JUAN EGAÑA
“Estamos unidos por los vínculos de sangre, idioma,
relaciones, leyes, costumbres y religión”
LOS DERECHOS DEL PUEBLO 1811
No habrá político o legislador que, al declarar la representación y
derechos naturales y sociales de algún pueblo de América, olvide en las
presentes circunstancias:
Primero, que siendo el principal objeto de un pueblo que trata de dirigirse a
sí mismo, establecer su libertad de un modo que asegure la tranquilidad
exterior e interior, los pueblos de América necesitan que, quedando privativa a
cada uno su economía interior, se reúnan para la seguridad exterior contra los
proyectos de Europa, y para evitar las guerras entre sí que aniquilarían estas
sociedades nacientes.
Segundo, que es muy difícil que cada pueblo por sí solo sostenga, aun a fuerza
de peligros, una soberanía aislada, y que no la creemos de mayor interés
siempre que se asegure la libertad interior.
Cuarto,
que el día que la América reunida en un Congreso, ya sea de la nación, ya de
sus dos continentes, o ya del sur, hable al resto de la tierra, su, voz se hará
respetable y sus resoluciones difícilmente se contradigan.
Pero,
aunque todos confiesan estas verdades creen algunos difícil la formación de tal
Congreso. Y ¿por qué? Su justicia y necesidad son notorias, y así tiene esta
empresa el voto y deseo de todos los pueblos americanos, y no debe
contradecirse por los extranjeros. Estamos unidos por los vínculos de sangre,
idioma, relaciones, leyes, costumbres y religión; y, sobre todo, tenemos una
necesidad urgentísima de verificado, que nos ha de inducir irresistiblemente a
ella. Sólo nos parece que falta que la voz, autorizada por el consentimiento
general de algún pueblo de América, llame a los demás de un modo solemne y
caracterizado. Y ¿quién impedirá este Congreso? No se divisa motivo para que lo
hagan las naciones extranjeras, y antes sí, todos los de justicia para que lo
apoyen, y muchísimos de conveniencia. ¿Será la España? Pero, a más que no le
queda otro arbitrio para no hacer de los americanos unos enemigos implacables
perdiéndolo todo, es natural que se sujete a lo que consientan las demás
potencias. El estado actual de las cosas, aún sin formar sublimes cálculos, nos
anuncia que, o la España será francesa si se restablece la fortuna de Napoleón,
y entonces todas las naciones libres se han de empeñar en la independencia de
América; o, si prevalecen los aliados, la España tendrá un rey o un gobierno
puesto de manos de ellos y que aumente el poder de alguna de las casas
reinantes; y, en este caso, tampoco querrán que las Américas hagan colosal el
poder de aquella casa. Es difícil y sin ejemplo creer que, en la ambición de
Europa y las pérdidas que ha sufrido, y en la debilidad en que quedaría la
España por sí sola, restituyan generosamente a los pueblos españoles la libre
elección de un gobierno y gobernantes que no podrían sostenerse por sus propias
fuerzas; y mucho más difícil sería que en este caso se encargase graciosamente
alguna nación de reconquistar las Américas, y que lo permitiesen las demás
naciones. La España jamás podría hacerlo por sí sola.
Pero
¿los virreyes de Lima y Méjico podrán impedir este Congreso?
Considérese
la naturaleza del poder de estos hombres y los principios que sostienen. Su
poder es precario, abusivo y sin representación legal; cada novedad que
sobrevenga al gobierno español ha de debilitar la influencia de los virreyes y
el partido que tenga la España en América. Los pueblos que sostienen la causa
de España, después del desconsuelo de pelear por una metrópoli que ignoran en
qué manos vendrán a parar -y cuyos gobernantes sólo tienen una representación
arbitraria que no puede ni debe subsistir- se hallan más exhaustivos y
aniquilados que los pueblos revolucionarios; a lo que se añade que no puede
tardar el momento en que se cansen de sostener unas guerras tan duras y de
éxito tan difícil para privarse de sus derechos y ser esclavas sin saber de
quién. Por consiguiente, en el día que se proclame un congreso donde todo pueda
pacificarse y donde ellos seguramente divisen la adquisición de sus derechos,
es muy difícil que los virreyes tengan la imprudencia de negarse a su
formación, y casi imposible que los pueblos toleren tal iniquidad. A lo menos,
parece que la naturaleza y la política nos anuncian que este es el momento
preciso en que romperán el freno. Finalmente, siendo evidente que la revolución
dé América solo puede organizarse bien en un congreso, debemos promoverlo
seguros de que la necesidad lo hará fácil.
Y
¿qué se perdería cuando nada de esto se verificase? Un pueblo que establece por
principio su independencia interior, y que se declara la exterior sólo sujeta a
un congreso -y, de lo contrario, reconcentrada en él, nada deja incierto-
asegura cuanto le permiten las circunstancias presentes, y deja libre el camino
para consolidar más en lo futuro.
JUAN
EGAÑA
En 1811 Juan Egaña (1768-1836)
redactó, a pedido de la Junta de Gobierno, este proyecto de declaración sobre
los Derechos del pueblo de Chile. El texto fue posteriormente archivado por
José Miguel Carrera y, luego de su reemplazo, el documento fue modificado por
el autor, según las indicaciones de la Junta de Gobierno, que dispuso su
publicación en 1813.
,
que hallándose la Europa en combustiones mucho más violentas que las de
América, y existiendo tantas relaciones, tanta influencia entre los intereses
de una y otra parte del mundo, es casi imposible que la América pueda
consolidar perfectamente su sistema sin ponerse de acuerdo con la Europa o con
alguna parte principal de ella. Por consiguiente, siendo dos los objetos
primordiales de América, primero su felicidad, segundo la permanencia de esta
felicidad, debe de todos modos y aventurándolo todo, resolverse a perecer o ser
feliz asegurando su golentas que las de América, y existiendo tantas
relaciones, tanta influencia entre los intereses de una y otra parte del mundo,
es casi imposible que la América pueda consolidar perfectamente su sistema sin
ponerse de acuerdo con la Europa o con alguna parte principal de ella. Por
consiguiente, siendo dos los objetos primordiales de América, primero su
felicidad, segundo la permanencia de esta felicidad, debe de todos modos y
aventurándolo todo, resolverse a perecer o ser feliz asegurando su gobierno
interior; pero, para la fuerza y consolidación de este gobierno, es preciso que
esté de acuerdo no solo con los pueblos de su continente, sino también en
muchos objetos con los de Europa; y para este principio, no debe establecerse
la clase y naturaleza de sus soberanías hasta hallarse de acuerdo entre sí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario