Mis
queridos descamisados:
En
este día tradicional para los trabajadores argentinos, en este 1º de mayo
maravilloso, en que los trabajadores festejan el triunfo del pueblo y de
Perón sobre los eternos enemigos y traidores de la Patria, yo quiero hablar
con la sola, con la absoluta, con la exclusiva representación de los
descamisados.
Yo
quiero hablar para Perón, para los trabajadores, para los hombres y mujeres
del mundo que quieran compartir con nosotros la gloria de un pueblo que
levanta su bandera justa, libre y soberana al tope de todos los mástiles de
la patria.
Yo
quiero que ustedes me autoricen, que me den la plenipotencia maravillosa y
eterna de todos los trabajadores, de todas las mujeres, de todos los
humildes, en una palabra, la de todos los descamisados.
Yo
quiero que ustedes me autoricen; ustedes que aquí, en esta vieja plaza de
nuestras glorias, representan al auténtico pueblo que en 1810, empujando las
puertas del Cabildo y gritando "queremos saber de qué se trata",
conquistaron su derecho de libertad y de soberanía. Yo quiero que ustedes me
autoricen para que diga lo que ustedes sienten; ustedes que, a través de un
siglo de oligarquía, de entrega, de explotación, sufrieron la amargura
infinita de ver a la patria humillada y sometida por sus propios hijos. No,
no eran sus hijos. No, por sus venas no corría sangre de argentinos; por sus
venas corría sangre de traidores. Yo quiero que ustedes me autoricen para que
diga con pocas palabras, con mi escasa elocuencia, lo que ustedes sienten, lo
que ustedes quieren que le diga en este día maravilloso de los trabajadores,
al general Perón y al pueblo.
Ustedes,
que pueden hablar de frente, con la frente bien alta, a la Patria y a Perón, porque
ustedes vieron en Perón la última esperanza de la patria y lo siguieron, como
se sigue solamente a una bandera, dispuestos a morir por ella o a triunfar
con su victoria; ustedes, que tienen derecho a hablar de frente con la Patria y con Perón,
porque ustedes, igual que yo, lo siguieron apretando los dientes de rabia y
de coraje cuando la oligarquía sin patria ni bandera quiso dejarnos a
nosotros también sin patria ni bandera, robándonos el derecho de seguirlo a
Perón hasta la muerte; ustedes que pueden hablar de frente con Perón, porque
siempre llevarán en el corazón encendido, el fuego de las antorchas que
prendimos con los diarios y las revistas para festejar la victoria del 17 de
octubre de 1945; ustedes, solamente ustedes, pueden dar a mis palabras el
fuego, la fuerza infinita que yo quiero tener, que yo desearía tener para
decirle al líder, para decirle al mundo, para decirle a la patria, cómo lo
siguen, cómo lo quieren los trabajadores a Perón.
Yo no
tengo elocuencia, pero tengo corazón; un corazón peronista y descamisado, que
sufrió desde abajo con el pueblo y que no lo olvidará jamás, por más arriba
que suba. Yo no tengo elocuencia, pero no se necesita elocuencia para decirle
al general Perón que los Trabajadores, la Confederación General
del Trabajo, las mujeres, los ancianos, los humildes y los niños de la patria
no lo olvidarán jamás, porque nos hizo felices, porque nos hizo dignos,
porque nos hizo buenos, porque nos hizo querernos los unos a los otros,
porque nos hizo levantar la cabeza para mirar al cielo, porque nos quitó de
la sangre el odio, la amargura y nos infundió el ardor de la esperanza, del
amor y de la vida.
La
Confederación General del Trabajo y los
trabajadores por mi intermedio, no necesitamos elocuencia para decirle a
Perón que no lo olvidaremos jamás, porque nos hizo dignos y justos, porque
nos hizo libres y soberanos y porque cuando nuestra bandera se pasea por los
caminos de la humanidad, los hombres del mundo se acuerdan de la patria como
de una novia perdida que se ha vestido de blanco y celeste para enseñarle el
camino de la felicidad.
Compañeras
y compañeros: esta mañana, cuando el general Perón terminó su mensaje de la
victoria, dijo que ese triunfo era de la Patria y del pueblo; que era nuestro, solamente
nuestro. Y pensé lo que habrán pensado ustedes; que si no fuera por Perón,
estaríamos como en los viejos primeros de mayo de la oligarquía, llorando a
nuestros muertos en lugar de festejar la victoria.
Estamos
de acuerdo, mi general, en que el triunfo es de la Patria y de los
trabajadores; estamos de acuerdo en que los trabajadores, los humildes,
siempre estuvimos de pie y abrazamos las causas justas, y por eso abrazamos
la causa de Perón. Pero, ¿qué hubiera sido de la Patria y de los
trabajadores sin Perón? Por eso damos gracias a Dios de que nos haya otorgado
el privilegio de tenerlo a Perón, de conocerlo a Perón, de comprenderlo, de
quererlo y seguirlo a Perón.
Yo,
la más humilde colaboradora del general Perón, pero también como una de las
más fervorosas amigas de los humildes y de los trabajadores, felicito a los
humildes, a los descamisados, a los trabajadores, y por ello, muy
fervorosamente a la
Confederación General del Trabajo, por esta fe, por esta
lealtad inquebrantable a Perón. Y si a mí me dieran a elegir entre todas las
cosas de la tierra, yo elegiría entre todas ellas la gracia infinita de morir
por la causa de Perón, que es morir por ustedes. Porque yo también como los
compañeros trabajadores, soy capaz de morir y terminar mi existencia en el
último momento de mi vida con nuestro grito de guerra, con nuestro grito de
salvación: ¡la vida por Perón!
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario