DIONISIO INCA YUPANQUI “Un pueblo que oprime a otro no puede ser
libre”
En las Cortes de Cadiz
el 16 de diciembre de 1810
“Señor,
Diputado suplente por el vireinato del Perú, no he venido á ser uno de los
indivíduos que componen este cuerpo moral de V.M. para lisonjearle, para
consumar la ruina de la gloriosa y atribulada España, ni para sancionar la
esclavitud de la virtuosa América, He venido sí, á decir á V.M. con el respeto
que debo y con el decoro que profeso, verdades amarguísimas y terribles si V.M.
las desestima; consoladoras y llenas de salud, si las aprecia y las ejercita en
beneficio de su pueblo. No haré, Señor, alarde ni ostentación de mi conciencia;
pero sí diré que reprobando esos principios arbitrarios de alta y baja
política, empleados por el despotismo, solo sigo los recomendados por el
Evangelio de V.M. y yo profesamos. Me prometo, fundado en los principios de
equidad que V.M. tiene adoptados, que no querrá hacer propio suyo este pecado
gravísimo de notoria y antigua injusticia en que han caido todos los Gobiernos
anteriores: pecado que en mi juicio es la primera ó quizá la única causa por
que la mano poderosa de un Dios irritado pesa tan gravemente sobre este pueblo
nobilísimo, digno de mejor fortuna. Señor, la justicia divina protege á los
humildes, y me atrevo á asegurar á V.M., sin hallarme ilustrado por el espíritu
de Dios, que no acertará á dar un paso seguro en la libertad de la Pátria
mientras no se ocupe con todo esmero y diligencia en llenar sus obligaciones
con las Américas: V.M. no las conoce. La mayor parte de sus Diputados y de la
Nación apenas tienen noticia de ese dilatado continente. Los Gobiernos
anteriores le han considerado poco, y solo han procurado asegurar las remesas
de este precioso metal, orígen de tanta inhumanidad, del que no han sabido
aprovecharse. Le han abandonado al cuidado de hombres codiciosos é inmorales; y
la indiferencia absoluta con que han mirado sus más sagradas relaciones con
este país de delicias, ha llenado la medida de la paciencia del Padre de las
misericordias, y forzándole á que derrame parte de la amargura con que se
alimentan aquellos naturales sobres nuestras provincias europeas. Apenas queda
tiempo ya para despertar del letargo y para abandonar los errores y
preocupaciones hijas del orgullo y vanidad. Sacuda V.M. apresuradamente las
envejecidas y odiosas rutinas, y bien penetrado de nuestras presentes
calamidades son el resultado de tan larga época de delitos y prostituciones, no
arroje de su sena la antorcha luminosa de la sabiduría, ni se prive del
ejercicio de las virtudes. Un pueblo que oprime a otro no puede ser libre. V.M.
toca con las manos esta terrible verdad. Napoleón, tirano de Europa, su
esclava, apetece marcar con este sello á la generosa España. Esta, que lo
resiste valerosamente, no advierte el dedo del Altísimo, ni conoce que se le
castiga con la misma pena que por tres siglos hace sufrir á sus inocentes
hermanos. Como Inca, Indio y Americano, ofrezco á la consideración de V.M. un
cuadro sumamente instructivo. Dígnese hacer de él una comparada aplicación, y
sacará consecuencias muy sabias é importantes. Señor, ¿resistirá V.M. á tan
imperiosas verdades? ¿Será insensible á las ansiedades des sus súbditos
europeos y americanos? ¿Cerrará V. M. ojos para no ver con tan brillantes luces
el camino que aun le manifiesta el cielo para su salvación? No, no sucederá
así; yo lo espero lleno de consuelo en los principios religiosos de V.M. y en
la ilustrada política con que procura señalar y asegurar sus soberanas
deliberaciones.”
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