FELIPE
VI DE ESPAÑA “Hoy España es Europa y nuestro deber es ayudar a construir una
Europa fuerte, unida y solidaria, que preserve la cohesión social, afirme su
posición en el mundo y consolide su liderazgo en los valores democráticos que
compartimos”
Discurso
del Rey Felipe VI ante las Cortes, 19 de junui de 2014
"Comparezco
hoy ante Las Cortes Generales para pronunciar el juramento previsto en nuestra
Constitución y ser proclamado Rey de España. Cumplido ese deber constitucional,
quiero expresar el reconocimiento y el respeto de la Corona a estas Cámaras,
depositarias de la soberanía nacional. Y permítanme que me dirija a sus
señorías y desde aquí, en un día como hoy, al conjunto de los españoles. Inicio
mi reinado con una profunda emoción por el honor que supone asumir la Corona,
consciente de la responsabilidad que comporta y con la mayor esperanza en el
futuro de España. Una nación forjada a lo largo de siglos de Historia por el
trabajo compartido de millones de personas de todos los lugares de nuestro
territorio y sin cuya participación no puede entenderse el curso de la
Humanidad. Una gran nación, Señorías, en la que creo, a la que quiero y a la
que admiro; y a cuyo destino me he sentido unido toda mi vida, como Príncipe
Heredero y - hoy ya- como Rey de España. Ante sus Señorías y ante todos los
españoles -también con una gran emociónquiero rendir un homenaje de gratitud y
respeto hacia mi padre, el Rey Juan Carlos I. Un reinado excepcional pasa hoy a
formar parte de nuestra historia con un legado político extraordinario. Hace
casi 40 años, desde esta tribuna, mi padre manifestó que quería ser Rey de
todos los españoles. Y lo ha sido. Apeló a los valores defendidos por mi abuelo
el Conde Barcelona y nos convocó a un gran proyecto de concordia nacional que
ha dado lugar a los mejores años de nuestra historia contemporánea. En la
persona del Rey Juan Carlos rendimos hoy el agradecimiento que merece una
generación de ciudadanos que abrió camino a la democracia, al entendimiento
entre los españoles y a su convivencia en libertad. Esa generación, bajo su
liderazgo y con el impulso protagonista del pueblo español, construyó los
cimientos de un edificio político que logró superar diferencias que parecían
insalvables, conseguir la reconciliación de los españoles, reconocer a España
en su pluralidad y recuperar para nuestra Nación su lugar en el mundo. Y me
permitirán también, Señorías, que agradezca a mi madre, la Reina Sofía, toda
una vida de trabajo impecable al servicio de los españoles. Su dedicación y
lealtad al Rey Juan Carlos, su dignidad y sentido de la responsabilidad, son un
ejemplo que merece un emocionado tributo de gratitud que hoy -como hijo y como
Rey- quiero dedicarle. Juntos, los Reyes Juan Carlos y Sofía, desde hace más de
50 años, se han entregado a España. Espero que podamos seguir contando muchos
años con su apoyo, su experiencia y su cariño. A lo largo de mi vida como
Príncipe de Asturias, de Girona y de Viana, mi fidelidad a la Constitución ha
sido permanente, como irrenunciable ha sido -y es- mi compromiso con los
valores en los que descansa nuestra convivencia democrática. Así fui educado
desde niño en mi familia, al igual que por mis maestros y profesores. A todos
ellos les debo mucho y se lo agradezco ahora y siempre. Y en esos mismos
valores de libertad, de responsabilidad, de solidaridad y de tolerancia, la
Reina y yo educamos a nuestras hijas, la Princesa de Asturias y la Infanta
Sofía. Señoras y Señores Diputados y Senadores, Hoy puedo afirmar ante estas
Cámaras -y lo celebro- que comienza el reinado de un Rey constitucional. Un Rey
que accede a la primera magistratura del Estado de acuerdo con una Constitución
que fue refrendada por los españoles y que es nuestra norma suprema desde hace
ya más de 35 años. Un Rey que debe atenerse al ejercicio de las funciones que
constitucionalmente le han sido encomendadas y, por ello, ser símbolo de la
unidad y permanencia del Estado, asumir su más alta representación y arbitrar y
moderar el funcionamiento regular de las instituciones. Un Rey, en fin, que ha
de respetar también el principio de separación de poderes y, por tanto, cumplir
las leyes aprobadas por las Cortes Generales, colaborar con el Gobierno de la
Nación -a quien corresponde la dirección de la política nacional- y respetar en
todo momento la independencia del Poder Judicial. No tengan dudas, Señorías, de
que sabré hacer honor al juramento que acabo de pronunciar; y de que, en el
desempeño de mis responsabilidades, encontrarán en mí a un Jefe del Estado leal
y dispuesto a escuchar, a comprender, a advertir y a aconsejar; y también a
defender siempre los intereses generales. Y permítanme añadir, que a la
celebración de este acto de tanta trascendencia histórica, pero también de
normalidad constitucional, se une mi convicción personal de que la Monarquía
Parlamentaria puede y debe seguir prestando un servicio fundamental a España.
La independencia de la Corona, su neutralidad política y su vocación
integradora ante las diferentes opciones ideológicas, le permiten contribuir a
la estabilidad de nuestro sistema político, facilitar el equilibrio con los
demás órganos constitucionales y territoriales, favorecer el ordenado funcionamiento
del Estado y ser cauce para la cohesión entre los españoles. Todos ellos,
valores políticos esenciales para la convivencia, para la organización y
desarrollo de nuestra vida colectiva. Pero las exigencias de la Corona no se
agotan en el cumplimiento de sus funciones constitucionales. He sido
consciente, desde siempre, de que la Monarquía Parlamentaria debe estar abierta
y comprometida con la sociedad a la que sirve; ha de ser una fiel y leal
intérprete de las aspiraciones y esperanzas de los ciudadanos, y debe compartir
-y sentir como propios- sus éxitos y sus fracasos. La Corona debe buscar la
cercanía con los ciudadanos, saber ganarse continuamente su aprecio, su respeto
y su confianza; y para ello, velar por la dignidad de la institución, preservar
su prestigio y observar una conducta íntegra, honesta y transparente, como
corresponde a su función institucional y a su responsabilidad social. Porque,
sólo de esa manera, se hará acreedora de la autoridad moral necesaria para el
ejercicio de sus funciones. Hoy, más que nunca, los ciudadanos demandan con
toda razón que los principios morales y éticos inspiren -y la ejemplaridad
presida- nuestra vida pública. Y el Rey, a la cabeza del Estado, tiene que ser
no sólo un referente sino también un servidor de esa justa y legítima exigencia
de los ciudadanos. Éstas son, Señorías, mis convicciones sobre la Corona que,
desde hoy, encarno: una Monarquía renovada para un tiempo nuevo. Y afronto mi
tarea con energía, con ilusión y con el espíritu abierto y renovador que
inspira a los hombres y mujeres de mi generación. Señoras y Señores Diputados y
Senadores, Hoy es un día en el que, si tuviéramos que mirar hacia el pasado, me
gustaría que lo hiciéramos sin nostalgia, pero con un gran respeto hacia
nuestra historia; con espíritu de superación de lo que nos ha separado o
dividido; para así recordar y celebrar todo lo que nos une y nos da fuerza y
solidez hacia el futuro. En esa mirada deben estar siempre presentes, con un
inmenso respeto también, todos aquellos que, víctimas de la violencia
terrorista, perdieron su vida o sufrieron por defender nuestra libertad. Su
recuerdo permanecerá en nuestra memoria y en nuestro corazón. Y la victoria del
Estado de Derecho, junto a nuestro mayor afecto, será el mejor reconocimiento a
la dignidad que merecen. Y mirando a nuestra situación actual, Señorías, quiero
también transmitir mi cercanía y solidaridad a todos aquellos ciudadanos a los
que el rigor de la crisis económica ha golpeado duramente hasta verse heridos
en su dignidad como personas. Tenemos con ellos el deber moral de trabajar para
revertir esta situación y el deber ciudadano de ofrecer protección a las
personas y a las familias más vulnerables. Y tenemos también la obligación de
transmitir un mensaje de esperanza -especialmente a los más jóvenes- de que la
solución de sus problemas y en particular la obtención de un empleo, sea una
prioridad para la sociedad y para el Estado. Sé que todas sus Señorías
comparten estas preocupaciones y estos objetivos. Pero sobre todo, Señorías,
hoy es un día en el que me gustaría que miráramos hacia adelante, hacia el
futuro; hacia la España renovada que debemos seguir construyendo todos juntos
al comenzar este nuevo reinado. A lo largo de estos últimos años -y no sin
dificultades- hemos convivido en democracia, superando finalmente tiempos de
tragedia, de silencio y oscuridad. Preservar los principios e ideales en los
que se ha basado esa convivencia y a los que me he referido antes, no sólo es
un acto de justicia con las generaciones que nos han precedido, sino una fuente
de inspiración y ejemplo en todo momento para nuestra vida pública. Y
garantizar la convivencia en paz y en libertad de los españoles es y será
siempre una responsabilidad ineludible de todos los poderes públicos. Los hombres
y mujeres de mi generación somos herederos de ese gran éxito colectivo admirado
por todo el mundo y del que nos sentimos tan orgullosos. A nosotros nos
corresponde saber transmitirlo a las generaciones más jóvenes. Pero también es
un deber que tenemos con ellas -y con nosotros mismos-, mejorar ese valioso
legado, y acrecentar el patrimonio colectivo de libertades y derechos que tanto
nos ha costado conseguir. Porque todo tiempo político tiene sus propios retos;
porque toda obra política -como toda obra humana- es siempre una tarea
inacabada. Los españoles y especialmente los hombres y mujeres de mi
generación, Señorías, aspiramos a revitalizar nuestras instituciones, a
reafirmar, en nuestras acciones, la primacía de los intereses generales y a
fortalecer nuestra cultura democrática. Aspiramos a una España en la que se
puedan alcanzar acuerdos entre las fuerzas políticas sobre las materias y en
los momentos en que así lo aconseje el interés general. Queremos que los
ciudadanos y sus preocupaciones sean el eje de la acción política, pues son
ellos quienes con su esfuerzo, trabajo y sacrificio engrandecen nuestro Estado
y dan sentido a las instituciones que lo integran. Deseamos una España en la
que los ciudadanos recuperen y mantengan la confianza en sus instituciones y
una sociedad basada en el civismo y en la tolerancia, en la honestidad y en el
rigor, siempre con una mentalidad abierta y constructiva y con un espíritu
solidario. Y deseamos, en fin, una España en la que no se rompan nunca los
puentes del entendimiento, que es uno de los principios inspiradores de nuestro
espíritu constitucional. En ese marco de esperanza quiero reafirmar, como Rey,
mi fe en la unidad de España, de la que la Corona es símbolo. Unidad que no es
uniformidad, Señorías, desde que en 1978 la Constitución reconoció nuestra
diversidad como una característica que define nuestra propia identidad, al
proclamar su voluntad de proteger a todos los pueblos de España, sus culturas y
tradiciones, lenguas e instituciones. Una diversidad que nace de nuestra
historia, nos engrandece y nos debe fortalecer. En España han convivido
históricamente tradiciones y culturas diversas con las que de continuo se han
enriquecido todos sus pueblos. Y esa suma, esa interrelación entre culturas y
tradiciones tiene su mejor expresión en el concierto de las lenguas. Junto al
castellano, lengua oficial del Estado, las otras lenguas de España forman un
patrimonio común que, tal y como establece la Constitución, debe ser objeto de
especial respeto y protección; pues las lenguas constituyen las vías naturales
de acceso al conocimiento de los pueblos y son a la vez los puentes para el
diálogo de todos los españoles. Así lo han considerado y reclamado escritores
tan señeros como Antonio Machado, Espriu, Aresti o Castelao. En esa España,
unida y diversa, basada en la igualdad de los españoles, en la solidaridad
entre sus pueblos y en el respeto a la ley, cabemos todos; caben todos los
sentimientos y sensibilidades, caben las distintas formas de sentirse español.
Porque los sentimientos, más aún en los tiempos de la construcción europea, no
deben nunca enfrentar, dividir o excluir, sino comprender y respetar, convivir
y compartir. Y esa convivencia, la debemos revitalizar cada día, con el
ejercicio individual y colectivo del respeto mutuo y el aprecio por los logros
recíprocos. Debemos hacerlo con el afecto sincero, con la amistad y los
vínculos de hermandad y fraternidad que son indispensables para alimentar las
ilusiones colectivas. Trabajemos todos juntos, Señorías, cada uno con su propia
personalidad y enriqueciendo la colectiva; hagámoslo con lealtad, en torno a
los nuevos objetivos comunes que nos plantea el siglo XXI. Porque una nación no
es sólo su historia, es también un proyecto integrador, sentido y compartido
por todos, que mire hacia el futuro. Un nuevo siglo, Señorías, que ha nacido
bajo el signo del cambio y la transformación y que nos sitúa en una realidad
bien distinta de la del siglo XX. Todos somos conscientes de que estamos
asistiendo a profundas transformaciones en nuestras vidas que nos alejan de la
forma tradicional de ver el mundo y de situarnos en él. Y que, al tiempo que
dan lugar a inquietud, incertidumbre o temor en los ciudadanos, abren también
nuevas oportunidades de progreso. Afrontar todos estos retos y dar respuestas a
los nuevos desafíos que afectan a nuestra convivencia, requiere el concurso de
todos: de los poderes públicos, a los que corresponde liderar y definir
nuestros grandes objetivos nacionales; pero también de los ciudadanos, de su impulso,
su convicción y su participación activa. Es una tarea que demanda un profundo
cambio de muchas mentalidades y actitudes y, por supuesto, gran determinación y
valentía, visión y responsabilidad. Nuestra Historia nos enseña que los grandes
avances de España se han producido cuando hemos evolucionado y nos hemos
adaptado a la realidad de cada tiempo; cuando hemos renunciado al conformismo o
a la resignación y hemos sido capaces de levantar la vista y mirar más allá -y
por encima- de nosotros mismos; cuando hemos sido capaces de compartir una
visión renovada de nuestros intereses y objetivos comunes. El bienestar de
nuestros ciudadanos -hombres y mujeres-, Señorías, nos exige situar a España en
el siglo XXI, en el nuevo mundo que emerge aceleradamente; en el siglo del
conocimiento, la cultura y la educación. Tenemos ante nosotros el gran desafío
de impulsar las nuevas tecnologías, la ciencia y la investigación, que son hoy
las verdaderas energías creadoras de riqueza; el desafío de promover y fomentar
la innovación, la capacidad creativa y la iniciativa emprendedora como
actitudes necesarias para el desarrollo y el crecimiento. Todo ello es, a mi
juicio, imprescindible para asegurar el progreso y la modernización de España y
nos ayudará, sin duda, a ganar la batalla por la creación de empleo, que
constituye hoy la principal preocupación de los españoles. El siglo XXI, el
siglo también del medio ambiente, deberá ser aquel en el que los valores
humanísticos y éticos que necesitamos recuperar y mantener, contribuyan a
eliminar las discriminaciones, afiancen el papel de la mujer y promuevan aún
más la paz y la cooperación internacional. Señorías, me gustaría referirme
ahora a ese ámbito de las relaciones internacionales, en el que España ocupa
una posición privilegiada por su lugar en la geografía y en la historia del
mundo. De la misma manera que Europa fue una aspiración de España en el pasado,
hoy España es Europa y nuestro deber es ayudar a construir una Europa fuerte,
unida y solidaria, que preserve la cohesión social, afirme su posición en el
mundo y consolide su liderazgo en los valores democráticos que compartimos. Nos
interesa, porque también nos fortalecerá hacia dentro. Europa no es un proyecto
de política exterior, es uno de los principales proyectos para el Reino de
España, para el Estado y para la sociedad. Con los países iberoamericanos nos
unen la historia y lazos muy intensos de afecto y hermandad. En las últimas
décadas, también nos unen intereses económicos crecientes y visiones cada vez
más cercanas sobre lo global. Pero, sobre todo, nos une nuestra lengua y
nuestra cultura compartidas. Un activo de un inmenso valor que debemos
potenciar con determinación y generosidad. Y finalmente, nuestros vínculos
antiguos de cultura y de sensibilidad próximos con el Mediterráneo, Oriente
Medio y los países árabes, nos ofrecen una capacidad de interlocución
privilegiada, basada en el respeto y la voluntad de cooperar en tantos ámbitos
de interés mutuo e internacional, en una zona de tanta relevancia estratégica, política
y económica. En un mundo cada vez más globalizado, en el que están emergiendo
nuevos actores relevantes, junto a nuevos riesgos y retos, sólo cabe asumir una
presencia cada vez más potente y activa en la defensa de los derechos de
nuestros ciudadanos y en la promoción de nuestros intereses, con la voluntad de
participar e influir más en los grandes asuntos de la agenda global y sobre
todo en el marco de las NN.UU. Señoras y Señores Diputados y Senadores, Con mis
palabras de hoy, he querido cumplir con el deber que siento de transmitir a sus
señorías y al pueblo español, sincera y honestamente, mis sentimientos,
convicciones y compromisos sobre la España con la que me identifico, la que
quiero y a la que aspiro; y también sobre la Monarquía Parlamentaria en la que
creo: como dije antes y quiero repetir ahora, una monarquía renovada para un
tiempo nuevo. Y al terminar mi mensaje quiero agradecer a los españoles el
apoyo y el cariño que en tantas ocasiones he recibido. Mi esperanza en nuestro
futuro se basa en mi fe en la sociedad española; una sociedad madura y vital,
responsable y solidaria, que está demostrando una gran entereza y un espíritu
de superación que merecen el mayor reconocimiento. Señorías, tenemos un gran
País; Somos una gran Nación, creamos y confiemos en ella. Decía Cervantes en
boca de Don Quijote: "no es un hombre más que otro si no hace más que
otro". Yo me siento orgulloso de los españoles y nada me honraría más que,
con mi trabajo y esfuerzo de cada día, los españoles pudieran sentirse
orgullosos de su nuevo Rey. Muchas gracias. Moltes gràcies. Eskerrik asko.
Moitas grazas"
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