RAÚL ALFONSÍN “Estado no puede subordinarse a poderes
extranjeros, no puede subordinarse a los grupos financieros internacionales,
pero que tampoco puede subordinarse a los privilegiados locales. La propiedad
privada cumple un papel importante en el desarrollo de los pueblos, pero el
Estado no puede ser propiedad privada de los sectores económicamente poderosos”
Discurso
de asunción de ante la Asamblea Legislativa el 10 de diciembre de 1983
“Honorable
Congreso de la Nación:
Venimos
a exponer a vuestra honorabilidad cuáles son los principales objetivos del
gobierno en los diversos terrenos en que debe actuar: la política nacional e
internacional, la defensa, la economía, las relaciones laborales, la educación,
la salud pública, la justicia, las obras de infraestructura, los servicios
públicos y todas las otras cuestiones que reclaman la atención del pueblo, de
los gobernantes y de los legisladores.
Pero
queremos decir, también, que entre todas las áreas habrá un enlace profundo y
fundamental: que una savia común alimentará la vida de cada uno de los actos
del gobierno democrático que hoy se inicia: la rectitud de los
procedimientos.Hay muchos problemas que no podrán solucionarse de inmediato,
pero hoy ha terminado la inmoralidad pública. Vamos a hacer un gobierno
decente. Ayer pudo existir un país desesperanzado, lúgubre y descreído: hoy
convocamos a los argentinos, no solamente en nombre de la legitimidad de origen
del gobierno democrático, sino también del sentimiento ético que sostiene a esa
legitimidad.
Ese
sentimiento ético constituye uno de los más nobles movimientos del alma. Aún el
objetivo de construir la unión nacional debe ser cabalmente interpretado a
través de la ética. Ese sentimiento ético, que acompañó a la lucha de millones
de argentinos que combatieron por la libertad y la justicia, quiere decir,
también, que el fin jamás justifica los medios.
Quienes
piensan que el fin justifica los medios suponen que un futuro maravilloso borrará
las culpas provenientes de las claudicaciones éticas y de los crímenes. La
justificación de los medios en función de los fines implica admitir la propia
corrupción, pero, sobre todo, implica admitir que se puede dañar a otros seres
humanos, que se puede someter al hambre a otros seres humanos, que se puede
exterminar a otros seres humanos, con la ilusión de que ese precio terrible
permitirá algún día vivir mejor a otras generaciones. Toda esa lógica de los
pragmáticos cínicos remite siempre a un porvenir lejano.
Pero
nuestro compromiso está aquí, y es básicamente un compromiso con nuestros
contemporáneos, a quienes no tenemos derecho alguno de sacrificar en función de
hipotéticos triunfos que se verán en otros siglos.
Nosotros
vamos a trabajar para el futuro. La democracia trabaja para el futuro, pero
para un futuro tangible. Si se trabaja para un futuro tangible se establece una
correlación positiva entre el fi n y los medios. Ni se puede gobernar sin
memoria, ni se puede gobernar sin la capacidad de prever, pero prever para un
tiempo comprensible y no para un futuro indeterminado. Los totalitarios piensan
en términos de milenios y eso les sirve para erradicar las esperanzas de vida
libre entre los seres humanos concretos y cercanos. Los problemas que debemos
prever son, a lo sumo, los de las siguientes dos generaciones.
Como
dijo Juan XXIII, más allá de eso no hay conclusiones seguras y los datos son
demasiado inciertos u oscilantes, lo que puede justifi car la investigación,
pero no la acción política.
Si
separamos a la política de su arraigo en el tiempo, impedimos que lleguen a la
política los ecos del dolor humano. Ni la crueldad actual, ni la inmoralidad
actual, ni la claudicación actual, garantizan un futuro feliz.
La
justificación de los medios por el fi n constituye la apuesta demencial de muchos
déspotas e implica el abandono de la ética política.
Mediremos,
en consecuencia, nuestros actos para no dañar a nuestros contemporáneos en
nombre de un futuro lejano. Pero nos empeñaremos, al mismo tiempo, en la lucha
por la conquista del futuro previsible, porque negarnos a luchar por mejorar
las condiciones en que viven los hombres, y por mejorar a los hombres mismos,
en términos previsibles, sería hundirnos en la ciénaga del conformismo. Y toda
inacción en política, como dijo el actual pontífi ce, sólo puede desarrollarse
sobre el fondo de un gigantesco remordimiento. La acción, ya sabemos, no
llevará a la perfección: La democracia es el único sistema que sabe de sus
imperfecciones.
Pero
nosotros daremos de nuevo a la política la dimensión humana que está en las
raíces de nuestro pensamiento.
Vamos
a luchar por un Estado independiente. Hemos dicho que esto significa que el Estado
no puede subordinarse a poderes extranjeros, no puede subordinarse a los grupos
financieros internacionales, pero que tampoco puede subordinarse a los
privilegiados locales. La propiedad privada cumple un papel importante en el
desarrollo de los pueblos, pero el Estado no puede ser propiedad privada de los
sectores económicamente poderosos.
Las
oligarquías tienden siempre a pensar que los dueños de las empresas o del
dinero tienen que ser los dueños del Estado. Ya vimos eso una vez más en los
últimos años. Otros, a su vez, piensan que el Estado debe ser el dueño de todas
las empresas.
Nosotros
creemos que el Estado debe ser independiente: ni propiedad de los ricos, ni
propietario único de los mecanismos de producción.
La
independencia del Estado presupone dos condiciones fundamentales. Por un lado,
el protagonismo popular.
¿De
dónde sacaría, si no, fuerzas el Estado para mantener su independencia?
La
democracia será desde el primer momento, una fuerza movilizadora. La democracia
moviliza siempre, mientras que el régimen desmoviliza. El régimen se ocupa de
la desmovilización de la juventud. Se ocupa, por ejemplo, de transformar las
universidades en enseñaderos. La democracia atiende a la movilización de la
juventud en torno de los problemas generales y de sus problemas específicos.
Por
otra parte, requiere la moralidad administrativa, la conducta de los
gobernantes. Seremos más que una ideología, una ética. La lucha contra los
corruptos, contra la inmoralidad y la decadencia es el reaseguro del protagonismo
popular. Las dos cosas, en realidad, van juntas: no se puede luchar contra la
corrupción, que está en las entrañas del régimen, sino a través del
protagonismo popular, pero no se puede preservar el protagonismo popular sin
sostener una política de principios, una ética que asegure su perduración.
¿De
qué serviría el protagonismo popular, de qué serviría el sufragio, si luego los
gobernantes, elegidos a través del voto, se dejaran corromper por los
poderosos?
El
sufragio tiene diversos sentidos simultáneos. Por una parte, el voto implica la
posibilidad de que gobierne el pueblo y de que el Estado sea independiente. Por
otra parte, expresa la existencia de una regla para obtener legitimidad, ya que
el pueblo no puede expresarse por sí mismo y el llamado espontaneismo nunca
existe en la realidad. A través del sufragio, el pueblo tiene la forma de
elegir a sus gobernantes y a sus representantes.
No
puede elegirnos a través del motín. La violencia está inhabilitada para ser la
forma permanente de manifestación del cambio.
Venimos
de un movimiento que no luchó en 1890 para ser gobierno, porque eso hubiera
implicado establecer el principio de que el poder, como decían los
guerrilleristas de hace diez o doce años, estaba en la boca de los fusiles.
Al
gobierno no se lo podía elegir a través de un levantamiento, por popular que
fuese. Se luchó para que hubiese elecciones libres.
La
creencia en los métodos violentos para tomar el poder y ejercerlo implica que
son razonables los puntos de vista de quienes manejan mejor las armas, o de
quienes están más armados. Ese concepto fue objetado ya desde 1890, y fue
objetado en medio de una revolución. La violencia era el régimen, y esa
violencia del régimen no debía ser reemplazada por otra de distinto signo, sino
por el sufragio.
Históricamente
nos opusimos a que una pequeña minoría de la población considerada a sí misma
como población combatiente, eligiera al gobierno en reemplazo del pueblo. Por
eso luchamos para defender el derecho a elegir el gobierno, pero sólo para
defender el derecho del pueblo a elegirlo. Esa distinción rechaza desde siempre
a la filosofía de la subversión. Pero debe tenerse en cuenta que la Constitución
y las leyes son subvertidas, también, por minorías armadas, que reemplazan la
ley por las balas, tanto a través del guerrillerismo, como a través del
golpismo. Por eso, señalamos categóricamente que combatimos el método violento
de las élites, derechistas o izquierdistas.
En
un contexto internacional cada vez más interdependiente, el sufragio garantiza
la inserción de la Argentina en el mundo como nación independiente, mientras
que la violencia de uno u otro signo impide la inserción del país en el mundo o
lo convierte en teatro de operaciones donde los actores pierden su propia
iniciativa y el Estado en consecuencia, pierde su independencia, arriesgando
que el gobierno emergente de esa lucha no sería ya decidido por la población
sino por el acuerdo o desacuerdo en la mesa de negociaciones de las superpotencias.
Además,
la fuerza pura carece de capacidad para engendrar legitimidad, y por eso las
dictaduras de derecha, aunque apoyadas por algunos capitales monopólicos,
terminan aisladas también del mundo y se condenan inevitablemente al fracaso.
El
método violento de las élites de derecha o de izquierda se justifica a sí mismo
con el triunfo definitivo y final, absoluto, de una ideología sobre otra y de una
clase sobre otra.
La
democracia aspira a la coexistencia de las diversas clases y actores sociales,
de las diversas ideologías y de diferentes concepciones de la vida. Es
pluralista, lo que presupone la aceptación de un sistema que deja cierto
espacio a cada uno de los factores y hace posible así la renovación de los
partidos y la transformación progresiva de la sociedad.
El
voto es la vía elegida en contra de la posesión monopólica del Estado y del
país por parte de los poderes económicos o financieros y también en contra de la
posesión monopólica del Estado y del país por un grupo armado, cualquiera sea
la excusa con que se apodere de los resortes básicos de una comunidad.
El
sufragio, por definición, constituye un límite para los sectores privilegiados
y, como instrumento de las mayorías, tiende a lograr una mayor justicia
distributiva.
El
sufragio hace posible la resolución pacífica de las controversias en la sociedad
y, al proveer de la única legitimidad pensable al Estado, favorece la
continuidad de las instituciones republicanas y de las doctrinas en que ellas
se asientan.
La
Argentina pudo comprobar hasta qué punto el quebrantamiento de los derechos del
pueblo a elegir sus gobernantes implicó siempre entrega de porciones de
soberanía al extranjero, desocupación, miseria, inmoralidad, decadencia,
improvisación, falta de libertades públicas, violencia y desorden.
Mucha
gente no sabe qué significa vivir bajo el imperio de la Constitución y la ley,
pero ya todos saben qué significa vivir fuera del marco de la Constitución y la
ley.
Honorable
Congreso: La voluntad del pueblo, a través de sus representantes, se hace
presente hoy en este augusto recinto par dar testimonio de que se inicia en
estos instantes una nueva etapa de nuestra vida nacional.La noción de ser
protagonistas de este nuevo comienzo, que será definitivo, nos inspira a todos
un sentimiento de responsabilidad acorde con el esfuerzo que hoy emprendemos
juntos, y nos infunde el valor para afrontar un conjunto de dificultades muy
graves que acosan a nuestra patria.
Esas
dificultades son múltiples e inmensas, bien lo sabemos, pero vamos a salir
adelante, con la fe y el empuje necesarios, porque tenemos sin duda los
recursos, la voluntad y el coraje. Y sobre todo, porque en este empeño estamos
todos unidos.
Al
traer en este acto solemne la palabra del Poder Ejecutivo, invocando la
legitimidad de nuestra investidura constitucional, que es la única fuerza
indiscutible con que puede respaldarse la autoridad ante un pueblo que es libre
y ha sabido demostrarlo, venimos a enunciar, muy someramente, nuestro programa
de acción inmediata y nuestros principales objetivos, contenidos en una clara
plataforma política que la mayoría del país ha hecho suya.
A
vuestra honorabilidad, como titular del Poder Legislativo de la Nación y
representación fi el de la opinión popular, compete a partir de ahora la tarea
superior de dar al país los instrumentos legales para la realización de las
“reformas prometidas” a que alude, con visionaria anticipación histórica, el
artículo 88, inciso 11, de la Constitución Nacional.
El
Estado en que las autoridades constitucionales reciben el país deplorable y, en
algunos aspectos, catastrófico, con la economía desarticulada y deformada, con
vastos sectores de la población acosados por las más duras manifestaciones del
empobrecimiento, con situaciones sociales que reflejan crudamente el impacto de
la miseria, con un endeudamiento de insólito volumen y de origen muchas veces
inexplicable, que compromete gran parte de los recursos nacionales para un
largo futuro, con una inflación desbordada cuyos efectos son una verdadera
afrenta para los hombres que producen y trabajan, con un clima de
arbitrariedad, atropello e incertidumbre creado por la absurda pretensión de
gobernar por el miedo y la prepotencia, con la cultura postergada y perseguida
en muchas de sus expresiones, con la educación y la salud relegadas a un
segundo plano y consiguientemente convertidas en privilegio de los menos, con
una situación internacional agravada por decisiones irresponsables cuyas
consecuencias se transfirieron imprudentemente a un futuro y que ahora vienen a
depositarse en nuestras manos; con la carga afligente de todos esos males, cuya
cuenta precisa y detallada puede ser excusada aquí por ser bien conocida,
tendremos que enfrentarnos, a partir de hoy, no sólo a la tarea de corregirlos
y eliminarlos para siempre, sino a la de echar los cimientos de la Argentina
libre, grande, próspera, fraterna y generosa que queremos. Y lo hacemos, desde
luego, juntos y unidos en esa decisión reparadora que todos compartimos.
Esa
decisión, repito, que tiene que ser, que ya es, el motor que impulsa nuestra
marcha hacia delante. Si enorme es el desafío, inmensa debe ser nuestra
voluntad. Si algo podemos prometer hoy, sin temor a errar, es que esa voluntad,
tan firme y tan constante como las circunstancias lo requieran, no habrá de
faltarnos nunca.Vamos a establecer definitivamente en la Argentina la democracia
que todos los argentinos queremos, dinámica, plena de participación y
movilización popular para los grandes objetivos nacionales, en el marco bien
defi nido pero históricamente flexible de nuestra Constitución, que garantiza
todos los derechos, todas las libertades, todos los avances sociales y
culturales del mundo moderno, a la vez que asegura la responsabilidad de los
gobernantes ante el pueblo a través de los mecanismos jurídicos y políticos de
control que la misma Constitución ha previsto, y de la periódica renovación de
los poderes mediante el ejercicio del sufragio.
Vamos
a vivir en libertad. De eso, no quepa duda. Como tampoco debe caber duda de que
esa libertad va a servir para construir, para crear, para producir, para
trabajar, para reclamar justicia - toda la justicia, la de las leyes comunes y
la de las leyes sociales -, para sostener ideas, para organizarse en defensa de
los intereses y los derechos legítimos del pueblo todo y de cada sector en
particular. En suma, para vivir mejor; porque, como dijimos muchas veces desde
la tribuna política, los argentinos hemos aprendido, a la luz de las trágicas
experiencias de los años recientes, que la democracia es un valor aún más alto
que el de una mera forma de legitimidad del poder, porque con la democracia no
sólo se vota, sino que también se come, se educa y se cura.
Termina
hoy el estéril tutelaje sobre los habitantes de este país.
Eso
quiere decir que el gobierno retoma su tradición como defensor del estado de
derecho y de las libertades públicas y quiere decir, también, que los
ciudadanos reasumen el pleno ejercicio de sus responsabilidades.
En
la Argentina existió una larga tradición de libertades públicas, oscurecida
durante los últimos años por la arbitrariedad y la irracionalidad.
Esto
llevó al miedo, a la indiferencia producida por ese miedo, a la ausencia de
participación de los argentinos en los problemas de los argentinos, a la falta
de renovación en las personas, a la asfixia de la imaginación. La teoría de la
seguridad fue esgrimida para evitar la vida libre, sincera, franca y espontánea
de nuestra gente.
La
aceptación de esa teoría implicó el pago de un precio muy alto por una
seguridad que jamás puede alcanzarse sin la participación popular, aún a costa
del desorden de superficie. Hemos vivido, así, bajo el pretexto de la seguridad,
en una inseguridad monstruosa y bajo el predominio de las ideas que
privilegiaban a la autoridad en una virtual acefalía del gobierno, en una
feudalización del poder, en una increíble confusión sobre los roles que
correspondían a cada uno de los engranajes del Estado.
La
seguridad, sin libertad, pierde todo su contenido. Los argentinos no se sentían
seguros y sabían que podían ser detenidos, o aun sufrir peor suerte, sin
posibilidad alguna de defenderse.
Los
órganos supremos del Estado dividiéndose entre sus componentes, agrupándose,
disolviéndose o reapareciendo sucesivamente; los argentinos expuestos a la
muerte o muriendo efectivamente sin participar de ninguna de las decisiones;
todo eso era lo contrario de la verdadera seguridad, que se nutre de la
libertad y de la responsabilidad.
Nuestra
filosofía se basa en ideas distintas: la seguridad del Estado no puede
sostenerse sobre la inseguridad de la comunidad nacional. Nosotros
privilegiaremos, por lo tanto, la plena vigencia de los derechos humanos y la
necesidad de desmantelar el aparato represivo para que solamente las
instituciones naturales, modernas y eficientes de la justicia y de los
organismos que deben servirla en el marco de la legitimidad se hagan cargo de
los complejos problemas de la sociedad moderna, problemas cuya gravedad no se
nos escapa.
El
pasaje a la libertad requiere una creciente comprensión de los ciudadanos sobre
la importancia de cada uno de los actos que influyen sobre el conjunto social.
Las libertades concretas implican libertades sociales, acceso a la educación,
posibilidad de justicia igualitaria, derecho a la salud, resguardo de su
intimidad y también, por supuesto, derecho al orden que el gobierno democrático
garantizará con los medios que las leyes ponen en sus manos.
El
país ha vivido frecuentemente en tensiones que finalmente derivaron en la
violencia espasmódica del terrorismo subversivo y una represión indiscriminada
con su secuencia de muertos y desaparecidos.
La
lucha entre sectores extremistas, así como el terrorismo de Estado, han dejado
profundas heridas en la sociedad argentina.
La
manera de restañar esas heridas no puede girar en torno a venganzas o
resentimientos que serían innobles en sí mismos, cuando no inmorales en muchos
casos, en cuanto pudieran comprometer al destino del país en estériles
fijaciones sobre el pasado. Pero la democracia tampoco podría edificarse sobre la
claudicación, actuando como si aquí no hubiera ocurrido nada.
Se
propiciará la anulación de la ley de amnistía dictada por el gobierno militar y
se pondrá en manos de la justicia la importante tarea de evitar la impunidad de
los culpables.
La
justicia, asimismo, tendrá las herramientas necesarias para evitar que sean
considerados del mismo modo quienes decidieron la forma adoptada en la lucha
contra la subversión, quienes obedecieron órdenes y quienes se excedieron en su
cumplimiento.
Más
allá de las sanciones que pudiera determinar la justicia, el gobierno
democrático se empeñará en esclarecer la situación de las personas
desaparecidas. Esto no exime de tremendas responsabilidades al terrorismo
subversivo, que debió haber sido combatido con los medios que la civilización
actual pone en manos del Estado y no a través del empleo de medios similares a
los condenados por el conjunto de la comunidad nacional.
Vamos
a emplear la sensatez, los métodos correctos y los sanos principios.
Ellos
nos harán fuertes, demostrarán al mundo que en la Argentina existe una
democracia que no está dispuesta a renunciar a sus razones de ser.
Si,
por una hipótesis, se abandonara el camino de la ley, quienes lograran ese
propósito tendrían un éxito político inicial con qué contar.
No
se puede vencer en el terreno de la fuerza si se carece de la razón. Nosotros
queremos tener razón para ser fuertes.
En
la vida democrática, los ciudadanos tendrán la tranquilidad que necesitan. La
democracia es previsible, y esa previsibilidad indica la existencia de un orden
mucho más profundo que aquél asentado sobre el miedo o el silencio de los
ciudadanos.
La
previsibilidad de la democracia implica elaboración y diálogo.Estamos cargados
de ideales y de sueños que vamos a realizar en forma honesta y razonable.
Contamos con la amplia y comprensiva disposición al diálogo de la oposición,
que está demostrando desde ahora la generosidad y patriotismo con que, a través
de la crítica, colaborará en la consolidación del proyecto democrático. Ese
espíritu de unidad nacional que hace vibrar a todo el país no excluirá, sin
duda, tempestuosos debates y agrios enfrentamientos de coyuntura que nutrirán
al estilo republicano triunfante ya en el país.
El
diálogo, para ser efectivo, será un diálogo real que presupondrá el
reconocimiento de que no tenemos toda la verdad, de que muchas veces habremos
de equivocarnos y que hemos de cometer errores humanos.
¿Para
qué escucharíamos si no estuviéramos dispuestos a rectificar conductas? ¿Para
qué rectificaríamos conductas si no pensáramos que ellas pueden ser equivocadas
en algunos casos?
El
país está enfermo de soberbia y no está ausente del recuerdo colectivo la
existencia de falsos diálogos, que, aun con la buena fe de muchos
protagonistas, no sirvieron para recibir ideas ajenas y modificar las propias.
El diálogo no es nunca la sumatoria de diversos monólogos sino que presupone una
actitud creadora e imaginativa por parte de cada uno de los interlocutores.
El
gobierno nacional incita a lleva a cabo una cruzada horizontal y vertical de
democratización sobre la base de una acción renovada de los partidos políticos,
de las asociaciones intermedias y de cada uno de los ciudadanos, en forma de
permitir que los sistemas de fuerzas que anidan en la sociedad argentina se
articulen en una convivencia pacífica y creadora.
La
democracia no se establece solamente a través del sufragio ni vive solamente en
los partidos políticos.
La
democracia necesitará que el conjunto de la sociedad exprese aún las temáticas
específicas desde el compromiso representativo y republicano.
No
desconocemos la existencia de instituciones cuya tremenda trascendencia espiritual
orienta la vida cotidiana de millones de argentinos, ni la existencia de
asociaciones intermedias. Unas y otras podrán colaborar en el gran debate
nacional como partícipes de la forma de vida democrática, sin que se descarte
la existencia de nuevos canales para expresar la compleja realidad de nuestro
tiempo, pero en el reconocimiento, siempre, de que los objetivos de la Nación,
a través de sus representantes, y no de acuerdos dominantes o corporativos
entre sectores, realizados con prescindencia de las legítimas representaciones
o, aún, como ha ocurrido en este país, en contra de las legítimas
representaciones.
Si
sabemos orquestar la ponderada y equilibrada conjunción de tales
manifestaciones y atender a las legítimas preferencias que profesa una
Argentina integrada y viva, sin compartimientos estancos, sin partes invisibles
o secretas, iremos configurando un Estado dinámico, eficaz y sano, nutrido por
una comunidad libre y creativa.
Nuestro
gobierno no se cansará de ofrecer gestos de reconciliación, indispensables
desde el punto de vista ético e ineludibles cuando se trata de mirar hacia
adelante.
Sin
la conciencia de la unión nacional será imposible la consolidación de la
democracia; sin solidaridad, la democracia perderá sus verdaderos contenidos.
Esta llama debe prender en el corazón de cada ciudadano, que debe sentirse
llamado antes a los actos de amor que al ejercicio de los resentimientos.
Habrá
libertad en la Argentina, y habrá también orden. El orden presupone el rechazo
de las violencias particulares, pero no solamente de la violencia terrorista
sino también de la violencia que se perpetra sobre el alma de los argentinos
para tratar de empujarlos hacia las ideas autocomplacientes y decadentes.
El
gobierno democrático también impulsará una vigencia efectiva del federalismo
constitucional. Nuestra Ley Fundamental estableció un sistema de poderes
articulado en torno a un Poder Ejecutivo fuerte compensado por un Poder
Judicial también fuerte e independiente y un Poder Legislativo con representación
activa del pueblo y de las provincias.
Sin
embargo, el federalismo fue reemplazado parcialmente - y no solamente bajo
gobiernos de facto - por un centralismo absorbente y muchas veces irracional
aun desde el punto de vista de sus propios fines. Ese centralismo fue
succionando desde las migraciones interiores hasta los contenidos económicos
pasando por un verdadero arrasamiento cultural del interior y llevando a la
constante deformación de la vida nacional.
Esa
tendencia debe ser revertida a través de una sincera lealtad para con las
distintas regiones del país.
Las
provincias volverán a asumir su histórico papel fundador de la nacionalidad,
despolarizando el desarrollo hasta convertirlo en razonablemente homogéneo, de
acuerdo a las necesidades y características de cada zona geográfica de la
República pero siempre en forma tal que no existan más beneficiados por los
avances de la civilización en una zona y olvidados del destino en la otra.
Esto
implicará una nueva dignidad en el pacto federal. Las provincias no necesitarán
más asumir tácticas que muchas veces implicaron la aceptación del predominio de
las grandes ciudades portuarias. La existencia de provincias fuertes, seguras
de sus propios méritos, es también indispensable para la vida en condiciones
justas.
El
gobierno democrático cumplirá con la obligación constitucional de informar al
pueblo sobre lo que ocurre en el país.
El
cumplimiento de esa obligación constitucional implica que la oficialización de
la mentira, de los secretos inútiles y de las verdades a medias ha terminado en
la Argentina.
Todos
los habitantes de esta República podrán saber lo que ocurre, sin que la
información vuelva a ser jamás reemplazada por una guerra psicológica que se
perpetró contra el pueblo argentino, generando una verdadera muralla de
incomunicación entre los gobernantes y los gobernados e impidieron así la
realimentación de un circuito que sirve a la gente común, con derecho para
juzgar y opinar, pero que también sirve a las mismas autoridades.
En
la administración de los medios transitoria o defi nitivamente en manos del
Estado, así como en la administración de la agencia oficial de noticias,
existirá juego limpio; los instrumentos del Estado no son propiedad privada de
los gobernantes ni de un partido, sino de todos los argentinos.
A
través de esos medios, así, se expresará la natural pluralidad de la república
democrática, a través de todos sus matices.
Terminó
la confusión entre organismos oficiales, o momentáneamente intervenidos por el
gobierno y organismos oficialistas. A través de todas las vías en que pueda
influir, el gobierno transmitirá la natural diversidad de opiniones de los
ciudadanos, sin cesuras ideológicas y sin discriminaciones.
Y
esta decisión de cumplir con nuestro deber, como corresponde, se fundamenta
también en razones prácticas; en primer lugar, nosotros mismos necesitamos de
la constante realimentación del circuito informativo para saber en cada momento
cómo reaccionan los distintos sectores de la opinión pública; en segundo lugar,
porque la razón de ser de un gobierno constitucional y democrático implica el
reconocimiento de la diversidad. Si negáramos u ocultáramos esa diversidad,
negaríamos u ocultaríamos nuestras razones de vivir y de luchar.
El
ciudadano común percibirá, de la mañana a la noche, la diferencia entre el
autoritarismo y la democracia. Puedo asegurar que seremos totalmente honestos,
desde el punto de vista intelectual, en la administración de los medios de
comunicación en manos del Estado y que ellos serán conducidos no solamente con
limpieza administrativa sin o con limpieza política, de modo que nunca más
alguien tenga que rechazar o subvalorizar una noticia por provenir de un canal
oficial y que nunca más nadie pueda suponer que se retacea la información
completa a que tienen derecho.
El
ejercicio de la libertad será también didáctico, otorgando razones para que los
argentinos se sientan coparticipes responsables de la vida de su país y puedan,
así, imaginar nuevas soluciones, nuevos caminos, corrigiendo, proponiendo o
estimulándolos”.
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