BETTY NOAMI FRIEDAN
“La verdadera revolución sexual es que las mujeres abandonen la
pasividad y que pasen de la situación en que son las víctimas más fáciles a una
situación en que alcancen la plena autodeterminación y la dignidad”
DISCURSO
ANTE LA CONFERENCIA NACIONAL DE MUJERES DE 1969
En este
país las mujeres son invisibles para los hombres, pese a lo visible que resulta
su papel como objeto sexual. Al igual que los negros eran hombres invisibles,
en los Estados Unidos de hoy lo son las mujeres: mujeres que toman parte en las
decisiones de los partidos políticos mayoritarios, de la Iglesia; que no se
limitan a preparar las comidas parroquiales, sino que pronuncian sermones; que
no se limitan a buscar los códigos postales y poner la dirección a los sobres,
sino que toman decisiones políticas; que no sólo realizan las labores de
limpieza en las industrias, sino que toman una serie de decisiones ejecutivas.
Por encima de todo, mujeres que dicen cómo va a ser su vida y su personalidad,
y que ya no escuchan a los profesionales del sexo opuesto y ni tan siquiera
permiten que éstos definan lo que es o no es «femenino».
La esencia de la denigración de las mujeres es el hecho de que nos definan como objeto sexual. Por lo tanto, para combatir la desigualdad debemos combatir no sólo la forma en que nos denigra la sociedad en esos términos, sino nuestra denigración como personas.
¿Estoy diciendo que las mujeres deben ser liberadas del sexo? No. Estoy diciendo que el sexo debe ser liberado para convertirse en un diálogo humano. El sexo sólo dejará de ser un chiste verde y una obsesión en esta sociedad cuando las mujeres se conviertan en personas con capacidad para tomar sus propias decisiones, con la libertad para practicar una creatividad que vaya más allá de la maternidad, una plena creatividad humana. ¿Estoy diciendo que las mujeres deben ser liberadas de la maternidad? No. Estoy diciendo que la maternidad sólo será un acto humano, objeto de alegría y de responsabilidad, cuando las mujeres sean libres para tomar la decisión de ser madres con total capacidad de elección consciente y plena responsabilidad humana. Entonces, y sólo entonces, serán capaces de abrazar la maternidad sin ningún tipo de conflicto, cuando puedan definirse a sí mismas no sólo como madres de, no sólo como sirvientas de los niños, no sólo como receptáculos para la concepción, sino como personas para quienes la maternidad es una parte de la vida escogida con libertad, celebrada con libertad mientras dura, pero para quienes la creatividad tiene muchas más dimensiones, como las tiene para los hombres. Entonces, y sólo entonces, la maternidad dejará de ser una maldición y una atadura para los hombres y para los hijos.
Pese a todo lo que se habla hoy de la maternidad, pese a todas las rosas que se envían el Día de la Madre, pese a todos los anuncios y la hipócrita celebración de las revistas femeninas dedicadas a las mujeres en su papel de ama de casa o de madre, la realidad es que a los cómicos de la televisión o de los clubes nocturnos les basta con ponerse ante un micrófono y decir las palabras «mi mujer» para que todo el público estalle en risas culpables, maliciosas y obscenas. La hostilidad entre sexos nunca ha sido mayor.
La imagen de las mujeres en las obras teatrales, novelas y películas de vanguardia y la que subyace en las series de televisión dan a entender que las madres vampirizan a los hombres, son monstruos caníbales o, en su defecto, lolitas, objetos sexuales, que ni siquiera son objetos de impulsos heterosexuales, sino sadomasoquistas. Ese impulso -el de castigar a las mujeres- tiene mucha más relación con la cuestión del aborto de lo que nunca se admite.
La maternidad es una pesadilla prácticamente por definición; o, como mínimo, lo será en parte mientras se obligue a las mujeres a ser madres -y sólo madres- contra su voluntad. En la actualidad, como una célula cancerígena que vive su vida a través de otra célula, las mujeres están destinadas a vivir en gran medida a través de sus hijos y de sus maridos, dependen en extremo de ellos; y, por lo tanto, están destinadas a descargar en su marido y su descendencia una gran cantidad de resentimiento, afán de venganza, rencor inexpresable e ira.
Puede que la realidad menos comprendida de la actual vida política estadounidense sea la enorme violencia soterrada contra las mujeres de este país. Ellas han canalizado su violencia atacando a sus hijos y a sus maridos de forma inadvertida, insidiosa y sutil, y alguna veces no tan sutil. El fenómeno de los niños maltratados del que nos informan con frecuencia creciente nuestros hospitales afecta casi siempre a hijos no deseados; y las mujeres son causantes de malos tratos, tanto o más que los hombres. En los historiales de los niños maltratados psicológica y físicamente, la mujer siempre es la mala y la razón es nuestra forma de definirla: no sólo como objeto sexual pasivo, sino como madre, sirvienta, esposa.
¿Estoy diciendo que las mujeres tienen que ser liberadas de los hombres? ¿Que los hombres son sus enemigos? No. Estoy diciendo que los hombres sólo tendrán verdadera libertad para amar a las mujeres y para realizarse con plenitud cuando las mujeres tengan plena libertad para gozar de verdadero poder de decisión en sus vidas y en su sociedad. Hasta que esto no ocurra, los hombres soportarán la carga de culpabilidad por el destino pasivo al que han abocado a las mujeres, el resentimiento reprimido, la esterilidad del amor cuando no se da entre dos personas totalmente activas y felices, sino que contiene el elemento de la explotación. Los hombres no tendrán la libertad de realizarse en todos los aspectos mientras deban vivir supeditados a la imagen de masculinidad que veta toda ternura y sensibilidad a su sexo, todo lo que podría ser considerado femenino. Los hombres poseen enormes cualidades que deben reprimir y temer para poder responder a una imagen obsoleta de la masculinidad, brutal, aniquiladora, a lo Ernest Hemingway, de corte de pelo a cero, de exterminio de todos los niños vietnamitas por napalm, de «pum pum, estás muerto». A los hombres no siempre se les permite admitir que algunas veces están asustados. No se les permite expresar su sensibilidad ni la necesidad de ser pasivos en ocasiones, de no ser siempre activos. A los hombres no se les permite llorar. Por ello, son humanos sólo a medias, al igual que las mujeres serán humanas sólo a medias hasta que logremos dar este paso adelante.
La verdadera revolución sexual es que las mujeres abandonen la pasividad y que pasen de la situación en que son las víctimas más fáciles de todas las seducciones, el derroche, la adoración de falsos ídolos en nuestra sociedad acomodada, a una situación en que alcancen la plena autodeterminación y la dignidad. Por otra parte, la verdadera revolución sexual es que los hombres abandonen la condición de brutos y amos involuntarios y alcancen la humanidad plena y sensible.
Esta revolución no puede producirse sin cambios radicales en la familia tal como la conocemos hoy, cambios en nuestras nociones de matrimonio y amor, en nuestra arquitectura, en nuestras ciudades, en nuestra teología, en nuestra política y en nuestro arte. No es que las mujeres sean especiales, no es que las mujeres sean superiores. Sin embargo, estas expresiones de la creatividad serán necesariamente mucho más variadas y enriquecedoras cuando se permita a mujeres y hombres relacionarse más allá de los estrictos límites de la definición del matrimonio formado por mamá y papá, típico de la revista femenina «Ladies' Home Journal». Si finalmente se nos permite ser personas realizadas, no sólo los niños nacerán y serán educados con más amor y responsabilidad que hoy, sino que traspasaremos las fronteras de esa pequeña familia estéril de barrio residencial para relacionarnos unos con otros realizando por completo las dimensiones potenciales de nuestra personalidad; hombre y mujer como compañeros, como colegas, como amigos, como amantes. Y sin tanto odio, celos, resentimientos e hipocresías reprimidos, surgirá una nueva noción de amor que hará palidecer a lo que calificamos como tal el Día de San Valentín.
Por lo tanto, es de una importancia crucial que consideremos la cuestión del aborto como algo más que una mera actuación cuantitativa, más que una oportuna maniobra política. El rechazo del aborto no es una cuestión de conveniencia política, es parte de algo más importante. El hecho de que este fin de semana estemos iniciando lo que tal vez sea el primer enfrentamiento nacional entre hombres y mujeres tiene trascendencia histórica. Las potentes voces de las mujeres son por fin escuchadas al hablar con todas las letras de la cuestión del aborto, tanto en su sentido más básico de moralidad como en su nuevo sentido político, parte de una inacabada revolución por la igualdad sexual. Con este enfrentamiento, marcamos un importante hito en la maravillosa revolución que se inició mucho antes de que cualquiera de nosotras hubiera nacido y que todavía tiene un largo camino que recorrer. Las pioneras, desde Mary Wollstonecraft hasta Margaret Sanger, nos transmitieron la conciencia que hoy nos ha traído hasta aquí procedentes de diferentes puntos; y, de igual forma, nosotras aquí, al cambiar los términos mismos del debate sobre el aborto para garantizar el derecho a elegir de la mujer y para definir los términos de nuestras vidas, hacemos que las mujeres se acerquen más a la dignidad humana plena. Hoy, hemos conseguido que la Historia dé un paso adelante.
BETTY FRIEDAN
La esencia de la denigración de las mujeres es el hecho de que nos definan como objeto sexual. Por lo tanto, para combatir la desigualdad debemos combatir no sólo la forma en que nos denigra la sociedad en esos términos, sino nuestra denigración como personas.
¿Estoy diciendo que las mujeres deben ser liberadas del sexo? No. Estoy diciendo que el sexo debe ser liberado para convertirse en un diálogo humano. El sexo sólo dejará de ser un chiste verde y una obsesión en esta sociedad cuando las mujeres se conviertan en personas con capacidad para tomar sus propias decisiones, con la libertad para practicar una creatividad que vaya más allá de la maternidad, una plena creatividad humana. ¿Estoy diciendo que las mujeres deben ser liberadas de la maternidad? No. Estoy diciendo que la maternidad sólo será un acto humano, objeto de alegría y de responsabilidad, cuando las mujeres sean libres para tomar la decisión de ser madres con total capacidad de elección consciente y plena responsabilidad humana. Entonces, y sólo entonces, serán capaces de abrazar la maternidad sin ningún tipo de conflicto, cuando puedan definirse a sí mismas no sólo como madres de, no sólo como sirvientas de los niños, no sólo como receptáculos para la concepción, sino como personas para quienes la maternidad es una parte de la vida escogida con libertad, celebrada con libertad mientras dura, pero para quienes la creatividad tiene muchas más dimensiones, como las tiene para los hombres. Entonces, y sólo entonces, la maternidad dejará de ser una maldición y una atadura para los hombres y para los hijos.
Pese a todo lo que se habla hoy de la maternidad, pese a todas las rosas que se envían el Día de la Madre, pese a todos los anuncios y la hipócrita celebración de las revistas femeninas dedicadas a las mujeres en su papel de ama de casa o de madre, la realidad es que a los cómicos de la televisión o de los clubes nocturnos les basta con ponerse ante un micrófono y decir las palabras «mi mujer» para que todo el público estalle en risas culpables, maliciosas y obscenas. La hostilidad entre sexos nunca ha sido mayor.
La imagen de las mujeres en las obras teatrales, novelas y películas de vanguardia y la que subyace en las series de televisión dan a entender que las madres vampirizan a los hombres, son monstruos caníbales o, en su defecto, lolitas, objetos sexuales, que ni siquiera son objetos de impulsos heterosexuales, sino sadomasoquistas. Ese impulso -el de castigar a las mujeres- tiene mucha más relación con la cuestión del aborto de lo que nunca se admite.
La maternidad es una pesadilla prácticamente por definición; o, como mínimo, lo será en parte mientras se obligue a las mujeres a ser madres -y sólo madres- contra su voluntad. En la actualidad, como una célula cancerígena que vive su vida a través de otra célula, las mujeres están destinadas a vivir en gran medida a través de sus hijos y de sus maridos, dependen en extremo de ellos; y, por lo tanto, están destinadas a descargar en su marido y su descendencia una gran cantidad de resentimiento, afán de venganza, rencor inexpresable e ira.
Puede que la realidad menos comprendida de la actual vida política estadounidense sea la enorme violencia soterrada contra las mujeres de este país. Ellas han canalizado su violencia atacando a sus hijos y a sus maridos de forma inadvertida, insidiosa y sutil, y alguna veces no tan sutil. El fenómeno de los niños maltratados del que nos informan con frecuencia creciente nuestros hospitales afecta casi siempre a hijos no deseados; y las mujeres son causantes de malos tratos, tanto o más que los hombres. En los historiales de los niños maltratados psicológica y físicamente, la mujer siempre es la mala y la razón es nuestra forma de definirla: no sólo como objeto sexual pasivo, sino como madre, sirvienta, esposa.
¿Estoy diciendo que las mujeres tienen que ser liberadas de los hombres? ¿Que los hombres son sus enemigos? No. Estoy diciendo que los hombres sólo tendrán verdadera libertad para amar a las mujeres y para realizarse con plenitud cuando las mujeres tengan plena libertad para gozar de verdadero poder de decisión en sus vidas y en su sociedad. Hasta que esto no ocurra, los hombres soportarán la carga de culpabilidad por el destino pasivo al que han abocado a las mujeres, el resentimiento reprimido, la esterilidad del amor cuando no se da entre dos personas totalmente activas y felices, sino que contiene el elemento de la explotación. Los hombres no tendrán la libertad de realizarse en todos los aspectos mientras deban vivir supeditados a la imagen de masculinidad que veta toda ternura y sensibilidad a su sexo, todo lo que podría ser considerado femenino. Los hombres poseen enormes cualidades que deben reprimir y temer para poder responder a una imagen obsoleta de la masculinidad, brutal, aniquiladora, a lo Ernest Hemingway, de corte de pelo a cero, de exterminio de todos los niños vietnamitas por napalm, de «pum pum, estás muerto». A los hombres no siempre se les permite admitir que algunas veces están asustados. No se les permite expresar su sensibilidad ni la necesidad de ser pasivos en ocasiones, de no ser siempre activos. A los hombres no se les permite llorar. Por ello, son humanos sólo a medias, al igual que las mujeres serán humanas sólo a medias hasta que logremos dar este paso adelante.
La verdadera revolución sexual es que las mujeres abandonen la pasividad y que pasen de la situación en que son las víctimas más fáciles de todas las seducciones, el derroche, la adoración de falsos ídolos en nuestra sociedad acomodada, a una situación en que alcancen la plena autodeterminación y la dignidad. Por otra parte, la verdadera revolución sexual es que los hombres abandonen la condición de brutos y amos involuntarios y alcancen la humanidad plena y sensible.
Esta revolución no puede producirse sin cambios radicales en la familia tal como la conocemos hoy, cambios en nuestras nociones de matrimonio y amor, en nuestra arquitectura, en nuestras ciudades, en nuestra teología, en nuestra política y en nuestro arte. No es que las mujeres sean especiales, no es que las mujeres sean superiores. Sin embargo, estas expresiones de la creatividad serán necesariamente mucho más variadas y enriquecedoras cuando se permita a mujeres y hombres relacionarse más allá de los estrictos límites de la definición del matrimonio formado por mamá y papá, típico de la revista femenina «Ladies' Home Journal». Si finalmente se nos permite ser personas realizadas, no sólo los niños nacerán y serán educados con más amor y responsabilidad que hoy, sino que traspasaremos las fronteras de esa pequeña familia estéril de barrio residencial para relacionarnos unos con otros realizando por completo las dimensiones potenciales de nuestra personalidad; hombre y mujer como compañeros, como colegas, como amigos, como amantes. Y sin tanto odio, celos, resentimientos e hipocresías reprimidos, surgirá una nueva noción de amor que hará palidecer a lo que calificamos como tal el Día de San Valentín.
Por lo tanto, es de una importancia crucial que consideremos la cuestión del aborto como algo más que una mera actuación cuantitativa, más que una oportuna maniobra política. El rechazo del aborto no es una cuestión de conveniencia política, es parte de algo más importante. El hecho de que este fin de semana estemos iniciando lo que tal vez sea el primer enfrentamiento nacional entre hombres y mujeres tiene trascendencia histórica. Las potentes voces de las mujeres son por fin escuchadas al hablar con todas las letras de la cuestión del aborto, tanto en su sentido más básico de moralidad como en su nuevo sentido político, parte de una inacabada revolución por la igualdad sexual. Con este enfrentamiento, marcamos un importante hito en la maravillosa revolución que se inició mucho antes de que cualquiera de nosotras hubiera nacido y que todavía tiene un largo camino que recorrer. Las pioneras, desde Mary Wollstonecraft hasta Margaret Sanger, nos transmitieron la conciencia que hoy nos ha traído hasta aquí procedentes de diferentes puntos; y, de igual forma, nosotras aquí, al cambiar los términos mismos del debate sobre el aborto para garantizar el derecho a elegir de la mujer y para definir los términos de nuestras vidas, hacemos que las mujeres se acerquen más a la dignidad humana plena. Hoy, hemos conseguido que la Historia dé un paso adelante.
BETTY FRIEDAN
[1] Betty Naomi Goldstein, más conocida como Betty Friedan, escritora y activista feminista cuyo bestseller “La mística femenina” [The Feminine Mystique], el libro que cambio la historia de las mujeres, contribuyó a inspirar uno de los grandes movimientos sociales del Siglo XX: El Movimiento Feminista Moderno. En el discurso que publicamos plantea el tema del aborto, y la liberalización del sexo como medio de superar la denigración de las mujeres como personas, que hasta entonces eran tratadas como objeto sexual. Contribuyó a crear la primera Organización Nacional de Mujeres en Estados Unidos (NOW) que presidió hasta el 1970, y NARAL, en un principio conocida como la Asociación Nacional para la Revocación de las Leyes contra el Aborto. En 1971 contribuyó al lanzamiento del National Women’s Political Caucus (Comité Político de Mujeres).
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