FRANCISCO BILBAO
“La unión es deber, la unidad de miras es
prosperidad moral y material, la asociación es una necesidad, aún más diría,
nuestra unión, nuestra asociación debe ser hoy el verdadero patriotismo de los
Americanos del Sur”
INICIATIVA DE LA AMÉRICA Idea de un Congreso Federal de las
Repúblicas
22 de Junio de 1856
POST-DICTUM
Las palabras que
publico, fueron leídas el día 22 de Junio de 1856 en París, en presencia de
treinta y tantos ciudadanos pertenecientes a casi todas las Repúblicas del Sur.
Acepten todos ellos la gratitud de su compatriota, por la benévola atención que
dispensaron.
La idea de la
Confederación de la América del Sur, propuesta un día por Bolívar, intentada
después por un Congreso de plenipotenciarios de algunas de las Repúblicas, y
reunido en Lima, no ha producido los resultados que debían esperarse. Los
Estados han permanecido Des-Unidos.
Hoy, nosotros
intentamos. Hemos aumentado las dificultades, pedimos mucho más que lo que
antes se había imaginado. No es sólo una alianza para asegurar el nacimiento de
la Independencia contra las tentativas de la Europa, ni únicamente en vista de
intereses comerciales. Más elevado y trascendental es nuestro objeto.
Identificar su destino
con el de la República.
Salvar la personalidad
con el desarrollo integral de todas sus funciones y derechos; la personalidad
que se pierde en Europa por la influencia de su pasado, por la fuerza del
despotismo que mutila o divide para dominar más fácilmente, y por la división
exagerada del trabajo, transportada a las funciones y derechos indivisibles de
la personalidad.
Salvar la independencia
territorial y la iniciativa del mundo Americano, amenazadas por la invasión,
por el ejemplo de la Europa y por la división de los Estados.
Unificar el pensamiento,
unificar el corazón, unificar la voluntad de la América.
Idea de libertad
universal, fraternidad universal y práctica de la soberanía.
Acrecentamiento de
fuerza por la unión, por la unidad de miras, la unidad de llamamiento al
emigrante y unidad de educación al porvenir.
Consolidación de la
República: o en fin la idea que todo lo resume:
Iniciativa de la América
del Sur: en este momento sagrado de la historia, por medio de la iniciación que
nosotros emprendemos para que se manifieste la creación moral del nuevo
continente.
Tal es el objeto de esta
llamada que hacemos a los hijos del Sur. La América debe al mundo una palabra.
Esa palabra pronunciada, será la espada de fuego del genio del porvenir que
hará retroceder al individualismo Yankee en Panamá; esa palabra serán los
brazos de la América abiertos a la tierra y la revelación de una era nueva.
El palenque está
abierto, la hora ha sonado. A todos el deber.
FRANCISCO BILBAO
París, 24 de junio de
1856.
____________
EL
CONGRESO NORMAL AMERICANO
No creo
que la historia nos presente un espectáculo más trascendental, que el que presenta
hoy día, el Continente Americano.
Ha habido grandes iniciaciones en el mundo, –revoluciones que han cambiado su faz, cataclismos que parecían sumergir a la humanidad en el caos. La Grecia con su filosofía, su arte y su política, fijó en el firmamento de la historia, el astro más resplandeciente de la inteligencia y el más fecundo de heroísmo. Roma, con su espada, fue el arado terrible que abrió el surco sepulcral de una ciudad universal. Y los bárbaros vencedores del Imperio, aparecieron como imagen de pueblos convertidos en elementos que pasan como la tempestad sobre los monumentos del pasado.
Pero, ni en el Oriente antiguo, ni en Europa y en ninguna época, jamás se ha visto al más vasto continente dominado tan sólo por dos razas, con dos idiomas, con sólo dos religiones y una forma política, abrir un albergue a las ideas, hospitalidad a los nobles náufragos de Europa, –una esperanza, un campo al porvenir, –un derecho de ciudad a la razón, elevada por la soberanía de los pueblos a la altura de legislador del Nuevo Mundo.
No, jamás se ha visto campear a la razón, en un teatro más nuevo, más grandioso y más espléndido. Jamás se ha visto, a sólo dos razas diferentes, herederas, no de las tradiciones de la Europa, sino de las utopías de sus genios, ensayar los gérmenes de vida que contienen, y frente a frente, sin más barreras entre sí que el Océano que saluda y los Andes que se inclinan, levantarse como dos Titanes para disputarse los funerales o el porvenir de la civilización. No se había visto todavía a todo un mundo que marcha dejando atrás sus cementerios en Europa; –y que «deja a los muertos que entierren a sus muertos». –Como si el soplo creador que impulsaba a Colón, continuase soplando sobre la frente del Océano, así vemos a la América, bajel profético, navegar su rumbo sublime en línea recta, a pesar de algunos marineros temblorosos, no tras un paraíso de verdura y abundancia, ni buscando el camino a una cruzada, sino tras los Campos-Elíseos de la humanidad moderna, tras el cielo de la razón, que es la República en la tierra.
La cordillera de los Andes que extendiendo sus brazos a los polos, pretende abarcar la tierra con todas sus latitudes, y presentar perpendicularmente al Viejo-Mundo la barrera más portentosa que las entrañas del planeta levantaran, es la imagen del futuro coloso que mirando a ambos Océanos, elevará más alto que sus volcanes, no sólo el faro del viajero, sino el esplendor de la justicia.
Tal imagen, tal destino; –tal es nuestro deber, Americanos. No es tan sólo la magnitud de la cuna, ni las profecías de Colón, ni las riquezas de la creación derramadas en grande escala, el único impulso digno de agitar las almas de sus hijos; no es la herencia purificada de la historia, es el espectáculo del mundo antiguo revolviéndose en sus errores, es la tradición de la Independencia, es una concepción más grandiosa de la Divinidad y del destino del hombre libertado, el motivo que debe agitarnos para manifestar una creación moral no conocida, digna de tener por pedestal ese continente, –y por esperanza, la pacificación del mundo.
La paz es la unidad de la libertad.
Ha habido grandes iniciaciones en el mundo, –revoluciones que han cambiado su faz, cataclismos que parecían sumergir a la humanidad en el caos. La Grecia con su filosofía, su arte y su política, fijó en el firmamento de la historia, el astro más resplandeciente de la inteligencia y el más fecundo de heroísmo. Roma, con su espada, fue el arado terrible que abrió el surco sepulcral de una ciudad universal. Y los bárbaros vencedores del Imperio, aparecieron como imagen de pueblos convertidos en elementos que pasan como la tempestad sobre los monumentos del pasado.
Pero, ni en el Oriente antiguo, ni en Europa y en ninguna época, jamás se ha visto al más vasto continente dominado tan sólo por dos razas, con dos idiomas, con sólo dos religiones y una forma política, abrir un albergue a las ideas, hospitalidad a los nobles náufragos de Europa, –una esperanza, un campo al porvenir, –un derecho de ciudad a la razón, elevada por la soberanía de los pueblos a la altura de legislador del Nuevo Mundo.
No, jamás se ha visto campear a la razón, en un teatro más nuevo, más grandioso y más espléndido. Jamás se ha visto, a sólo dos razas diferentes, herederas, no de las tradiciones de la Europa, sino de las utopías de sus genios, ensayar los gérmenes de vida que contienen, y frente a frente, sin más barreras entre sí que el Océano que saluda y los Andes que se inclinan, levantarse como dos Titanes para disputarse los funerales o el porvenir de la civilización. No se había visto todavía a todo un mundo que marcha dejando atrás sus cementerios en Europa; –y que «deja a los muertos que entierren a sus muertos». –Como si el soplo creador que impulsaba a Colón, continuase soplando sobre la frente del Océano, así vemos a la América, bajel profético, navegar su rumbo sublime en línea recta, a pesar de algunos marineros temblorosos, no tras un paraíso de verdura y abundancia, ni buscando el camino a una cruzada, sino tras los Campos-Elíseos de la humanidad moderna, tras el cielo de la razón, que es la República en la tierra.
La cordillera de los Andes que extendiendo sus brazos a los polos, pretende abarcar la tierra con todas sus latitudes, y presentar perpendicularmente al Viejo-Mundo la barrera más portentosa que las entrañas del planeta levantaran, es la imagen del futuro coloso que mirando a ambos Océanos, elevará más alto que sus volcanes, no sólo el faro del viajero, sino el esplendor de la justicia.
Tal imagen, tal destino; –tal es nuestro deber, Americanos. No es tan sólo la magnitud de la cuna, ni las profecías de Colón, ni las riquezas de la creación derramadas en grande escala, el único impulso digno de agitar las almas de sus hijos; no es la herencia purificada de la historia, es el espectáculo del mundo antiguo revolviéndose en sus errores, es la tradición de la Independencia, es una concepción más grandiosa de la Divinidad y del destino del hombre libertado, el motivo que debe agitarnos para manifestar una creación moral no conocida, digna de tener por pedestal ese continente, –y por esperanza, la pacificación del mundo.
La paz es la unidad de la libertad.
–En
todo tiempo hemos visto imperar con más o menos fuerza, una idea, un dogma, un
principio, y también a un pueblo o a una raza, representantes de esa idea,
extender su poderío moral y material sobre las demás naciones. Pero todas esas
tentativas falaces de unidad, han llenado la fosa de los siglos con la sangre
más pura de la humanidad, tras el ensueño satánico de la monarquía universal.
Es
verdad, que siempre ha parecido ser necesario un centro para el movimiento
humano, así como un sol para la proyección de los planetas. Así también, una
capital parece ser necesaria para la administración de un Estado, como la
cabeza para coronar la organización del hombre.
Pero
¿qué es un centro, una capital, una cabeza? Es la manifestación, la
representación de la unidad. Hasta hoy se exige la representación material de
la unidad, confundiendo la idea con un símbolo. Se dice que la centralización
es necesaria bajo pretexto de unidad; que la monarquía es unidad; –que la
conquista es el sometimiento de la tierra a la unidad; –en una palabra, se ha
identificado esa idea, con el despotismo; –y la vitalidad de los pueblos ha
sido devorada por las capitales; –los derechos de la soberanía del hombre han sido
usurpados por la monarquía o por las facultades extraordinarias; –la
independencia de las razas ha sido violada en obsequio a la codicia, vanidad u
orgullo de las naciones fuertes: –y la conciencia, el libre pensamiento, en
fin, han sido el objeto constante de ataque espiritual y material de las
teocracias: todo esto bajo pretexto de unidad.
Si tal
es la unidad, no la queremos. No es ésa la idea que buscamos. Tal era la unidad
de la conquista, destronada por nuestros padres en los campos de la Independencia.
La unidad que buscamos es la identidad del derecho y la asociación del derecho.
No queremos ejecutivosmonarquías, ni centralización despótica, ni conquista,
ni pacificación teocrática. Mas la unidad que buscamos, es la asociación de las
personalidades libres, hombres y pueblos, para conseguir la fraternidad
universal.
Tal es
la idea que nosotros podemos llamar el centro del movimiento Americano, la
capital de la futura Confederación, el Capitolio de la libertad.
¿Hay
hoy alguna nación que represente esa idea? Sé que hay algunas que pretenden
representar la iniciación del mundo. Pero obras pedimos y no palabras,
prácticas y no libros, instituciones, costumbres, enseñanza, y no promesas
desmentidas.
Vemos
imperios que pretenden renovar la vieja idea de la dominación del globo. El
Imperio Ruso y los Estados-Unidos, potencias ambas colocadas en las
extremidades geográficas, así como lo están en las extremidades de la política,
aspiran, el uno por extender la servidumbre Rusa con la máscara del
Paneslavismo, y el otro la dominación del individualismo Yankee. La Rusia está
muy lejos, pero los Estados-Unidos están cerca. La Rusia retira sus garras para
esperar en la acechanza; pero los Estados-Unidos las extienden cada día en esa
partida de caza que han emprendido contra el Sur. Ya vemos caer fragmentos de
América en las mandíbulas sajonas del boa magnetizador, que desenvuelve sus
anillos tortuosos. Ayer Tejas, después el Norte de Méjico y el Pacífico saluda
a un nuevo amo. Hoy las guerrillas avanzadas despiertan el Istmo, y vemos a
Panamá vacilar suspendida, mecer su destino en el abismo y preguntar: ¿seré del
Sur, seré del Norte?
He ahí
un peligro. El que no lo vea, renuncie al porvenir. ¿Habrá tan poca conciencia
de nosotros mismos, tan poca fe de los destinos de la raza Latino-Americana,
que esperemos a la voluntad ajena y a un genio diferente para que organice y
disponga de nuestra suerte? ¿Hemos nacido tan desheredados de los dotes de la
personalidad, que renunciemos a nuestra propia iniciativa, y sólo creamos en la
extraña, hostil y aún dominadora iniciación del individualismo? –No lo creo,
pero ha llegado el momento de los hechos. Ha llegado el momento histórico de la
unidad de la América del Sur; se abre la segunda campaña, que a la
Independencia conquistada, agregue la asociación de nuestros pueblos. El
peligro de la Independencia y la desaparición de la iniciativa de nuestra raza,
es un motivo. El otro motivo que invoco no es menos importante.
Hemos indicado
la acefalia del mundo en nuestros días. La historia vegeta, repitiendo viejos
ensayos, renovando momias, desenterrando cadáveres. Sólo vemos una ciencia
política: el despotismo, el sable, el maquiavelismo, la conquista, el silencio.
La ciencia europea nos revela los secretos y las fuerzas de la creación para
mejor dominarla; pero ¡fenómeno extraño! en ninguna faz histórica la
personalidad ha aparecido más pequeña en medio de tanto esplendor inteligente.
Parece que la ciencia cooperase a precipitar en el torrente de la fatalidad a
la noble causa de la libertad del hombre. La materia obedece, el tiempo y el
espacio se conquistan, los goces y el bienestar se extienden, pero la
espontaneidad se olvida, la originalidad desaparece, el espíritu de creación espanta.
Parece que el Viejo-Mundo trabajase en cavar una fosa y elevar un mausoleo, a
la personalidad para presentarse sobre el desarrollo de los siglos como una
especie nueva del reino animal. Las masas, los gobiernos, aparecen hoy día como
acordes, y el sufragio universal de la vieja Europa consagra una alianza
fementida en la abdicación de la soberanía del pueblo.
Pero la
América vive, la América latina, sajona e indígena protesta, y se encarga de
representar la causa del hombre, de renovar la fe del corazón, de producir en
fin, no repeticiones más o menos teatrales de la edad-media, con la jerarquía
servil de la nobleza, sino la acción perpetua del ciudadano, la creación de la
justicia viva en los campos de la República.
A
cualquier punto del horizonte que vuelva la vista el hijo de América, no verá
sino a la América en actitud de desplegar sus alas para salvar el mar rojo de
la historia. Recibamos el aliento que nos impulsa. Comprendamos que el momento
iniciador del Nuevo-Mundo se presenta. Somos independientes por la razón y la
fuerza. De nadie dependemos para ser grandes y felices. A nadie debemos esperar
para emprender la marcha, cuando la conciencia, la naturaleza y el deber dicen
al mundo Americano: Llegó la hora de tus grandes días. Cuando el mundo abdica,
tú no has desesperado de la forma política de la justicia. A pesar de tus
caídas, jamás has renegado la responsabilidad de un pueblo libre. Purificas tu
suelo de los legados de la conquista. Ya no hay esclavos en las Repúblicas del
Sur. Arrancas a pedazos el manto de Loyola. Derribas las barreras que separaban
a los pueblos. La palabra circula en tus valles, visita las orillas de los
grandes ríos, y brilla en los Andes para contemplar el firmamento poblado por
la palabra de Dios. ¡Adelante, mundo de Colón, América de Maipo, Carabobo y de
Ayacucho!
Pero
para arrancar a la conciencia de un continente sus secretos, al porvenir sus
misterios, para crear nuestros destinos, la unión es necesaria; –unidad de
ideas por principio y la asociación como medio.
Permitid
que insista. Tenemos que desarrollar la independencia, que conservar las
fronteras naturales y morales de nuestra patria, tenemos que perpetuar nuestra
raza Americana y Latina, que desarrollar la República, desvanecer las
pequeñeces nacionales para elevar la gran nación Americana, la Confederación
del Sur. Tenemos que preparar el campo con nuestras instituciones y libros a
las generaciones futuras. Debemos preparar esa revelación de la libertad que
debe producir la nación más homogénea, más nueva, más pura, extendida en las
pampas, llanos y sábanas, regadas por el Amazonas, el Plata y sombreadas por
los Andes. Y nada de esto se puede conseguir sin la unión, sin la unidad, sin
la asociación.
Y todo
esto, fronteras, razas, República y nueva creación moral, todo peligra, si
dormimos. Los Estados Des-Unidos de la América del Sur, empieza a divisar el
humo del campamento de los Estados-Unidos. Ya empezamos a sentir los pasos del
coloso que sin temer a nadie, cada año, con su diplomacia, con esa siembra de
aventureros que dispersa; con su influencia y su poder crecientes que magnetiza
a sus vecinos, con las complicaciones que hace nacer en nuestros pueblos; con
tratados precursores, con mediaciones y protectorados; con su industria, su
marina, sus empresas; acechando nuestras faltas y fatigas; aprovechándose de la
división de las Repúblicas; cada año más impetuoso y más audaz, ese coloso
juvenil que cree en su imperio, como Roma también creyó en el suyo, infatuado
ya con la serie de sus felicidades, avanza como marea creciente que suspende
sus aguas para descargarse en catarata sobre el Sur.
Ya
resuena por el mundo ese nombre de los Estados-Unidos, contemporáneo de
nosotros y que tan atrás nos ha dejado. Los hijos de Pen y Washington hicieron
época, cuando reunidos en Congreso proclamaron la más grande y bella de las
constituciones existentes y aún antes de la revolución francesa. Entonces
regocijaron a la humanidad adolorida, que desde su lecho de tormento, saludó a
la República del Atlántico como una profecía de la regeneración de la Europa.
El libre pensamiento, el self government, la franquicia moral y la tierra
abierta al emigrante, han sido las causas de su engrandecimiento y de su
gloria. Fueron el amparo de los que buscaban el fin de la miseria, de los que
huían de la esclavitud feudal y teocrática de Europa; sirvieron de campo a las
utopías, a todos los ensayos: de templo en fin a los que aspiran por regiones
libres para sus almas libres. Ése fue el momento heroico en sus anales. Todo
creció: riqueza, población, poder y libertad. Derribaron las selvas, poblaron
los desiertos, recorrieron todos los mares. Despreciando tradiciones y
sistemas, y creando un espíritu devorador del tiempo y espacio, han llegado a
formar una nación, un genio particular. Volviendo sobre sí mismos y
contemplándose tan grandes, han caído en la tentación de los Titanes,
creyéndose ser los árbitros de la tierra y aun los contemptores del Olimpo. La
personalidad infatuada desciende al individualismo, su exageración al egoísmo;
y de aquí, a la injusticia y a la dureza de corazón no hay más que un paso.
Pretenden en sí mismos concentrar el universo. El Yankee reemplaza al
Americano, el patriotismo romano al de la filosofía, la industria a la caridad,
la riqueza a la moral, y su propia nación a la justicia. No abolieron la
esclavitud en sus estados, no conservaron las razas heroicas de sus indios, ni
se han constituido en campeones de la causa universal, sino del interés
Americano, del individualismo sajón. Se precipitan sobre el Sur, y esa nación
que debía haber sido nuestra estrella, nuestro modelo, nuestra fuerza, se
convierte cada día en una amenaza de la AUTONOMÍA de la América del Sur.
He ahí
algo de providencial que nos estimula para que entremos al palenque, y no
podemos hacerlo sino unidos. ¿Cuáles serán nuestras armas, nuestra táctica?
Nosotros que buscamos la unidad, incorporaremos en nuestra educación los
elementos vitales que contiene la civilización del Norte. Procuraremos
completar lo más posible al ser humano, aceptando todo lo bueno, desarrollando
las facultades que forman la belleza o constituyen la fuerza de otros pueblos.
Hay manifestaciones diferentes pero no hostiles de la actividad del hombre.
Reunirlas, asociarlas, darles unidad, es el deber. La ciencia y la industria,
el arte y la política, la filosofía y la naturaleza deben marchar de frente,
así como en el pueblo deben vivir inseparables todos los elementos que
constituyen la soberanía: el trabajo, la asociación, la obediencia y la
soberanía indivisible. Por eso no despreciaremos, sino que nos incorporaremos,
todo aquello que resplandece en el genio y en la vida de la América del Norte.
No debemos despreciar bajo pretexto de individualismo todo lo que forma la
fuerza de esa raza. Cuando los romanos quisieron formar una marina, tomaron por
modelo a un buque cartaginés; cambiaron su espada por la española, se
apoderaron de la ciencia, filosofía, y arte de los griegos sin abdicar su
genio, y abrieron un templo a las divinidades de los pueblos mismos a quienes
combatían, como para asimilarse, el genio de las razas y la fuerza de todas las
ideas. Del mismo modo nosotros debemos apoderarnos del hacha del Yankee para
desmontar la tierra; debemos enfrenar la anarquía con la libertad, único
Hércules capaz de domeñar esa hidra; derribar el despotismo con la libertad,
único Bruto capaz de extinguir a todos los tiranos. Y todo esto lo posee el
Norte porque es libre, porque se gobierna a sí mismo, porque sobre todas las
sectas y religiones impera un principio común que las domina, que es la
libertad del pensamiento y el gobierno del pueblo. No hay entre ellos religión
del Estado porque la religión del Estado es el Estado: la soberanía del pueblo.
Tal espíritu, tales elementos debemos asimilarnos, debemos agregar a lo que nos
caracteriza. Es así como las ideas, esas divinidades sin conciencia que vagan
por las selvas y cordilleras de la América, aparecerán un día en el foro de la
República del Sur.
No
temamos el movimiento. Respiremos el aura viril que hace flamear el pabellón de
las estrellas; sintamos hervir en nuestras venas el germen de todas las
empresas; oigamos resonar en nuestras regiones silenciosas el estrépito de las
ciudades que se levantan, las emigraciones atraídas por la libertad; y en las
plazas y bosques, en las escuelas y congreso se repita con la fuerza de la
esperanza: ¡adelante!, ¡adelante!
Que más
rápido que el camino de hierro y que el telégrafo eléctrico, el pensamiento de
los hijos del Sur, unísono en sus miras, palpite armónicamente en nuestros
pueblos para dar un centro, una capital, un corazón a ese mundo sobre quien se
ciernen tantas bendiciones.
Es para
cooperar a ese fin que os he convocado.
No nos
creamos tan desnudos de obras morales, de modo que nuestra pequeñez nos
desanime.
Conocemos
las glorias y aun la superioridad del Norte, pero también nosotros tenemos algo
que colocar en la balanza de la justicia.
Podemos
decirle:
Todo os
ha favorecido. Sois los hijos de los primeros hombres de la Europa moderna, de
aquellos héroes de la Reforma que cargando el antiguo testamento atravesaron
las grandes aguas para levantar un altar al Dios de la conciencia. Una raza de
caballeros salvajes os recibió con la hospitalidad primitiva. Una naturaleza
fecunda y tierras vírgenes sin fin, multiplicaban vuestros esfuerzos. Nacíais y
erais bautizado en las florestas primitivas con el entusiasmo de una nueva fe,
iluminados con la prensa, con la libertad de la palabra y recompensados con la
abundancia. Recibíais una educación viril, que era la idea y la práctica de la
soberanía. Lejos de reyes y siendo todos reyes, lejos de las castas raquíticas
de Europa, de sus hábitos de servilidad y de sus costumbres de domesticidad,
crecíais con el vigor de una nueva creación. Erais libres; quisisteis ser
independientes, –y lo fuisteis. Albión retrocedió ante los héroes de Plutarco
que os constituyeron en la federación más grande.
No así
nosotros.
Fueron
los hombres de Felipe II que en la nave del concilio de Trento atravesaron el
océano para hacer con la espada el desierto de razas y naciones. Cuadros de
explotadores fueron los que delinearon las ciudades. Las llamas de la ortodoxia
eclipsaban el resplandor de las cordilleras, y esos hombres cebados en las
carnicerías de Granada y en los bosques de los Países Bajos, convertidos en
patíbulos de herejes, fueron los legisladores, los institutores de la América
del Sur. Cuna de hierro fue nuestra cuna, sangre de naciones fue nuestro
bautismo, himno de terror fue el cántico que saludó nuestros primeros pasos.
Aislados del universo, sin más luz que la que permitía el cementerio del
Escorial, sin más voz humana que la de obediencia ciega, pronunciada por la
milicia del Papa, los frailes y la milicia del Rey, los soldados, tal fue
nuestra educación. En silencio crecíamos, con espanto nos mirábamos. Extendieron
una piedra funeral sobre el continente, y sobre ella pusieron el peso de diez y
ocho siglos de servidumbre y decadencia. Y a pesar de eso, hubo palabra, hubo
luz en las entrañas del dolor, y rompimos la piedra sepulcral, y hundimos esos
siglos en el sepulcro de los siglos que nos habían destinado. Tal fue el
arranque, tal fue la revelación o inspiración de la República.
Con
tales antecedentes, este resultado merece ser colocado en la balanza con la
América del Norte.
En
seguida hemos tenido que organizarlo todo. Hemos tenido que consagrar la
soberanía del pueblo en las entrañas de la educación teocrática. Hemos tenido
que luchar contra el sable infecundo, que infatuado con sus triunfos, creyó
encontrar los títulos de legislador en su tajante acero. Hemos tenido que
despertar a las masas a riesgo de ser sofocados con la fatalidad de su peso,
para iniciarlas en la vida nueva, dándoles la soberanía del sufragio. Hemos
hecho desaparecer la esclavitud de todas las Repúblicas del Sur, nosotros los
pobres, y vosotros los felices y los ricos no le habéis hecho; hemos
incorporado e incorporamos a las razas primitivas, formando en el Perú la casi
totalidad de la nación, porque las creemos nuestra sangre y nuestra carne, y
vosotros las extermináis jesuíticamente. Vive en nuestras regiones algo de esa
antigua humanidad y hospitalidad divinas; en nuestros pechos hay espacio para
el amor del género humano. No hemos perdido la tradición de la espiritualidad
del destino del hombre. Creemos y amamos todo lo que une; preferimos lo social
a lo individual, la belleza a la riqueza, la justicia al poder, el arte al
comercio, la poesía a la industria, la filosofía a los textos, el espíritu puro
al cálculo, el deber al interés. Somos de aquellos que creemos ver en el arte,
en el entusiasmo por lo bello, independientemente de sus resultados, y en la
filosofía, los resplandores del bien soberano. No vemos en la tierra, ni en los
goces de la tierra el fin definitivo del hombre; y el negro, el indio, el
desheredado, el infeliz, el débil, encuentra en nosotros el respeto que se debe
al título y a la dignidad del ser humano.
Hé ahí
lo que los Republicanos de la América del Sur se atreven a colocar en la
balanza, al lado del orgullo, de las riquezas y del poder de la América del
Norte.
Pero
nuestra inferioridad es latente. Es necesario desarrollarla. La del Norte es
presente y se desarrolla. Esto quiere decir que el tiempo golpea nuestras
fronteras para llamar las nacionalidades a la acción.
Así
como Catón, el censor, terminaba todos sus discursos con una frase destructora,
«delenda est Cartago», así, al fin de todos los raciocinios, uno es el
pensamiento creador que se presenta: la necesidad de la Unión Americana.
¿Quién
ha brillado más en la historia que la Grecia? Poseedora en alto grado de todos
los elementos y condiciones que pueden presentar al hombre en la plenitud de
sus facultades asociadas en el goce completo de la personalidad, sucumbe por la
división y la división apaga la luz que su heroísmo conquistara. Nosotros
nacemos y, al nacer, en la cuna nos asaltan las serpientes. Tenemos, como
Hércules, que ahogarlas; –y esas serpientes son la anarquía, la división, las
pequeñeces nacionales. El campo nos provoca para realizar los doce trabajos
simbólicos del héroe. Los monstruos espían en la selva de nuestras
preocupaciones, la hora y la prolongación del letargo. Las columnas de Hércules
están hoy en Panamá. Y Panamá simboliza la frontera, la ciudadela, y el destino
de ambas Américas. Unidos, Panamá será el símbolo de nuestra fuerza, el
centinela de nuestro porvenir. Des-Unidos, será el nudo gordiano cortado por el
hacha del Yankee y que le dará la posesión del imperio, el dominio del segundo
foco de la elipsis, que describen la Rusia y los Estados-Unidos en la geografía
del globo.
Además
del interés que tenemos en unirnos para desarrollar la República y dar una
marcha normal a las naciones, además de la gloria que nos espera si arrebatamos
la iniciativa en este momento histórico, exhausto de libertad en el Viejo
Mundo, los intereses geográficos, territoriales, la propiedad de nuestras
razas, el teatro de nuestro genio, todo eso nos impulsa a la unión, porque todo
está amenazado en un porvenir y no remoto por la invasión ayer jesuítica, hoy
descarada de los Estados-Unidos.
Walker
es la invasión, Walker es la conquista, Walker son los Estados-Unidos.
¿Esperaremos que el equilibrio de fuerza se incline de tal modo al otro lado,
que la vanguardia de aventureros y piratas de territorios, llegue a asentarse
en Panamá, para pensar en nuestra unión? Panamá es el punto de apoyo que busca
el Arquímedes Yankee para levantar a la América del Sur y suspenderle en los
abismos para devorarla a pedazos. Ni la antigua Colombia bastaría a contener el
desborde sajón, una vez rotos los diques, dueños de la llave de los dos Océanos
y de las costas y desembocaduras de los grandes ríos. Después el Perú, sería el
amenazado, como ya lo es por su Amazonas. Entonces veríamos de qué peso sería
Bolivia, Chile, las Repúblicas del Plata. Entonces veríamos cuál sería nuestro
destino en vez del de la gran unión del Continente. La unión es deber, la
unidad de miras es prosperidad moral y material, la asociación es una
necesidad, aún más diría, nuestra unión, nuestra asociación debe ser hoy el
verdadero patriotismo de los Americanos del Sur.
No se
crea tal idea un imposible. No hace medio siglo, que los hijos del Plata y del
Orinoco, del Guayas y del Magdalena, que los descendientes de Atahualpa y de
Caupolicán se abrazaban en los días de muerte y de victoria, por espacio de 12
años y en las cimas de los Andes. Entonces la patria se llamaba Independencia.
¿Por qué hoy, cuando se trata de conservar las condiciones físicas y morales
del derecho y del porvenir de esa Independencia, no hemos de volver a sentir
esa alma Americana que iluminó nuestro nacimiento con los resplandores de todas
las campañas, desastres y victorias de los años terribles? –Sí. –Hoy la patria
se llamará CONFEDERACIÓN, para la segunda campaña, para abrir la era de una
nueva manifestación de gloria.
Otra
consideración más elevada y más profunda tengo también que presentaros.
¿Qué es
lo que se pierde en Europa? La personalidad. ¿Por qué causa? Por la división.
Se puede decir, sin temor de asentar una paradoja, que el hombre de Europa, se
convierte en instrumento, en función, en máquina, o en elemento fragmentario de
una máquina. Se ven cerebros y no almas; –se ven inteligencias y no ciudadanos;
–se ven brazos y no humanidad; reyes, emperadores, y no pueblos; se ven masas y
no soberanía; se ven súbditos y lacayos por un lado, y no soberanos. El
principio de la división del trabajo, exagerado, y trasportado de la economía
política a la sociabilidad, ha dividido la indivisible personalidad del hombre,
ha aumentado el poder y las riquezas materiales, y disminuido el poder y las
riquezas de la moralidad; y es así como vemos los destrozos del hombre flotando
en la anarquía y fácilmente avasallados por la unión del despotismo y de los
déspotas.
Huyamos
de semejante peligro. Salvar la personalidad en la armonía de todas sus
facultades, funciones y derechos, es otra empresa sublime digna de los que han
salvado la República a despecho de la vieja Europa. Todo pues nos habla de
unidad, de asociación y de armonía: la filosofía, la libertad, el interés
individual, nacional y continental. Basta de aislamiento. Huyamos de la soledad
egoísta que facilita el camino a la misantropía, a los pensamientos pequeños,
al despotismo que vigila y a la invasión que amenaza.
Uno es
nuestro origen y vivimos separados. Uno mismo nuestro bello idioma y no nos
hablamos. Tenemos un mismo principio y buscamos aislados el mismo fin. Sentimos
el mismo mal y no unimos nuestras fuerzas para conjurarlo. Columbramos idéntica
esperanza y nos volvemos las espaldas para alcanzarla, tenemos el mismo deber y
no nos asociamos para cumplirlo. La humanidad invoca en sus dolores por la era
nueva, profetizada y preparada por sus sabios y sus héroes; –por la juventud
del mundo regenerado, por la unidad del dogma y de la política, por la paz de
las naciones y la pacificación del alma, ¿y nosotros, que parecíamos
consagrados para iniciar la profecía, nosotros olvidamos esos sollozos, ese
suspiro colosal del planeta, que invoca por ver a la América revestida de
justicia y derramando la abundancia del alma y de sus regiones, sobre todos los
hambrientos de justicia?
No,
americanos, no hermanos, que vivimos esparcidos en esa cuna grandiosa mecida
por los dos Océanos.
La
asociación es la ley, es la forma necesaria de la personalidad en sus
relaciones. En paz o en guerra, para acrecentar nuestro ser, para
perfeccionarnos, la asociación es necesaria. Aislarse es disminuirse. Crecer es
asociarse. Nada tenemos que temer de la unión y sí mucho que esperar. ¿Cuáles
son las dificultades? Creo que tan sólo el trabajo de propagar la idea. ¿Qué
nación o qué gobierno Americano se opondrían? ¿Qué razón podrían alegar? ¿La
independencia de las nacionalidades? Al contrario, la confederación lo
consolida y desarrolla, porque desde el momento que existiese la representación
legal de la América, cuando viésemos esa capital moral, centro, concentración y
foco de la luz de todos nuestros pueblos, la idea del bien general, del bien
común, apareciendo con autoridad sobre ellos, las reformas se facilitarían, la
emulación del bien impulsaría, y la conciencia de la fuerza total, de la gran
confederación, fortificaría la personalidad en todos los ámbitos de América.
–No veo sino pequeñez en el aislamiento; –no veo sino bien en la asociación. La
idea es grande, el momento oportuno, ¿por qué no elevaríamos nuestras almas a esa
altura?
Sabemos
que la Rusia es la barbarie absolutista, pero los Estados-Unidos olvidando la
tradición de Washington y Jefferson son la barbarie demagógica. Hoy se presenta
a nuestra vista el más vasto palenque de dos razas, de dos ideas en el campo
más vasto del mundo para disputarse la soberanía territorial y el imperio del
porvenir. El Norte sajón condensa sus esfuerzos, unifica sus tentativas,
armoniza los elementos heterogéneos de su nacionalidad para alcanzar la
posesión de su Olimpo, que es el dominio absoluto de la América. Ha creado su
diplomacia, ahoga la responsabilidad de sus actos con las palpitaciones
egoístas de una fiebre invasora; y de su prensa, de sus meetings sale la voz
profética de una cruzada filibustera que promete a sus aventureros las regiones
del sur y la muerte de la iniciativa Sur-Americanas. ¿Y nosotros que tenemos
que dar cuenta a la Providencia de las razas indígenas, nosotros que tenemos
que presentar el espectáculo de la República identificada con la fuerza y la
justicia, nosotros que creemos poseer el alma primitiva y universal de la
humanidad, una conciencia para todos los resplandores del ideal, nosotros en
fin, llamados a ser la iniciativa del mundo por un lado y por otro la barrera a
la demagogia y al absolutismo y la personificación del porvenir más bello,
abdicaremos, cruzaremos los brazos, no nos uniremos para conseguirlo? –¿Quién
de nosotros, conciudadanos, no columbra los elementos de la más grande de las
epopeyas en ese estremecimiento profético que conmueve al Nuevo-Mundo?
Debemos,
pues, presentar el espectáculo de nuestra unión Republicana. Todo clama por la
unidad. La América pide una autoridad moral que la unifique. La verdad exige
que demos la educación de la libertad a nuestros pueblos; un gobierno, un
dogma, una palabra, un interés, un vínculo solidario que nos una, una pasión
universal que domine a los elementos egoístas, al nacionalismo estrecho y que
fortifique los puntos de contacto. Los bárbaros y los pobres esperan ese
Mesías; los desiertos, nuestras montañas, nuestros ríos claman por el futuro
explotador; y la ciencia, y aún el mundo prestan oído para ver si viene una
gran palabra de la América: Y esa palabra será, la asociación de las
Repúblicas.
¿Cómo
iniciar esta idea?
Es para
eso que os he convocado, creyendo de antemano que aceptaréis este proyecto,
para que cada uno de vosotros, según sus esfuerzos, coopere a su propaganda, en
sus patrias respectivas.
He aquí
lo que propongo:
Proponer
y pedir la formación de un Congreso Americano.
La
primera nación que proclame esa idea, puede ofrecer su hospitalidad a la
primera reunión, y oficiar a las demás Repúblicas para que envíen sus
representantes.
Cada
República enviará igual número de representantes. Puede fijarse el mínimum a
cinco.
Reunido
el Congreso con autoridad legal para entender en todo lo relativo a lo que sea
común, ese Congreso puede determinar la capital Americana. Sus determinaciones
no tendrán fuerza de ley sin la aprobación particular de los Estados.
Siendo
el Congreso la autoridad moral, la norma de las reformas y del espíritu que
debe imperar en la Confederación, debe aceptar como base de sus trabajos, el
reconocimiento de la soberanía del pueblo, y la separación absoluta de la
Iglesia y del Estado.
Siendo
el Congreso el símbolo de la unión y de la iniciación, se ocupará especialmente
de los puntos siguientes, que procurará convertir en leyes particulares de cada
Estado:
1º La
ciudadanía universal. Todo Republicano puede ser considerado como ciudadano en
cualquier República que habite.
2º Presentar
un proyecto de código internacional.
3º Un
pacto de alianza federal y comercial.
4º La
abolición de las aduanas inter-Americanas.
5º
Idéntico sistema de pesos y medidas.
6º La
creación de un tribunal internacional, o constituirse el mismo Congreso en
tribunal, de modo que no pueda haber guerra entre nosotros, sin haber antes
sometido la cuestión al Congreso y esperado su fallo, a menos en el caso de
ataque violento.
7º Un
sistema de colonización.
8º Un
sistema de educación universal y de civilización para los bárbaros.
9º La
formación de libro americano.
10º La
delimitación de territorios discutidos.
11º La
creación de una Universidad Americana, en donde se reunirá todo lo relativo a
la historia del Continente, al conocimiento de sus razas, lenguas americanas,
&c.
12º
Presentar el plan político de las reformas, en el cual se comprenderán el
sistema de contribuciones, la descentralización, y las formas de la libertad
que restituyan a la universalidad de los ciudadanos las funciones que usurpan o
han usurpado las constituciones oligárquicas de la América del Sur.
13º Que
ese Congreso sea declarado el representante de la América en caso de conflicto
con las naciones extrañas.
14º El
Congreso fijará el lugar de su reunión y el tiempo, organizará su presupuesto,
creará un diario americano. Es así como creemos que de iniciador se convierta
un día en verdadero legislador de la América del Sur.
15º Una
vez fijadas las atribuciones unificadoras del Congreso Americano y ratificadas
por la unanimidad de las Repúblicas, el Congreso podrá disponer de las fuerzas
de los Estados-Unidos del Sur, sea para la guerra, sea para las grandes
empresas que exige el porvenir de la América.
16º Los
gastos que exija la Confederación, serán determinados por el Congreso y
repartidos en las Repúblicas a prorrata de sus presupuestos.
17º
Además de las elecciones federales para representantes del Congreso, puede
haber elecciones unitarias de todas las Repúblicas, sea para nombrar un
representante de la América, un generalísimo de sus fuerzas, o bien sea para
votar las proposiciones universales del Congreso.
18º En
toda votación general sobre asuntos de la Confederación, la mayoría será la
suma de los votos individuales y no la suma de los votos nacionales. Esta
medida unirá más los espíritus.
Epílogo.
Así
como Colón se apoderó de todas las tradiciones, leyendas y poesías de la
antigüedad que indicaban un mundo perdido u olvidado para fecundizar su
inspiración y sus cálculos científicos; respirando, se puede decir, en la
atmósfera de la tierra completada por su genio, y abrazando a la geografía, a
las razas, a las ideas, con las llamas de un cosmopolitismo religioso, para
salvar el misterio del Océano indefinido; así nosotros, poseedores de toda
latitud y todo clima, herederos de la tradición purificada, incorporando en
nuestra vida las armonías de las razas, y vivificando con la razón y con el
alma la solidaridad del género humano en la libertad civil, política y
religiosa, tomaremos el vuelo para salvar ese océano de sangre y de tinieblas
que se llama historia, fundar la nueva era del mundo y descubrir el paraíso de
la pacificación y libertad.
Que más
alto que los Andes, el fanal del Nuevo Mundo se levante; –que llegue su luz
matinal a los espíritus que gimen en Europa, y que esa luz sea la antorcha de
la hospitalidad y de la ciudadanía. Que caigan las barreras del espíritu y del
cuerpo, la intolerancia y las aduanas.
Todo
pensamiento de la América debe corresponder al desarrollo democrático del deber
y del derecho. Que el hombre y los pueblos en nuestras regiones, despierten
amamantados por las lecciones de la juventud inmortal de la naturaleza, sin
conocer más tradiciones y recuerdos que el ruido que hace el Viejo-Mundo
despeñándose en sus antiguos precipicios. Sepamos contemplar a la humanidad
doliente, que cual otro Prometeo protesta encadenado en Asia, África y Europa,
dormitando bajo el peso de la naturaleza sin la libertad, o bajo la ciencia de
la fuerza y del engaño, y que espera quizás la revelación de la justicia por la
boca de todo un Continente, para proclamarse emancipada. Que más libre que el
Cóndor, despliegue la razón sus alas, y de volcán en volcán, de playa en playa,
recorriendo con su organización predestinada a todo clima, sacuda la
somnolencia, impulse a los que vigilan y derrame los efluvios de su luz en la
conciencia de todo hombre.
Nuestros
padres tuvieron un alma y una palabra para crear naciones; tengamos esa alma
para formar la nación Americana, la confederación de las Repúblicas del Sur,
que puede llegar a ser el acontecimiento del siglo y quizás el hecho precursor
inmediato de la era definitiva de la humanidad. Álcese una voz cuyos acentos
convoquen a los hombres de los cuatro vientos, para que vengan a revestir la
ciudadanía Americana. Que del foro grandioso del Continente unido, salga una
voz: ¡adelante! –¡adelante en la tierra poblada, surcada, elaborada: adelante con
el corazón ensanchado para servir de albergue a los proscritos y emigrantes:
adelante con la inteligencia para arrancar los tesoros del oro inagotable,
depositados por Dios en las entrañas de los pueblos libres; adelante con la
voluntad para que se vea en fin la religión del heroísmo, vencedora de la
fatalidad, vencedora de los hechos y vencedora de las victorias de los
malvados!
¿Qué
queremos? Libertad y unión. Libertad sin unión es anarquía. Unión sin libertad
es despotismo. La libertad y la unión será la Confederación de las Repúblicas.
Somos
pequeños si contamos nuestros años, pero grandes si comprendemos lo que se ha
hecho; somos pequeños si contamos el número de nuestros habitantes, pero no lo
somos si calculamos esa población y su espíritu, tan despojado de tradiciones y
de errores, somos pobres en capitales adquiridos y los más ricos si la
asociación y el trabajo despertaran; somos pequeños bajo el cielo o ante la faz
del Omnipotente, pero sublimes si verdaderos intérpretes del Ser, nos ponemos
en camino, cargando el testamento de la perfección del género humano.
Llegando
a este grado en la conciencia del destino, nuestra causa llega a ser una
religión, Americanos, porque sería la iniciativa de una creación moral, la
formación de un vínculo divino, para acrecentar el bien en todos y el mejor de
todos los bienes, la libertad y la solidaridad del hombre.
Tal es
el fin. Espero que todos nosotros, poseídos de la verdad, de la necesidad, de
la utilidad del fin propuesto, cooperemos según nuestras fuerzas a su
realización.
FRANCISCO
BILBAO
[1] Francisco de Sales Bilbao Barquín
(1823-1865), nacido en Santiago de Chile y fallecido en Bs.As. Argentina.
Filósofo revolucionario americano, socialista y republicano, activista
antimonárquico y anticlerical, en particular antijesuita, propagador de la
leyenda negra antiespañola, quien conjuntamente con Domingo Faustino Sarmiento
proclamó para el Continente Americano el “ideal de la despañolización” y quizá
el primero en introducir el concepto de «América latina» («la raza
Latino-Americana», «pero la América vive, la América latina, sajona e indígena
protesta», «tenemos que perpetuar nuestra raza Americana y Latina», en su
alegato «Iniciativa de la América», pronunciado en París el 22 de junio de
1856) y el concepto de «Estados Des-Unidos» (en ese mismo texto) para referirse
a las Repúblicas Hispanoamericanas, considerado por algunos como el Apóstol de
la libertad en América.
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