta al buen alumno, y tendrá que
respetar sus ideas, cualesquiera que sean.
Por eso es que la
juventud contemporánea, y sobre todo la juventud de Latinoamérica, tiene una
obligación contraída con la historia, con su pueblo, con el pasado de su
patria. La juventud no puede ser sectaria: la juventud tiene que entender, y
nosotros en Chile hemos dado un paso trascendente: la base política de mi
gobierno está formada por marxistas, por laicos y cristianos, y respetamos el
pensamiento cristiano; interpreta el verbo de Cristo, que echó a los mercaderes
del templo.
Claro que tenemos
la experiencia de la iglesia, vinculada al proceso de los países poderosos del
capitalismo e, incluyendo, en los siglos pasados y en la primera etapa de éste,
no a favor de los humildes como lo planteaba el maestro de Galilea; pero sí los
tiempos han cambiado y la conciencia cristiana está marcando la consecuencia
por el pensamiento honesto, en la acción honesta, los marxistas podemos
coincidir en etapas programáticas como pueden hacerla los laicos y lo hemos
hecho en nuestra patria -y nos está yendo bien-, y conjugamos una misma actitud
y un mismo lenguaje frente a los problemas esenciales del pueblo.
Porque un obrero
sin trabajo, no importa que sea o no sea marxista, no importa que sea o no sea
cristiano, que no tenga ideología política, es un hombre que tiene derecho al
trabajo y debemos dárselo nosotros; por eso el sectarismo, el dogmatismo, el
burocratismo, que congela las revoluciones, y ése es un proceso de concientización
que es muy profundo y que debe comenzar con la juventud: pero la juventud está
frente a problemas que no son sólo económicos, sino son problemas que
lamentablemente se manifiestan con mayor violencia destructiva en el mundo
contemporáneo.
El escapismo, el
drogadismo, el alcoholismo. ¿Cuántos son los jóvenes, de nuestros jóvenes
países, que han caído en la marihuana, que es más barata que la cocaína y más
fácil de acceso?, ¿pero cuántos son los jóvenes de los países industrializados?
El porcentaje, no sólo por la densidad de población, sino por los medios
económicos, es mucho mayor.
¿Qué es esto, qué
significa, por qué la juventud llega a eso? ¿Hay frustración? ¿Cómo es posible
que el joven no vea que su existencia tiene que tener un destino muy distinto
al que escabulle su responsabilidad? ¿Cómo un joven no va a mirar, en el caso
de México, a Hidalgo o a Juárez, a Zapata o a Villa, o a Lázaro Cárdenas? ¡Cómo
no entender que esos hombres fueron jóvenes también, pero que hicieron de sus
vidas un combate constante y una lucha permanente!
¿Cómo la juventud
no sabe que su propio porvenir está cercado por la realidad económica, que
marca los países dependientes? Porque si hay algo que debe preocuparnos,
también, a los gobernantes, es no seguir entregando cesantes ilustrados a
nuestra sociedad.
¿Cuántos son los
miles de jóvenes que egresan de los politécnicos o de las universidades que no
encuentran trabajo? Yo leí hace poco un estudio de un organismo internacional
importante, que señala que para América Latina, en el final de esta década se
necesitaban -me parece- cerca de seis millones de nuevas ocupaciones, en un
continente en donde la cesantía marca los niveles que yo les he dicho. Los
jóvenes tienen que entender, entonces, que están enfrentados a estos hechos y
que deben contribuir a que se modifiquen las condiciones materiales, para que
no haya cesantes ilustrados, profesionales con títulos de arquitectos sin
construir casas, y médicos sin atender enfermos, porque no tienen los enfermos
con qué pagarles, cuando lo único que faltan son médicos para defender el
capital humano, que es lo que más vale en nuestros países.
Por eso, repito -y
para terminar mis palabras-, dando excusas a ustedes por lo excesivo de ellas,
que yo que soy un hombre que pasó por la universidad, he aprendido mucho más de
la universidad de la vida: he aprendido de la madre proletaria en las barriadas
marginales; he aprendido del campesino, que sin hablarme, me dijo la
explotación más que centenaria de su padre, de su abuelo o de su tatarabuelo;
he aprendido del obrero, que en la industria es un número o era un número y que
nada significaba como ser humano, y he aprendido de las densas multitudes que
han tenido paciencia para esperar.
Pero la injusticia
no puede seguir marcando, cerrando las posibilidades del futuro a los pueblos
pequeños de éste y de otros continentes. Para nosotros, las fronteras deben
estar abolidas y la solidaridad debe expresarse con respeto a la
autodeterminación y la no intervención, entendiendo que puede haber concepciones
filosóficas y formas de gobierno distintas, pero que hay un mandato que nace de
nuestra propia realidad que nos obliga -en el caso de este continente- a
unirnos; pero mirar más allá, inclusive de América Latina y comprender que
nacer en Africa en donde hay todavía millones y millones de seres humanos que
llevan una vida inferior a la que tienen los más postergados y pretéridos seres
de nuestro continente.
Hay que entender
que la lucha es solidaria en escala mundial, que frente a la insolencia imperialista
sólo cabe la respuesta agresiva de los países explotados.
Ha llegado el
instante de darse cuenta cabalmente que los que caen luchando en otras partes
por hacer de sus patrias países independientes, como ocurre en Vietnam, caen
por nosotros con su gesto heroico.
Por eso, sin decir
que la juventud será la causa revolucionaria y el factor esencial de las
revoluciones, yo pienso que la juventud por ser joven, por tener una concepción
más diáfana, por no haberse incorporado a los vicios que traen los años de
convivencia burguesa, porque la juventud debe entender que debe ser estudiante
y trabajadora; porque el joven debe ir a la empresa, a la industria o a la
tierra. Porque ustedes deben hacer trabajos voluntarios; porque es bueno que
sepa el estudiante de medicina cuánto pesa un fardo que se echa a la espalda el
campesino que tiene que llevarlo a veces, a largas distancias; porque es bueno
que el que va a ser ingeniero se meta en el calor de la máquina, donde el
obrero a veces, en una atmósfera inhóspita, pasa largos y largos años de su
oscura existencia; porque la juventud debe estudiar y debe trabajar -porque el
trabajo voluntario vincula, amarra, acerca, hace que se compenetre el que va a
ser profesional con aquel que tuvo por herencia las manos callosas de los que,
por generaciones, trabajaron la tierra-.
Gracias, presidente
y amigos por haberme dado la oportunidad de fortalecer mis propias
convicciones, y la fe en la juventud frente a la actitud de ustedes.
Gracias por
comprender el drama de mi patria, que es como dijera Pablo Neruda, un Vietnam
silencioso; no hay tropas de ocupación, ni poderosos aviones nublan los cielos
limpios de mi tierra, pero estamos bloqueados económicamente, pero no tenemos
créditos, pero no podemos comprar repuestos, pero no tenemos cómo comprar
alimentos y nos faltan medicamentos, y para derrotar a los que así proceden,
sólo cabe que los pueblos entiendan quiénes son sus amigos y quiénes son sus
enemigos.
Yo sé, por lo que
he vivido, que México ha sido y será -gracias por ello- amigo de mi patria.
SALVADOR ALLENDE
No hay comentarios:
Publicar un comentario