THEODORE ROOSEVELT
“El mérito recae exclusivamente en el
hombre que se halla en la arena, aquel cuyo rostro está manchado de polvo,
sudor y sangre, el que lucha con valentía, el que se equivoca y falla el golpe
una y otra vez, porque no hay esfuerzo sin error y sin limitaciones”
DISCURSO
PRONUNCIADO EN LA SORBONA DE PARIS, FRANCIA, 23 de Abril de 1910
Extrañas
e impresionantes asociaciones se levantan en la mente de un hombre del Nuevo
Mundo que habla en frente de este cuerpo augusto en esta antigua institución de
aprendizaje. Ante sus ojos pasan las hombres de poderosos reyes y nobles
guerreros, de grandes maestros de la ley y la teología; a través del polvo
brillante de los siglos el ve figuras llenas que hablan del poder y el aprendizaje
y el esplendor de tiempos pasados; y el ve también la innumerable multitud de
humildes estudiantes para los cuales la escritura significó emancipación, para
los cuales era poco menos que la única salida de la oscura esclavitud de la
Edad Media.
Esta
fue la más famosa universidad de la Europa medieval, en un tiempo cuando nadie
soñaba que hubiera un Nuevo Mundo por descubrir. Su servicio a la causa del
conocimiento humano se remonta mucho tiempo atrás en el pasado remoto, a un
tiempo cuando mis antepasados, tres siglos atrás, estaban entre las bandas
dispersas de comerciantes, labradores, leñadores y pescadores, quienes, en dura
lucha con la férrea hostilidad de la tierra indígena encantada, fueron sentando
las bases de lo que ahora ha llegado a ser la república gigante del Oeste.
Conquistar un continente, domar la aspereza hirsuta de la naturaleza salvaje,
significa una guerra sombría; y las generaciones que han estado en ella no
pueden conservar, y mucho menos agregar a los depósitos de sabiduría acumulada
donde una vez estuvieron los suyos, y que todavía están en las manos de sus
hermanos que viven en el Viejo Mundo. Conquistar un mundo salvaje significa
arrebatar la victoria de las mismas fuerzas hostiles contra las cuales luchó la
humanidad en la infancia inmemorial de nuestra raza. Las condiciones
primordiales deben ser enfrentadas por las cualidades primordiales que son
incompatibles con la retención de mucho de lo que ha sido pacientemente
adquirido por la humanidad a través de las eras y que ha llevado al surgimiento
de la civilización. En condiciones tan primitivas, no podía haber más que una
cultura primitiva. Al principio, solo la escuela más rudimentaria podía ser
establecida, ya que ninguna otra podía llenar las necesidades del pueblo duro y
vigoroso que impulsó hacia adelante la frontera ante los dientes de hombres
salvajes y de la naturaleza salvaje; y muchos años pasaron antes de que
cualquiera de esas escuelas pudiesen desarrollarse en centros de enseñanza
superior y cultura más amplia.
Los días de los pioneros pasaron; los claros donde se cortaron
los bosques se extendieron en vastas extensiones de tierra agrícola fértil; los
grupos empalizados de cabañas de madera se transformaron en ciudades; los
cazadores de animales salvajes, los taladores de árboles, los rudos
comerciantes de la frontera y labradores de la tierra, los hombres que
deambulan todas sus vidas a través del ambiente salvaje como los heraldos y
precursores de una civilización que se acerca, todos se desvanecieron ante la civilización
para la cual han preparado el camino. Los hijos de sus sucesores y
suplantadores, y luego sus hijos y los hijos de sus hijos, cambiaron y se
desarrollaron con extraordinaria rapidez. Las condiciones acentuaron vicios y
virtudes, energía y crueldad, todas las buenas cualidades y defectos de un
individualismo intenso, auto confiado, centrado en sí mismo, mucho más
consciente de sus derechos y de sus deberes, y ciego a sus propias
deficiencias. Del duro materialismo de los días de la frontera viene el duro
materialismo de un industrialismo aún más intenso y absorbente que aquel de las
naciones más antiguas; si bien estas mismas también han entrado en la era de
una civilización compleja y predominantemente industrial.
Conforme
el país crece, su gente, que ha tenido éxito en tantas áreas, vuelve hacia
atrás para tratar de recuperar las posesiones de la mente y el espíritu, que
sus padres forzosamente hicieron a un lado con el fin librar de mejor manera
las primeras batallas duras por el continente que sus hijos heredarían. Los
líderes de pensamiento y de acción buscaron a tientas su camino hacia adelante
hacia una nueva vida, entendiendo, a veces poco, a veces con una clara visión,
que la vida de ganancias materiales, ya sea para una nación o para un individuo,
tiene valor solo como una base o fundamento, solo si es añadida a la elevación
espiritual que viene de la devoción a ideales más elevados. Esta nueva vida lo
que buscaba en parte era un nuevo desarrollo con respecto a lo que le ofrecía
el Nuevo Mundo; pero esta no puede ser desarrollada totalmente únicamente
aprovechando con libertad las casas del tesoro del Viejo Mundo, los tesoros
guardados en las antiguas moradas del saber y la sabiduría como esta en la que
estoy hablando este día. Es un error para cualquier nación simplemente copiar a
otra; pero es incluso un error más grande, es una prueba de debilidad en
cualquier nación, no estar ansiosa de aprender de otra y estar dispuesta y ser
capaz de adaptar ese aprendizaje a las nuevas condiciones nacionales para
hacerlo fructífero y productivo. Es para nosotros los del Nuevo Mundo como
sentarse a los pies de Gamaliel el Viejo; entonces, si tenemos el bien en
nosotros, podemos demostrar que Pablo, a su vez puede convertirse en un
maestro, así como en un erudito.
Hoy,
les voy a hablar sobre el tema de la ciudadanía individual, un tema de vital
importancia para ustedes, mis oyentes, y para mí y mis compatriotas, porque
ustedes y yo somos grandes ciudadanos de grandes repúblicas democráticas. Una
república democrática como la nuestra – un esfuerzo para realizar un gobierno
de sentido pleno por, de y para el pueblo– representa el más gigantesco de
todos los experimentos sociales posibles, aquel lleno con grandes
responsabilidades tanto para el bien como para el mal. El éxito de repúblicas
como la suya y la nuestra significa la gloria, junto con nuestra incapacidad
para desesperarnos, de la humanidad; y para ustedes y para nosotros la cuestión
de la calidad del ciudadano individual es fundamental. Bajo otras formas de
gobierno, bajo el gobierno de un hombre o de unos pocos hombres, la calidad de
los líderes tiene toda la importancia. Si, bajo tales gobiernos, la calidad de
los gobernantes es suficientemente alta, entonces las naciones llevarán una
brillante carrera por generaciones, y contribuirá sustancialmente a la suma de
logros del mundo, sin importar cuán baja sea la calidad del ciudadano promedio;
ya que este es. Pero con ustedes y nosotros el caso es diferente. Con ustedes
aquí, y con nosotros en nuestra propia casa, a largo plazo, el éxito o el
fracaso estará condicionado en la forma en que el hombre promedio y la mujer
promedio, cumplan con su deber, primero en los asuntos ordinarios de todos los
días, y después en aquellas grandes circunstancias ocasionales que exigen
virtudes heroicas. El ciudadano promedio debe ser un buen ciudadano si nuestras
repúblicas van a tener éxito. La corriente no se elevará permanentemente más
arriba que la fuente principal; y la fuente principal de poder y grandeza
nacional se encuentra en el ciudadano promedio de la nación. Por lo tanto nos
corresponde hacer lo mejor para ver que el estándar del ciudadano promedio es
mantenido en alto; y el promedio no puede ser mantenido en alto a menos que el
estándar de los líderes sea mucho más alto.
Es
bueno si una gran proporción de los líderes de cualquier república, en
cualquier democracia, son, de forma rutinaria, procedentes de las clases
representadas en esta audiencia hoy; pero solo a condiciones de que esas clases
posean los dones de la simpatía con la gente simple y la devoción a los grandes
ideales. Ustedes y aquellos como ustedes han recibido ventajas especiales;
todos ustedes han tenido la oportunidad del entrenamiento mental; muchos de
ustedes han podido disfrutar del ocio; la mayoría de ustedes han tenido la
oportunidad de disfrutar de una vida mucho más grande de la que tendrán la
mayoría de sus semejantes. A ustedes y a su clase mucho se les ha dado, y de
ustedes muchos se debería esperar. Sin embargo, hay algunas deficiencias contra
las que es especialmente importante que ambos, hombres de intelecto entrenado y
cultivado, y hombres de riqueza heredada y posición deben cuidarse
especialmente, porque a estas fallas son especialmente susceptibles; y si ceden
ante ellas, sus posibilidades de brindar un servicio útil llegan a su fin.
Dejen al hombre de entendimiento, el hombre de ocio letrado, tengan cuidado
ante esa tentación rara y barata de posar ante sí mismo y ante los demás como
un cínico, como el hombre que ha superado las emociones y las creencias, el
hombre para quien el bien y el mal son uno. La manera más pobre de enfrentar la
vida es con burla. Existen muchos hombres que sienten un tipo de orgullo
torcido en el cinismo; existen mucho que se limitan a criticar la manera en que
otros hacen lo que ellos mismos no se atreven a intentar. No existe ser más
malsano, ningún hombre menos digno de respeto, que aquel que realmente
sostiene, o finge sostener, una actitud de burlona incredulidad hacia todo lo
que es grande y noble, ya sea en la consecución o en el noble esfuerzo el cual,
incluso si falla, viene a ser un segundo logro.
Un
hábito cínico de pensamiento y expresión, una disposición a criticar el trabajo
que el propio crítico no intenta realizar, un distanciamiento intelectual que
no aceptará el contacto con las realidades de la vida – todas estas son marcas,
no como al poseedor le gustaría pensar, no de superioridad, sino de debilidad.
Estas, marcan a los hombres no aptos para llevar a cabo su dolorosa parte en la
dura lucha de la vida, quienes buscan, en el afecto al desprecio de los logros
de los demás, esconder de los demás y de sí mismos su propia debilidad. El rol
es sencillo; no existe uno más fácil, como no sea el papel del hombre que se
burla por igual tanto de la crítica como el rendimiento.
No es
el crítico quien cuenta, ni el que señala con el dedo al hombre fuerte cuando
tropieza o el que indica en qué cuestiones quien hace las cosas podría haberlas
hecho mejor.
El
mérito recae exclusivamente en el hombre que se halla en la arena, aquel cuyo
rostro está manchado de polvo, sudor y sangre, el que lucha con valentía, el
que se equivoca y falla el golpe una y otra vez, porque no hay esfuerzo sin
error y sin limitaciones.
El que
cuenta es el que de hecho lucha por llevar a cabo las acciones, el que conoce
los grandes entusiasmos, las grandes devociones, el que agota sus fuerzas en
defensa de una causa noble, el que, si tiene suerte, saborea el triunfo de los
grandes logros y si no la tiene y falla, fracasa al menos atreviéndose al mayor
riesgo, de modo que nunca ocupará el lugar reservado a esas almas frías y
tímidas que ignoran tanto la victoria como la derrota.
Debe
sentir vergüenza el hombre de gusto cultivado que permite que el refinamiento
se transforme en delicadeza excesiva que lo hace poco capaz de hacer el trabajo
duro del mundo cotidiano. Entre los pueblos libres que se gobiernan a sí
mismos, existe poco espacio de utilidad abierta para los hombres de vida
cerrada que huyen del contacto de sus semejantes. Existe aún menos espacio para
aquellos que se burlan a la ligera de lo que es hecho por aquellos que
realmente llevan la carga más pesada del quehacer diario; ni para aquellos
otros que siempre profesan que les gustaría entrar en acción, si solo las
condiciones de la vida no fueran lo que actualmente son. El hombre que no hace
nada hace siempre la misma figura sórdida en las páginas de la historia, ya sea
un cínico, un petimetre o un voluptuoso. Existe poca utilidad para un ser cuya
alma tibia no conocer nada de la emoción grande y generosa, del gran orgullo,
la dura creencia, el entusiasmo sublime, de los hombres que calman la tormenta
y montan el trueno. Bien por estos hombres si tienen éxito; bien también si no
tienen tanto éxito, aún si fallan, considerando únicamente que se han
aventurado noblemente, y han puesto todo su corazón y su fuerza. Es un hombre
fiero dejado por la contienda , agotado en la dura lucha, él de los muchos
errores y el final valiente, sobre cuya memoria nos encanta permanecer, no
sobre la memoria del joven señor quien “sino es por los armas viles habría sido
un soldado valiente”.
Francia
le ha enseñado muchas lecciones a otras naciones: seguramente una de las más
importantes lecciones es la lección que toda su historia enseña, que un alto
desarrollo en arte y literatura es compatible con el liderazgo notable en armas
y en el arte de gobernar. La brillante galantería del soldado francés ha sido
por muchos siglos, proverbial; y durante esos mismos siglos en toda corte de
Europa, los “masones de moda”: han hablado la lengua Francesa como su lenguaje
común; mientras todo artista y hombre de letras, y todo hombre de ciencia capaz
de apreciar ese maravilloso instrumento de precisión, la prosa Francesa, se han
vuelto hacia Francia por ayuda e inspiración. Cuánto tiempo el liderazgo en
armas y letras ha durado es curiosamente ilustrado por el hecho de que la
primera obra maestra en una lengua moderna es la esplendida épica francesa que
relata la perdición de Rolando y la venganza de Carlomagno cuando las huestes
de los señores de los Francos fueron atacadas en Roncesvalles. Dejen que los
que tienen, lo conserven, dejen que los que no lo tienen, se esfuercen por
alcanzar un alto nivel de cultura y escolaridad. Sin embargo recordemos que
estos están en segundo lugar con respecto a otras cosas. Existe la necesidad de
un cuerpo sano, y más aún de una mente sana. Pero sobre la mente y sobre el
cuerpo está el carácter – la suma de esas cualidades que queremos dar a
entender cuando hablamos de la fuerza y el coraje de un hombre, de su buena fe
y sentido del honor. Creo en el ejercicio para el cuerpo, siempre que se tenga
en cuenta que el desarrollo físico es un medio y no un fin. Creo, por supuesto,
en dar a todas las personas una buena educación. Pero la educación debe
contener mucho más aparte de aprendizaje de libros para que sea realmente
buena. Debemos recordar siempre que no hay agudeza y sutileza del intelecto,
ningún pulimento, ningún ingenio que puedan de alguna manera compensar la
carencia de grandes cualidades sólidas. Autocontrol, dominio de sí mismo,
sentido común, el poder de aceptar la responsabilidad individual y sin embargo,
de actuar en conjunción con otros, coraje y resolución – estas son las
cualidades que marcan a un pueblo magistral. Sin ellas, ningún pueblo puede
controlarse a sí mismo, o protegerse de ser controlado desde afuera. Hablo ante
una brillante reunión; hablo en una gran universidad que representa la flor del
mayor desarrollo intelectual; rindo homenaje al intelecto y al entrenamiento
elaborado y especializado del intelecto; y sin embargo se que tendré el
asentimiento de todos los presentes cuando añada que más importante aun son las
cualidades y virtudes comunes y ordinarias.
Tales
cualidades comunes y ordinarias incluyen la voluntad y el poder de trabajar, de
pelear ante la necesidad y tener muchos niños sanos. La necesidad de que el
hombre promedio tenga que trabajar es tan obvia que apenas amerita la
insistencia. Existen algunas personas en cada país que han nacido bajo condiciones
tales que pueden vivir vidas de ocio. Estos desempeñan una función útil si lo
que hacen evidente es que el ocio no significa inactividad, ya que algunos de
los más valiosos trabajos que necesita una civilización son esencialmente no
remunerativos en su carácter, y por supuesto las personas que realizan este
trabajo deben en gran parte extraerse de aquellos a los que la remuneración es
un objeto de la indiferencia. Pero el hombre promedio debe aprender su propio
modo de vida. El debería ser entrenado para hacer esto, y debería ser entrenado
para sentir que ocupa una posición despreciable si no lo hace; que no es un
objeto de envidia si está inactivo, en cualquier extremo de la escala social en
que se encuentre, sino un objeto de desprecio, un objeto de escarnio. En
segundo lugar, el hombre bueno debería ser tanto un hombre fuerte y bravo; es
decir, él debe ser capaz de luchar, él debe ser capaz de servir a su país como
soldado, en caso de necesidad. Hay filósofos bien intencionados que declaman
contra la injusticia de la guerra. Tienen razón si ponen todo su énfasis sobre
la injusticia. La guerra es una cosa terrible, y la guerra injusta es un crimen
contra la humanidad. Pero es un crimen porque es injusta, no porque sea una
guerra. La elección debe ser siempre a favor de la justicia, y esto es ya sea
que la alternativa sea la paz o que la alternativa sea la guerra. La cuestión
no debe ser meramente, ¿Si es qué haya paz o que haya guerra? La cuestión debe
ser, ¿Es el bien lo que prevalecerá? ¿Si las grandes leyes de la justicia se
van a cumplir una vez más? Y la respuesta de un pueblo fuerte y viril debe ser
“Si,” sin importar el costo. Cualquier esfuerzo honorable debe ser hecho para
evitar la guerra, al igual que cualquier esfuerzo honorable debe ser hecho por
el individuo en su vida privada para mantenerse fuera de una pelea, fuera de
cualquier problema; pero ningún individuo que se precie, ninguna nación que se
auto respete, puede o debe someterse a mal.
Finalmente,
aun más importante que la habilidad de trabajar, aún más importante que la
habilidad de pelear ante la necesidad, es el recordar que la mayor de las
bendiciones para cualquier nación es que dejará su semilla para heredar la
tierra. La mayor de todas las maldiciones es la maldición de la esterilidad, y
la más severa de todas las condenaciones debería ser aquella en la que se
recurre a la esterilidad voluntaria. El primer paso esencial en cualquier
civilización es que el hombre y la mujer deben ser padre y madre de niños
sanos, de tal manera que la raza se incremente y no disminuya. Si eso no ocurre
así, si por causas ajenas a la sociedad no se consigue ese incremento, es una
gran desgracia. Si la falla se debe a una falta deliberada y voluntaria,
entonces no es meramente una desgracia, es uno de esos crímenes de facilidad y
auto complacencia, de huir del dolor y del esfuerzo y del riesgo, lo que a
largo plazo, la Naturaleza castiga más fuertemente que a cualquier otra cosa.
Si nosotros, los de las grandes repúblicas, si nosotros, las personas libres
que claman el haberse emancipado así mismos de la esclavitud del mal y el
error, bajamos nuestras cabezas, la maldición vendrá sobre el voluntariamente
estéril, entonces será un desperdicio ocioso de aliento el relato de nuestros
logros, para hacer alarde de todo lo que hemos hecho. Ningún refinamiento,
ninguna delicadeza de gusto, ningún progreso material, ninguna acumulación
sórdida de riquezas, ningún desarrollo sensorial del arte y la literatura,
pueden de ninguna manera compensar por la pérdida de las grandes virtudes
fundamentales; y de esas grandes virtudes, la más grande es el poder de
perpetuar la raza.
El
carácter debe mostrarse a sí mismo, en el desempeño del hombre tanto con
respecto al deber que se debe a él mismo como con respecto a la obligación que
le debe al estado. El principal deber del hombre es para consigo mismo y su
familia; y puede cumplir con este deber solo con ganar dinero, proporcionando
lo que es esencial para el bienestar material; es solo después que ha hecho
esto que puede esperar construir una mayor superestructura sobre una base de
material sólido; es solo después de que esto haya sido hecho que él puede
ayudar en sus esfuerzos por el bienestar común. El tiene que velar por si mismo
primero, y solo después de esto puede su fuerza adicional ser usada para el
bien público en general. No es bueno excitar la risa amarga que expresa
desprecio; y desprecio es lo que sentimos por el ser cuyo entusiasmo por
beneficiar a la humanidad es tal que es una carga para aquellos cercanos a él;
es el que desea hacer grandes cosas por la humanidad en lo abstracto, pero no
puede tener a su esposa en la comodidad o educar a sus hijos.
Sin
embargo, mientras destacamos este punto, mientras no solamente reconocemos sino
que insistimos en el hecho que debe haber una base de bien material para el
individuo y para la nación, vamos a insistir con el mismo énfasis que este bien
material no representa nada más que la base, y esa base, si bien es
indispensable, es inútil a menos que sobre ella se levante la superestructura
de una vida más elevada. Es por esto que declino el reconocer al mero
multimillonario, el hombre de pura riqueza, como un bien de valor de cualquier
país; y especialmente no como un bien para mi propio país. Si él ha aprendido a
usar su riqueza de una manera tal que le produce un beneficio real, de uso real
– y tal es el caso a menudo – porque, entonces, no se convierte en un activo de
valor real. Pero es la forma en que se ha obtenido y usado, y no el mero hecho
de la riqueza, lo que le da el derecho al crédito. Existe necesidad en los
negocios, al igual que en otras actividades humanas, de la guía de las grandes
inteligencias. Sus lugares no pueden ser suplantados por ninguna cantidad de
inteligencias menores. Es algo bueno que tengan amplio reconocimiento y
recompensa. Pero no debemos transferir nuestra admiración a la recompensa en
lugar de a la obra premiada; y si lo que debería ser la recompensa existe sin
que el servicio haya sido prestado, entonces la admiración solo vendrá de aquellos
que son malos en el alma. La verdad es esa, después de que un cierto grado de
éxito material tangible o de recompensa ha sido conseguido, la cuestión de
incrementarlo se hace menos importante en comparación con otras cosas que
pueden ser hechas en la vida. Es algo malo para una nación el elevar y admirar
falsos niveles de éxito; y no pueden haber estándares más falsos que aquellos
establecidos por la deificación del bienestar material en sí y para sí. Pero el
hombre, que ha sobrepasado por mucho los límites del proveer a sus necesidades;
tanto del cuerpo como de la mente, para sí mismo y para aquellos que dependen
de él, acumulando una gran fortuna, mediante la adquisición o retención de lo
cual no brinda el beneficio correspondiente a la nación como un todo, debería
el mismo sentir que, lejos de ser esto deseable, el es un indigno ciudadano de
la comunidad: que el no es para ser admirado o envidiado; que sus compatriotas
de buen pensamiento lo pusieron abajo en la escala de ciudadanía, y lo dejaron
para ser consolado por la admiración de aquellos cuyo nivel de propósito es aún
menor que el suyo.
Mi
posición con respecto a los intereses relacionado al dinero pueden ponerse en
pocas palabras. En toda sociedad civilizada, los derechos de propiedad deben
ser cuidadosamente guardados; ordinariamente, y en la gran mayoría de los
casos, los derechos humanos y los derechos de propiedad son fundamentales y a
largo plazo son idénticos; pero cuando aparece claramente que existe un
conflicto real entre ellos, los derechos humanos deben tener la posición
principal, ya que la propiedad pertenece al hombre y no el hombre a la
propiedad. De hecho, es esencial para la buena ciudadanía entender claramente
que hay ciertas cualidades que nosotros en una democracia somos propensos a
admirar en y por sí mismas, que deben, por derecho propio ser juzgadas
admirables o por el contrario solamente desde el punto de vista del uso que se
haga de ellas. Primeramente, entre estas voy a incluir dos dones muy distintos
– el don de hacer dinero y el don de la oratoria. Hacer dinero, el toque del
dinero del que he hablado arriba. Es una cualidad que en un grado moderado es
esencial. Puede ser útil cuando es desarrollada a un grado mucho mayor, pero
solo si es acompañada y controlada por otras cualidades; y sin tal control el
poseedor tiende a convertirse en uno de los tipos menos atractivos producidos
por una moderna democracia industrial. Lo mismo sucede con el orador. Es
altamente deseable que un líder de opinión en una democracia pueda ser capaz de
defender sus puntos claramente y convincentemente. Pero todo lo que puede hacer
la oratoria por la comunidad es permitir al hombre explicarse a sí mismo; si le
permite al orador poner falsos valores en las cosas, meramente le da el poder
para engañar. Algunos servidores públicos excelentes no cuentan con ese don del
todo, y solo pueden confiar en sus obras para que hablen por ellos; y a menos
que la oratoria represente convicción genuina basada en buen sentido común y
sea capaz de traducirse en un rendimiento eficiente, entonces entre mejor sea
la oratoria, mayor es el daño al publico que engaña. De hecho, es un signo de
debilidad política marcada en cualquier mancomunidad si la gente tiende a
dejarse llevar por la simple oratoria, si ellos tienden a valorar las palabras
en y por sí mismas, como si estuvieran divorciadas de los hechos a los que se
supone soportan. El fabricante de frases, el traficante de frases, el orador
listo, a pesar de su gran poder, no tiene un discurso que tenga el coraje, la sobriedad
y el simple entendimiento, es simplemente un elemento nocivo en el cuerpo
político, cuyo discurso daña al público si tiene influencia sobre él. Admirar
el don de la oratoria sin tener en cuenta la calidad moral detrás del don, es
hacer daño a la república.
Por
supuesto todo lo que he dicho del orador aplica aún con mayor fuerza al más
moderno e influyente hermano del orador, el periodista. El poder del periodista
es grande, sin embargo no tiene derecho al respeto y a la admiración debida a
ese poder al menos que lo use correctamente. El puede hacer, y a menudo lo
hace, un gran bien. El puede hacer, y a menudo lo hace, un daño infinito. Todos
los periodistas, todos los escritores, por la sencilla razón de que aprecian
las enormes posibilidades de su profesión, deberían prestar testimonio contra
aquellos que los desacreditan profundamente. Ofensas contra el gusto y la
moral, que son suficientemente malas en un ciudadano privado, son infinitamente
peores si son convertidas en instrumentos en instrumentos para pervertir la
comunidad a través de un periódico. Mentira, calumnia, sensacionalismo,
estupidez, tontería insípida, todos son factores potentes para la corrupción de
la mente del público y la conciencia. La excusa adelantada para la escritura
viciosa, de que el público la demanda y esa demanda debe ser suplida, no puede
seguir siendo admitida de la misma manera que no es admitido que proveedores de
comida vendan adulteraciones venenosas. En resumen, el buen ciudadano en una
república debe darse cuenta de que debe poseer dos conjuntos de cualidades que
no pueden estar uno sin el otro. El, debe tener esas cualidades que contribuyen
a la eficiencia; y el también debe tener esas cualidades que dirigen la
eficiencia hacia los canales diseñados para el bien público. El es inútil si es
ineficiente. No hay nada que se pueda hacer con ese tipo de ciudadano de quien
todo lo que se puede decir es que es inofensivo. Virtud, que al ser dependiente
de una circulación inactiva no es impresionante. Existe poco lugar en la vida
pública para el buen hombre tímido. El hombre que se salva por la debilidad de
la maldad robusta es también inmune a las virtudes más robustas. El buen
ciudadano en una república, debe, primero que todo ser capaz de sostenerse por
si mismo. No es un buen ciudadano a menos que tenga la habilidad que lo hará
trabajar duro y la cual ante la necesidad, lo hará pelear con fuerza. El buen
ciudadano no es un buen ciudadano a menos que sea un ciudadano eficiente.
Pero si
la eficiencia de un hombre no es guiada y regulada por un sentido moral,
entonces entre más eficiente es peor será, y más peligroso será para el cuerpo
político. Coraje, intelecto, todas las cualidades magistrales, sirven no más
que para hacer a un hombre más malvado si son usadas únicamente para el propio
avance de ese hombre, con brutal indiferencia a los derechos de los demás. Su
discurso puede dañar a la comunidad si la comunidad alaba estas cualidades y
trata a sus poseedores como héroes sin importar si las cualidades son usadas
correctamente o incorrectamente. No hay ninguna diferencia en cuanto a la forma
precisa en la cual esta siniestra eficiencia es mostrada. No hay ninguna
diferencia si tal fuerza y habilidad de un hombre de estos los traiciona a sí
mismos en su carrera de fabricante de dinero, político, soldado, orador,
periodista o líder popular. Si el hombre trabaja para el mal, entonces entre
más exitoso sea, más debe ser despreciado y condenado por todos los hombres de
bien y con visión de futuro. El juzgar a un hombre simplemente por su éxito es
un error abominable; y si las personas a la larga de forma habitual juzgan a
los hombres de esa manera, si ellos crecen para condonar la maldad, porque los
hombres malvados triunfan, están mostrando su inhabilidad para entender de que
en el análisis final, las instituciones libres descansan sobre el carácter de
la ciudadanía por lo tanto por tal admiración de la maldad ellos prueban que no
son aptos para la libertad. Las sencillas virtudes del hogar, las virtudes
ordinarias del quehacer diario que hacen de la mujer una buena esposa y ama de
casa, que hacen del hombre un trabajador esforzado, un buen esposo y padre, un
buen soldado si es necesario, descansan en el fondo del carácter. Pero, por
supuesto, muchas otras hay que añadir además si un Estado quiere llegar a ser
no solo libre, sino grande. La buena ciudadanía no es buena ciudadanía si solo
es exhibida en casa. Siguen estando los deberes del individuo con el estado, y
estos deberes no son sencillos bajo las condiciones que existen donde el
esfuerzo es hecho para llevar a cabo un gobierno libre en una civilización
industrial compleja. Tal vez lo más importante que el ciudadano común, y, sobre
todo, el líder de ciudadanos ordinarios, tiene que recordar en la vida política
es que no debe ser únicamente un doctrinario. El más cercano filósofo, el
individuo culto y refinado quien desde su biblioteca dice como deben ser
gobernados los hombres bajo condiciones ideales, no es de utilidad en el
trabajo gubernamental real; y por el otro lado el fanático, y más aun el líder
de masas, y el hombre insincero el cual por conseguir poder promete lo que no
hay posibilidades de poder realizar, no son meramente inútiles sino
perjudiciales.
El
ciudadano debe tener altos ideales, y sin embargo, debe ser capaz de lograrlos
de manera práctica. Ningún bien permanente viene de aspiraciones tan altas que
se han hecho fantásticas y se han convertido en imposibles e incluso
indeseables de realizar. El visionario poco práctico es mucho menos a menudo la
guía y el precursor, más que todo es el enemigo amargado del reformador real,
del hombre quien, con tropiezos y deficiencia, sin embargo, logra de alguna
manera, de modo práctico, dar efecto a las esperanzas y deseos de aquellos que
luchan por mejorar las cosas. Cuidado con el fabricante de frases vacías, con
el idealista vacío, quien, en vez de tener listo el terreno para el hombre de
acción, se vuelve en su contra cuando aparece y le dificulta las cosas cuando
empieza a trabajar. Más aún, el predicador de ideas debe recordar cuan
lamentable y despreciable es la figura que el cortará, cuan grande el daño que
ocasionará, si no hace, en su propia vida, un esfuerzo mensurable para llevar a
cabo los ideales que predica a otros. Déjenlo recordar también, que el valor de
un ideal debe ser determinado principalmente por el éxito con el cual puede ser
realizado prácticamente. Debemos aborrecer los llamados hombres
"prácticos", cuyo comportamiento práctico asume la forma de esa
bajeza que encuentra su expresión en la incredulidad en la moralidad y la
decencia, haciendo caso omiso de las normas de la vida y conducta. Tal criatura
es el peor enemigo del cuerpo político. Pero solamente es menos deseable como
ciudadano, su oponente nominal y aliado real, el hombre de visión fantástica que
hace al “mejor imposible” para siempre el enemigo del bien posible.
No nos
podemos dar el lujo de seguir a los doctrinarios de un individualismo extremo y
a los doctrinarios de un socialismo extremo. La iniciativa individual, lejos de
ser desanimada, debe ser estimulada; y sin embargo debemos recordar que,
conforme la sociedad se desarrolla y crece más compleja, encontramos
continuamente que las cosas que una vez era deseable dejar en manos de la
iniciativa individual pueden, bajo condiciones cambiadas, ser realizadas con
mejores resultados por el esfuerzo común. Es imposible, e indeseable por igual,
dibujar en teoría, una línea rápida y dura que pueda dividir siempre los dos
conjuntos de casos. Todo aquel que no está maldito con el orgullo de los
filósofos más cerrados podrá ver, si se toma la molestia de pensar acerca de algunos
de nuestros fenómenos privados. Por ejemplo, cuando las personas viven en
granjas aisladas o en pequeñas aldeas, cada casa puede ser dejada para que
atienda su propio drenaje y suministro de agua; pero la simple multiplicación
de familias en una área dada produce nuevos problemas los cuales, debido a que
difieren en tamaño, se encuentra que difieren no sólo en grado, sino en el tipo
desde el antiguo; y las cuestiones de drenaje y suplemento de agua deben ser
consideradas a partir del punto de vista general.
No es
una cuestión de dogmatización abstracta el decidir cuándo se alcanza este
punto; es una cuestión que debe ser probada por medio de experimentación
práctica. Mucha de la discusión sobre socialismo e individualismo es
completamente inútil, debido a la falta de acuerdo sobre la terminología. No es
bueno ser esclavo de los nombres. Soy un fuerte individualista por hábito
personal, herencia y convicción; pero es una mera cuestión de sentido común el
reconocer que el Estado, la comunidad, los ciudadanos actuando en conjunto,
pueden hacer un número de cosas mejor que si fueran dejadas a la acción
individual. El individualismo el cual encuentra su expresión en el abuso de la
fuerza física se observó muy temprano en el crecimiento de la civilización, y nosotros
hoy en día deberíamos en nuestro turno esforzarnos por controlar o destruir ese
individualismo el cual triunfa por la avaricia y la astucia, que explotan a los
débiles mediante el arte de engañar, en lugar de gobernarlos por medio de la
brutalidad. Tenemos que ir con cada hombre en el esfuerzo para lograr la
justicia y la igualdad de oportunidades, para convertir al “usuario de
herramientas” cada vez más y más en el “dueño de la herramienta”, para cambiar
las cargas de la sociedad, de manera que puedan ser llevadas más
equitativamente. El efecto de apaciguamiento sobre cualquier raza, de la
adopción de un sistema socialista lógico y extremo no puede ser exagerado; solo
puede producir destrucción total; solo puede producir el mal más grosero e indignación
y la perpetuidad más asquerosa, que cualquier sistema existente. Pero esto no
significa que no podamos con grandes ventajas adoptar algunos de los principios
profesados por algunos grupos de hombres que casualmente se hacen llamar
Socialistas; tener miedo de hacerlo sería una señal de debilidad por nuestra
parte.
Pero no
debemos tomar parte en actuar una mentira más que en decir una mentira. No
deberíamos decir que los hombres son iguales donde estos no son iguales,
tampoco debemos proceder bajo el supuesto de que existe igualdad donde no
existe; pero debemos esforzarnos para conseguir una igualdad mensurable, al
menos en la medida de la prevención de la desigualdad que se debe a la fuerza o
el fraude. Abraham Lincoln, un hombre de las gentes sencillas, sangre de su
sangre, y hueso de sus huesos, quien durante toda su vida trabajó, padeció y
sufrió por ellos, al final murió por ellos, quien siempre lucho por
representarlos, quien nunca les dijo una mentira hacia o para ellos, habló
sobre la doctrina de la igualdad con su usual mezcla de idealismo y sentido
común. El dijo (Omito lo que tuvo una importancia meramente local):
“Pienso
que los autores de la Declaración de la Independencia intentaron incluir a
todos los hombres, pero no quisieron dar a entender que todos los hombres son
iguales en todos los aspectos. No quisieron dar a entender que todos los
hombres eran iguales en color, tamaño, intelecto, desarrollo moral o capacidad
social. Ellos definieron con distinción tolerable en lo que ellos consideraban
que todos los hombres eran creados iguales, iguales en ciertos derechos
inalienables, entre los cuales están la vida, la libertad y la búsqueda de la
felicidad. Esto lo dijeron ellos, y esto fue lo que quisieron dar a entender.
Ellos no tenían la intención de afirmar la falsedad evidente que todos estaban
realmente disfrutando de la igualdad, o aún que estaban a punto de conferirla
inmediatamente hacia ellos. Ellos pretendieron establecer un estándar máximo
para la sociedad libre el cual sería familiar para todos - constantemente
buscado, constantemente trabajado para mejorarlo, y, a pesar de todo nunca
acabado perfectamente, constantemente aproximado, y por lo tanto en constante
expansión y profundización de su influencia, y aumentando la felicidad y el valor
de la vida de todas las personas, en todos lados.”
Estamos
obligados por honor, a negarnos a escuchar a aquellos hombres que quieren
hacernos desistir del esfuerzo por acabar con la inequidad que significa
injusticia; la inequidad de derecho, de oportunidad y de privilegio. Estamos
obligados por el honor a luchar para que esté cada vez más cerca el día cuando,
en la medida de lo humanamente posible, seamos capaces de realizar el ideal de
que cada hombre debe tener la misma oportunidad de mostrar el valor que lleva
adentro por la forma en la cual el presta servicio. Ahí debe, en la medida de
lo posible, ser igual la oportunidad de prestar servicio; pero así como existe
desigualdad en el servicio, podría y debería haber desigualdad en la
recompensa. Podemos sentirnos mal por el general, el pintor, los artistas, el
trabajador en cualquier profesión o de cualquier tipo, cuya mala fortuna más
que su propia falta es la causa de que haga mal su trabajo. Pero la recompensa
debe ir con el hombre que hace su trabajo bien, ya que otro curso puede crear
un nuevo tipo de privilegio, el privilegio de la locura y la debilidad; y un
privilegio especial es injusticia, sin importar la forma que tome.
Decir
que el derrochador, el perezoso, el vicioso, el incapaz, debe tener la misma
recompensa dada para aquellos de mira amplia, capaces e íntegros, es decir lo
que no es cierto y no puede ser cierto. Debemos tratar de nivelar hacia arriba,
pero debemos tener cuidado del mal de nivelar hacia abajo. Si un hombre
tropieza es algo bueno ayudarlo a ponerse de pie. Cada uno de nosotros necesita
una mano de vez en cuando. Pero si un hombre permanece abajo, es una pérdida de
tiempo tratar y llevarlo; y es algo muy malo para todos si hacemos sentir a los
hombres que la misma recompensa vendrá para aquellos que eludan su trabajo y
para quienes lo hacen realmente. Vamos, entonces, a tomar en cuenta los hechos
reales de la vida, y no nos dejemos engañar siguiendo cualquier propuesta para
conseguir el milenio, para recrear la época de oro, hasta que la hayamos
sometido a un examen concienzudo. Por otra parte, es absurdo rechazar una
propuesta meramente porque es dada a conocer por visionarios. Si un esquema
dado es propuesto, analícenlo por sus meritos, y, mientras es considerado,
hagan caso omiso de las fórmulas. No importa al final quien lo propuso, ni
porque. Si les parece bien, inténtenlo. Si prueba ser bueno, acéptenlo, en caso
contrario rechácenlo. Hay muchos hombres buenos que se hacen llamar socialistas
con quienes, hasta cierto punto, es bastante posible trabajar. Si el siguiente
paso es uno que ambos, ellos y nosotros deseamos tomar, pues entonces
tomémoslo, sin tener en cuenta que el hecho de que nuestros puntos en cuanto a
un paso siguiente pueden diferir. Pero, por el otro lado, mantengan claramente
en su mente que a pesar de que ha valido la pena dar un paso, esto no significa
al final que no pueda ser altamente desventajoso el tomar el siguiente paso. Es
tan absurdo negar todo progreso únicamente porque la gente que lo demanda desea
en algún punto ir a los extremos absurdos, al igual que sería ir a esos
extremos absurdos simplemente porque algunas de las medidas propugnadas por los
extremistas eran sabias.
El buen
ciudadano demandará libertad para sí mismo, y como una cuestión de orgullo el
velará porque otros reciban la libertad que el clama para sí mismo.
Probablemente la mayor prueba de amor verdadero de libertad en cualquier país
es la forma en que las minorías son tratadas en ese país. No solamente debería
haber completa libertad en materia de religión y opinión, sino completa
libertad para cada hombre para dirigir su vida como desea, con tal de que, no
le haga daño a su vecino. La persecución es mala porque es persecución, sin
importar cual lado es el perseguidor y cual lado es el perseguido. El odio de
clases es malo de la misma manera, y sin tener en cuenta al individuo que, en
un momento dado, sustituye la lealtad a una clase por lealtad a una nación,
Recuerden
siempre que la misma medida de condenación debe ser extendida a la arrogancia
que mirará hacia abajo o aplastará a cualquier hombre porque es pobre, y a la
envidia y el odio que destruirá a un hombre porque es rico. La brutalidad
arrogante del hombre de riqueza o poder, y la envidia y el odio malicioso
dirigidas en contra de la riqueza y el poder, están realmente en la raíz de
manifestaciones meramente diferentes de la misma calidad, simplemente dos caras
de la misma coraza. El hombre que, si nace en la riqueza y el poder, explota y
arruina a sus hermanos menos afortunados, es en su corazón igual al demagogo
codicioso y violento que excita a los que no tienen bienes para que saqueen a
los que si tienen. El mal más grave para su país es causado por este hombre,
cualquiera que sea su condición, el cual trata de hacer que sus compatriotas se
dividan principalmente en la línea que separa una clase de otra clase, una
ocupación de otra ocupación, hombres de más riqueza de hombres de menos
riquezas, en lugar de recordar que el único estándar seguro es aquel que juzga
a cada hombre con respecto a su valor como hombre, sin importar que sea rico o
que sea pobre y sin que importe su profesión o su posición en la vida. Tal es
la única prueba verdaderamente democrática, la única prueba que puede con
propiedad ser aplicada en una república. Ha habido muchas repúblicas en el
pasado, tanto en lo que llamamos la antigüedad y en lo que llamamos la Edad
Media. Todas cayeron, y el factor principal en su caída fue el hecho de que los
partidos tendían a dividir con respecto a la riqueza que separaba la riqueza
misma de la pobreza. No importaba que lado resultara exitoso; no había ninguna
diferencia en el hecho de que la república cayera bajo el dominio de una
oligarquía o el dominio de la plebe. En cualquier caso, una vez que la lealtad
a una clase había sido sustituida por la lealtad a la república, el fin de la
republica estaba a la mano. No existe mayor necesidad hoy en día que la
necesidad de mantener siempre en mente el hecho de que la división entre el
bien y el mal y entre la buena ciudadanía y la mala ciudadanía, corre en ángulo
recto, y no en paralelo con, las líneas de división entre clase y clase y entre
la ocupación y ocupación. La ruina nos mira al rostro si juzgamos a un hombre
por su posición en lugar de juzgarlo por su conducta en tal posición.
En una
república, para ser exitosos debemos aprender a combinar intensidad de
convicción con una amplia tolerancia a la diferencia de convicciones. Grandes
diferencias de opinión con respecto a religión, política y creencias sociales
deben existir si la conciencia y el intelecto por igual no han sido mal
desarrollados, si se desea que haya espacio para el crecimiento saludable.
Amargos odios fratricidas, basados en tales diferencias, son señales, no de
seriedad y sinceridad en las creencias, sino de fanatismo el cual, ya sea
religioso o antirreligioso, democrático o antidemocrático, es en sí mismo una
manifestación de sombría intolerancia que ha sido el factor clave en la caída
de muchas, muchas naciones.
De un
hombre en especial, más que de ningún otro, los ciudadanos de una república
deberían cuidarse, y ese es el hombre que apela a ellos para que lo apoyen . No
hay ninguna diferencia si apela al odio de clases o a los intereses de clase, a
los prejuicios religiosos o a los prejuicios antirreligiosos. El hombre que
hace tal llamado siempre debe presumirse que lo hace en aras de promover su
propio interés. Lo último que un miembro inteligente y con auto respeto de una
comunidad democrática debería hacer es recompensar a cualquier hombre público solo
porque ese hombre público afirma que le dará al ciudadano particular algo a lo
cual este ciudadano no tiene derecho, o porque va a satisfacer alguna emoción o
animosidad que este ciudadano no debería poseer. Déjenme ilustrar esto con una
anécdota de mi propia experiencia. Hace algunos años me dedicaba a la ganadería
en las grandes planicies del oeste de los Estados Unidos. No había cercas. El
ganado vagaba libremente, la propiedad de cada animal estaba determinada por la
marca; los terneros eran marcados con las marcas de las vacas que seguían. Si
en un rodeo al agrupar las reses, un animal era dejado olvidado, al año
siguiente aparecería como un animal sin marca, y era entonces llamado rebelde.
Por las costumbres del campo, estas rebeldes, eran marcadas con la marca del
hombre en cuyo rancho eran encontradas. Un día, estaba cabalgando por el rancho
con un vaquero recién contratado, y nos encontramos con una de estas reses sin
marcar. Entonces la lazamos y la atamos; seguidamente hicimos un fuego, sacamos
una cincha de anillos, la calentamos al fuego; y entonces el vaquero comenzó a
poner la marca. Yo le dije, “esa es tal y la marca de tal” nombrando al hombre
en cuyo rancho estábamos. El contesto: “Esta bien, jefe; conozco mi negocio.”
En otro momento le dije: “¡Espere, que está poniendo mi marca encima!” A lo
cual el respondió: “Es cierto; siempre pongo la marca del jefe.” Yo conteste:
“Oh, muy bien. Ahora vaya de regreso al rancho y tome todo lo que le pertenece;
ya no lo necesito más. El se levantó y dijo: “¿Porque, cual es el problema? Yo
estaba colocando su marca.” Y yo respondí: “Si, mi amigo, pero si usted va a
robar por mi entonces posteriormente usted me va a robar a mí.”
Ahora,
el mismo principio que aplica a la vida privada aplica también en la vida
pública. Si un servidor público trata de obtener su voto diciendo que va a
hacer algo malo en su interés, ustedes pueden estar absolutamente seguros que
si alguna vez el considera que vale la pena, el hará algo malo en contra de sus
intereses. Tanto para la ciudadanía como para el individuo en sus relaciones
con su familia, como para sus vecinos y para el Estado. Quedan deberes de la
ciudadanía con el Estado, la agregación de todos los individuos, debidos en
conexión con otros Estados, con otras naciones. Permítanme decir una vez que no
soy un defensor de un cosmopolitismo tonto. Creo que un hombre debe ser un buen
patriota antes de que pueda ser, siendo esta la única forma posible en que
puede suceder, un buen ciudadano del mundo. La experiencia nos enseña que el
hombre promedio que protesta diciendo que su sentimiento internacional opaca su
sentimiento nacional, que no le interesa su país debido a que se preocupa mucho
por la humanidad, en la práctica prueba ser el enemigo de la humanidad; que el
hombre que dice que no le importa ser un ciudadano de ningún país, ya que es un
ciudadano del mundo, es de hecho, usualmente un ciudadano sumamente indeseable
de cualquier rincón del mundo en el cual está en ese momento. En el oscuro
futuro todas las necesidades morales y las normas morales pueden cambiar; pero
en la actualidad, si un hombre puede ver a su propio país y a todos los otros
países con el mismo nivel de indiferencia tibia, es sabio desconfiar de él,
tanto como es sabio desconfiar del hombre que puede tener el mismo punto de
vista desapasionado con respecto a su esposa y su madre. Sin importar cuán
amplias y profundas sean las simpatías de un hombre, sin importar cuán intensas
sean sus actividades, el necesita sentir que no debe temer que estas sean ahogadas
por el amor a su tierra natal.
Ahora,
esto no significa al final que un hombre no debería desear el bien afuera de su
tierra natal. Por el contrario, así como creo que el hombre que ama a su
familia es más apto para ser un buen vecino que un hombre que no lo hace, así
también creo que el miembro más útil de una comunidad de naciones es
normalmente una nación fuertemente patriótica. Lejos de ser el patriotismo
inconsistente con un adecuado reconocimiento de los derechos de otras naciones,
yo sostengo que el verdadero patriotismo, el cual es celoso del honor nacional
tal como un caballero lo es del suyo propio, sería cuidadoso de observar que
las naciones no inflijan ni sufran el mal, de la misma manera que un caballero
desprecia igualmente hacer daño a los demás o sufrir el daño que otros le
provoquen. Ni por un momento voy a admitir que un hombre debería actuar
engañosamente como servidor público en sus tratos con otras naciones, más de lo
que debería actuar de forma fraudulenta en sus tratos como ciudadano privado
con otros ciudadanos. No voy a admitir por un momento que una nación debería
tratar otras naciones con un espíritu distinto de aquel en que un hombre
honorable trataría a otros hombres.
En la
aplicación práctica de este principio a los dos tipos de casos hay, por
supuesto, una gran diferencia práctica que debe ser tomada en cuenta. Hablamos
del derecho internacional; sin embargo el derecho internacional es algo
totalmente distinto al derecho privado o municipal, y la diferencia capital es
que para uno existe sanción y para el otro no; además de que hay una fuerza
externa que obliga a los individuos a obedecer la primera, mientras que no
existe tal fuerza externa que obligue a obedecer la segunda. El derecho
internacional, a mi juicio, conforme pasen las generaciones, crecerá cada vez
más y más fuerte hasta que de una manera u otra desarrolle el poder para que
sea respetada. Pero por el momento, solo está en el primer periodo formativo.
Hasta ahora, como regla, cada nación está en la necesidad de juzgar por sí
misma en temas de vital importancia entre ella y sus vecinos, y las acciones
deben ser por necesidad, cuando este es el caso, ser diferentes de lo que son
entre los ciudadanos particulares, existe una fuerza externa, cuya acción es
todo poderosa y debe ser invocada en cualquier crisis de importancia. Es el
deber del estadista sabio, dotado con el poder de mirar en el futuro, tratar de
estimular y construir cada movimiento que va a sustituir o a tratar de
sustituir alguna otra acción de fuerza en la solución de las disputas
internacionales. Es el deber de cada hombre de estado honesto el tratar de
guiar la nación de tal manera que no haga mal a otra nación. Pero aún los
grandes pueblos civilizados, si van a ser honestos consigo mismos y con la causa
de la humanidad y la civilización, deben tener en mente que en última
instancia, deben poseer tanto la voluntad y el poder de devolver el mal
recibido de otros. Los hombres que creen sanamente en una moral elevada
predican la rectitud, sin embargo ellos no predican debilidad, ya sea entre los
ciudadanos o entre las naciones. Nosotros creemos que nuestros ideales deberían
ser altos, pero no tan altos que los hagan imposibles, hasta cierto grado, de
realizar. Nosotros creemos sinceramente y formalmente en la paz; pero si la paz
y la justicia entran en conflicto, nosotros desdeñamos al hombre que no
defendería a la justicia aunque todo el mundo se alzara en armas en su contra.
Y
ahora, mis anfitriones, una palabra de despedida. Ustedes y yo pertenecemos a
las dos únicas repúblicas entre los grandes poderes del mundo. La antigua
amistad entre Francia y Estados Unidos ha sido, en general, una amistad sincera
y desinteresada. Una calamidad para ustedes, sería una pena para nosotros. Pero
sería más que eso. En la agitada confusión de la historia de la humanidad,
ciertas naciones se destacan como poseedoras de un poder peculiar o encanto,
algún don especial de la belleza o fuerza de sabiduría, que las pone entre los
inmortales, y que las hace elevarse por siempre con los líderes de la
humanidad. Francia es una de esas naciones. Que ella se hunda, sería una
pérdida para todo el mundo. Existen ciertas lecciones de brillantez y
galantería generosa que puede enseñar mejor que cualquier de sus naciones
hermanas. Cuando el campesinado francés cantó Malbrook, fue para contar como el
alma de este guerrero enemigo tomó vuelo ascendente a través de los laureles
que había ganado. Casi siete siglos atrás, Froisart, escribiendo de la época de
desastres terribles, dijo que el reino de Francia nunca ha estado tan condenado
como para que no hayan quedado hombres que lucharan valientemente por este.
Ustedes han tenido un gran pasado. Creo que tendrán un gran futuro. Pueden
andar ustedes con orgullo, como ciudadanos de una nación que tiene un papel
importante en la enseñanza y la edificación de la humanidad.
THEODORE
ROOSEVELT
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