JUSTO JOSÉ DE URQUIZA “He sido, lo soy, y
lo seré argentino antes que todo”
DISCURSO INAUGURAL
EN LA INSTALACION DEL CONGRESO CONSTITUYENTE 20 de noviembre
de 1852
Augustos Diputados
de la Nación:
Saludo en vosotros
a la Nación Argentina, y la felicito en vosotros con toda la efusión de que es
capaz mi alma.
El deseo de muchos
años se cumple en este día. Los Gobiernos del Litoral descansan hoy del peso de
sus compromisos contraídos desde 1831.
Tributemos nuestra
gratitud a la Divina Providencia por tan señalados beneficios.
En este día solemne
para todo argentino; delante de vosotros, ante el País de que sois la
personificación, me es un deber grato hablaros de los antecedentes que han
preparado vuestra instalación en Congreso. Diré algunas palabras de mí mismo.
Ellas serán mi defensa, y lo serán también en parte del País de nuestro
nacimiento. Los que no me han comprendido me calumnian. Los enconos de partido
ofuscan la verdad. Mientras tanto, yo he sido un soldado leal a mi bandera, un
patriota de conciencia: y por fortuna también, a pesar de muchos errores y
desgracias, hoy en el seno de la paz y en la necesidad de amarnos como
hermanos, yo el primero puedo adelantarme a reconocer que los argentinos, si
han podido equivocarse, y extraviarse, no han dejado un momento de ser patriotas,
nobles y valientes. Yo el primero acato todas nuestras glorias, venero todos
nuestros mártires, respeto todos los talentos, sea cual fuere la bandera de
división doméstica en que se ilustraron.
Vosotros vais a reconstruir la Patria, a restablecer el pacto de la
familia dispersa, y yo el primero me adelanto a abrazar a mis hermanos y a
venerar a mis antepasados.
Como Gobernador de
Entre Rios, he quitado el lema de muerte a las nobles divisas federales, desde
1° de Mayo de 1851. Como Director del Estado, he abolido la confiscación de la
propiedad, y reservado a Dios y a la Justicia ordinaria el derecho de disponer
de la vida de nuestros compatriotas.
Mi conciencia me ha
dictado siempre estos consejos: pero la guerra tenaz que nos ha dividido
alejaba de la República el reino de la justicia que solo impera cuando las
pasiones se aquietan.
El título de
Gobernador de la Provincia de Entre Rios, me impuso una obligación sagrada: la
de constituir la Nación bajo el sistema federal, tan luego como la pacificación
de ella lo hiciese posible.
Esta era la
voluntad expresada por los Gobiernos. Los sucesos han demostrado después que
también era la voluntad de los Pueblos.
Esa larga lucha que
hemos sostenido entre hermanos, lucha heroica, embellecida con actos sublimes
de valentía y desprendimiento, manchada también con feas y reprensibles
acciones, no era una lucha insensata y al acaso - era la pugna de dos
principios políticos que no acertaron a capitular y se disputaron el triunfo.
Un hombre astuto y
favorecido por su posición, quiso monopolizar el triunfo de una de estas ideas.
Usurpó el lustre de las victorias ajenas, y mal hermano, como gobernante
egoísta, se negó con malicia a darnos participación de sus ventajas; exageró en
realidad el principio unitario, rechazado por la mayoría; y pretendió, con
dilaciones y dificultades que él mismo creaba, apartar el cumplimiento del
pacto federal, a que estaba inmediatamente comprometido por el Tratado de 4 de
Enero de 1831.
El 1° de Mayo de
1851 hice palpable a la Nación, esta falsía del Gobernador de Buenos Aires. Yo
le quité la máscara hipócrita, y anuncie a mis compatriotas, que era necesario
cortar con la caída de su poder la raíz de nuestros males, de nuestra miseria y
de nuestro descrédito.
La Providencia
favoreció mi designio. La bondad de mi causa dio persuasión a mi palabra y
valor a mis soldados. Suscité alianzas, alcancé empréstitos, y me capté la
confianza de todos los argentinos. A mi rededor se juntaron los buenos y los
libres de todas las opiniones. Resolví por las armas en el sentido de la
libertad y de la justicia la larga y ensangrentada cuestión pendiente delante
de Montevideo; y de buen éxito en buen éxito, llegué hasta las puertas de
Buenos Aires al frente del Grande Ejército Aliado.
Honorables
Diputados al Congreso Constituyente - permitidme que no explique como militar
ni como General en Jefe, las operaciones y el resultado final, de esas campañas
coronadas con la jornada del 3 de Febrero último en los campos de Morón y de
Monte Caseros.
Los víctores y los
aplausos entusiastas de los Pueblos Argentinos, no pueden obligarme a violentar
la modestia de mi carácter.
Pero la razón y la
práctica de las cosas públicas me han demostrado que la espada de un militar
honrado debe ser el instrumento de una idea, y el apoyo de un principio
político.
El pronunciamiento
de 1° de Mayo que hice a las márgenes del Paraná, tuvo su cumplimiento el día 3
de Febrero a las orillas del Plata. «Constitución para la República»
llevaba escrito en mis banderas, y en el General D. Juan Manuel de Rosas se
venció el principal obstáculo para la realización de este voto, sofocado, pero
vivo en todo nuestro territorio, desde el Litoral hasta las Cordilleras.
Otros obstáculos
quedaban que vencer: obstáculos morales, fruto del aislamiento, de la división
armada de las opiniones, de la ignorancia de los verdaderos intereses, de los
instintos locales, y de una administración corrompida y tiránica. La fuente de
estos vicios había manado con mayor abundancia su veneno bajo la mano inmediata
de Rosas.
Antagonista de su
política, tomé un rumbo opuesto para dar uniformidad a los espíritus y a los
intereses. La intolerancia, la persecución, el exterminio fueron la base de su
política; y yo adopté por divisa de la mía - el olvido de todo lo pasado, la fusión
de los partidos.
No quise hacer
ostentación de un triunfo sobre hermanos, sino hacerme garante de una
capitulación entre miembros de una misma familia, Yo no he juzgado durante mi
residencia en Buenos Aires las opiniones, ni medido los hombres por sus
antecedentes políticos. La sangre derramada en Caseros en nombre de la
libertad, era demasiado noble para que sirviese a otro objeto que el de redimir
a los argentinos de sus pasados errores.
Cuando la calumnia
interpreta mal mis hechos, es mi obligación vindicarlos, no tanto por mi,
cuanto por vosotros, cuanto por la República, cuanto por vuestros Gobiernos que
me invistieron con el carácter de Director Provisorio.
Loco y traidor me
llamó el tirano, y yo le contesté con el silencio del desprecio. No puedo ahora
sino contestar con el mismo lenguaje a los que me llaman sanguinario y
ambicioso.
El movimiento
subversivo del 11 de Setiembre en Buenos Aires desmoralizó una parte del
Ejército victorioso que llevé a aquella Provincia. Hombres a quienes llené de honores
y recompensas en nombre de la Patria salvada, ciudadanos oprimidos, expoliados,
expatriados, a quienes mis esfuerzos habían restituido la libertad, la
propiedad, el hogar de la familia, se han hecho cómplices de aquel motín, lo
han excitado, y para justificarse me calumnian.
No, Soberanos
Representantes de los Pueblos; mi conciencia está tranquila, y os afirmo bajo
mi palabra de honor que no he contradicho ni por un momento mis intenciones. He
sido, lo soy, y lo seré argentino antes que todo.
Yo he dejado libre
de toda influencia la voluntad de los Pueblos que representáis. Ellos se
gobiernan según sus instituciones y a medida de sus deseos. ¿Por qué había de
querer hacer una excepción con el pueblo de Buenos Aires, tanto mas simpático
para mí, cuanto que era el mas inmediatamente favorecido por mi buena fortuna?
Al derrotar a su
tirano puse las riendas de su gobierno en manos de las mismas personas que el
Pueblo mandó a implorar mi Clemencia, creyendo que tendría la flaqueza de
tratarlo como a vencido.
Yo, federal en
principios, no quise mirar sino patriotas en los primeros consejeros del
Gobierno Provisorio de Buenos Aires, aunque salidos de las filas que había
combatido.
¿Por qué?
Porque en decreto
dado por mí, como Gobernador de Entre Rios, había dicho, «que el sistema
unitario podía considerarse como inadecuado al País pero no como criminal, y
que los herederos de la gloria de una misma revolución, debían cubrir con denso
velo los pasados errores.» Así se realizaba el principio de la fusión, y se armonizaban
los pareceres contrarios, sobre el modo de entender la organización, objeto
principal de mis designios.
Porque he querido y
quiero que no formemos sino una sola familia para que todos a una, levantemos
la Patria a la altura, grandeza y prosperidad a que está llamada.
No fui comprendido
como hubiera deseado. Tan asustadizo y vivo estaba el espíritu de partido, que
confundió la divisa federal de mis armas; con el lema sangriento del tirano. No
castigué como un Prevoste, y se me creyó tolerante del crimen. Ocupado
exclusivamente de crear y de ayudar a constituir la Nación, se me quiso
distraer de esta obra y comprometer lo ya hecho en ella, con susceptibilidades
provinciales, representadas por un cuerpo no sujeto a ley alguna orgánica y que
ha sido juzgado por sus propios parciales como una dictadura.
La Legislatura
provincial de Buenos Aires se apartó de la voluntad argentina formulada en ley
por el Acuerdo de 31 de Mayo, y negándome sobre infundadas sospechas una
confianza provisoria, atizó el fuego de la anarquía tan fácil de prender en
nuestras llanuras.
Le vi venir, y
quise sofocarlo, interpretando mis atribuciones por la urgencia del peligro, y
llenando con mi responsabilidad el vacío que tienen todas las instituciones
provinciales en nuestro País, y que tendrán mientras no se amolden a la
Constitución General que vais a sancionar.
La sinceridad de
mis intenciones respecto al Pueblo de Buenos Aires, está demostrada con mi
conducta. Al asumir el mando el día 26 de Julio depojé la autoridad de todas
aquellas prerrogativas, cuyo abuso había causado tantas desgracias. Dicté una
ley de olvido en favor de todos los ausentes de la Patria sin excluir a nadie.
Anematicé el derecho de confiscación, librando de sus crueles efectos al
gobernante mismo que lo había practicado como venganza de partido, y abolí la pena
de muerte por delitos políticos.
En el régimen
interior de la Provincia introduje muchas mejoras: tomé disposiciones para
garantir la propiedad, para fomentar la labranza, para ayudar el comercio
honesto; y dicté una ley de municipalidades que puesta en práctica, levantaría
la capital al rango de una de las cómodas y mejor administradas ciudades de la
América Meridional.
Quería prepararla
para grandes y lucidos destinos; porque presumía que el Soberano Congreso
Constituyente, en consonancia con la tradición y con el parecer de nuestros más
distinguidos publicistas, la elegiría Capital de la República.
Abrí los ríos a
todas las banderas extranjeras, habilité sus puertos, abolí las aduanas
interiores, y reconocí como un hecho consumado la indepen¬dencia del Paraguay.
Medidas todas que no necesitarían sino de tiempo y de realización para que se
palpara su influencia en bien de aquella Provincia y de la República entera.
La situación actual
de la Provincia de Buenos Aires y la ausencia de sus Representantes en vuestro
seno, la perjudican sobre manera. Es esta, entre todas las hermanas, la que mas
hondas heridas recibió de la administración profundamente inmoral y egoísta de
D. Juan Manuel Rosas, y la que más reclama reparación de gravísimos males.
Porque amo al
pueblo de Buenos Aires me duelo de la ausencia de sus Representantes en éste
recinto. Pero su ausencia no quiere significar un apartamiento para siempre: es
un accidente transitorio. La geografía, la historia, los pactos, vinculan a
Buenos Aires al resto de la Nación. Ni ella puede existir sin sus hermanas, ni
sus hermanas sin ella. En la bandera Argentina hay espacio para más de catorce
estrellas; pero no puede eclipsarse una sola.
Sin embargo, la
República puede y tiene todos los elementos para constituirse durante esa
ausencia temporal de Buenos Aires. Tiene puertos en contacto con el extranjero,
aduanas que le dan rentas, fuerza para defenderse de la violencia o para
obligar a que se le haga justicia. Tiene unión en las ideas yen los intereses,
y la resolución, la necesidad vital de descansar en la fe de un Código.
Este es el
sentimiento de los Gobiernos, y las Legislaturas que ha ratificado su adhesión
al pacto celebrado en San Nicolás, tan pronto como han tenido noticias del
suceso del 11 de Setiembre y de las consecuencias de él para la política
general del País.
Os hablo como
ciudadano y como hombre que tiene derecho a pensar sobre las cosas serias de la
Patria; pero ni como guerrero, ni como funcionario, ni como político, tendré
mas acción que las que las leyes me conceden. No pretendo que mis opiniones, ni
actos anteriores, os sirvan de base para arreglar a ellos la obra de vuestra
conciencia y de vuestra razón. Seré el primero en acatar y obedecer vuestras
soberanas resoluciones. Mi crédito personal está comprometido en la libertad y
en el acierto de vues¬tras deliberaciones. La ventura de la Nación está en
vuestras manos.
Aprovechad,
Augustos Representantes, de las lecciones de nuestra historia, y dictad una
Constitución que haga imposible para en adelante, la anarquía y el despotismo.
Ambos monstruos nos han devorado. Uno nos ha llenado de sangre; el otro de
sangre y de vergüenza. La luz del Cielo, y el amor a la Patria os iluminen.
El Soberano
Congreso Constituyente de la Confederación Argentina está instalado.
He dicho.
Santa Fe, Noviembre
20 de 1852.
JUSTO JOSE DE
URQUIZA
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