EMILIANO ZAPATA “Por esta necesidad de vivir como hombre
libre, por ese imperioso derecho de poseer una tierra que sea suya, ha luchado
y luchará hasta el fin el pueblo mexicano”
"Manifiesto al Pueblo"
Manifiesto
de Emiliano Zapata al Pueblo en Tlaltizapán, Morelos, 20 de abril de 1917:
"El
pueblo mexicano ha sido constantemente engañado por sus gobernantes, y lo que
es peor, por hombres que llamándose sus caudillos, han sido los primeros en
traicionarlo, una vez conseguida la victoria. Unos y otros le han impuesto
enormes sacrificios y han tenido que contraer onerosos e indignos compromisos
con los potentados de la República o del extranjero, para hacer frente a la
necesidad de adquirir cantidades fabulosas de dinero, armas y toda clase de
elementos de guerra, con ayuda de los cuales han pretendido contener, aunque en
vano, el empuje arrollador de las multitudes, ansiosas de tierra, de libertad y
de justicia.
La
revolución del sur, siempre pura y altiva, jamás ha ido a humillarse ante un
gobierno extranjero, para solicitar como un mendigo, armamento, parque o
recursos pecuniarios, y sin embargo, teniendo que luchar con un enemigo dotado
de poderosos elementos, debido al favor de los extraños, ha conseguido
arrebatarle palmo a palmo, y en lucha desigual, una vasta zona del territorio
de la República.
Nuestras
tropas dominan hoy, merced al heroico e incontenible esfuerzo de los hijos del
pueblo, en los Estados de Morelos, Guerrero, Puebla, Veracruz, México,
Querétaro, Guanajuato y Michoacán, en todos los cuales el enemigo sólo es
dueño, en posesión precaria, de las capitales y de las vías férreas; excepción
hecha de los Estados de Morelos y Guerrero, de donde el enemigo ha sido desalojado
totalmente.
Las
derrotas y los reveses se suceden contra el carrancismo uno y otro día, en el
norte, tanto como en el centro y en el sur; las defecciones de los suyos son
cada vez más numerosas y más significativas; la desbandada ha empezado y
adquiere a cada momento mayores proporciones, grandes partidas y cuerpos
enteros desertan o se rinden a nuestras fuerzas, o pasan a incorporarse en las
filas de nuestros hermanos, los bravos luchadores del norte.
Sumando
todos estos síntomas al absoluto desprestigio de la odiada facción, indican que
el organismo carrancista ha entrado en plena descomposición y que su agonía se
acerca a toda prisa.
Es
por lo mismo, un deber para el Ejército Libertador, formular ante el país,
franca y solemnemente, el programa de acción que se propone desarrollar una vez
obtenido el triunfo.
Afortunadamente,
los errores y los fracasos del carrancismo, bien visibles por cierto, nos
marcan con toda precisión el camino, y ahorrarán a la nación el espectáculo de
nuevos y formidables desaciertos.
Fresco
todavía en nuestra memoria, el recuerdo de cómo se inició la catástrofe
financiera del carrancismo, nosotros no incurriremos por ningún motivo en la
infamia de explotar miserablemente a ricos y pobres, declarando de circulación
forzosa determinado papel moneda, para en seguida desconocerlo sin el menor
respeto para la palabra empeñada y los compromisos contraídos.
La
cuestión del papel moneda es problema resuelto ya por la experiencia de los
siglos. Su emisión produjo en época pasada una tremenda bancarrota en
Inglaterra, la provocó aún mayor en la República francesa, durante la Gran
Revolución, e idéntico desastre originó no hace muchos años, cuando los Estados
Unidos y la Argentina intentaron la misma aventura, para hacer frente a
dificultades económicas análogas a las nuestras.
Sabemos
también que mientras persista la actual organización económica social del
mundo, es un absurdo atentar contra la libertad del comercio, como lo ha hecho
en forma brutal el carrancismo, reduciendo a prisión y sacando a la vergüenza
pública a pacíficos comerciantes que se defendían contra las medidas
gubernativas. No hemos de ser nosotros, ciertamente, los que cometamos la
torpeza de agravar con esos procedimientos, la carestía de todos los artículos
y la miseria para las clases populares, siempre más castigadas que la gente
pudiente, en las épocas de las grandes crisis.
El
carrancismo ha implantado el terror como régimen de gobierno, y desplegado a
los cuatro vientos, el odioso estandarte de la intransigencia contra todos y
para todo. Nuestra conducta será muy distinta: comprendemos que el pueblo está
ya cansado de horripilantes escenas de odio y de venganza, no quiere ya sangre
inútilmente derramada, ni sacrificios exigidos a los pueblos por el sólo deseo
de dañar, o simplemente para satisfacer insaciables apetitos de rapiña.
La
nación exige un gobierno reposado y sereno, que dé garantías a todos y no
excluya a ningún elemento sano, capaz de prestar servicios a la revolución y a
la sociedad. Por lo tanto, en nuestras filas daremos cabida a todos los que de
buena fe pretendan laborar con nosotros, y a este fin, el Cuartel General a mi
cargo, ha expedido ya una amplia Ley de Amnistía, para que a ella se acojan los
engañados por las patrañas del Primer Jefe, y en general los hombres que por
inconsciencia o por error hayan prestado su concurso para sostener la presente
disctadura, que a todos ha mentido y no ha logrado satisfacer las aspiraciones
de nadie. Díganlo, si no, la renuncia de Cándido Aguilar y la separación o el
alejamiento de tantos otros jefes que sucesivamente han ido abandonando el
carrancismo, para dedicarse a la vida privada o lanzarse a la revolución.
Nuestra
obra será, pues, ante todo, una labor de unificación y de concordia. Seremos
intransigentes y radicales, solamente en lo que atañe a la cuestión de
principios; pero fuera de allí, nuestro espíritu estará abierto a todas las simpatías,
y nuestra voluntad pronta a aceptar todas las colaboraciones, si son honradas y
se muestran sinceras.
Unir
a los mexicanos por medio de una política generosa y amplia, que de garantías
al campesino y al obrero, lo mismo que al comerciante, al industrial y al
hombre de negocios; otorgar facilidades a todos los que quieran mejorar su
porvenir y abrir horizontes más vastos a su inteligencia y a sus actividades;
proporcionar trabajo a los que hoy carecen de él; fomentar el establecimiento
de industrias nuevas, de grandes centros de producción, de poderosas
manufacturas que emancipen al país de la dominación económica del extranjero;
llamar a todos a la libre explotación de la tierra y de nuestras riquezas
naturales; alejar la miseria de los hogares y procurar el mejoramiento
intelectual de los trabajadores creándoles más altas aspiraciones, tales son
los propósitos que nos animan en esta nueva etapa que ha de conducirnos,
seguramente, a la realización de nobles ideales, sostenidos sin desmayar durante
seis años, a costa de los mayores sacrificios.
La
nación lo sabe perfectamente. Nuestra lucha es únicamente contra los
latifundistas, esos despiadados explotadores del trabajo humano, que han
impedido a la raza indígena salir de su letargo, y han provocado
sistemáticamente la carestía de las cosechas, la miseria periódica y el hambre
endémica en nuestro país, cuyo suelo debiera alimentar pródigamente a sus hijos
y que hasta aquí sólo ha podido sostener a una endeble nación de famélicos.
Cumplir
el Plan de Ayala es nuestro único y gran compromiso, allí radicará toda nuestra
intransigencia. En todo lo demás nuestra política será de tolerancia y
atracción, de concordia y de respeto para todas las libertades.
Como
tantas veces lo hemos dicho y no cesaremos de repetirlo, la revolución la ha
hecho el pueblo, no para ayudar a los ambiciosos ni para satisfacer
determinados intereses políticos, sino por estar ya cansado de una situación
sostenida por todos los gobiernos durante siglos, y en la que se le negaba hasta
el derecho de vivir, hasta el derecho de poseer el más mínimo pedazo de tierra
que pudiera proporcionarle el sustento, con lo que se le condenaba, de hecho, a
ser un esclavo en su propia patria, o un miserable pordiosero en la misma
sociedad que lo viera nacer.
Por
esta necesidad de vivir como hombre libre, por ese imperioso derecho de poseer
una tierra que sea suya, ha luchado y luchará hasta el fin el pueblo mexicano.
Los
que hasta aquí han estorbado su triunfo han sido y son los caudillos ambiciosos
que, diciéndose directores de la revolución, la han hecho fracasar
momentáneamente y han provocado la prolongación de la lucha, al negarse a dar
al pueblo lo que pide y lo que tendrá, a pesar de todas las intrigas y de todas
las miserias de la política.
Firmes,
pues, en nuestro propósito de hacer triunfar la causa de la justicia y deseosos
de que todos vean la honradez y la seriedad con que la revolución procede,
cuidemos en esta vez, con mayor empeño que las anteriores, de otorgar amplias y
cumplidas garantías a la población pacífica, cuyos intereses, personas y
familias serán escrupulosamente respetados. Nuestro mayor orgullo consistirá en
aventajar a nuestros enemigos en cultura, en dar ejemplo a todas las facciones
y en ser los primeros en inaugurar una era de completo orden, de positiva
libertad y de amplia y verdadera justicia.
Reforma,
Libertad, Justicia y Ley"
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