viernes, 7 de agosto de 2015

JOHN F. KENNEDY “Nos hallamos ante una crisis moral como país y como personas. No se puede solucionar con medidas de represión policial”

JOHN F. KENNEDY 

“Nos hallamos ante una crisis moral como país y como personas. No se puede solucionar con medidas de represión policial”




DISCURSO DE LOS DERECHOS CIVILES DESDE LA CASA BLANCA 11 de Junio de 1963

Buenas noches, conciudadanos:
Esta tarde, tras una serie de amenazas y declaraciones desafiantes, ha sido necesaria la presencia de la Guardia Nacional de Alabama en la Universidad de Alabama para hacer cumplir la orden definitiva e inequívoca del Tribunal de Distrito de los Estados Unidos para el Distrito Norte de Alabama. En esta orden se exigía la admisión de dos jóvenes residentes de Alabama claramente cualificados que, por las circunstancias de la vida, habían nacido negros.
Que se les admitiera pacíficamente en el campus ha sido, en buena parte, gracias a la conducta de los estudiantes de la Universidad de Alabama, que cumplieron con sus responsabilidades de forma constructiva.
Espero que todos los ciudadanos estadounidenses, con independencia del lugar donde vivan, se paren a hacer examen de conciencia sobre estos y otros incidentes de esta índole. Esta Nación fue fundada por hombres de muchos países y procedencias. Se fundó basándose en el principio de que todos los seres humanos son creados iguales, y de que los derechos de cada ser humano se ven reducidos cuando se amenazan los derechos de uno solo de ellos.
Hoy, estamos comprometidos en una lucha mundial por promover y proteger los derechos de todos los que desean ser libres. Y cuando enviamos ciudadanos estadounidenses a Vietnam o Berlín Occidental, no pedimos que vayan solo blancos. Por lo tanto, debería ser posible que los estudiantes estadounidenses de cualquier color asistieran a cualquier institución pública que elijan sin que les tengan que proteger efectivos del ejército.
Debería ser posible que los consumidores estadounidenses de cualquier color recibieran igual servicio en establecimientos públicos, tales como hoteles y restaurantes, cines y comercios, sin verse obligados a convocar manifestaciones en las calles, y debería ser posible que los ciudadanos estadounidenses de cualquier color se inscribiesen para votar en unas elecciones libres sin interferencias o temor de represalias.
Debería ser posible, sencillamente, que todos los estadounidenses disfrutaran de los privilegios de ser estadounidenses con independencia de su raza o su color. Sencillamente, todos los estadounidenses deberían tener el derecho de que se les tratasen como ellos desearan, como uno querría que se tratara a sus hijos. Pero esto no sucede así.
Un bebé negro nacido en los Estados Unidos hoy, sin importar en qué parte de la Nación venga al mundo, tiene más o menos la mitad de probabilidades de completar la escolarización en el instituto que un bebé blanco nacido en el mismo lugar el mismo día, una tercera parte de probabilidades de llegar a completar estudios universitarios, una tercera parte de probabilidades de llegar a convertirse en un profesional, el doble de probabilidades de estar desempleado, una séptima parte de probabilidades de ganar 10.000 dólares anuales, una esperanza de vida siete años menor, y la perspectiva de ganar solamente la mitad.
Y no es un problema que afecte solo a algunos sectores del país. Existen dificultades relativas a la segregación y la discriminación en todas las ciudades, en todos los estados de la Unión, lo que está dando lugar en muchas ciudades a una ola de descontento que va en aumento y amenaza la seguridad pública. Tampoco es una cuestión partidista. En un momento de crisis nacional, los hombres generosos de buena voluntad deberían poder unirse con independencia de los partidos o la política. Ni siquiera es solamente una cuestión legal o legislativa. Es mejor dirimir estos asuntos en los tribunales que en las calles, y se necesitan leyes nuevas en todos los ámbitos, pero la ley por sí sola no puede hacer que los hombres distingan el camino recto.
Nos vemos principalmente ante una cuestión moral. Es tan antigua como las Escrituras y tan clara como la Constitución estadounidense.
El núcleo de la cuestión es si todos los estadounidenses deben disfrutar de igualdad de derechos e igualdad de oportunidades, si vamos a tratar a nuestros conciudadanos como queremos que nos traten a nosotros. Si un estadounidense, por tener la piel oscura, no puede entrar a comer en un restaurante abierto al público, si no puede mandar a sus hijos a la mejor escuela pública disponible, si no puede votar a los responsables públicos que le van a representar, si, sencillamente, no puede disfrutar de la vida plena y libre que todos nosotros deseamos, entonces, ¿quién de nosotros estaría dispuesto a cambiar el color de su piel y ocupar su lugar? ¿Quién de nosotros se conformaría con consejos de paciencia y demora?
Han pasado cien años de demoras desde que el presidente Lincoln liberó a los esclavos, pero sus herederos, sus nietos, no son plenamente libres. Todavía no están libres de las cadenas de la injusticia. Todavía no están libres de la opresión social y económica. Y esta Nación, con todas sus esperanzas y sus alardes, no será libre hasta que todos sus ciudadanos sean libres.
Predicamos la libertad en todo el mundo y estamos convencidos de ello, y apreciamos nuestra libertad aquí, en casa, pero ¿vamos a decirle al mundo y, lo que es más importante, nos vamos a decir unos a otros, que esta es la tierra de los libres excepto para los negros; que no tenemos ciudadanos de segunda clase excepto los negros; que no tenemos ningún sistema de clases o castas, guetos ni ninguna raza dominante... salvo respecto a los negros?
Ha llegado el momento de que esta Nación cumpla su promesa. Los acontecimientos de Birmingham y otros lugares han propiciado tal aumento de los gritos por la igualdad que ninguna ciudad, ningún estado ni ningún órgano legislador prudente puede hacer caso omiso de ellos.
La llama de la frustración y la discordia arde en todas las ciudades, del norte y del sur, y no hay remedios jurídicos disponibles. Se busca la reparación en las calles, en manifestaciones, marchas y protestas que crean tensiones, presagian violencia, amenazan vidas.
Por consiguiente, nos hallamos ante una crisis moral como país y como personas. No se puede solucionar con medidas de represión policial. No se puede arreglar a base de más y más manifestaciones en las calles. No se puede acallar con gestos o palabras. Es el momento de actuar en el Congreso, en los organismos legislativos locales de cada Estado y, sobre todo, en nuestras vidas cotidianas.
No basta con echar la culpa a los demás, con decir que es un problema de una zona del país u otra, o con lamentar la situación que se nos plantea. Es un momento de grandes cambios y nuestra labor, nuestra obligación, consiste en llevar a cabo esa revolución, esos cambios, de forma pacífica y constructiva para todos.
Los que no hacen nada atraen la deshonra, además de la violencia. Los que actúan con valentía están reconociendo lo que es correcto, además de la realidad.
La semana que viene pediré al Congreso de los Estados Unidos que actúe, que contraiga un compromiso que no ha llegado a asumir en este siglo, respecto del principio según el cual la raza no tiene lugar en la vida o las leyes estadounidenses. El sector judicial federal ha ratificado este principio en el desempeño de sus actividades, incluida la contratación de personal federal, el uso de las instalaciones federales y la venta de vivienda financiada con fondos federales.
Pero hay otras medidas necesarias que solamente el Congreso puede adoptar, y deben adoptarse en esta legislatura. El antiguo código de derecho de equidad al amparo del cual vivimos exige un remedio para cada injusticia, pero en demasiadas comunidades, en demasiadas partes del país, se cometen injusticias contra los ciudadanos negros y no hay ningún remedio jurídico contra ellas. A no ser que el Congreso actúe, su único remedio se encuentra en las calles.
Por consiguiente, voy a pedir al Congreso que apruebe una legislación que dé a todos los estadounidenses el derecho a que les sirvan en los establecimientos abiertos al público, tales como hoteles, restaurantes, cines, comercios y otros semejantes.
Considero que se trata de un derecho elemental. Denegarlo constituye una indignidad arbitraria que ningún estadounidense en 1963 debería soportar; sin embargo, muchos lo hacen.
Hace poco me he reunido con numerosos líderes empresariales, para instarles a adoptar medidas voluntarias que pongan fin a esta discriminación; su respuesta ha sido alentadora y, en las últimas 2 semanas, en más de 75 ciudades se han realizado progresos eliminando la segregación en este tipo de establecimientos. Sin embargo, muchos no están dispuestos a actuar en solitario y, por este motivo, se requiere una legislación nacional que nos permita sacar este problema de las calles y llevarlo ante los tribunales.
También voy a pedir al Congreso que autorice al Gobierno Federal que participe más plenamente en los pleitos destinados a poner fin a la segregación en la educación pública. Hemos conseguido convencer a numerosos distritos para que eliminen la segregación voluntariamente. En docenas de ellos se ha admitido a los negros sin violencia. Hoy, hay negros que asisten a instituciones estatales en todos nuestros 50 estados, pero el ritmo es muy lento.
Demasiados niños negros que entraron en escuelas de primaria segregadas hace 9 años, cuando se dictó la sentencia del Tribunal Supremo, entrarán en institutos segregados este otoño, y habrán sufrido una pérdida que jamás podremos resarcir. La falta de una educación suficiente niega al negro la oportunidad de obtener un puesto de trabajo digno.
Por tanto, la aplicación metódica de la sentencia del Tribunal Supremo no puede corresponderles únicamente a aquellos que posiblemente no tengan los recursos económicos necesarios para iniciar acciones legales o que estén sometidos a presión.
También se solicitarán otras figuras, tales como mayor protección para ejercer el derecho al voto. Pero la legislación, insisto, no puede solucionar por sí misma este problema. Debe resolverse en los hogares de todos los estadounidenses en todas las comunidades de todo nuestro país.
En este sentido, deseo brindar tributo a los ciudadanos del norte y el sur que trabajan desde hace tiempo en sus comunidades para que la vida sea mejor para todos. No actúan movidos por un sentido de su deber jurídico, sino movidos por su sentido de la dignidad humana.
Al igual que nuestros soldados y marinos de todos los lugares del mundo, luchan por superar los desafíos de la libertad en primera línea de fuego, y les rindo homenaje por su honor y su valentía.
Conciudadanos míos, este es un problema al que nos enfrentamos todos, en todas las ciudades del norte y del sur. Hoy, hay negros desempleados, dos o tres veces más que blancos, con una educación insuficiente, que se mudan a las ciudades grandes, incapaces de encontrar trabajo, en particular, jóvenes desempleados sin esperanza, a quienes se les niega la igualdad de derechos, se les niega la oportunidad de comer en un restaurante o en la barra de un bar o de entrar en un cine, se les niega el derecho a una educación digna, se les niega prácticamente el derecho a asistir a una universidad estatal aunque cumplan los requisitos. Considero que estos asuntos nos atañen a todos, no solo a los presidentes, congresistas o gobernadores, sino a todos los ciudadanos de los Estados Unidos.
Este es un solo país. Se ha convertido en un solo país porque todos nosotros y todas las personas que vinieron aquí hemos tenido las mismas oportunidades para desarrollar nuestro talento.
No podemos afirmar que al 10 por ciento de la población no le corresponde tal derecho; que sus hijos no pueden tener la oportunidad de desarrollar el talento que posean; que la única forma de conseguir sus derechos es salir a manifestarse en las calles. Creo que les debemos, a ellos y a nosotros mismos, un país mejor que ese.
Por consiguiente, les pido su ayuda para que nos sea más fácil avanzar y proporcionar el tipo de trato igualitario que querríamos para nosotros mismos; proporcionar una oportunidad a cada niño de recibir educación hasta el límite de su talento.
Como ya he dicho, no todos los niños tienen el mismo talento, las mismas aptitudes o la misma motivación, pero sí deberían tener el mismo derecho de desarrollar su talento, sus aptitudes y su motivación, para conseguir realizarse.
Tenemos el derecho de esperar que la comunidad negra sea responsable y respete la ley, pero ellos tienen el derecho de esperar que la ley sea justa, que la Constitución no distinga colores, como el Juez Harlan declaró a principios de este siglo.
De esto es de lo que estamos hablando y es un asunto que atañe a este país y a lo que representa, y para conseguirlo pido el apoyo de todos nuestros ciudadanos.
Muchísimas gracias.
JOHN F. KENNEDY

Notas: El 11 junio de 1963, George Wallace, gobernador de Alabama, intentó bloquear la integración racial en la Universidad de Alabama. El Presidente John F. Kennedy envió suficientes fuerzas federales para retirar del camino al gobernador y permitir la inscripción de dos estudiantes negros. Esa tarde, JFK se dirigió a la nación por TV y radio, con este discurso histórico sobre los derechos civiles. Medgar Evers fue asesinado el día siguiente en Missisipi. Una semana después, el 19 de junio de 1963, JFK presentaba al Congreso el proyecto de Ley de Derechos Civiles, que finalmente terminaría convirtiéndose en ley en 1964.


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