JOSÉ GERVASIO ARTIGAS
"LOS PUEBLOS DEBEN SER LIBRES"
Discurso inaugural de Artigas al Congreso de abril de
1813
“Ciudadanos: El resultado de la campaña pasada me puso al
frente de vosotros por el voto sagrado de vuestra voluntad general. Hemos
recorrido 17 meses cubiertos de la gloria y la miseria, y tengo la honra de
volver a hablaros en la segunda vez que hacéis uso de vuestra soberanía. En ese
período yo creo que el resultado correspondió a vuestros designios grandes. El
formará la admiración de las edades. Los portugueses no son los señores de
nuestro territorio. De nada habrían servido nuestros trabajos, si con ser
marcados con la energía y constancia no tuviesen por guía los principios
inviolables del sistema que hizo su objeto.
Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa por vuestra
presencia soberana. Vosotros estáis en el pleno goce de vuestros derechos: ved
ahí el fruto de mis ansias y desvelos, y ved ahí también todo el premio. Yo
tengo la satisfacción honrosa de presentaros de nuevo mis sacrificios y
desvelos, si gustáis hacerlo estable. Nuestra historia es la de los héroes. El
carácter constante y sostenido que habéis ostentado en los diferentes lances
que ocurrieron, anunció al mundo la época de la grandeza. Sus monumentos
majestuosos se hacen conocer desde los muros de nuestra ciudad hasta las
márgenes del Paraná. Cenizas y ruinas, sangre y desolación, he ahí el cuadro de
la Banda Oriental, y el precio costoso de su regeneración. Pero ella es pueblo
libre.
El estado actual de sus negocios es demasiado crítico
para dejar de reclamar su atención. La asamblea general tantas veces anunciada
empezó ya sus sesiones en Buenos Aires. Su reconocimiento nos ha sido
ordenado. Resolver sobre este particular ha dado motivo a esta congregación,
porque yo ofendería altamente vuestro carácter y el mío, vulneraría enormemente
vuestros derechos sagrados, si pasase a decidir por mí una materia reservada
sólo a vosotros. Bajo ese concepto, yo tengo la honra de proponeros los tres
puntos que ahora deben hacer objeto de vuestra expresión soberana.
1º. Si debemos proceder al reconocimiento de la Asamblea
General antes del allanamiento de nuestras pretensiones
encomendadas a vuestro diputado don Tomás García de Zúñiga.
2º. Proveer de mayor número de diputados que sufraguen
por este territorio en dicha asamblea.
3º. Instalar aquí una autoridad que restablezca la
economía del país.
Para facilitar el acierto en la resolución del primer
punto, es preciso observar que aquellas pretensiones fueron hechas consultando
nuestra seguridad ulterior. Las circunstancias tristes a que nos vimos
reducidos por la expulsión de Sarratea, después de sus violaciones en el Ayuí,
eran un reproche tristísimo a nuestra confianza desmedida, y nosotros cubiertos
de laureles y de glorias, retornábamos a nuestro hogar llenos de la execración
de nuestros hermanos, después de haber quedado miserables, y haber prodigado en
obsequio de todos quince años de sacrificio.
El ejército conocía que iba a ostentarse el triunfo de su
virtud, pero él temblaba por la reproducción de aquellos incidentes fatales que
lo habían conducido a la Precisión del Yí; él ansiaba por el medio de impedirla
y creyó a propósito publicar aquellas pretensiones. Marchó con ellas nuestro
diputado. Pero habiendo quebrado la fe de la suspensión el señor de Sarratea,
fue preciso activar con las armas el artículo de su salida. Desde este tiempo
empecé a recibir órdenes sobre el reconocimiento en cuestión.
El tenor de mis contestaciones es el siguiente:
Ciudadanos: los pueblos deben ser libres. Ese carácter
debe ser su único objeto, y formar el motivo de su celo. Por desgracia va a
contar tres años nuestra revolución, y aún falta una salvaguardia general al
derecho popular. Estamos aún bajo la fe de los hombres y no aparecen las
seguridades del contrato. Todo extremo envuelve fatalidad; por eso una
desconfianza desmedida sofocaría los mejores planes; ¿pero es acaso menos
terrible un exeso de confianza?
Toda clase de precaución debe prodigarse cuando se trata
de fijar nuestro destino. Es muy veleidosa la probidad de los hombres, sólo el
freno de la constitución puede afirmarla. Mientras ella no exista, es preciso
adoptar las medidas que equivalgan a la garantía preciosa que ella ofrece. Yo
opinaré siempre, que sin allanar las pretensiones pendientes, no debe
ostentarse el reconocimiento y jura que se exigen. Ellas son consiguientes del
sistema que defendemos y cuando el ejército las propuso, no hizo más que decir,
quiero ser libre.
Orientales: sean cual fuesen los cálculos que se formen,
todo es menos temible que un paso de degradación, debe impedirse hasta el que
aparezca su sombra. Al principio todo es remediable. Preguntáos a vosotros
mismos si queréis volver a ver crecer las aguas del Uruguay con el llanto de
vuestras esposas, y acallar sus bosques el gemido de vuestros tiernos hijos;
paisanos: acudid sólo a la historia de vuestras
confianzas. Recordad las amarguras del Salto; corred los campos ensangrentados
de Bethlem, Yapeyú, Santo Tomé y Tapecuy; traed a la memoria las intrigas del
Ayuí, el compromiso del Yí, las transgresiones del Paso de la Arena. ¡Ah, cuál
execración será comparable a la que ofrecen esos cuadros terribles!
Ciudadanos: la energía es el recurso de las almas
grandes. Ella nos ha hecho hijos de la victoria, y plantado para siempre el
laurel en nuestro suelo. Si somos libres, si no queréis deshonrar vuestros
afanes cuasi divinos y si respetáis la memoria de vuestros sacrificios,
examinad si debéis reconocer la asamblea por obedecimiento o por pacto. No hay
un solo motivo de conveniencia para el primer caso que no sea contrastable con
el segundo, y al fin reportaréis la ventaja de haberlo conciliado todo con
vuestra libertad inviolable. Esto ni por asomo se acerca a una separación
nacional; garantir las consecuencias del reconocimiento no es negar el
reconocimiento, y bajo todo principio nunca compatible un reproche a vuestra
conducta, en tal caso, con las miras liberales y fundamentales que autorizan
hasta la misma instalación de la asamblea.
Vuestro temor la ultrajaría altamente y si no hay motivo
para creer que ella vulnere nuestros derechos, es consiguiente que tampoco
debemos tenerle para atrevernos a pensar que ella increpe nuestra precaución.
De todos modos es necesaria. No hay un solo golpe de energía que no sea marcado
con el laurel. ¿Qué glorias no habéis adquirido ostentando esa virtud?
Orientales: visitad las cenizas de nuestros conciudadanos;
¡ah! ¡qué ellas desde lo hondo de sus sepulcros no nos amenacen con la venganza
de una sangre que vertieron para hacerla servir a nuestra grandeza!
Ciudadanos: pensad, meditad y no cubráis de oprobio las
glorias, los trabajos de quinientos veintinueve días en los que vistéis la
muerte de vuestros hermanos, la aflicción de vuestras esposas, la desnudez de
vuestros hijos, el destrozo y exterminio de vuestras haciendas, y en que
vistéis restar sólo los escombros y ruinas por vestigios de vuestra opulencia
antigua. Ellos forman la base del edificio augusto de nuestra libertad.
Ciudadanos: hacernos respetables es la garantía
indestructible de vuestros afanes ulteriores por conservarles.
A cuatro de abril de mil ochocientos trece. Delante de
Montevideo. José Artigas"
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