viernes, 11 de noviembre de 2016

ALFREDO PALACIOS “El ejército ha de ser escuela de virilidad, donde se aprenda a servir a la nación, para defenderla, no para gobernarla, pues cuando esto sucede sólo se forman gobiernos exclusivamente ejecutivos, exentos de la crítica de la opinión pública que orienta, y sin la posibilidad de rectificarse”




ALFREDO PALACIOS El ejército ha de ser escuela de virilidad, donde se aprenda a servir a la nación, para defenderla, no para gobernarla, pues cuando esto sucede sólo se forman gobiernos exclusivamente ejecutivos, exentos de la crítica de la opinión pública que orienta, y sin la posibilidad de rectificarse”



ALFREDO PALACIOS “El ejército ha de ser escuela de virilidad, donde se aprenda a servir a la nación, para defenderla, no para gobernarla, pues cuando esto sucede sólo se forman gobiernos exclusivamente ejecutivos, exentos de la crítica de la opinión pública que orienta, y sin la posibilidad de rectificarse”


Discurso en Radio Belgrano 22 de junio de 1955

Compatriotas.
En los pocos minutos de que dispongo, haré una breve exposición de la realidad política que sufrimos, y diré sencillamente cuál es su solución, y en qué la fundo, manteniendo la mayor serenidad posible, en homenaje a la patria, que exige en esta hora trágica abnegación y renunciamiento.
Me acerco al micrófono con la esperanza de ser escuchado por todo el país, después de una década durante la cual los opositores éramos réprobos. Mi voz es una voz amiga del pueblo, al que consagré mi vida, señalándole el camino y apartándolo de la repugnante adulación de los demagogos.
Estoy seguro de que reconocerán mi voz los trabajadores de las fábricas y talleres, hombres y mujeres, los obreros del campo, de los obrajes y los ingenios, por ser la misma que resonó antes que otra cualquiera, en el parlamento nacional, en nombre del Partido Socialista y con el estímulo de las grandes centrales obreras libres, para estructurar el nuevo derecho del proletariado argentino, haciendo sancionar las leyes fundamentales del código de trabajo e imponiendo el derecho de huelga, la libertad sindical, derivaciones del derecho natural de asociación, hoy abolidas.
Esta voz amiga, silenciada prepotentemente durante 10 años, será reconocida también por los hombres de las provincias del norte, que mezclaron su sangre con los autóctonos, y para quienes el PS redactó un plan que resolvía sus problemas, despertándolos a la vida en sus quebradas y llanuras, restaurando sus industrias y entregándoseles la tierra para el trabajo.
Hablo como argentino en el momento más grande de nuestra historia a partir de la Organización Nacional; frente a un proceso disolutivo, que si se abandona a la egoísta gravitación de ambiciones personales o de círculos pequeños, puede conducirnos al caos. De ahí que anteponga los intereses de la nación a los de mi agrupación política, perseguida implacablemente por los que ignoran un secreto instinto que impulsa a los hombres hacia los perseguidos. La consigna de la patria en esta hora angustiosa ha de ser, unirse para recuperar la libertad por nuestro propio esfuerzo. Unirse —sin menguados propósitos y ventajas personales, en un anhelo común a todos los argentinos, dentro de la dignidad, con claros e inquebrantables procedimientos normativos, proclamando el imperio del derecho y repudiando con toda el alma la mentira— sería salvarnos a nosotros mismos.
Después de la tragedia, el país exige el impulso de una fe, de una gran fe, con partidos que no tengan por única finalidad el logro de los puestos públicos, y que realicen una acción idealista, que sea ejemplo de disciplina, de cultura política o acción moral. Los que están pensando en adquirir posiciones, sobran.
Es ésta una hora de abnegación y renunciamiento. Mantener o formular antagonismos internos, es traicionar los destinos de la nación. Necesitamos urgentemente la unidad espiritual del pueblo, para acometer la gran tarea constructiva que reclama la república, y que no podrá verificarse sin la plena vigencia de la constitución del ’53, obra magnífica de la razón y de la historia, que realizó la unidad política de los argentinos, presidió el desenvolvimiento moral y material de la república, permitió la difusión de todas las ideas, y sancionó los derechos esenciales del hombre.
Tarea ardua de construcción será la nuestra. Hemos vivido bajo un régimen contrario a la constitución. Hago esta afirmación serenamente, sin odio, fuerza negativa de disolución que no tiene cabida en mi espíritu. Sólo repito palabras del general Perón, quien en su discurso último, confesó que ha sido jefe de una revolución, que sólo ahora la da por terminada para comenzar una nueva etapa de carácter constitucional. Que por su propia deliberación, pasa a ser presidente de todos los argentinos y resuelve devolver las libertades.
Cree que las libertades pueden ser otorgadas o restringidas por la sola voluntad del que manda.
Nadie podrá dudar ahora de que hemos vivido y vivimos aún bajo el imperio de un régimen totalitario, sometidos a la autoridad omnímoda de un hombre que con toda franqueza nos explica su situación. Como jefe revolucionario, debía cumplir sus objetivos, y para ello se vio obligado, según sus propias palabras, a suprimir la libertad. Sus propósitos eran irrenunciables; en cambio sus medios de acción eran libres. Se consideró por eso autorizado a emplearlos, cualesquiera que fuesen, decidiéndose por elegir los que afectaban en los más hondo a la dignidad de los argentinos.
Planteó así el problema filosófico de los medios y los fines, ignorando que la libertad es el supremo fin histórico y que cualquier otro problema se encuentra en relación de medio con respecto a la libertad. Aplicar medios intrínsecamente malos para alcanzar un fin que se supone bueno, medios técnicos, no medios morales, es subalternizar a la política, que debe dignificarse por su contenido ético. Los medios han de ser tan importantes como los fines, porque estructuran la conducta, y si no son claros y limpios, menguan la pureza de los ideales.
El jefe de la revolución nos privó de la libertad para cumplir sus objetivos, y un día, después de la conmoción que agitó todos los espíritus, aseguró que nos dejará actuar con las garantías consagradas por la constitución. ¿Puede ser ésa la solución del problema relativo al derecho del hombre y del ciudadano, que constituyen toda la democracia?
No, compatriotas. El jefe de la revolución no podrá solucionar el problema que él mismo ha planteado. Hay una maquinaria de violencia exterior que no podrá desarmar, demostrando así la debilidad interior del régimen. Nos ha privado de una cosa sagrada: la libertad.
No podemos expresar nuestro pensamiento sin censura previa. En este mismo instante, la policía puede llamar a nuestras puertas, puede llamar a nuestras casas, antaño fortalezas construídas por la dignidad y la altivez argentinos, hogaño viviendas despreciables que derriba de un puñetazo cualquier esbirro. Se nos puede encarcelar sin juicio previo. Nuestra correspondencia es violada, y los timoratos hablan en voz baja y no se miran de frente sino de soslayo, lo que no siempre es eficaz; a veces entre los que nos rodean está el delator, escoria del género humano. Se ha creado una monstruosa concentración de dominio, que anula el sistema republicano, haciendo desaparecer la división de los poderes. Régimen totalitario que el país resiste, porque los argentinos no tenemos vocación para la servidumbre.
Afín de mantener el armazón que ahora se resquebraja, fue necesario recurrir al estado de guerra que está en vigor; máquina neumática que ahoga toda expresión de vida y convierte en fantasmas a nuestras instituciones libres.
Cuando rige la ley marcial, están suspendidas las garantías y los poderes de la constitución. Según la interpretación judicial, el estado de guerra interno significa el predominio de la autoridad del régimen y de la jurisdicción militar, medida mucho más grave que el estado de sitio según el magistrado que denegó los recursos de amparo. El PS, en 1930 frente a la dictadura que declaró inexistente por bando el orden legal preestablecido, sostuvo que la ley marcial es inconciliable con la norma jurídica. La ley suprema la excluye. Puede imperar como un hecho en presencia del enemigo, pero carece de vida institucional. La constitución ha determinado las facultades del poder ejecutivo en caso de conmoción interior o ataque exterior, que es la guerra misma, pero no ha autorizado a alterar las jurisdicciones ni a desconocer los poderes.
Por eso Mitre, el general estadista, dijo severamente y con palabra admonitiva, que los que pretenden aclimatar entre nosotros la ley marcial olvidan la constitución, desconocen su naturaleza y no recuerdan los antecedentes del pueblo argentino.
En síntesis, hoy las libertades dependen del comandante en jefe de lasFFAA, en virtud de los poderes de guerra que ejerce, sin que haya guerra.
Ha sido menester asimismo, para someter al pueblo, dictar decretos represivos, llegándose hasta crear el delito de huelga y el de opinión, característicos de los regímenes totalitarios. La constitución creó un poder ejecutivo fuerte porque se creyó que así convenía después del despotismo sangriento. El presidente de la república es el comandante en jefe de las fuerzas de mar, tierra y aire de la nación; tiene a su cargo la administración general del país; puede vetar las leyes e indultar o conmutar las penas. Pero todo esto pareció poco al jefe de la revolución. Se le otorgaron facultades extraordinarias, con la subordinación de todos los poderes y la negación de todas las libertades.
El resultado no ha sido halagador. Después de 10 años observamos que el signo monetario está depreciado y que la reparticiones autárquicas se encuentran en déficit permanentemente, lo que nos exige recurrir a las emisiones y a los depósitos. Que los sindicatos sojuzgados no pueden evitar que se violen las leyes de 8 horas y sábado inglés, sometiendo a los obreros a un régimen de trabajo a destajo y de horas extraordinarias. La obsecuencia crece y se vuelve en un ambiente de corrupción. Que las torturas de los presos políticos y a sus abogados se aplican como sistema. Que las universidades han perdido su autonomía y su prestigio, y en la escuela, se deforma el sentimiento y la mente de los niños.
Y por último, que acaba de firmarse un contrato concediendo a una compañía extranjera 49.800 km2 con el derecho exclusivo durante 40 años prorrogables a su voluntad de extraer y explotar petróleo además de construir y mantener aeropuertos, campos de aterrizaje dentro y fuera del área concedida, lo que significa la entrega de bases a un país extranjero, y sistemas inalámbricos de teléfonos y embarcaderos, amén de otros privilegios que afectan a la soberanía.
Tenemos además el recuerdo doloroso de incendios de iglesias, bibliotecas, locales obreros y sedes de partidos políticos, de destrucción de reliquias históricas y de organización de bandas armadas que señalaron las casas de los dirigentes políticos con cruces rojas.
Ahora bien, ¿Es posible que el técnico militar, jefe de la revolución, que asumió todos los poderes, pueda transformarse como por arte de encantamiento en un estadista, el presidente de todos los argentinos, para regir un estado de derecho? Los estadistas no se improvisan. Lo digo sin ánimo de molestar a nadie o de agraviar. Un técnico militar será siempre un mal gobernante. Carece de la capacidad coordinadora para definir los fines deseados y no sabrá nunca escuchar el prudente consejo de Tomás de Aquino: huye de las cosas que te exceden.
El ejército ha de ser escuela de virilidad, donde se aprenda a servir a la nación, para defenderla, no para gobernarla, pues cuando esto sucede sólo se forman gobiernos exclusivamente ejecutivos, exentos de la crítica de la opinión pública que orienta, y sin la posibilidad de rectificarse.
El estado totalitario, poder central, absoluto, ilimitado, exige la supresión de las libertades. Es facción armada, dominadora. No tolera adversarios ni ideas contrarias ni voz disidente. En él los hombres no son ciudadanos. En cambio para el estado de derecho, donde la ley limita la esfera de acción de los gobernantes, el hombre es una persona, una entidad moral que piensa, siente y quiere con libertad, es decir, es un fin en sí mismo. Habría que modificar la frase “El estado soy yo” por ésta otra que impone la democracia: “El estado somos todos nosotros”. Lo que no creo posible es que pueda realizarse con el mismo gobernante ni tampoco que recibamos la libertad como un don de la misma mano que nos la quitó. Pues la libertad no se implora, ni se recibe como gracia; la libertad se conquista.
De ahí que afirme con ánimo sereno, sin la sombra de un rencor:
El país no será pacificado mientras el general Perón ocupe el sillón de Rivadavia. Me dirijo al jefe de la revolución, no como adversario político, sino como compatriota, para pedirle que con su renuncia permita el encauzamiento de las fuerzas que se agitan en el país. Que con la mano que nos ha tendido abra el camino para que se produzca la conciliación nacional, sobre la base de un concepto ético, que aceptarán los partidos políticos, permitiendo así la unidad espiritual de todos los argentinos.
Su gesto de renunciamiento será juzgado benévolamente por la historia, y nosotros después forjaremos el porvenir, con el esfuerzo de cada uno, uniendo una brizna con otra como se forman los nudos, o eligiendo lo mejor de las esencias, como se elaboran los panales.
Compatriotas, reconquistemos la libertad.


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