JUAN BAUTISTA ALBERDI
"Memoria la Conveniencia y objeto de un Congreso General Americano"
Leída ante la Facultad de
Leyes de la Universidad de Chile para obtener el grado de Licenciado.
1844
Los congresos
generales, ha dicho el abate De-Pradt, son en materias políticas, lo que las
juntas de médicos en la curación de las enfermedades. Sus dictámenes pueden
carecer de eficacia y acierto; pero su reunión supone siempre la presencia de
un mal.
Un malestar social
y político aflige efectivamente a los pueblos de Sudamérica desde que disuelto
el antiguo edificio de su vida general, trabajan y conspiran por el
establecimiento del que debe sucederle. Todos sienten que las cosas no están
como deben estar: una necesidad vaga de mejor orden de cosas se hace
experimentar en todos los espíritus. Exuberantes de juventud y fuerzas de
vitalidad, dotados de una complexión sana y vigorosa, nuestros pueblos abrigan
necesariamente la esperanza de su curación en el mal de que se sienten
poseídos. He aquí, señores, la situación y espíritu que han excitado
constantemente a los pueblos de Sudamérica, desde el principio de su
emancipación, a hablar de la convocación de un Congreso general o continental:
y a fe, señores, de que los pueblos de Sudamérica no se equivocan cuando llevan
su vista a este medio curativo de sus padecimientos. Una enfermedad social nos
aflige. Este hecho es real. Las naciones no están sujetas a esas dolencias
nerviosas que a veces hacen sentir males que no existen. Los pueblos ambicionan
salir de este estado, y a fe, señores, que tienen razón. Ellos se fijan en la
necesidad de una gran junta medical, de un Congreso organizador continental,
como en uno de los medios de arribar al fin deseado, y es mi creencia, señores,
que tampoco se equivocan en este punto. Los Estados Americanos no piensan, ni
han pensado jamás, que la reunión de una asamblea semejante pueda ser capaz de
sacarlos por sus solos trabajos del estado en que se encuentran: pero creen que
entre los muchos medios de susceptible aplicación a la extirpación de los males
de carácter general, uno de los mas eficaces puede ser la reunión de la
América en un punto y en un momento dados para darse cuenta de su
situación general, de sus dolencias y de los medios que en la asociación de sus
esfuerzos pudieran encontrarse para cambiarla en un sentido ventajoso.
En otra situación,
no menos grave que la presente, en la que el peligro venia de otra parte, un
hombre de instinto superior, señores, el general Bolívar fue asaltado de este
grandioso pensamiento, y el Congreso de Panamá no demoró en verse instalado. El
remedio había sido excelente, pero su aplicación vino extemporáneamente, porque
el mal se había retirado por sí mismo. El mal de cutáneos fue la usurpación
americana ejecutada por la Europa. Desde que vencida por nuestras
armas, desistió seriamente del pensamiento de dominarnos, dejó de existir por
ese mismo hecho el mal cuya probable repetición había dado origen a la
convocación del Congreso de Panamá. El Congreso se disolvió sin dejar
resultados, porque el gran resultado que debía nacer de él, se obró
espontáneamente. Bolívar, señores, no fue un simple poeta, ni un poeta copista
del poeta de Austerlitz, al pedir un congreso de todos los pueblos de América.
En ello, por el contrario, se mostró hombre de Estado y político original: no
siempre lo grandioso es del dominio de la utopía: nada más grandioso que la
libertad, y ella entre tanto es un lecho que se realiza en muchas partes. Un
filósofo, señores, un hombre que piensa y que no obra, quiero nombrar al abate
de Saint Pierre, por ejemplo, puede ser un utopista; pero un hombre de espada,
un hombre de acción, es lo que puede haber mas positivo y práctico en la vida.
De este género de hombres era el general Bolívar: nadie menos que él pudo ser
tratado de utopista; por la razón de que es el hombre que mas hechos positivos
nos ha dejado en América. Y el que ha vencido grandes resistencias es
justamente, señores, el más acreedor a ser considerado como conocedor de los
medios y posibilidades de vencerlas. Hay utopistas negativos, señores, como los
hay dogmáticos, y esos son los espíritus escépticos, o mejor diré, los
espíritus sin vista. Si hay visionarios que ven lo que no existe, los hay
también que no ven lo que todo el mundo toca: y no es la menos solemne de las
utopías la que afirma que es imposible la realización de un hecho considerado
practicable por el genio mismo de la acción y por el buen sentido de los
pueblos. Bolívar fue también original en su pensamiento, pues la América del
sud ofrece tal homogeneidad en sus elementos orgánicos y tales medios para la
ejecución de un plan de política general; de tal modo es adecuado para ella el
pensamiento de un orden político continental, que si no temiésemos violar la
cronología de los grandes hombres, mas bien diríamos que Bolívar fue copiado
por Napoleón, Richelieu y Enrique IV. He aquí, señores, los hombres que como
Bolívar han pensado y propendido a la centralización continental del movimiento
político: todos ellos son hombres de acción, espíritus positivos, grandes
consumadores de hechos. Como hombres de tacto, nunca se infatuaron con la
presuntuosa creencia de que llevarían a cabo lo que empezaban y concebían:
ellos no prometían dar acabado el trabajo concebido. El gran hombre sabe que
los grandes hechos se completan por los siglos: él emprende y lega a sus
iguales la continuación de la obra. Así el pueblo americano gran empirista,
sino gran pensador, acepta el pensamiento de su asociación continental, y
convoca un Congreso, no para que lo organizo de un golpe de mano, sino para que
al menos de un paso en la ejecución de este gran trabajo; que debe durar como
la vida de sus graduales y lentos adelantos. La sínodo o carta orgánica que
salga de sus manos no será ley viva desde la hora de su promulgación: pero será
una carta náutica que marque el derrotero que deba seguir la nave común para
surcar el mar grandioso del porvenir. La Asamblea general y la
Convención francesas hicieron constituciones: ¿Qué son hoy día esos
trabajos? No son leyes vigentes, ciertamente: pero son tipos ideales de
organismo social hacia cuya ejecución marcha el pueblo a pasos lentos; son la
luz que alumbra a las oposiciones liberales, el término a que se dirigen todos
los conatos y anhelos del país: son esperanza de un bien que el tiempo
convertirá en realidad. ¿Se cree de buena fe que nuestras constituciones
republicanas promulgadas en América, sean en realidad ni puedan ser otra cosa
por ahora que esperanzas y promesas, de un orden que solo tendrá fiel realidad
en lo futuro? Pues también la América quiere tener escrito y
consagrado el programa de su futura existencia continental. Aun cuando el
deseado Congreso no trajese otro resultado que éste, él no habría sido
infructuosamente convocado.
Este pensamiento
tiene adversarios, y los tiene entre hombres dignos y corazones honrados. Los
hay que lo combaten como un medio temible que los gobiernos tiránicos pudieran
emplear para afianzarse mutuamente, en perjuicio de los pueblos que mandan.
Estos hombres merecen aplauso por su nobilísimo celo a favor de la libertad.
Pero si aceptásemos sus temores, sería necesario tenerlos también por todos los
establecimientos de orden político, desde luego que no hay uno solo de ellos de
que no pueda hacerse uso funesto en perjuicio de los pueblos; las mismas
cámaras legislativas, el jurado, serían en tal caso objetos de sospecha y
temor, donde luego que son susceptibles de convertirse en instrumentos de
opresión y despotismo político, como vemos que sucede en ciertos estados.
Otros combaten el
Congreso continental suponiendo que no podrá ser sino reproducción literal del
de Panamá. Y a fe, señores, que no se engañan si en efecto se ha de reunir ese
Congreso para pactar medios de resistir a una agresión externa, que no viene ni
vendrá para la América. Pero es posible asegurar que el venidero
Congreso tendrá muy distintos fines que el de Panamá.
Censuran otros con
especialidad lo intempestivo que fuera su convocatoria en la época presente, y
yo estaría por este modo de ver, si se me designase cuál otro sería el momento
mas oportuno de su reunión, y cuándo y con qué motivo deberá llegar ese
instante.
Otros, en fin, lo
son adversarios, porque no ven los objetos que pudieran ser asunto de las
deliberaciones de tal Congreso: y ciertamente que su disentimiento no puede ser
mas excusable, pues, ¿quién podría estar por la reunión de una asamblea que no
tuviese por qué ni para qué reunirse? Pero a mi ver, son estos justamente los
que mas se equivocan en su oposición, y cuyo error merece ser contestado con
anticipación a los en que incurren los otros opositores; pues con solo dar a
conocer los objetos de interés americano, que pudieran ser justo motivo para la
convocatoria de una asamblea continental, se consigue desvanecer en gran parte
las objeciones de temor e incertidumbre que se oponen a su realización.
En vista de este,
señores, yo me ocuparé sucesivamente:
1°. de numerar los
objetos e intereses que deberán ser materia de las decisiones del Congreso:
2°. de hacer ver
las conveniencias accesorias que una reunión semejante traería a cada uno de
los pueblos de América que concurriesen a ella; y
3°. de refutar las
objeciones que se han hecho sobre los peligros e inconvenientes que se
seguirían de ella.
Colocaré a la cabeza
de los objetos de deliberación el arreglo de límites territoriales entre los
nuevos Estados. Este asunto tiene mas importancia de la que descubre a primera
vista. Esta importancia no reside precisamente en la mayor o menor porción de
territorio que deba adjudicarse a los estados que contienden sobre esta
materia. En este punto el paño es abundante en América, y la tijera del
congreso puede retacear fragmentos más grandes que la Confederación
Helvética, sin temor de dejar estrecho el vestido que debe llevar cada Estado.
El terreno está demás entre, nosotros, y la América no podrá entablar
contiendas por miramientos a él sin incurrir en el ridículo de esos dos locos,
a quienes Montesquieu supone dueños solitarios del orbe, y disputando por
límites. Sin embargo, no fuera difícil que la preocupación por el interés
territorial, que recibimos sin examen del ejemplo de la política europea,
trajese desavenencias con ocasión de los conflictos de límites hoy pendientes
entre la República del Plata y Bolivia, entre el Estado Oriental y el
Brasil, entre Bolivia y el Brasil y algunas otras de este mismo orden entre
otros Estados. Sería oportuno que el Congreso se ocupara de dar a este respecto
un corte capaz de prevenir las desavenencias, que pudieran originarse de la discuten
directa y parcial de los interesados. Pero este es el punto estrecho de la
cuestión de límites. A mi ver esta cuestión es inmensa y abraza nada menos que
la recomposición de la Américapolítica. La América está mal
hecha, señores, si me es permitido emplear esta expresión. Es menester
recomponer su carta geográfico-política. Es un edificio viejo, construido según
un pensamiento que ha caducado: antes era una fábrica española, cayos
departamentos estaban consagrados a trabajos especiales, distribuidos según el
plan industrial y necesario del fabricante: hoy cada uno de los departamentos
es una nación independiente, que se ocupa de la universidad de los elementos
sociales, y trabaja según su inspiración y para sí. En esta ocupación nueva, en
este nuevo régimen de existencia, no siempre encuentra adecuado y cómodo el
local de su domicilio para el desempeño de sus multiplicadas y varias
funciones, y tendría necesidad de variar el plan de su edificio; pero tropieza
en los límites que estableció la Metrópoli monárquica, y que ha
respetado la América republicana. Tomo por ejemplo a los pueblos de
Bolivia, que bajo el régimen colonial eran fábricas de fundiciones y
acuñamientos metálicos de propiedad española, y que hoy no pueden ser lo que
están llamados a ser. Estados comerciales e industriales, porque no tienen
puertos de mar ni vehículos de inteligencia marítima con el mundo exterior y
europeo. Entre tanto es constante que por medio de concesiones realizables de
parte de otros Estados, Bolivia podría tener los medios que hoy lo faltan para
llenar su destino nacional. He aquí un género de intereses que un Congreso
general podía arreglar en beneficio de todos y cada uno de los actualmente
perjudicados. Estos intereses afectan a una gran parte de la América mediterránea
y central, que no debe ser explotada por la América litoral y
costanera: el centro vive de su margen y viceversa.
Es cierto que para
la ejecución de este designio sería preciso que el Congreso no fuese una simple
junta de plenipotenciarios; sino también una especie de gran corte arbitral y
judiciaria, que como los congresos de Viena, Verona, Troppau, Laibach y Londres,
pudiera adjudicar en calidad de árbitro supremo, costas, puertos, ríos,
porciones elementales de terreno en fin, al país que tuviese absoluta necesidad
de poseer alguno de estos beneficios para dar ensanche y progreso al movimiento
de su vida moderna. El Congreso debe tener todo este poder por delegación
expresa de cada Estado, y porque él nace del interés general y americano que es
llamado a formular en sus grandes decisiones.
Debe el Congreso,
al delinear las nuevas fronteras, no componerlas de simples filas de fuertes
militares y oficinas de aduanas: sino que, con un profundo conocimiento de la
geografía física de nuestro continente, debe establecer fronteras naturales,
que consistan en ríos, montañas u otros accidentes notables del terreno. Este
sistema tiene por objeto, evitar el empleo y permanencia de fuerzas militares
para custodia de límites y fronteras: uno de los medios de llenar otro gran
interés del Congreso y de la América, es la abolición del espíritu militar
y el establecimiento de la paz por la ausencia de los medios de hacer la
guerra.
No se dirá que este
es impracticable por la razón que es grave, porque este sería suponer que el
Congreso se reúne para asuntos efímeros. Las divisiones de geografía política
no son cosas normales e inmutables como las que son obra de la naturaleza:
ellas son variables como la política que las establezca. Échese una ojeada
comparativa a las cartas geográficas de distintas épocas: en ellas se verá que
a cada cambio notable operado en el mundo político, viene inherente otro
análogo en las divisiones territoriales de las naciones. La Europa del
siglo V no es la Europa de Carlo Magno: las divisiones de Napoleón no
son las divisiones de Viena. ¿Escaparémos nosotros exclusivamente a esta ley?
Dígase mas bien que la revolución moderna no ha llevado su mano a todas las
reformas exigidas, evidemment dice un publicista frances hablando de las
divisiones territoriales de Sud-América, «Evidemment rien de toutes ces
divitions n’ est definitif...L’Amérique est appelée á d’autres deslinée…»
Y en efecto, hasta
aquí no nos han faltado cambios: se ha formado y disuelto la República de
Colombia: se ha creado la República Oriental: el Paraguay se ha hecho
estado aparte. Bajo el antiguo régimen no fueron menos variables las fronteras:
recuérdense los virreinatos del Perú y de la Plata. ¿Por qué pues
quedarían inalterables las demarcaciones existentes?
Será también el más
eficaz medio de establecer el equilibrio continental que debe ser base de
nuestra política internacional civil o privada. Entendamos lo que debe ser
nuestro equilibrio, como hemos visto lo que debe ser nuestro arreglo de
límites. Mas que de la ponderación y balanza de nuestras fuerzas militares, él
debe nacer del nivelamiento de nuestras ventajas de comercio, navegación y
tráfico, el nuevo y grande interés de la vida americana. En la santa guerra de
industria y de comercio que estos países están llamados a alimentar en lo
venidero, nada más que por las armas de la industria y del comercio, debe
establecerse en todo lo posible la mayor igualdad de fuerzas y ventajas.
Equilibrada la riqueza es necesario equilibrar también el territorio como parte
de ella, no como medio de preponderancia militar: aquí repetiré la observación
que ya hice de que no valúo el precio del suelo por sus dimensiones, sino por
las ventajas de su situación y conformación geográfica. En América el vasto
territorio es causa de desórdenes y atraso: él hace imposible la centralización
del gobierno, y no hay estado ni nación donde haya más de un solo gobierno. El
terreno es nuestra peste en América, como lo es en Europa su carencia. Chile el
más pequeño de los Estados de América es más rico, mas fuerte y mas bien
gobernado que todos. Mas chico que él es el Estado Oriental del Uruguay, y
resiste a la grande y anarquizada República Argentina.
Una cuestión
concerniente al equilibrio hallará para tratar el Congreso en la de la
independencia del Paraguay. Será ese Congreso el que deba deducir si está en la
conveniencia mercantil y militar de la América del sud, el que el
Paraguay, con sus ríos que dan desahogo a los tesoros de una mitad de nuestro
continente, deba ser adjudicado íntegramente a !a República Argentina, que solo
necesita de esa agregación para reportar una preponderancia.
Después de los
límites y el equilibrio viene el derecho marítimo entre los objetos que ha de
tratar el Congreso. Nuestra navegación se dividirá en oceánica, que es base del
comercio exterior, y mediterránea o riberana, que es el alma del comercio
interior para ciertos estados, y para otros de todo su comercio externo y
central. Regular la navegación es facilitar el movimiento de nuestra riqueza,
cuyo más poderoso vehículo de desahogo y circulación es el agua. Se habla mucho
de caminos en este tiempo: no olvidemos que los ríos son caminos que andan,
como dice Pascal. Para hacer transitables estos caminos caminantes, es preciso
ponerlos bajo el amparo del derecho. Su propiedad aparece dudosa para ciertos
estados, y su uso está sujeto a dificultades. Estos puntos exigen esclarecerse,
y determinarse cuanto vías; y nadie mas competente que un Congreso general para
ejecutarlo. La navegación de los ríos de Sudamérica, envuelve grandes
cuestiones de interés material entre las Repúblicas de la América occidental
y las que ocupan su litoral del oriente. Aquellas se apoyan sobre las ramas
superiores de nuestros grandes ríos; las otras poseen sus embocaduras. Nueva
Granada posee los ríos Guaviare y Neta, tributarios del Orinoco, cuyas bocas
pertenecen a Venezuela: el Negro, el Vaupes y el Caquetá, tributarios del
Amazonas, cuya embocadura está en territorio Brasilero y Guayanés. El Ecuador
tiene también los ríos Tunguruguai y Ucayale, que vierten sus aguas de la caja
del Amazonas. El Perú, es propietario de las altas vertientes del Ucayale, que
mas abajo se hace ecuatoriano y después brasilero, y del Madeira, que también
derrama sus caudales en el Amazonas. Bolivia posee también conexiones
hidráulicas con el Brasil, pues sus ríos Mamore y Branoo desaguan en el mismo
Amazonas, y las tienen mas íntimas con la República Argentina, por medio
del Pilcomayo y el Bermejo, que atraviesan su territorio antes de entrar al río
Paraguay, sobre cuya parte mas alta reposa igualmente una porción del
territorio Boliviano. El Brasil a su turno, poseedor de las alturas del Paraná
y el Paraguay, tributarios del Plata, tiene hacia Montevideo y Buenos Aires
sobre todo, la misma subordinación en que están respecto de él los Estados de
Nueva Granada, Ecuador, Perú y Bolivia.
La ciencia
internacional enseña que la Nación propietaria de la parte superior
de un río navegable, tiene derecho a que la Nación que posee la parte
inferior no le impida su navegación al mar, ni lo moleste con reglamentos y
gravámenes que no sean necesarios para su propia
seguridad
El Congreso de Viena
sentó esta doctrina por base de los reglamentos de navegación del Rin, el
Necker, el Mein, el Mosela, el Meusa y el Escalda: hizo mas todavía, declaró
enteramente libre la navegación en todo el curso de estos ríos (son las
palabras del Acta de Viena) desde el punto en que empieza cada uno de ellos a
ser navegable hasta su embocadura… «El Vístula, el Elba, el Po, han sido
sucesivamente sometidos, en el uso de sus aguas navegables, al mismo derecho
marítimo, por actos firmados en 1815 y 1821. Puede pues sentarse que la
Europa ha reconocido la libertad casi completa de sus ríos navegables. La
América del Norte consagró este mismo principio, a propósito de la
navegación del Missisipi, en la época en que (1792), poseedores los Estados
Unidos de la parte superior de este río y su orilla izquierda, la España era
dueña de la boca y ambas riberas inferiores. No habría razón pues, para que la
América del Sud, no consagre esta misma doctrina en sus leyes de
navegación mediterránea. Ella debe dar absoluto acceso al tráfico naval de sus
ríos, en favor de toda bandera Americana; y con cortas limitaciones, de
cualesquiera otras banderas, sin exclusión. La frecuencia, de la Europa en
nuestras costas marítimas ha sido benéfica para la prosperidad americana; ¿por
qué no lo sería también su internación por el vehículo de nuestros ríos? Yo veo
todavía en nuestros corazones fuertes reliquias de la aversión con que nuestros
dominadores pasados nos hicieron ver el ingreso de la Europa en el
seno de nuestro continente monopolizado por ellos: prohibiciones odiosas
establecidas en oprobio nuestro y para provecho del tráfico peninsular,
queremos mantenerlas como leyes eternas de nuestro derecho de gentes privado.
Con violación de estas máximas, el Paraguay ha capturado en años anteriores una
nave americana, que, con procedencia del Bermejo, hacia un viaje de exploración
científica por las aguas del Paraguay en que desagua aquel río. El Congreso
general deberá decidir si actos de esta naturaleza hayan de repetirse
impunemente en la navegación futura de los ríos americanos.
En cuanto a la
navegación de los mares americanos, por las marinas de América, convendrá
también que se adopten medidas de aplicación continental, capaces de excitar la
prosperidad y aumento de nuestra marina naval. Este punto conduce a otro de los
serios asuntos de que deba ocuparse el Congreso americano: el derecho
internacional mercantil. He aquí el grave interés que debe absolver el presente
y el porvenir de la América por largo tiempo: el comercio consigo
mismo y con el mundo trasatlántico. A su protección, desarrollo y salvaguardia,
es que deben ceder las ligas, los congresos, las uniones americanas en lo
futuro. Antes de 1825 la causa americana estaba representada por el principio
de independencia territorial: conquistado ese hecho, hoy se representa por los
intereses de su comercio y prosperidad material. La actual causa de América es
la causa de su población, de su riqueza, de su civilización y provisión de
rutas, de su marina, de su industria y comercio. Ya la Europa no
piensa en conquistar nuestros territorios desiertos; lo que quiero arrebatarnos
es el comercio, la industria, para plantar en vez de ellos su comercio, su
industria de ella: sus armas son sus fábricas, su marina, no los cañones: las
nuestras deben ser las aduanas, las tarifas, no los soldados. Aliar las
tarifas, aliar las aduanas, he aquí el gran medio de resistencia americana. A
la santa alianza de las monarquías militares de la Europa, quiso Bolívar
oponer la santa alianza de las repúblicas americanas, y convocó a este fin su
Congreso de Panamá. Señores, la oposición entre las dos alianzas santas ha
desaparecido. No es el programa de Panamá el que debe ocupar el Congreso; no es
la liga militar de nuestro continente, no es la centralización de sus armas lo
que es llamado a organizar esta vez. Los intereses de América han cambiado: sus
enemigos políticos han desaparecido. No se trata de renovar puerilmente los
votos de nuestra primera época guerrera. La época política y militar ha pasado:
la han sucedido los tiempos de las empresas materiales, del comercio, de la
industria y riquezas. Se ha convenido en que es menester empezar por aquí para
concluir por la completa realización de las sublimes promesas de órgano
político contenidas en los programas de la revolución. El nuevo Congreso, pues,
no será político sino accesoriamente: su carácter distintivo será el de un
Congreso comercial y marítimo, como el celebrado modernamente en Viena
Stuttgart, con ocasión de la centralización aduanera de la Alemania. El mal
que la gran junta curativa es llamada a tomar bajo su tratamiento no es mal de
opresión extranjera, sino mal de pobreza, de despoblación, de atraso y miseria.
Los actuales enemigos de la América están abrigados dentro de ella
misma; son sus desiertos sin rutas, sus ríos esclavizados y no explorados; sus
costas despobladas por el veneno de las restricciones mezquinas, la anarquía de
sus aduanas y tarifas; la ausencia del crédito, es decir, de la riqueza
artificial y especulativa, como medio de producir la riqueza positiva real. He
aquí los grandes enemigos de la América, contra los que el nuevo congreso
tiene que concertar medidas de combate y persecución a muerte.
La unión
continental de comercio debe, pues, comprender la uniformidad aduanera,
organizándose poco mas o menos sobre el pié de la que ha dado principio después
de 1830, en Alemania y tiende a volverse a Europa. En ella debe comprenderse la
abolición de las aduanas interiores, ya sean provinciales, ya nacionales,
dejando solamente en pié la aduana marítima o exterior. Hacer de estatuto
americano y permanente, la uniformidad de monedas, de pesos y medidas que hemos
heredado de la España. La Alemania está ufana de haber conseguido
uniformar estos intereses, cuya anarquía hacia casi imposible el progreso de su
comercio. Nosotros que tenemos la dicha de poseerla en plata y arraigada a
nuestros antiguos usos, cuantos esfuerzos no deberemos hacer para mantener
perpetua o invariable su benéfica estabilidad.
Regidos todos
nuestros estados por un mismo derecho comercial, se hallan en la posición única
y soberanamente feliz de mantener y hacer de todo extensivas al continente las
formalidades de validez y ejecución de las letras y vales de comercio.
Estableciendo un timbre y oficinas con registros continentales, las letras y
vales vendrían a tener la importancia de un papel moneda americano y general, y
por este medio, se echaría cimientos a la creación de un banco y de un crédito
público continentales. La misma generalidad podía darse a la validez y
autenticidad de los documentos y sentencias ejecutoriadas; a los instrumentos
probatorios de orden civil y penal, registrados en oficinas especialmente
consagradas al otorgamiento de los actos de autenticidad continental.
Las formalidades
preparatorias y de comprobación exigidas para entrar en el ejercicio de las
profesiones científicas e industriales, es otro de los objetos que debe
arreglar el Congreso Americano. La uniformidad de nuestra lengua, leyes,
creencias y usos, hace que la competencia para el ejercicio de ciertas ciencias
y materias, sea de suyo americana. En casos semejantes no debe seguirse en
nuestros estados la práctica adoptada por los pueblos de Europa distintos
respectivamente en lengua, leyes, creencias religiosas y políticas, usos, etc.
Será suficiente con que se adopte el número de pruebas que haga indispensable
la necesidad de poseer aquella parte en que la ciencia o profesión se haya
localizado. Así la centralización universitaria en ciencias morales y
filosóficas es un hecho que en América del Sud no presenta una ejecución
imposible; y es fácil ver de cuanto estímulo no serviría a los jóvenes en las
vocaciones científicas y profesionales, la idea de que un grado expedido en
cualquiera universidad de un estado americano, les hacia profesor en diez
repúblicas.
Los inventos
científicos, la producción literaria, las aplicaciones de industria importadas,
recibirían un impulso grandioso, desde luego que un congreso americano
concediese garantías al autor de un invento, un escrito o publicación útil del
ejercicio exclusivo de su privilegio en todos los estados de Sudamérica, con
tal que a todos extendiese su práctica. No es este uno de los menos importantes
objetos que el congreso general tendría que tratar.
La construcción de
un vasto sistema de caminos internacionales a expensas recíprocas, que trazados
sobre datos modernos, concilien la economía, la prontitud y todas las nuevas
exigencias del régimen de comunicación y roce interior; la posta exterior o de
estado a estado, consecuencia precisa del establecimiento de nuevos vínculos e
intereses generales, sometida a un impuesto único y continental: he aquí dos
objetos mas dignos de particular atención por parte del congreso.
La extradición
criminal civil: única extradición admisible en virtud de la universalidad de la
justicia y del crimen civil. Que el que asesina en el Plata, sea ahorcado en el
Oricono: nada más bello que este vasto reinado de la justicia criminal. Pero es
necesario abolir para siempre en nombre de la libertad política, la extradición
de los que son acusados por el sofisma de partido civil político, como
culpables de delitos de lesa patria: por la inviolabilidad del asilo político,
cada estado ha de poder ser tribuna de oposición y censura inviolables de los
demás: esta censura mutua y normal, no podrá menos que utilizar a todos. Otro
punto es este, que no debe ser olvidado.
Una de las grandes
miras del congreso debe ser la consolidación general de la paz americana: serán
medios para obtener este resultado, a más de todos los arreglos propuestos la
amortización del espíritu militar, aberración impertinente que ya no tiene
objeto en América. La independencia americana, su dignidad y prerrogativas no
descansan en las bayonetas de sus pueblos: el océano y el desierto, son sus
invencibles guardianes: ella no es débil, comparada con la Europa; en su
territorio, es fuerte, como el mundo entero. Será otro medio preventivo de la
guerra el no tener soldados, por el principio de que donde hay soldados hay guerra.
Se puede pactar el desarmamiento general, concediendo a cada estado el empleo
de las fuerzas únicas que hace indispensable el mantenimiento de su orden
interior, y declarando hostil a la América, al que mantenga fuerzas que no
sean indispensablemente necesarias. La guardia nacional y no los ejércitos
asalariados, deben ser la base lícita de los poderes fuertes de la
América. Toda república que mantiene fuertes ejércitos atenta contra la
santa ley de su comercio y prosperidad industrial con detrimento de la
América; y la América qua ama el orden y necesita de él debe
desarmarla en nombre de la paz común. Se deben también abrogar la paz y
neutralidad armadas en América, como estériles, para reemplazarla por la paz y
neutralidad ocupadas y mercantiles. Para prevenir la guerra podría también,
como en el foro civil, establecerse una judicatura de paz internacional, a
donde acudiesen en conciliación, antes de ir a las armas los estados dispuestos
a hostilizarse: esta gran judicatura americana, para hacerse efectiva en todo
nuestro vasto continente, podría subdividirse en cortes parciales,
correspondientes a tres o cuatro grandes secciones en que la América unida
debe necesariamente dividir la administración de aquellos interesas declarados
continentales. El dictamen de la corte conciliadora importando tanto como la
sanción moral de la América, pondría al desobediente fuera de la ley de la
neutralidad; y contra él podrían emplear los damas estados, sino las armas, al
menos todas las medidas de reprobación y coacción indirecta susceptibles de
emplearse contra un país que incurre en nuestra malquerencia.
Este punto que
conduce al derecho y práctica de la intervención, no puede ser abolido donde
quiera que hay mancomunidad de intereses. Hacer comunes las cosas y exigir la
neutralidad de la indiferencia en su manejo es establecer cosas
contradictorias. La América tendrá siempre derecho de intervenir en
una parte de ella: el órgano está sujeto al cuerpo, la parte, al todo. La
intervención en América es tradicional de 1810. La revolución se salvó por
ella: la neutralidad la habría hecho sucumbir. Buenos Aires intervino en Chile:
Chile y Colombia en el Perú, y la América se salvó por esos actos. En
cualquiera época que un mal semejante al de la esclavitud colonial se haga ver
en América con tendencia a volverse general, la América tendrá el
indispensable derecho de intervenir para cortarlo de raíz. Es justamente en
punto a intervención y neutralidad que el derecho internacional americano debe
ser especial y original: en cualquier otro punto podrá ser fiel imitación de la
diplomacia europea, sin incurrir en insensatez: en éstos, no: la América,
una e indivisible en los elementos políticos y sociales que la forman, en los
males que la afligen, en los medios que puedan salvarla, será siempre un cuerpo
menos íntimo que la unión de Norteamérica si se quiere, pero mil veces mas
estrecho y unido, que lo formen los pueblos de la Europa: la neutralidad,
pues, que entre pueblos heterogéneos es indispensable, es de imposible práctica
donde los pueblos habitan un suelo, fueron ayer un solo pueblo, y hoy son una
sola familia. Consideraciones son estas que el congreso debe tener muy presente
al poner los principios del derecho internacional americano. Tocamos aquí otro
de los grandes objetos del congreso general: el establecimiento de un derecho
de gentes para nuestro continente privativamente y para con la Europa. El nuestro
privado se compondrá en gran parte de las decisiones recaídas sobre los objetos
que dejamos indicado. Establecerá la igualdad de los poderes o estados del
continente americano, determinando con especialidad las circunstancias que
forman la individualidad nacional de cada uno, para dejar a salvo al sistema
que haya de emplearse para con las fracciones en que se dividan las actuales
repúblicas. Sentará las formas de su diplomacia privada sobre principios
consecuentes con los de igualdad, economía, sobriedad y llaneza democráticas.
Este punto es grave y afecta al cuerpo mismo del congreso. Una diplomacia
expeditiva y fácil, económica en formas, ceremonias y protocolos, haría
realizables y eficaces de mas en mas las grandes asambleas diplomáticas a que la
América dichosamente comienza a cobrar afición. Resolverá lo que haya de
hacer la América unida con los estados que se subdividan; que se
liguen parcialmente; que se consoliden en uno mismo; que cambien el principio
de su policía fundamental; que pacten alianzas de guerra con el europeo; que
violen el principio legal y establezcan la dictadura; véase por aquí si en
casos semejantes será dable a la Américapermanecer neutral.
En cuanto a la
política con la Europa ella debe ser franca, porque no está en el
caso de temer; mas propia para atraerla que para contenerla: paciente y blanda
mas que provocativa: modesta, como su edad: parlamentaria mas bien que
guerrera: la civilización y no la gloria militar, en su gran necesidad, y en
ello ganará con el roce inalterable de la Europa: no debe abusar de su
derecho de excomunión, de su poder de resistencia negativa, hacia el europeo,
que el mismo europeo generosamente le ha dado a conocer, pues en tales
excomuniones ella no pierde menos que el excluido. Pero, como quiera que sea,
el sistema adoptado ha de ser uniforme y general, a fin de que por el poder de
esta generalidad, los actos de sus estados tenga, ya que no la sanción de la
fuerza, por lo menos la responsabilidad moral que inviste lo que es universal y
común.
Hará parte de esta
rama la política para con Roma. Los inconvenientes de la influencia excesiva de
Roma en nuestro continente serán menos de temerse que los que pudiera ofrecer
el influjo temporal del resto de la Europa. El mar Atlántico hace
imposible en este continente lejano, el ejercicio de toda acción opresiva que
tenga origen en el otro, sea que se trate de cosa temporales, o meramente de
dominio religioso. Para con la metrópoli católica, la misma firmeza, dignidad,
moderación que para con la madre España: sucede en lo tocante al culto lo que
con respecto al comercio y otros intereses, que las conveniencias y desventajas
asisten a una y otra parte, de suerte que Roma no viene a perder menos que
nosotros, por el entorpecimiento de nuestras relaciones mutuas. De todos modos
y en todos los casos nuestra política para con ella debe ser invariablemente la
de no permitirle en estos países el ejercicio de una autoridad que no esté en
armonía con los principios de nuestra independencia y soberanía nacional, y del
nuevo régimen democrático adoptado por nuestros estados. Hermanar el espíritu
católico con el de progreso y libertad en que han entrado estas repúblicas, he
aquí la sencilla y grande base de los concordatos americanos con Roma. Cuanta
ventaja no reportaría en este sentido la América, si en las conferencias
de un congreso común adoptase una regla de conducta uniforme y general.
Volviendo a los
objetos de mero interés americano de que el congreso deba ocuparse, no bastará
prevenir la guerra, desterrarla en lo posible; será necesario sujetarla a un
derecho y a formar nuevas en los casos en que fuere inevitable. Si es necesario
que por largo tiempo sea ella un rasgo característico de la vida americana,
démosla a lo menos una forma que la haga menos capaz de destruir el progreso
del comercio y la riqueza de los Nuevos Estados; hagamos hasta cierto punto
conciliable su presencia, con la de la prosperidad mercantil o industrial,
dando a estos intereses cierta neutralidad que los substraiga a los malos
credos de la guerra. Uno de los medios de llegar a este fin en la guerra de
mar, será la supresión del corso, declarada piratería con tanta razón por los
poderes marítimos mas respetables. El comercio es el grande aliciente que estos
países ofrecen al extranjero, y su mas grande instrumento de población:
hagamos, pues, de modo que él subsista inviolable, como un medio reparador de
las devastaciones operadas por la guerra.
Los pueblos de
América habitamos un desierto inconmensurable. Es necesario escapar a la
soledad, poblar nuestro mundo solitario. La colonización es un gran medio de
llegar a este resultado; pero un medio que despierta recuerdos dolorosos. Sin
embargo, como quiera que haya sido el carácter del empleado por la Europa en
los pasados siglos, a él lo debemos nuestra existencia, y a él es posible que
deban su ser en lo futuro millares de pueblos americanos. No lo excluyamos,
pues, de nuestros medios de civilización y progreso. Sino lo podemos emplear
nosotros, dejémosle usar por los que pueden hacerlo. Propongamos modificaciones
en su ejecución; esto entra en nuestro derecho; pero no la pongamos trabas
absolutas, porque este sale de nuestro poder. Afortunadamente ha envejecido ya
en la consideración de la Europa, el sistema de colonización empleado por
ella en los siglos XVI, XVII y XVIII; y no fuera difícil la adopción de un
sistema de colonización americana que conciliase las ventajas de la
Europa, con la independencia y personalidad política de este continente.
Tengamos prudencia y tratemos de promover lo que tal vez puede obrarse a
nuestro despecho. El mundo social necesita espacio: nosotros lo tenemos de
sobra: ¿podremos rehusárselo impunemente? Esta cuestión se liga especialmente a
la suerte de la porción mas meridional de América, que solo es pertenencia
nuestra en los mapas de los geógrafos, pero que, en la realidad, es posesión
inconquistada de los indígenas. Aquí la obra española permanece inacabada, y la
barbarie se mantiene dueña del espacio que podría utilizar la civilización: es
pues, necesario completar su conquista, pero por medios dignos de ella. El
Congreso general podría ocuparse de este asunto, que importa a la suerte de
toda América. A la ocupación salvaje de la Patagonia y del Sud de
Chile, se debe tal vez el no uso de uno de los mas realizables vínculos de
inteligencia y tráfico mercantil entre las dos costas Occidental y Oriental de la
América. Se habla de la navegación del Estrecho de Magallanes, situado en
53° latitud; de la canalización de Panamá, situado bajo un cielo pestífero; y
no se piensa en que la América puede ser atravesada por una bella
ruta, trazable en el punto en que al Sud deja de ser continua la cadena de los
Andes. La Europa misma y todas las potencias comerciales del mundo,
¿no podrían ser invitadas por el congreso, a tomar parte en la ejecución de
este trabajo de universal conveniencia?
Hasta aquí he
pasado en revista los objetos de que pudiera ocuparse un Congreso americano; no
pretendo que sean todos y los únicos. Tampoco croo que un congreso determinado,
deba tratar de todos ellos y organizarlos de una sola vez. Ellos serán la
materia de muchos congresos, que en distintos momentos del porvenir se irán
reuniendo para ocuparse de aquellos intereses a los que hubiere llegado su
oportunidad. Para muchos de ellos, se necesita grandes trabajos preparatorios,
que solo el tiempo podrá llevar a cabo. La constitución del continente, como la
de cada uno de sus estados, será la obra de los tiempos, para la cual se
sucederán los congresos a los congresos; debiendo entre tanto dar principio
alguna vez por uno de ellos. Yo aplaudiré toda mi vida el sentimiento de
aquellos estados, que sacan su vista del recinto estrecho de sus fronteras y la
levantan hasta la esfera de la vida general y continental de la América.
Es llevar la vista al buen camino. En un gran sistema político, las partes
viven del todo y el todo de las partes. La mano de la reforma debe ir
alternativamente del trabajo constitucional, de la obra interior del edificio a
la obra exterior. Lo demás es construir a medias y de un modo incompleto. Otros
pueblos podrán tener en su seno los gérmenes de su prosperidad: los de América
desgraciadamente los poseen fuera, y de fuera deben entrar los manantiales de
su vida. La Metrópoli no plantó en ella semillas de progreso, sino de
estabilidad y obediencia. La vida exterior nos debe absorber en lo futuro. En
ella somos inexpertos, porque hemos sido educados en la domesticidad colonial y
para la vida privada y de familia. Dejemos que nuestros pueblos empiecen su
grande aprendizaje. La necesidad de esta nueva tendencia se revela por el
movimiento normal de las cosas. La América, de íntima y mediterránea que
antes era, ahora se hace externa y litoral. Había sino hecha para vivir en
reclusión y se la hizo habitar lo mas central de nuestro suelo: desde su
entrada en el mundo, ha salido a las puertas para recibirle. Los pueblos mediterráneos
si quieren prosperidad en adelante que aguarden a los tiempos de los caminos de
fierro: por ahora, bienaventurados los que habitan las orillas de los mares,
porque solo ellos pueden ver la cara del mundo, y recibir con su contacto el
espíritu de su vida moderna. Veamos lo que se pasa en Chile, lo que se pasa en
el Plata, Santiago, apenas se acrecienta en tanto que Valparaíso se duplica:
Potosí, Córdoba, se despueblan en tanto que Montevideo se hace capital de
estado, y Buenos Aires recibe de las aguas del Plata, barcadas de hombres que
cubren en el acto los claros que hace el canon de la guerra civil. A la vida
exterior y general! sí; que el feudalismo, que el espíritu de aldea nos ahoga
por todas partes! Que la América se reúna en un punto, piense en su
destino, se de cuenta de su situación, hable de sus medios, de sus dolores, de
sus esperanzas. Allí, a la luz de tanta publicidad se verá que valor tienen en
la consideración del juicio continental, hombres, cuestiones y cosas que
pretenden ser su expresión y simulacro. La América reunida en
asamblea general, se dará cuenta de sí misma y se hará conocer del mundo en su
verdadera capacidad o incapacidad: este conocimiento no podrá menos que
utilizar a todos, porque de él saldrán principios de conducta práctica para
todos. Estas asambleas continentales han tenido lugar en todos tiempos, y sus
resultados, buenos o malos, han sido eficaces. En la edad media, los Concilios
tuvieron en Europa, el rol que hoy se desempeña por los congresos; y la iglesia
católica, este estado que abraza todos los continentes, se ha organizado por
grandes asambleas, que se reunían cada vez que había un asunto de interés
universal que tratar. En el pasado y presente siglo, la Europa se ha
reunido mas de una vez en congresos continentales, para reglar su forma o modo
de existir general, o bien para intervenir en el estado que se separaba del
movimiento común, a fin de hacerle tomar un régimen interno conciliable con el
interés europeo. ¿Estas santas intervenciones ejercidas por la iglesia y el
monarquismo, deberán quedar abolidas tan luego cuando se trata de aplicar sus
beneficios a la causa de la libertad americana? La Europa incoherente,
heterogénea en población, en lenguas, en creencias, en leyes y costumbres, ha
podido tener intereses generales y congresos que los arreglen; y la
América del Sud, pueblo único por la identidad de todos estos elementos,
no ha de poderse mirar en su grande y majestuosa personalidad, ni tener
representantes generales, a pesar de que posee intereses comunes! La
centralización americana, no será la obra del congreso, rigurosamente hablando,
porque esta obra está ya hecha, y su trabajo es debido a la grandeza del pueblo
español que se produjo él mismo, con todos sus atributos en cada uno y todos
los puntos de América meridional donde puso su planta.
«En la vida de
los pueblos, dice Guizot, la unidad externa, visible, la unidad de
nombre y de gobierno, aunque importante, no es la principal, la mas real, la
que constituye verdaderamente una nación. Hay una unidad mas profunda, mas
poderosa: es la que resulta, no de la identidad de gobierno y destino, sino de
la similitud de instituciones, de costumbres, de ideas, de elementos sociales,
de sentimiento, de lenguas; la unidad que reside en los hombres mismos que la
sociedad reúne, de la similitud, y no en las formas de su acercamiento; la
unidad moral en fin, muy superior a la unidad política, y la única que es capaz
de fundarla.»
Pero esta grande y
poderosa unidad moral envuelve en su seno a los Estados Americanos de origen
español; y el congreso solo tendría que formular ciertos resultados de la obra
ya en planta.
La materia
americana es susceptible de dividirse en tres categorías: asuntos peculiares
exclusivamente a la América española emancipada: asuntos privativos
de la América del Sud: asuntos de todo el continente americano. Estos
ramos son susceptibles de cierto grado de independencia en sus relaciones de
categoría a categoría; y se deberá tener presente este ya sea para medir la
extensión que deba darse a la convocatoria, ya para concebir el orden de los
pactos y discusiones.
A pesar de la frecuencia
con que me he valido de la palabra continental en el curso de esta Memoria, soy
uno de los que piensan que solo deben concurrir al congreso general, las
repúblicas americanas de origen español. Menos que en la comunidad de su suelo,
yo veo los elementos de su amalgama y unidad en la identidad de los términos
morales que forman su sociabilidad. Si la unidad del suelo debiese hacernos
componer un sistema político general, yo no veo porque deba excluirse del
Congreso Americano a la Rusia, que posee en América tres veces mas
territorio que Chile; a la Inglaterra cuyas posesiones en América
exceden en dimensiones a las de los Estados Unidos; a la España, que posee
dos de las grandes Antillas, islas americanas: a Dinamarca dueña de la
Groenlandia, adyacencia americana; a la Francia en fin y a la
Holanda, que también tienen parte en las Antillas y bocas del Amazonas. Si se
objetase a este la diversidad de principio político, yo observaría que esta
diversidad no excluye la liga de los intereses que no son políticos, justamente
los más primordiales de los que deben ocupar al venidero Congreso. Se sabe que
las confederaciones Helvética y Germánica, contienen en su seno respectivo,
poderes aristocráticos, monárquicos y republicanos a la vez. Observemos que cuando la
Europa se ha reunido en Viena o París, no se ha llevado de la regla de la
unidad territorial, pues ha llamado a la Inglaterra, que no es poder
continental, y no ha llamado a la Asia y a la África, a pesar de que
forman parte del antiguo continente. Considero frívolas nuestras pretensiones
de hacer familia común con los ingleses republicanos de Norteamérica. Si su
principio político es lo que debe llamarnos a la comunidad, no veo porque los
Suizos, también republicanos y casi tan distantes como ellos, no deban hacer
parte de nuestra familia. Yo apelo al buen sentido de los mismos
Norteamericanos, que mas de una vez se han reído de sus cándidos parientes del
Sud. Ciertamente que nunca nos han rehusado brindis y cumplimientos escritos;
pero no recuerdo que hayan tirado un cañonazo en nuestra defensa.
Se ha contrariado
la realización del Congreso Americano, con las razones de oposición que
militaron contra el de Panamá. Esto es confundir épocas, y miras muy
diferentes. Se ha dicho que no se trata ni debe tratarse de una reproducción
literal del congreso de Panamá. ¿A qué conducirla hoy una liga militar contra la
España? ¿A qué la redacción de un manifiesto de motivos justificativos, que ya
conoce y aprueba el mundo?
Es inútil, pues,
citar las razones alegadas por Adams, por Zavala, por el autor de las
meditaciones colombianas, en oposición al Congreso de Panamá, para oponerse a
la reunión de un Congreso que no puede parecerse al de Panamá. Aquellas
autoridades negaron la oportunidad de un Congreso dado, no la de todos los
congresos posibles. El ministro y amigo de Bolívar y el presidente de los
Estados Unidos, se opusieron a la Confederación de la América como
medio de defensa bélica contra la Europa; pero no a la alianza feliz
de esfuerzos intelectuales, a una Confederación saludable de buenos oficios y
trabajos útiles… Estas son las palabras del ilustre Adams, comunicadas al
ministro de Norteamérica enviado a Panamá. No pueden ser más aplicables en
apoyo de nuestra tesis, que excluye igualmente la federación militar dela
América y está exclusivamente por la alianza moral y la unión de esfuerzos
útiles, en provecho de la prosperidad material e inteligente de la
América.
Se ha atacado
también la idea de un Congreso americano, comparándolo al Consejo Anfictiónico,
dieta federal que conducía los negocios de la liga Anfictiónica, propuesta a
los pueblos griegos, por un rey de Atenas. No, señores, el Congreso americano,
no será la dieta Anfictiónica. La liga helénica era un medio de defensa
militar: la liga americana será un medio de prosperidad material. La
Grecia era pequeña: la América podría alojar cómodamente a toda
la familia de Platón en una isla del Paraná o en el archipiélago de Chiloé: la
Grecia era accesible al enemigo extranjero: la América solo pudo
ser arrebatada por conquistadores extraños a los salvajes que la poblaron
primitivamente.
Se ha recordado
también para atacarle los inconvenientes que ha traído a la Europa el
Congreso de reyes, celebrado en Viena en 1813, por medio de Plenipotenciarios:
se ha anunciado que los gobiernos de América podrían reunirse, por sus
representantes, para pactar una liga de apoyo mutuo y de opresión de las
libertades americanas. El aviso es de agradecerse, porque la cosa no es
insignificante. Pero si los gobiernos abrigan ciertamente la intención de
pactar en Congreso general la opresión de la América, se equivocan
terriblemente en la elección del medio adoptado para el ajuste de un pacto
semejante. Un Congreso de repúblicas no es Congreso de reyes: el uno es
responsable, el otro no lo es: el uno es institución democrática, el otro es un
cuerpo privado. Los reyes absolutos solo se deben cuenta así mismos: los
gobiernos republicanos la deben a los pueblos que representan. Las cadenas de
los pueblos no se remachan a la luz del día. Los pactos feudales que hoy
ofrecen ciertos estados oprimidos de América, se han forjado a la sombra de una
diplomacia clandestina y reservada; no se han ajustado a la luz de los
congresos representativos. Voilà ce que sont el tout ce que peuvent être les
congrès sous l’ empire de la loi monarchique, dice un publicista francés
hablando de los congresos de Viena y de Verona, y sus aciagos resultados. La
democratie seule, pourrail donner á de telles assemblées un caractère de
justice et s’ utilicé
générale …
Un congrés formé
des deputés de nations en poseession de leur souveraineté, serait pour toutes
ce qu? un sénat est pour chame d’ elles.
¿Témese que los
diputados concurrentes a la grande Asamblea no sean espíritus bastante capaces
de alzarse a la altura de su misión? Para eso son las instrucciones del que
irán provistos, y que se redactarán por los primeros ministerios de América.
Sobre este punto, sería probable que en cada uno de los lados que forman el
triángulo de nuestro continente, hubiese un estado que hiciese prevalecer el
texto y sentido de sus instrucciones. Pero felizmente los mas capaces de hacer
este, son los que menos recelos deben infundir de ambición tiránica a los
pueblos: en el Norte sería Venezuela; en la costa Atlántica sería el Brasil; en
la del Pacífica sería Chile: los tres países en que justamente florece mas
halagüeño el sistema representativo. Cuando menos es da esperarse que estos
pueblos no serían arrastrados a una coalición vergonzosa y traidora. Y si de
tal cosa fuesen capaces los mas de los gobiernos Sudamericanos, reunidos en
Congreso, aun así mismo este acto sería benéfico en resultados; pues entonces
podríamos decir lo que el abate De-Pradt, delante de los resultados del
Congreso de Carlsbad. «Este congreso es uno de los mas grandes
acontecimiento de estos tiempos, porque ha hecho conocer el espíritu de los
gobiernos y la tendencia que prevalece entre ellos. Podría llamársele —el
espíritu de los gabinetes de Alemania. Sucede en este con los gobiernos lo que
con los hombres, que importa conocerles lo mejor posible. Establecido un juicio
sobre el particular, podréis guiaros por él para proveer lo que harán en
adelante. Se preguntaba desde largo tiempo como consideraban los gabinetes el
estado de la Europa. Carlsbad se ha encargado de la respuesta… En
vista de lo que acaban de hacer se sabe lo que harán por mucho tiempo. Se sabe
entretanto, a que atenerse respecto a su espíritu, pues está declarado. Por lo
menos, se ha ganado este por Carlsbad.» Desde que concluyó la guerra de la
independencia con la España, no sabemos lo que piensa la América de
sí misma y de su destino: ocupada de trabajos y cuestiones de detalle, parece
haber perdido de vista el punto común de arribo que se propuso alcanzar al
romper las trabas de su antigua opresión. Los estados diferentes que la
componen se dan cuenta anualmente de su situación parcial; y ¿por qué la
América toda, de vez en cuando, no se daría cuenta de su posición general?
¿No sería probable que el examen de los distintos actos que componen nuestra
vida pública, hecho desde un punto de vista tan elevado, sirviese de un
estímulo capaz de alejar a nuestros gobiernos de los intereses y pasiones que
no fuesen dignos de la estimación americana? Así la Europa y el mundo
nos conocerían mas a fondo, porque tendrían opiniones competentes para tomar
por base de las suyas. Y últimamente sabríamos nosotros mismos con certeza lo
que teníamos derecho a esperar de un movimiento cuyos frutos se nos preconizó
tanto y cuyo acceso se nos presenta a veces tan incierto y dudoso. Si la
América oficial nos hiciese conocer un desengaño, diríamos también
nosotros: ―«por lo menos se ha ganado este con Lima» (suponiendo que
Lima debiese ser el asiento del Congreso).
JUAN BAUTISTA
ALBERDI
Fuente: Sociedad de la Sociedad Americana de Santiago de
Chile, “Union i Confederacion de los pueblos Hispano-Americanos, pág. 226 y
sigtes., Imprenta Chilena-1862. Ortografía modernizada.
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