JOSÉ JOAQUÍN DE OLMEDO “las leyes, por buenas
que sean, jamás harán justo y equitativo lo que es en sí contra la justicia y
contra la equidad”
DISCURSO SOBRE LA
ABOLICIÓN DE LAS MITAS EN LAS CORTES DE CÁDIZ 12 de Octubre de 1812
Señor, el dictamen de la comisión Ultramarina que acaba de leerse, se
refiere a la primera de las proposiciones que presentó el Sr. Castillo, pidiendo
la abolición de la mita y de toda servidumbre personal de los naturales de
América, conocidos hasta hoy con el nombre de indios. La Comisión apoya esta
solicitud, y yo la encuentro equitativa, humanísima, justa y justificada.
Señor, tratándose del bien de los pueblos, y de pueblos que sufren, yo creo
que toda oración en su favor está por demás ante un Congreso español, del que
puede decirse que, si en algo procede con prevención, es solamente por hacer el
bien.
Pero sin embargo con esta ocasión tomo la palabra para hacer ver los
grandes males que encierra esta idea de mita, para demostrar la necesidad de
abolirla, y para que las cortes, procediendo con las luces necesarias, tengan
mayor satisfacción de hacer el bien conociéndolo mejor.
Desde los principios del descubrimiento se introdujo
la costumbre de encomendar un cierto número de indios a los descubridores,
pacificadores y pobladores de América, con el pretexto de que los defendieran,
protegieran, enseñasen y civilizasen; y también para que, exigiéndoles tributos
y aplicándolos a toda especie de trabajo, tuviesen los encomenderos en su
encomienda el premio del valor y los servicios que hubiesen hecho en favor de
la conquista.
De esta costumbre nacieron males y abusos tantos y tan graves, que no
pueden referirse sin indignación y sin enternecimiento. De allí vinieron esos
nombres ominosos y de indigna recordación, de encomiendas, de mitas, de
repartimientos, bárbaras reliquias de la conquista y gobierno feudal, fomento
de la pereza y del orgullo de los nobles y de los ennoblecidos, y esclavitud de
los naturales paliada con el nombre de protección.
En esta época nació la opinión tan largamente difundida de la ineptitud de
la indolencia y de la pereza de los indios. Carácter desmedido por sus grandes
y prolijas obras que se conservan todavía a pesar de la injuria de los tiempos
y de los hombres, desmentidos por sus preciosas manufacturas hechas sin
auxilio, sin modelos, sin instrumentos, y desmentidos finalmente por las mismas
venerables y magnificas ruinas de su antigüedad.
Pero aquella opinión nació con justicia desde la conquista; desde la época
el indio se fue haciendo inepto, indolente y perezoso, como naturalmente se
hace todo hombre cuando no tiene tierra propia que cultivar, cuando no suda
para sí, y cuando ni aun participa del fruto de su trabajo.
La avaricia de los encomenderos y hacenderos crecía en razón inversa de la
actividad de los indios; y trasformándose en amor del bien público y de la
humanidad, excitó a esos benéficos sedientos de oro a hacer las más vivas y
frecuentes representaciones, pintando la natural rudeza y desidia de los
indios, y la necesidad de repartirlos, destinándolos al trabajo de las minas y
haciendas de los particulares.
De aquí provinieron los repartimientos de indios para todo, que se conocen
con el nombre de mitas, así como a las que las sirven de mitayos.
Repartimientos de indios para fábrica u obrajes; repartimiento para las minas,
labranza de tierras y cría de ganados; repartimiento para abrir y componer
caminos y asistir en las posadas a los viajeros; repartimientos para las postas
y para todos los servicios públicos, particulares y aun domésticos, y hasta
repartimiento de indios para que llevasen en sus hombros a grandes distancias y
a grandes jornadas cargas y equipajes, como si fuesen animales o bestias
domesticadas; y esto aun después de habarse decidido afirmativamente la ardua y
muy agitada cuestión de si eran o no eran hombres, y de haberse decidido por
una de aquellas personas que han tenido pretensiones o presunciones de
infabilidad.
Horroriza el recuerdo de los malos tratamientos, daños, agravios y
vejaciones que sufrieran entonces los miserables; y yo ahora no haré una
relación que por demasiada verdadera sería inverosímil. El que quiera tener una
idea de esto, que lea todas las leyes del Código indiano que tratan de la
materia, pues como al principio de cada una de ellas se dice la causa o motivo
de la misma ley, allí se encontrará el testimonio irrefragable de hechos
inauditos, que parecen consignados en tan memorable código para eterno oprobio
de los encomenderos, y para sepiterno motivo de indignación y duelo en la
posteridad de las antiguas víctimas de la avaricia.
Verdad es que están abolidos ya muchos de aquellos abusos, y reformadas
muchas de aquellas prácticas injuriosas; pero aun quedan restos muy considerables
a pesar de las ordenanzas y de las leyes, como dice Solórzano en su Política;
cuya autoridad refiero no para creer yo más, sino para ser creído. Entre esos
restos está aún en su primer rigor, o poco menos, la mita para el laboro de las
minas. Por ella la séptima parte de los vecinos de los pueblos son arrancados
de sus hogares y del seno de sus familias, y llevados a remotos países, donde
en vez de regar de un grato y voluntario sudor sus pocas y miserables tierras (
pocas y miserables, pero suyas), regarán con lágrimas y sangre las hondas,
espantosas y mortíferas cavidades de las minas ajenas.
Para este viaje los indios se ven precisados a vender vilmente sus tierras,
sus ganados, sus sementeras, sus cosechas futuras, pues toda perecería sin su asistencia
en el tiempo de destierro. También se ven obligados a llevar consigo toda su
familia, que, abandonada, moriría de hambre y de frío. Señor, habrá algún
hombre que no se enternezca al ver un delincuente salir de su patria para su
destierro, aunque no sea muy horroroso, aunque no sea perpetuo? no, nadie. Pues
¿quién podrá ver con el alma serena numerosas familias inocentes y miserables,
despidiéndose de la tierra que las vio nacer y arrancándose para siempre de los
brazos de sus parientes y amigos? ¿ Quién verá sin lagrimas a esos infelices,
peregrinando por aquellos horribles desiertos, hambrientos, semidesnudos,
taciturnos,, los pies rajados y sangrientos, encorvados bajo el peso de sus
hijos y padres ancianos, tostados por el sol , transidos de frío, y su alma y
su corazón (porque los indios tienen alma y corazón) hondamente oprimidos con
el presentimiento, con la cierta previsión de males mayores, y con los
dolorosos e importunados recuerdos de su patria ausente?... ¿ Y que les espera
llegando a su destino? Amos orgullosos, avariciosos, intratables, mayordomos
crueles, poco pan, ninguna contemplación, grandes fatigas y mucho azote. Aun
los jornales señalados por la ley, que en sí son demasiado mezquinos, no se les
pagan en moneda; se les pagan en géneros viles, comprados vilísimamente, y
después vendidos al indio por fuerza y a precios tan exorbitantes como quiera
el monopolista minero, cuya tienda es la única en el desierto de las minas.
También se les paga en licores, a que se han aficionado esos naturales entre
otras causas interrumpir algún tanto o adormecer el sentimiento de su
desgracia. Aquí no puedo dejar de observar que aquellos mismos que los han
provocado a la embriaguez, pagándoles en aguardientes, aquellos mismos que los
han obligado a aborrecer el trabajo, haciéndoles insufrible, aquellos mismos
que los han precisado a robar para no perecer, ésos mismos son los que
caracterizado a los indios de ebrios, de perezosos y de ladrones.
Mas en honor a la verdad debe decirse que aquellos señores de mitayos en
una sola cosa han mirado siempre a sus siervos con mucha piedad y compasión, y
es, en no haberles enseñado nada; pues dándoles más luces los habrían hecho más
desgraciados... Pero corramos un velo sobre tantas miserias, y, aunque tarde,
ocupémonos en remediarlas. Esto reclaman la humanidad, la filosofía, la
política, la justicia y los mismos eternos principios sobre que reposa nuestra
Constitución.
El remedio, Señor es muy simple, y tanto más fácil, que cuanto que las
cortes para aplicarlo no necesitan edificar, sino destruir. Este remedio es la
abolición de la mita y de toda servidumbre personal de los indios, y la
derogación de las leyes mitales. Que se borre Señor, ese nombre fatal de
nuestro Código, y ¡oh, si fuera posible borrarlo también de la memoria de los
hombres !
Yo haciendo justicia a la piedad y justificación del Congreso, no me
detendré en probar la necesidad de ese remedio; pues con la sola exposición que
acabo de hacer de los males que trae consigo la mita, queda suficientemente probada
y demostrada. Me contraeré solamente a desvanecer dos reflexiones, que son las
primeras, las únicas que pueden hacerse contra esta justa, benéfica,
liberalísima providencia.
Primera. Se dirá que hay muchas y muy buenas leyes sobre la mita en el Código
indiano, y que no hay más que promover su ejecución.- A lo del número de esa
leyes responderé con Tácito: corruptissima republica, plurimae leges _Cuanto
más corrompida la república, más leyes_.Y por lo que hace a su bondad,
observaré que aquello que es en si malo, injusto y contra la equidad, no se
convierte aun por las mejores leyes del mundo en bueno, justo y equitativo.
Pero estas breves respuestas exigen un poco más de extensión.
Sería una injusticia no reconocer el espíritu de amor y beneficencia que
dictó las leyes mitales en gracia de los mitayos. ¡Ojalá que esas leyes
hubiesen tenido un objeto más justo! Así que leemos en ellas las
recomendaciones de los virreyes y gobernadores para que atiendan y protejan a
los indios; vemos señaladas las distancias a que solamente deben ser llevados a
trabajar, las leguas que deben de hacer al día, las horas de labor, la duración
de la mita, vemos designados los jornales que deben percibir, el turno entre
todos los vecinos, la cesación del servicio en ciertas estaciones y en ciertos
climas; vemos muy encarecidos los modos con que deben ser tratados; en fin todo
lo que podría aliviar su servidumbre, si tan dura servidumbre pudiera aliviarse
con algo que no fuese la entera libertad. Y esas mismas leyes que, por no
cortar el mal de raíz, lo han perpetuado con los remedios, esas mismas leyes
benéficas ¿ se han observado? ¿ Cómo habían de observarse, resistiéndose
tenazmente a su observancia el interés personal que regularmente está en
contradicción eterna con el bien de los otros? por eso a pesar de las leyes, ni
los padrones se hacen con exactitud , ni se observan el turno; es llevado a la
mita un mayor número de indios y a mayores distancias de lo que debía ser; son
detenidos en el servicio más allá del plazo; no se atiende a climas, ni
estaciones; todo porque así lo exige el interés de los mineros, y cuando habla
el interés , callan las leyes.
Entre un mil ejemplos de esta intolerable inobservancia citaré uno solo que
se lee en la relación del gobierno del Conde de Superunda, Virrey el Perú.
Antes del reinado de este señor, se habían mandado que también mitas en los
indios forasteros. A su ingreso no se había aun ejecutado aquella orden por los
inconvenientes que ofrecía una novedad tan contraria a las costumbre. " Pero
los mineros del Potosí ( palabras literales del Virrey) atendiendo únicamente a
su propia utilidad instaron repetidamente por el cumplimiento de una orden que
aumentaba el número de sus mitayos"
El Virrey con dictamen del acuerdo, resolvió que por los corregidores,
Curas y Gobernadores se formasen padrones , en que se incluyesen sólo los
forasteros que no tuviesen tierras. " Las ordenes circulares se expidieron
( así literalmente concluye el capítulo en la página 66), pero hasta el
presente no se ha finalizado este negocio, porque el Ministro Director de la
mita las detuvo tres años; y esta demora después de tan eficaces instancias
hace creer que los mineros temen no adelantar por ese medio su pretensión, y
que su anhelo era se aumentase la mita, aunque los indios recibiesen la
molestia de repetir sus viajes sin los años de descanso que estaban
establecidos." Ruego que se atienda bien a las palabras de este testimonio
recomendable y en ninguna manera sospechoso y, que de paso se note la suavidad
de la palabra molestia con que el Virrey quiere significar el sufrimiento de
males más horribles que la muerte.
" Las quejas de los mineros ( página 67 de la mencionada relación) que
quisieran les brotarán indios la tierra, y siempre creen que les ocultan
muchos, fueron el principal estímulo para las revisitas" pero ¿ qué
importa a los mineros que haya directores y reglamentos, revisitadores y
revisitas, cuando con el sudor y sangre de sus indios resarcen con moderada
usura las gratificaciones! Después de esto, que no se hable más de la multitud
y bondad de las leyes mitales, que ni se han observado, ni se observan, ni
pueden observarse. ¿ De qué sirven leyes sin costumbres? Y sobre todo repito,
que las leyes, por buenas que sean, jamás harán justo y equitativo lo que es en
sí contra la justicia y contra la equidad.
En segundo lugar se puede decir contra la abolición de la mita que, siendo
los indios más hábiles y más acostumbrados al trabajo de las minas, si se les
diese la libertad, quedarían los mineros sin trabajadores, las minas desiertas,
y agotado en breve tiempo ese manantial de la riqueza.- No, señor. Sean o no,
por ahora, las minas el manantial de la riqueza; yo creo y aseguro que jamás
faltará quien las trabaje. ¿ Hasta cuándo no entenderemos que sólo sin reglamentos,
sin trabas, sin privilegios particulares pueden prosperar la industria, la
agricultura, y todo lo que es comercial, abandonando todo el cuidado de su
fomento al interés de los propietarios?
Nada hay más ingenioso y astuto que el interés ; él inspirará a los dueños
de minas los recursos y modos de encontrar jornaleros. Páguenles bien,
trátenlos bien, proporciónenles auxilios y comodidades en las haciendas, y los
indios correrán por sí mismo donde los llame su interés y comodidad.
Por otra parte, la misma circunstancia de estar avezados los indios, como
se dice, a aquel trabajo, es un nuevo motivo para creer que no abandonarán las
minas, porque jamás el hombre en llegando a cierta edad, deja o desaprende el
oficio de sus primeros años, si con él puede vivir.
¿Pero por qué he detenido en referir los males, los abusos y perjuicios que
traen consigo las mitas, cuando para ser abolidas les basta el ser en sí
injustas, aunque fueren ventajosas? Esta injusticia se funda, ( y ya no son
precisas las pruebas) en que la mita se opone directamente a la libertad de los
indios, que nacieron tan libres como los reyes de Europa. Es admirable, Señor,
que haya habido en algún tiempo razones que aconsejen esta práctica de
servidumbre y de muerte; pero es más admirable que haya habido reyes que la
manden, leyes que la protejan, y pueblos que la sufran.
Homero decía que quien pierde la libertad pierde la mitad de su alma; y yo
digo quien pierde la libertad para hacerse siervo de la mita pierde su alma
entera. Y esta es, poco menos, la condición de los mitayos.
Recordemos que desde la antigüedad se tuvo la labor de minas, y el
beneficio de los metales como una carga más que servil, y como una pena más
grave que la muerte. Véase sino todas las leyes del Digesto que tratan de las
penas in metallum.- A las minas - Por esto los romanos solamente condenaban a
ese trabajo a los facinerosos y de humilde y baja condición; por esto aquellos
miserables eran tenidos para todos los efectos del derecho no sólo por
esclavos, sino por muertos; en tanto que se llamaban resucitados los que se
libraban de ese castigo por indulgencia del príncipe.
Pero la suerte de nuestros mitayos es muy más cruel que la de aquellos
romanos siervos o civilmente muertos; pues éstos padecían por su culpa; y la conciencia
de la culpa si no modera el rigor de la pena, debe hacerla menos insoportable:
leniter, ex merito quidquid patiare, ferendum est; Lo que merecidamente se
padece debe sufrirse con resignación ; mientras lo que los indios son
condenados a esas horribles y famosas fatigas sin otra culpa que la avaricia
ajena, sin otro crimen que su humildad y su mansedumbre.
Que no se diga entre nosotros que, si se coartó la libertad de los indios,
fue para su bien. A nadie se hace bien contra su voluntad. Además de que es
quimérico el bien que las leyes mitales han producido. Y si para derogar todas
esa leyes no es poderosa la razón de que son injustas, sea lo menos bastante la
razón de que son inútiles. En efecto la mita se instituyó y las leyes mitales
se escribieron para acostumbrar a los indios al trabajo, para enseñarles a usar
de sus talentos, para darles instrucción, doctrina, civilidad y costumbres. Y
ahora pregunto yo: después de 300 años que se observan esa práctica y esas
leyes, ¿ han dejado los indios su pereza, su indolencia, su rusticidad? Que
respondan los mineros; que respondan también esos otros ricos amantes del bien
público, que oficiosamente nos representaron poco ha una enérgica y caritativa
pintura de aquellos naturales.
Finalmente, Señor, debo observar que la mita, si no es la única, es la
primera causa de la portentosa despoblación de la América. Todos saben que
proporcionar a los hombres propiedades, y, proporcionadas, fomentarlas y darles
seguridad, son los primeros elementos de la población: pues todo hombre ama y
no abandona el país en que halla una comoda subsistencia; y todo hombre,
teniendo como sostenerse y sostener una familia, lo primero en que piensa es en
casarse; y entonces ninguna fuerza hay en el mundo que sea poderosa a hacer que
quede en suspensión su natural conyugabilidad.
Compararemos estos principios con los de la mita y sus efectos, y ya no nos
admiraremos de ver yermas y desiertas muchas y vastísimas provincias de la
América. Sería importuno hablar ahora sobre si se ha proporcionado o no a los
indios el tener propiedades; veamos solamente si la mita se han fomentado y
asegurado las que han tenido, sean las que fuesen. Cualquiera podrá decidir con
facilidad esta cuestión recordando sólo lo que dije poco antes: a saber, que para
ir al servicio de las minas, los indios son obligados a abandonar sus hogares,
a vender sus tierras, sus cosechas, sus ganados, y a malbaratar el fruto del
sudor de muchos años, y aun del sudor futuro, para los gastos de ida a su
destierro, de mansión y de vuelta. Digo de vuelta muy impropiadamente pues son
muy raros los que vuelven a su tierra: muchos mueren en el trabajo y por el
trabajo; muchísimos quedan imposibilitados para siempre, y todos, todos se
encuentran al fin reducidos a la mayor miseria. Pero a los que no se atienen a
principios, que les diga la experiencia si esa práctica, si esas leyes mitales
han sido parte para fomentar , aumentar , o siquiera conservar la población de
las Américas.
A esas razones generales de despoblación se agregaron otras que
naturalmente iban naciendo del mismo principio. Los indios empezaron a
aborrecer el matrimonio, porque los desgraciados no quieren engendrar
desgraciados; aborrecieron a sus hijos, se holgaban de no tenerlos, y las
madres generalmente usaban mil malas artes para abortar!!!.... Y ¿dónde están
hoy esas tribus numerosas que llenaban los valles de sus fiestas, y coronaban
las monta4ñas en sus combates? Allí están en las hondas cavidades donde se
solidan esos metales ominosos, irritamenta malorun; -provocación al crimen-;
allí reposan donde trabajaron tanto, allí están en esas vastas catacumbas
americanas. Y cuando por casualidad algún viajero o una familia indiana
atraviesa aquellos yermos y tendidos desiertos, no pueden divisar estos cerros
fatales sin hacer algún triste recuerdo, sin apartar los ojos con horror, sin
derramar alguna lágrima, y sin demandarles o un amigo o un hermano o un padre,
o un hijo o un esposo.
Que cesen ya, Señor, tantas calamidades. Una sola palabra de las Cortes
será poderosa a secar en su origen esta fuente de tantos males y de tantas
miserias. Abólanse las mitas para siempre; deróguense las leyes mitales, que a
pesar de toda la beneficencia que respiran, manchas las hermosas páginas de
nuestro código. Sea este el desempeño de la primera obligación que por la
constitución hemos contraído, de conservar y proteger la libertad civil, la
propiedad y los derechos de todos los individuos que componen la nación. ¿Que?
¿permitiremos que hombres que llevan el nombre español, y que están revestidos
del alto carácter de nuestra ciudadanía, permitiremos que sean oprimidas,
vejados y humillados hasta el último grado de servidumbre? Señor, aquí no hay
medio, o abolir la mita de los indios, o quitarles ahora mismo la ciudadanía
que gozan justamente. ¡Pues qué! ¿ nos humillaríamos nosotros, nos abatiríamos
hasta el punto de tener a siervos por iguales, y por conciudadanos? ... Pero,
como este despojo, exagerado el sufrimiento, quizá produciría malos efectos, y
quizás veríamos sobre uno de los Andes repetida la famosa escena del monte
Aventino (aunque no creo que entonces nos faltaría un Agripa), la justicia, la
humanidad, la política aconsejan y mandan imperiosamente la abolición de la
mita y de toda servidumbre personal de los indios, y la derogación de todas las
leyes mitales. Sí, Señor, de las leyes mitales, de esa porción, bajo de otro
respecto muy recomendable de las Leyes de Indias. Pues a pesar de que todos los
sabios llaman sabias a esa leyes, yo ignorante, yo tengo la audacia de no
reconocer su sabiduría, ¡ por ventura esas leyes han llenado en tres siglos el
benéfico fin que se propusieron de hacer industriosos, de civilizarlos, de
hacerlos felices'- pues para mí no son sabias las leyes que se proponen el
benéfico fin que se proponen , para mí no son sabias sino las leyes que hacen
felices a los pueblos.
JOSÉ JOAQUÍN DE OLMEDO Y MARURI
José Joaquín de Olmedo y Maruri
(1780-1847), nacido en Guayaquil, fue poeta, abogado, político y uno de los
próceres de la independencia de Ecuador. Su figura también trasciende en la
integración bolivariana y en los inicios republicanos de Ecuador, teniendo una
carrera pública sumamente vasta e influyente.
En 1809 se incorporó de abogado de la
Audiencia de Quito y en Septiembre recibió en México el nombramiento de
Diputado por Guayaquil a las Cortes de Cádiz, donde pronunció su famoso
discurso "Sobre la supresión de las Mitas" que publicamos en el
presente y por medio del cual logró que se aboliera esa institución. El
diputado Castillo fue quin inició la discusión en este tema. Ese discurso se ha
publicado varias veces desde que Vicente Rocafuerte lo dio a la Imprenta en
Londres, y se comprende su importancia teniendo en cuenta,
precisamente, que Tupac Amaru inicia su revuelta entre otras cosas
por la vigencia de este institución en la colonia. Por lo demás, resta
agregar que en dichas Cortes ejerció Olmedo de secretario y después
miembro y secretario de la Diputación Permanente hasta el 11 de Mayo de 1814,
fecha en que ellas fueron disueltas por Fernando VII. Ante la persecución
desatada contra los diputados, el mismo se vio obligado a esconderse en Madrid.
Producida la revolución en Guayaquil el
9 de Octubre de 1820 fue electo Jefe Político de la Provincia, pero en vista de
los abusos que cometía el Jefe Militar José Gregorio Escobedo, pidió una Junta
Provisional de Gobierno, y en noviembre del mismo año presidió el triunvirato
formado por Francisco María Roca y Rafael Jimena y obtuvo que la Junta
Electoral de la Provincia apruebe el "Reglamento Provisorio de
Gobierno" que había redactado con José de Antepara y Arenaza.
En 1821 escribió su "Canción al 9
de Octubre" considerada el primer Himno que ha tenido Ecuador.
En 1822 protestó cuando Bolívar anexo a
Quayaquil y emigró a Perú con caracterizados vecinos, donde fue electo Diputado
por la Provincia de Puno y formó parte de la Comisión designada por el Congreso
peruano para redactar la primera Constitución que tuvo ese país.
Trabo luego amistad con Bolivar, y en
1825 compuso una "Marcha", el poema "La Libertad" y recibió
el nombramiento de Ministro Plenipotenciario de la Gran Colombia en Inglaterra.
En 1826 publica en París y en Londres su célebre "Canto a Bolívar".
En 1830 fue Prefecto de Guayaquil y el
19 de Mayo suscribió el Acta de Anexión del Departamento de Guayaquil a la
República del Ecuador. En agosto concurrió a Riobamba de Diputado a la primera
Convención Nacional, fue nombrado Miembro de la Comisión compuesta para
redactar la primera Constitución y el 12 de Septiembre obtuvo catorce votos y
salió electo Vice Presidente de la República. En Febrero asumió interinamente
la presidencia por ausencia del titular. Poco después renunció por tener que
ausentarse a Guayaquil, y en Noviembre nuevamente fue Prefecto del Departamento
de Guayaquil como tal autorizó la toma de posesión de las islas de archipiélago
de las Galápagos y viajó a Bogotá en calidad de comisionado de Límites para
solucionar un diferendo con la Nueva Granada por la anexión de Pasto. En 1833
prosiguió estas negociaciones en Quito.
En 1835 fue electo Diputado por
Guayaquil y luego Presidente de la Convención Nacional reunida en Ambato que
eligió a Rocafuerte.
En 1838 fue Alcalde Primero municipal de
Guayaquil, después Gobernador interino de la Provincia.
El 6 de Marzo de 1845 estalló la
revolución antifloreana en Guayaquil y Olmedo fue designado Presidente del
triunvirato con Vicente Ramón Roca y Diego Noboa. En noviembre renunció dichas
funciones y Rocafuerte lo candidatizó la presidencia de la República, perdiendo
frente a Roca, que ascendió al poder tras alcanzar las 2/3 partes de la
votación.
Antes de morir había dicho: "He
cumplido, no sin gloria, mi destino".
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