YASUNARI KAWABATA “La emoción ante lo bello despierta fuertes anhelos
de amistad y compañerismo, de modo que la expresión "ser querido"
puede ser tomada como equivalente a "ser humano"
Discurso
pronunciado al recibir el Premio Nobel en 1968
En
primavera, flores de cerezo;
en
verano, el cuclillo.
En
otoño, la luna, y en
Invierno,
la nieve fría y transparente.
Luna
de invierno, que vienes de las nubes
a
hacerme compañía:
el
viento es penetrante, la nieve, fría.
El
primero de estos poemas es del monje Dogen (1200-1253) y lleva como
título Realidad innata (Honrai no Menmoku). El segundo es del monje Myoe
(1173-1232). Cuando me piden ejemplos de mi escritura autógrafa, éstos son los
poemas que elijo a menudo.
En
el poema de Myoe hay una introducción, inusualmente extensa y detallada, que
pone de manifiesto el corazón del mismo, y que bien podría ser llamada
narración poética: "Era la noche del duodécimo día del duodécimo mes del
año [lunar] de 1224, con cielo nublado y luna oscura. Yo estaba sentado en
meditación zen en el Pabellón Kakyu. Cuando llegó la hora de la vigilia de
medianoche, al cabo de mi meditación, descendí desde el Pabellón, situado en la
cima, hacia la base de la montaña. Y fue entonces cuando la luna surgió de
entre las nubes e iluminó la nieve. Con la luna como compañera, ni el aullido
del lobo en el valle me producía temor. Cuando llegué al llano, nuevamente las
nubes envolvían a la luna. Como la campana estaba señalando la última vigilia,
ascendía una vez más hacia la cima, y la luna, saliendo de entre las nubes, me
vigilaba por el camino. Al llegar a la cima y entrar en el pabellón, la luna,
que perseguía a las nubes, parecía ocultarse detrás de una cumbre distante, y
me pareció que me hacía secreta compañía."
Aquí
sigue el poema que he citado, y a continuación hay otro, con la explicación de
que Myoe lo compuso cuando entró en el Pabellón para meditar después de ver que
la luna se ocultaba tras la montaña:
Iré
al otro lado de la montaña,
¡Ve
allí también, oh luna!
Noche
tras noche
nos
haremos compañía.
Esto
da motivo para otro poema. Posiblemente, Myoe pasó el resto de la noche
meditando en el Pabellón; o quizás haya regresado allí antes del amanecer:
"Al abrir mis ojos en el transcurso de mis meditaciones, vi la luna del
amanecer iluminando la ventana. Vi el fulgor de los rayos de luz de la luna que
entraba en el oscuro lugar en que me hallaba, y sentí que mi corazón purificado
irradiaba la luz de la luna misma":
Si
mi corazón puro brilla,
la
luna piensa
que
esa luz le pertenece.
Así
como a Saigyo se lo considera el poeta de los cerezos en flor, Myoe ha sido
llamado el poeta de la luna. A este último pertenece un canto que consiste en
reiterar exclamaciones provocadas por una profunda emoción:
Oh
brillante, brillante,
oh
brillante, brillante, brillante,
oh
brillante, brillante.
Brillante,
oh brillante, brillante,
brillante,
oh brillante luna.
En
sus tres poemas sobre la luna de invierno, desde el comienzo de la noche hasta
el amanecer, Myoe sigue puntualmente la tendencia de Saigyo, otro monje-poeta
que vivió de 1118 a 1190: "Aunque escribo poesías, no me considero un
poeta". Las treinta y una sílabas de cada poema, inocentes y sinceras, se
dirigen a la luna, más que como compañera, como amiga, como confidente. Viendo
a la luna, el poeta se convierte en la luna; la luna, vista por el poeta, llega
a ser el poeta. Al sumergirse en la naturaleza, forma un todo con ella. Así, la
luz del corazón puro del monje, mientras medita en el Pabellón durante la
oscuridad que precede al amanecer, se transforma para la luna del amanecer en
su propia luz.
Como
hemos visto en la extensa introducción al primero de los poemas de Myoe, la
luna de invierno se convierte en compañera; el corazón del monje, sumido en
meditación sobre religión y filosofía, allá en el Pabellón de la montaña, está
ligado con una sutil correspondencia e interacción con la luna; y a esto le
canta el poeta.
Elijo
ese primer poema, cuando me piden ejemplos de mi escritura autógrafa, por su
notable calidez y comunicación. Luna de invierno, que sales y entras de las
nubes, haciendo brillantes mis pasos al ir y venir del Pabellón para meditar, y
que haces que no tema el aullido del lobo, ¿no sientes que el viento te
penetra, no te da frío la nieve? Elijo ese poema porque habla del espíritu
profundamente apacible y afectuoso del pueblo japonés; es un canto, de honda y
cálida devoción, al hombre y a la naturaleza.
El
doctor Yukio Yashiro internacionalmente conocido como estudioso de la obra de
Botticelli; hombre de gran erudición acerca del arte del pasado y del presente,
de Oriente y de Occidente ha dicho que una de las características distintivas
del arte japonés se puede resumir en una simple frase poética: "La época
de la nieve, de la luna, de los cerezos en flor: entonces, más que nunca,
pensamos en quienes amamos". Al contemplar la belleza de la nieve, de la
luna llena, de los cerezos en flor, es decir, cuando despertamos ante las
bellezas de las cuatro estaciones y entramos en contacto con ellas, cuando
sentimos la felicidad de habernos encontrado con la belleza, es cuando más
pensamos en quienes amamos y deseamos compartir con ellos esa felicidad. La
emoción ante lo bello despierta fuertes anhelos de amistad y compañerismo, de
modo que la expresión "ser querido" puede ser tomada como equivalente
a "ser humano". La nieve, la luna, las flores de cerezo, palabras que
representan la belleza de cada una de las estaciones que se suceden una tras
otra, abarcan en la tradición japonesa toda la belleza de las montañas y los
ríos y las hierbas y los árboles, todas las múltiples manifestaciones tanto de
la naturaleza como de los sentimientos humanos.
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