sábado, 12 de noviembre de 2016

NICOLAS SARKOZY “Deseo que los Europeos asuman cabalmente su responsabilidad y su papel al servicio de su seguridad y de la del mundo”

NICOLAS SARKOZY 
“Deseo que los Europeos asuman cabalmente su responsabilidad y su papel al servicio de su seguridad y de la del mundo”



NICOLAS SARKOZY “Deseo que los Europeos asuman cabalmente su responsabilidad y su papel al servicio de su seguridad y de la del mundo”

Discurso con motivo de la inauguración de la XV Conferencia de Embajadores franceses, París, 27 de agosto de 2007

Señor Primer Ministro, 
Señor Presidente del Senado, 
Señor Presidente de la Asamblea Nacional, 
Señor Ministro de Asuntos Exteriores y Europeos, 
Señoras y Señores Ministros, 
Señoras y Señores Parlamentarios, 
Señoras y Señores Embajadores :

El debate internacional no es ni abstracto ni lejano: las amenazas de hoy - el terrorismo, la proliferación o la criminalidad - desconocen las fronteras; las evoluciones del medio ambiente y de la economía mundial afectan nuestra vida cotidiana; los derechos humanos son pisoteados ante nuestros ojos. Guiada por nuestros valores, nuestra política exterior deberá apoyarse en una visión clara del mundo y de los intereses que defendemos A través de ella, expresamos nuestra identidad en calidad de nación.
Ahora bien, los Franceses observan con preocupación el estado del mundo, el papel de Europa y el lugar de Francia. Habían visto con esperanzas la caída del muro de Berlín y el derrumbamiento del orden injusto de Yalta, los progresos de los derechos humanos y de la democracia, las promesas de una globalización que, desde 1990, ha permitido multiplicar por dos el PIB mundial y aumentar en un 50% el promedio del nivel de vida.
Hoy los Franceses comprueban que, contrariamente a los años posteriores a la segunda guerra mundial, los dirigentes de estos últimos veinte años no han logrado crear un nuevo orden planetario, ni siquiera tampoco adaptar eficazmente el orden anterior. Con excepción de los escasos momentos de unidad de la primera guerra del Golfo o del 11 de septiembre de 2001, predomina un sentimiento, general y justificado, de división y de pérdida de control, en un mundo a la vez global y fragmentado, hecho de interdependencias sin controlar.
Mientras los Estados permanecen en el centro del sistema internacional, su capacidad de acción se enfrenta ahora con el poder de los actores económicos, de los medios de comunicación, o, peor aun, con las redes criminales y terroristas; enfrentada también con los riesgos del principio de este siglo XXI: los flujos migratorios cada vez menos controlados; un trastorno de los equilibrios económicos mundiales que incrementa la desconfianza frente a la globalización, a medida que las deslocalizaciones alcanzan paulatinamente todos los sectores de actividad; o bien las crisis financieras, como la que acabamos de experimentar y que podría reproducirse si los dirigentes de los grandes países no optaran por llevar a cabo una acción determinada y concertada a favor de la transparencia y de la regulación de los mercados internacionales.
Frente a crisis internacionales como las de Irak, hoy sabemos que el recurso unilateral a la fuerza conduce al fracaso, pero las instituciones multilaterales, ya sean universales, como la ONU, o regionales, como la OTAN, tienen dificultades para convencer de su eficacia, desde Darfur hasta Afganistán.
En la propia Europa, los interrogantes son fuertes, en particular después de la última ampliación. ¿Dónde se encuentran las fronteras de la Unión? ¿Serán compatibles nuevas ampliaciones con la necesaria continuación de la integración? De manera más amplia, ¿se habrá convertido acaso Europa en la correa de transmisión de los excesos de la globalización, siendo que, por el contrario, debería amortiguar los choques y permitir que nuestros pueblos aprovechen todas las oportunidades?
Sobre ese fondo de preocupación y de desilusión, los Franceses se preguntan qué puede hacer Francia frente a los principales retos con los que se enfrenta el mundo del principio de este siglo XXI. Me referiré a tres, de los que dependen los demás:
 Primer reto: ¿Cómo prevenir una confrontación entre el Islam y Occidente, deseada por los grupos extremistas como Al Qaeda, que sueñan con instaurar, desde Indonesia hasta Nigeria, un jalifato que rechace toda apertura, toda modernidad e incluso la idea misma de diversidad. Si esas fuerzas llegaran a alcanzar su objetivo siniestro, no cabe duda de que este siglo sería aun peor que el anterior, caracterizado, sin embargo, por un enfrentamiento sin merced entre ideologías.
 Segundo reto: ¿Cómo integrar en un nuevo orden mundial a los gigantes emergentes que representan China, India o Brasil? Motores del crecimiento mundial, constituyen igualmente factores de graves desequilibrios; gigantes del día de mañana, quieren que se reconozca su nuevo estatuto, sin estar siempre dispuestos a respetar las reglas que, sin embargo, redundan en beneficio de todos.
 Tercer reto: ¿Cómo hacer frente a los riesgos mayores que, en la historia de la humanidad, somos la primera generación en identificar científicamente y en poder abordar a escala mundial, trátese del calentamiento climático, de las nuevas pandemias o de la perennidad de los suministros energéticos?
A esas preguntas, permítanme dar mi respuesta, en nombre de Francia, explicándoles para empezar cuál es mi visión de los grandes problemas internacionales.
Formo parte de quienes consideran que la característica de un estadista es la voluntad de cambiar el rumbo de las cosas. Para ello, se requiere una voluntad inquebrantable y hace falta asimismo saber compartir sus sueños, sus ambiciones y sus objetivos.
Formo parte de quienes consideran que Francia todavía tiene mucho que aportar al mundo, porque posee uno de los pueblos más dinámicos y mejor capacitados, una de las economías más pujantes, una diplomacia y fuerzas armadas situadas entre las mejores del mundo. Pero nuestro país no es el único en poseer tales ventajas y sólo las conservará si consigue efectuar numerosas y ambiciosas reformas. Esas reformas las propuse al pueblo francés. Todas serán llevadas a cabo con determinación, así como con ánimo de concertación y de apertura.
Formo parte de quienes consideran que Francia es un gran país, cuya voz se escucha cuando cierra filas para defender una visión y una voluntad. Los Franceses me eligieron sobre la base de un programa claro y detallado. Quieren un Presidente que actúe y que tenga resultados. Es cierto en el plano interior. Es cierto igualmente en política exterior. Esas dos dimensiones de mi actuación son, además, indisociables : Francia, no más que cualquier otra nación, tiene derechos adquiridos en cuanto a su estatuto internacional; su mensaje al mundo sólo seguirá siendo escuchado si es llevado por un pueblo ambicioso y confiado, una sociedad reconciliada consigo misma y una economía exitosa. Las reformas que quiero llevar a buen término en este país para que los Franceses tengan de nuevo fe en el futuro, para modernizar nuestra economía y adaptar nuestras instituciones, participan de mi visión de Francia en el mundo. Quiero una Francia más fuerte dentro de sus fronteras, porque es un requisito para que tenga una influencia más allá. En eso radica también la consistencia de mi proyecto.
Formo parte de quienes consideran que no puede existir una Francia fuerte sin Europa, como tampoco sin Francia puede existir una Europa fuerte.
Formo parte de quienes consideran que la emergencia de una Europa fuerte, protagonista esencial en el escenario internacional, puede contribuir de modo decisivo a la reconstrucción de ese orden mundial más eficaz, más justo y más armonioso que nuestros pueblos anhelan.
Formo parte de quienes consideran que la amistad entre los Estados Unidos y Francia es tan importante hoy como lo fue durante los dos últimos siglos. Aliados no significa alineados, y me siento perfectamente libre de expresar tanto nuestros acuerdos como nuestros desacuerdos, sin complacencia ni tabú.
Formo parte de quienes consideran que los lazos antiguos y de toda índole que unen a los pueblos del Mediterráneo y, más allá, de África, constituyen una ventaja y una oportunidad, siempre y cuando tengamos la ambición y la voluntad de organizarlos y de estrecharlos, rompiendo definitivamente con las antiguas prácticas.
Formo parte de quienes consideran que nuestra lengua es el núcleo de nuestra identidad y representa una parte de nuestra alma; que la francofonía y sus solidaridades constituye una ventaja esencial para todos aquellos que comparten el idioma francés.
Finalmente formo parte de quienes consideran que Francia sigue siendo portadora de un mensaje y de valores cuyo eco se escucha en todo el mundo, los de la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, del humanismo, así como también, más recientemente, de lo humanitario y del deber de proteger, encarnados por hombres como Bernard Kouchner, que tengo el placer de contar entre los miembros de mi gobierno a la cabeza de nuestra diplomacia.
Señoras y Señores Embajadores:
La construcción europea seguirá siendo la prioridad absoluta de nuestra política exterior. Sin una Unión Europea fuerte y activa, Francia no podría superar de forma eficaz los tres retos de nuestro tiempo. Sin una Europa que asuma su papel como potencia, al mundo le faltaría un polo de equilibrio necesario.
Por eso he querido, como primera prioridad, poner a Europa en marcha, proponiendo el tratado simplificado; el éxito distaba mucho de darse por descontado; se obtuvo gracias a un entendimiento perfecto entre Francia y Alemania, motor fundamental de la Unión Europea. Deseo ahora rendir un homenaje muy especial a mi amiga Angela Merkel. El éxito se debe también mucho a la Comisión y a su eminente Presidente, José Manuel Barroso. En realidad, se sumaron las buenas voluntades de todos, pues habíamos propuesto un esquema para salir de la crisis bastante claro y federador, que constituye una lección para el futuro.
La adopción por el Consejo Europeo de junio de un mandato político muy preciso ha abierto el camino a una conferencia intergubernamental técnica, que se limitará a transcribir en forma jurídica nuestro acuerdo político, lo cual no reduce en absoluto la magnitud de la tarea de la Presidencia portuguesa, en quien tenemos toda confianza. Abrigamos el deseo de que culmine sus labores en el Consejo Europeo de octubre, para que pueda entrar en vigor el nuevo tratado antes de las elecciones europeas de la primavera de 2009.
Al haber salido Europa de ese bloqueo de la labor institucional, que duraba desde hacía 10 años, ha llegado el momento de plantear la cuestión del futuro del proyecto europeo. Deseo que, de aquí a finales de año, los 27 creen un comité de diez a doce sabios de muy alto nivel, a imagen de los presididos por Werner, Davignon y Westendorp, o del comité Delors, con miras a reflexionar sobre esta cuestión sencilla y, sin embargo, fundamental: «¿qué Europa para 2020-2030 y para qué cometidos?». Los sabios deberían entregar sus conclusiones y propuestas antes de las elecciones europeas de junio de 2009, para que el Parlamento recién elegido y la siguiente Comisión puedan disponer del fruto de sus labores, como complemento del tratado simplificado y del trabajo de renovación de las políticas de la Unión, así como de su marco financiero.
Si los 27 lanzan esta reflexión fundamental sobre el futuro de nuestra Unión, Francia no se opondrá a que se abran nuevos capítulos de la negociación entre la Unión y Turquía en los meses y años venideros, siempre y cuando esos capítulos sean compatibles con las dos visiones posibles del futuro de sus relaciones: ya sea la adhesión, ya sea una asociación lo más estrecha posible, sin llegar hasta la adhesión. Todos saben que esta segunda fórmula es la que preconicé durante toda mi campaña electoral. No he cambiado de opinión y creo que llegará el día en que sea reconocida por todos como la más razonable. Entre tanto, al igual que el Primer Ministro Erdogan, deseo que Turquía y Francia reanuden los lazos privilegiados que han ido estrechando en el transcurso de una larga historia compartida.
La presidencia francesa de la Unión, dentro de tan sólo diez meses, debe desde ahora movilizar todas nuestras energías. Para que sea exitosa, debemos actuar de forma colectiva y estar a la escucha de nuestros socios, de todos nuestros socios. Cada una de las capitales de la Unión recibirá, antes del 1 de julio, mi visita o la del Primer Ministro. Tendremos, naturalmente, prioridades que proponerles para que progrese Europa en los sectores clave que son la inmigración, la energía y el medio ambiente. Tres sectores en los que las expectativas de los Europeos son fuertes y a los cuales tendré más adelante la oportunidad de referirme.
Deseo hoy hacer hincapié en el tema de la Europa de la Defensa. A punto de cumplirse los diez años del acuerdo de Saint-Malo, ha llegado el momento de darle un nuevo impulso.
Lo que se ha logrado durante estos últimos años dista mucho de ser insignificante, ya que la Unión ha conducido unas quince operaciones en nuestro continente, en África, en el Oriente Próximo y en Asia. Estas intervenciones demuestran, si fuera necesario, que no hay competencia, sino una real complementariedad, entre la OTAN y la Unión. Frente a la multiplicación de las crisis, no hay superávit, sino más bien déficit de capacidades en Europa. Deseo que los Europeos asuman cabalmente su responsabilidad y su papel al servicio de su seguridad y de la del mundo. Para ello, necesitamos prioritariamente reforzar nuestras capacidades de planificación y de conducción de las operaciones; desarrollar la Europa del armamento con nuevos programas racionalizando los existentes; garantizar la interoperabilidad de nuestras fuerzas y que cada uno, en Europa, asuma su parte de la seguridad común. Pero más allá de los instrumentos, necesitamos igualmente una visión común de las amenazas que gravitan sobre nosotros y de los medios para enfrentarlas: tenemos que elaborar juntos una nueva “estrategia europea de seguridad", en la prolongación de la que se adoptó en 2003 bajo la égida de Javier Solana. Podríamos aprobar ese nuevo texto bajo la presidencia francesa en 2008. Nuestro Libro blanco relativo a la defensa y a la seguridad nacionales, cuya elaboración mandé efectuar en los próximos meses, será la contribución de Francia a este trabajo necesario.
Francia y Alemania han sentado las bases de esta labor europea: la brigada franco-alemana y, posteriormente, el Eurocuerpo. En Saint-Malo, Francia y el Reino Unido continuaron esta construcción, como es natural, ya que juntos nuestros dos presupuestos de defensa representan las dos terceras partes del total de la contribución de los otros 25 países de la Unión, y nuestros presupuestos de investigación para la defensa, el doble. Pero Italia, España, Polonia, Países Bajos y todos los demás socios tienen cabida en este esfuerzo conjunto que nos permitirá sacar mejor provecho de nuestras ventajas: la Unión dispone de todo un abanico de instrumentos de intervención en las crisis: militares, humanitarios y financieros. Deberá afirmarse progresivamente como actor de primera línea para la paz y la seguridad en el mundo, en colaboración con las Naciones Unidas, la Alianza Atlántica y la Unión Africana. Deberá igualmente tener la voluntad de lanzar una verdadera política de cooperación y de asistencia en materia de seguridad con los terceros países, en particular en África. Estos progresos de la Europa de la defensa no se enmarcan de ninguna manera en una competencia con la OTAN. Huelga recordar que esta alianza atlántica es nuestra: la fundamos y hoy somos uno de los principales contribuyentes. De sus 26 miembros, 21 lo son también de la Unión. Oponer la Unión y la OTAN no tiene sentido: las necesitamos a las dos. Es más, estoy convencido de que redunda en el verdadero interés de los Estados Unidos el que la Unión Europea aúne sus fuerzas, racionalice sus capacidades y, en pocas palabras, organice su defensa. Debemos progresar con pragmatismo, con ambición, sin a priori ideológico, con la principal preocupación de la seguridad del mundo occidental. Porque los dos movimientos son complementarios, deseo que en los próximos meses avancemos con resolución hacia el fortalecimiento de la Europa de la defensa y hacia la renovación de la OTAN y de su relación con Francia. Es, además, lo que ya sucede en el terreno; en Afganistán, bajo el mandato de la ONU, la fuerza de la OTAN estuvo no hace mucho dirigida por el Eurocuerpo de la Unión, bajo las órdenes de un general francés.
Kosovo ofrece otra ilustración de esta complementariedad, gracias a la estrecha cooperación entre la Unión y la OTAN, bajo el mandato de la ONU. Esta colaboración revestirá una importancia capital en los próximos meses. Por iniciativa de Francia, el Grupo de Contacto continúa sus esfuerzos para reanudar el diálogo entre Serbios y Kosovares. Apoyamos el principio de una independencia supervisada por la comunidad internacional, garante de los derechos de las minorías y acompañada por la Unión Europea. Francia apoyará toda solución aceptada por las dos partes. Deseo hoy hacer un triple llamamiento: a los Serbios y a los Kosovares, con objeto de que demuestren su realismo y se presten de buena fe a ese último esfuerzo para llegar a una solución mutuamente aceptada. A los Rusos y a los Estadounidenses, para que entiendan que ese problema tan difícil es, en primer lugar, un problema europeo; y a los Europeos, que deben poner de manifiesto su unidad, ya que son los países de la Unión los que han de asumir lo esencial de las responsabilidades y de los costos y porque es en la Unión donde radica el futuro a largo plazo del espacio balcánico.
Señoras y Señores Embajadores:
Dotada dentro de poco de instituciones eficaces, de un presidente estable del Consejo Europeo, de un Alto Representante encargado de la política exterior, que sustituirá a los tres representantes actuales y de un verdadero servicio diplomático europeo, la Unión será capaz de afirmar mejor en el escenario mundial, la visión y los valores que compartimos. Para Francia, esta emergencia de Europa en calidad de actor político global corresponde a una necesidad, frente a los tres retos del siglo XXI, a los cuales me referí anteriormente: ¿qué respuestas sabremos, juntos, darles?
En primer lugar, la amenaza de una confrontación entre el Islam y el Occidente. Nos equivocaríamos si subestimáramos esta posibilidad: el caso de las caricaturas fue un signo precursor.
Nuestros países, todos nuestros países, incluyendo los del mundo musulmán, se encuentran hoy bajo la amenaza de atentados criminales como los que golpearon a Nueva York, Balí, Madrid, Bombay, Estambul, Londres o Casablanca. Pensemos en lo que sucedería mañana si los terroristas utilizaran medios nucleares, biológicos o químicos. El primer deber de nuestros Estados consiste en organizar una total cooperación entre los servicios de seguridad de todos los países afectados.
Nuestro deber, el de la Alianza Atlántica, consiste también en aumentar nuestros esfuerzos en Afganistán. He tomado la decisión de reforzar la presencia de nuestros instructores en las fuerzas armadas afganas, ya que es quien debe, en primer lugar, librar y ganar la batalla contra los talibanes. He tomado la decisión de incrementar nuestra acción de ayuda para la reconstrucción, porque no habrá éxito duradero si el pueblo afgano no recoge los frutos palpables de un regreso de la seguridad y de la paz. Tampoco habrá éxito alguno en la lucha contra la droga. Ha llegado, sin lugar a dudas, el momento de nombrar, bajo la autoridad del Presidente Karzai, una personalidad de primer orden, capaz de garantizar una mejor coordinación entre las acciones militares y las iniciativas civiles.
Pero nuestras acciones en Afganistán serían vanas si, al otro lado de la frontera, Pakistán siguiera siendo un refugio para los talibanes y para Al Qaeda, antes de convertirse, tal vez, en su víctima. Estoy convencido de que una política más decidida por parte de todas las autoridades pakistaníes es posible y que redundará en su beneficio a largo plazo. Estamos dispuestos a ayudarlos.
Prevenir una confrontación entre el Islam y el Occidente consiste también en alentar y ayudar, en cada país musulmán, a las fuerzas de moderación y de modernidad, para que prevalezca un Islam abierto y tolerante, que acepte la diversidad como una riqueza. En ese ámbito, no existe una receta milagrosa única. Pero la evolución de países como Marruecos, Argelia, Túnez, Jordania e Indonesia demuestra que, pese a importantes diferencias, existe un movimiento de las sociedades, alentado por los gobiernos. Deseo que nuestra cooperación fortalezca los programas encaminados a la apertura y al diálogo entre las sociedades, en conexión eventualmente con los representantes del Islam en Francia.
Prevenir una confrontación entre el Islam y Occidente significa igualmente prestar su ayuda, como lo propone Francia, para que los países musulmanes puedan tener acceso a la energía del futuro, la electricidad nuclear, respetando los tratados y cooperando plenamente con los países que ya dominan esta tecnología.
Por último, prevenir una confrontación entre el Islam y el Occidente es tratar las crisis del Oriente Medio. Hace apenas cinco años, la región sólo experimentaba una crisis. Hoy padece cuatro, muy diferentes pero cada día más vinculadas entre sí.
Todo se ha dicho y mucho se ha intentado a propósito del conflicto israelí-palestino. La paradoja de la situación es que sabemos cuál será su solución: dos Estados o, mejor dicho, tal vez dos Estados-Naciones, que vivan uno al lado del otro, en paz y seguridad dentro de fronteras seguras y reconocidas. Conocemos el contenido detallado de esta solución, a través de los parámetros Clinton y el legado de Taba. Teníamos una idea del camino por recorrer: la hoja de ruta, que hay seguramente que revisar. Finalmente conocemos los padrinos de la paz: los miembros del Cuarteto, ahora representados por una personalidad de primer plano: Tony Blair, y los países árabes moderados.
A pesar de todo, subsiste en cada uno la idea desesperanzadora de que la paz no progresa. Peor aun, que retrocede, en las mentes y en los corazones. Tengo fama de ser amigo de Israel y es cierto. Nunca transigiré sobre la seguridad de Israel. Pero todos los dirigentes de los países árabes, empezando por el Presidente Mahmoud Abbas, que son numerosos en haber acudido a París después de mi elección, conocen mis sentimientos de amistad y de respeto hacia sus pueblos. Deseo que esta amistad me autorice a decir a los dirigentes israelíes y palestinos que Francia está determinada a tomar o a apoyar cualquier iniciativa que resulte útil. Pero tiene una convicción: la paz se negociará en primer lugar entre Israelíes y Palestinos.
En estos momentos, nuestros esfuerzos, los del Cuarteto y los de los países árabes moderados, deben concentrarse en la reconstrucción de la Autoridad Palestina, bajo la égida de su Presidente. Pero también es indispensable reanudar, sin demora, una auténtica dinámica de paz que conduzca a la creación de un Estado Palestino. Si las partes y la comunidad internacional eludieran nuevamente esta ambición, la creación de un «Hamastan» en la franja de Gaza podría parecer retrospectivamente como la primera etapa de la toma de control de todos los territorios palestinos por los islamistas radicales. No podemos resignarnos ante esta perspectiva. Francia no se resigna.
El Líbano, desde hace siglos, ocupa un lugar importante en el corazón de los Franceses. Esta amistad no está dirigida hacia un grupo o un clan: Francia es amiga de todos los Libaneses y está fervorosamente apegada a una libertad cabal, a la independencia y a la soberanía del Líbano, tal como lo exigen las resoluciones 1559 y 1701 del Consejo de Seguridad. Esta amistad es lo que alentó a Bernard Kouchner a invitar a la Celle Saint-Cloud y luego a encontrar en Beirut a todos los actores de la vida política del Líbano. El diálogo que allí se reanudó debe continuar para llevar a una salida de la crisis por lo alto: un Presidente elegido en los plazos y condiciones que señale la constitución, en el que se reconocerán todos los Libaneses, capaz de trabajar con todos; en el interior, con todas las comunidades y en el exterior con todos los grandes socios del Líbano. Todos los actores regionales, incluyendo a Siria, deben actuar para propiciar una solución de este tipo. Si Damasco se fuera claramente por este camino, se reunirían entonces las condiciones para un diálogo franco-sirio.
La tragedia iraquí no puede dejarnos indiferentes. Francia se opuso y sigue opuesta a esa guerra. Que la historia nos haya dado la razón no nos exime de medir las consecuencias: una nación que se va desmembrando en una despiadada guerra civil, un enfrentamiento entre chiíes y suníes que puede abrasar a todo el Oriente Medio; grupos terroristas que se asientan de manera duradera, se radicalizan antes de atacar nuevos blancos en el mundo entero; una economía mundial a la merced de la menor chispa en los campos petrolíferos.
No habrá solución que no sea política: implica la marginación de los grupos extremistas y un proceso sincero de reconciliación nacional, al término del cual cada segmento de la sociedad iraquí, cada Iraquí, deberá recibir la garantía de un acceso equitativo a las instituciones y a los recursos de su país; implica asimismo que se defina una perspectiva clara relativa a la retirada de las tropas extranjeras, pues la decisión esperada a ese respecto obligará a todos los actores a medir sus responsabilidades y a organizarse consecuentemente. Entonces, y sólo entonces, la comunidad internacional, empezando por los países de la región, podrá actuar de modo más útil. Francia, por su parte, estará dispuesta a participar. Éste es el mensaje del que Bernard Kouchner acaba de ser portador en Bagdad, mensaje de solidaridad y de disponibilidad.
Cuarta crisis, en la confluencia de las otras tres: Irán. Francia mantiene con sus dirigentes un diálogo sin complacencia, que ha resultado útil en varias oportunidades. Ha tomado la iniciativa, junto a Alemania y al Reino Unido, de una negociación en la que Europa desempeña un papel central, a la que se han sumado Estados Unidos, Rusia y China. Los parámetros son conocidos, no los repetiré, salvo para reafirmar que un Irán dotado del arma nuclear es para mí inaceptable, y para recalcar la total determinación de Francia en la actitud actual que conjuga sanciones progresivas y aperturas, si Irán se decide a respetar sus obligaciones. Esta política es la única que puede permitirnos escapar a una alternativa catastrófica: la bomba iraní o el bombardeo de Irán. Esta cuarta crisis es, sin lugar a dudas, la más grave que se cierne hoy en el orden internacional.
Las soluciones que emergen lentamente del otro proceso de negociación “entre seis” y que condujeron a Corea del Norte a aceptar, bajo el control del OIEA, renunciar a la energía nuclear militar y al cierre del reactor de Yongbyon, muestran, después de que Libia renunciara a las armas de destrucción masiva, que el camino existe, siempre que se tenga la voluntad de seguirlo. El pueblo iraní, que es un gran pueblo y merece todo respeto, no aspira ni al aislamiento ni a la confrontación.
Francia no escatimará esfuerzo alguno para convencer a Irán de que mucho es lo que podría ganar si iniciara una negociación seria con Europa, Estados Unidos, China y Rusia.
En un espacio preciso, pero de alto significado emblemático, he querido aportar mi respuesta al riesgo de confrontación entre el Islam y el Occidente: me refiero al proyecto de Unión del Mediterráneo.
Así como la historia de Europa representa siglos de enfrentamientos y de guerras, la historia de los pueblos del Mediterráneo representa conquistas e invasiones. Como en Europa, se han tejido muy fuertes lazos que han enriquecido mutuamente a nuestras culturas. Tal es el caso, en particular, entre Francia y los países del Magreb. Ha llegado el momento de dar un paso más, que puede ser decisivo, y de demostrar con los hechos, más que con nuestras palabras, la fuerza de esta amistad.
No se trata de ignorar lo logrado: el proceso de Barcelona, el 5 + 5 o el Foro Mediterráneo. Por el contrario, se trata de llegar más allá, entre países ribereños de nuestro mar común, partiendo del camino trazado por Jean Monnet a propósito de Europa: el de las solidaridades concretas. Hagamos su construcción en torno a cuatro pilares: el medio ambiente y el desarrollo sostenible; el diálogo entre las culturas; el crecimiento económico y el desarrollo social, y el espacio de seguridad mediterráneo. Juntos imaginemos, en cada uno de esos ámbitos, algunos proyectos ambiciosos pero realistas, que movilicen a los Estados, las empresas, las asociaciones y a todos los que deseen participar en este gran proyecto. Demostremos de esta forma a nuestros pueblos que podemos edificar paranuestros hijos un futuro compartido de prosperidad y de seguridad.
Naturalmente, la Unión Europea, a través de sus instituciones y, en particular, de la Comisión, debería ser actor de pleno derecho de la Unión Mediterránea. Ya se ha entablado un diálogo informal con los países ribereños, incluyendo a Libia, y deseo, ahora que el caso del equipo médico está resuelto, incitarles a que se sumen a la comunidad de las naciones.
Ahora es menester preparar una primera reunión de Jefes de Estado y de Gobierno que debería celebrarse en el primer semestre de 2008.
Señoras y Señores Embajadores:
Los dos últimos retos a los que se enfrenta nuestro mundo de hoy no pueden tratarse por separado: de nuestra capacidad de edificar con los gigantes emergentes un orden mundial eficaz y justo dependerá directamente nuestra capacidad de responder a las amenazas del siglo XXI que son, en particular, el calentamiento climático, las nuevas pandemias y las amenazas sobre la perennidad de nuestro suministro energético.
Tenemos que reconocer que la respuesta de la comunidad internacional a los trastornos iniciados hace 17 años no ha estado a la altura de los retos.
Desde 1990, el enfrentamiento bipolar desapareció; los conceptos mismos de tercer mundo y de no alineados perdieron todo sentido. La liberalización económica, financiera y la revolución de las tecnologías de la información y de la comunicación, así como su vertiginosa extensión al mundo entero y los progresos de los transportes, crearon un planeta en donde impera la interdependencia, poniendo en común las oportunidades, los riesgos y las crisis.
Al mismo tiempo, y como reacción a lo que muchas veces se ha percibido como una occidentalización del mundo, aparecieron reacciones de rechazo, reflejos de encierro en la propia identidad, tentaciones nacionales o religiosas de vuelta atrás, por la violencia, hacia la pureza de míticas épocas doradas. Esas reacciones ante la globalización podrían conducir a un mundo desestructurado e inestable.
Esas evoluciones van acompañadas por una segunda realidad, no menos preocupante: el mundo se ha vuelto multipolar, pero esta multipolaridad, que podría anunciar un nuevo concierto de las grandes potencias, deriva más bien hacia el choque de políticas de poder.
Los Estados Unidos no supieron resistir a la tentación del recurso unilateral a la fuerza y, desafortunadamente, tampoco demuestran en lo relativo a la protección del medio ambiente, la capacidad de “liderazgo” que reivindican en otros ámbitos.
Rusia impone su regreso en el escenario mundial, utilizando con cierta brutalidad sus ventajas, por ejemplo, en materia de petróleo o de gas, en momentos en que el mundo y Europa en particular esperan de ella una contribución importante y positiva a la solución de los problemas de nuestro tiempo, que justifica la recuperación de su estatuto.
China, que ha emprendido el más impresionante de los renacimientos en la historia de la humanidad, transforma su insaciable búsqueda de materias primas en estrategia de control, en particular en África.
La propia moneda, lejos de las leyes del mercado, se convierte en un instrumento al servicio de políticas de poder. Las reglas progresivamente negociadas y adoptadas por los Estados, son con demasiada frecuencia pisoteadas, trátese de normas sociales, propiedad intelectual o medio ambiente.
Frente a los excesos de una globalización mal controlada, frente a los riesgos de un mundo multipolar antagonista, estoy convencido que la Unión Europea puede aportar una contribución importante a la emergencia de un multilateralismo eficaz, basado en el respeto por todos de reglas comunes y en la reciprocidad.
Desde 1990, la Europa reunida ha asumido cabalmente, tras cinco décadas de división y de dependencia, la responsabilidad plena y total de su destino y la capacidad de influir nuevamente y de manera decisiva en los asuntos del mundo. Acumuló por sí sola, a través del largo proceso de su construcción comunitaria, la experiencia práctica de una soberanía compartida que corresponde perfectamente a las exigencias de nuestro tiempo.
En estos inicios del siglo XXI, el mundo no necesita una “tabula rasa”, pues las instituciones necesarias existen. Las reformas iniciadas en 2005 en el sistema de las Naciones Unidas van en la buena dirección. Lo que hasta ahora ha faltado es la voluntad política de llevarlas a buen término, en particular, la necesaria ampliación del Consejo de Seguridad, en las dos categorías de miembros, con Alemania, Japón, India y Brasil como nuevos miembros permanentes y una justa representación de África.
Por su parte, el Fondo Monetario Internacional debe también realizar reformas indispensables para reflejar mejor las realidades actuales y ejercer su influencia sobre ellas: eso es precisamente lo que propone Dominique Strauss-Kahn, candidato de la Unión Europea al cargo de Director General.
Por último, el G8 debe continuar su lenta transformación. El diálogo entablado, en las cumbres recientes, con los más altos dirigentes de China, India, Brasil, México y Sudáfrica debería institucionalizarse y ocupar una jornada completa. Poco a poco, el G8 debe convertirse en G13, pues la concertación económica, la necesidad de una cooperación estrecha entre los países más industrializados y los grandes países emergentes para luchar contra el cambio climático justifican esta evolución. Efectivamente, la preservación de nuestro planeta hace indispensable que las principales potencias de este nuevo mundo reconozcan las responsabilidades comunes, aunque diferenciadas, que les incumben. Francia se situará en el centro de ese gran debate, que ha de desempeñar un papel estructurador para las relaciones internacionales.
Este nuevo concierto de las grandes potencias, del Consejo de Seguridad ampliado al G8 transformado, no podría dejar de lado la defensa y la promoción de los derechos humanos y de la democracia. Ni mucho menos: me congratulo por el hecho de que la globalización ha contribuido a la emergencia de una opinión mundial cada vez mejor informada y más reactiva. A través de los medios de comunicación y de los movimientos asociativos, ratifica su calidad de actor cabal de la vida internacional. En esta lucha por la promoción de los valores fundadores de nuestra República, una lucha más preocupada por alcanzar resultados palpables que efectos retóricos, pretendo mantener un diálogo periódico con nuestras principales ONG. Una primera sesión se celebró en el Elíseo en junio pasado; otras seguirán, en particular sobre la problemática del desarrollo de África.
Estando a la escucha de nuestras asociaciones, deseo también estar a la escucha de los pueblos africanos: ¿qué esperan hoy de Francia? Les pido, Señoras y Señores Embajadores, que salgan al encuentro de las fuerzas vivas del continente y, en particular, de su juventud. En Dakar, tuve la oportunidad de presentarle, con toda amistad y con toda franqueza, el análisis que hago de la situación. Con el mismo ánimo de amistad y de franqueza, deseo informarme acerca de las expectativas de la juventud africana con respecto a nuestro país, antes de mi próximo viaje a ese continente.
África seguirá siendo una prioridad fundamental de nuestra política exterior y un eje central de la política de cooperación de la Unión Europea. No es ese continente el enfermo del mundo de hoy, ni necesita nuestra caridad. Desde hace varios años, registra un crecimiento medio del 5% y podría progresar más todavía si los productores locales de ciertos productos básicos, como el algodón, recibieran una retribución justa.
África dispone de todo lo necesario para salir airosa en el marco de la globalización y Francia quiere ayudarla a conseguirlo.
Se trata de acelerar su desarrollo. Pese a sus progresos, África sigue todavía al margen de la prosperidad mundial. No puede sacar el mejor provecho de sus inmensas riquezas naturales, demasiadas veces amenazadas por saqueos, y sufre más que otros las consecuencias de los cambios climáticos. A mitad de camino de los Objetivos del Milenio, es menester, por tanto, continuar nuestro esfuerzo de ayuda.
No es sólo un asunto de montos financieros, aunque sin lugar a dudas nuestro compromiso al respecto debe mantenerse, pese a las dificultades que pesarán sobre el presupuesto de 2008. Debemos igualmente pedir que se alcancen mejores resultados. A mayor ayuda mayor eficacia y, por ende, una gestión en constante progreso.
Pero no puede haber desarrollo ni prosperidad sin seguridad. Al respecto también África va progresando. Entre las numerosas crisis que afectaban al continente, muchas están en vías de resolución, tanto en la región de los Grandes Lagos como en África Occidental.
La más trágica sigue siendo hoy la de Darfur. El sufrimiento de esas poblaciones constituye una obligación para nosotros. Por eso quise que Francia se implicara plenamente en ella. Resulta alentador que, a raíz de la reunión del grupo de contacto ampliado, en París, el 25 de junio, la comunidad internacional haya demostrado su voluntad de actuar. La adopción de la resolución por la que se crea la operación híbrida de las Naciones Unidas y la Unión Africana constituye un primer éxito. Esa fuerza debe ahora desplegarse cuanto antes. El encuentro de Arusha entre las facciones rebeldes, a principios de este mes, abre las perspectivas para una salida política, único medio capaz de permitir una solución duradera de la crisis.
Para movilizar aun más a la comunidad internacional frente a los retos para la paz y la seguridad en África, tomé la iniciativa de una reunión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que ha de celebrarse el 25 de septiembre en Nueva York, que congregará a los Jefes de Estado y de Gobierno, y que tendré el honor de presidir.
Señoras y Señores Embajadores:
Como habrán entendido, tengo un concepto muy alto de Francia y de su papel en el mundo actual; albergo grandes ambiciones para la Unión Europea, su lugar natural en el centro de un sistema multilateral eficaz y justo.
Para llevar a bien esta ambiciosa política exterior, Francia tiene la suerte de contar, en la cúspide del Ministerio de Asuntos Exteriores y Europeos, con cuatro eminentes personalidades: Bernard Kouchner, y junto a él, Jean-Pierre Jouyet, Jean-Marie Bockel y Rama Yade. También tiene la suerte de disponer de un cuerpo diplomático de muy alta calidad. Al recibirles hoy por primera vez, quiero expresarles hasta qué punto el trabajo que ustedes desempeñan, con competencia y talento, a veces arriesgando su vida, como en Beirut o en Bagdad, honra a nuestra República.
Es necesario, por supuesto, que su ministerio tenga los medios necesarios para cumplir su misión y que se le reconozca el papel interministerial, que le sitúa en el centro de nuestra estrategia nacional, para el éxito de Francia en la globalización. Ha llegado, pues, el momento de emprender una nueva etapa de su modernización. Ése es el sentido de la carta que, junto con el Primer Ministro, dirigí esta misma mañana al Ministro de Asuntos Exteriores y Europeos. Podrá apoyarse, entre otras cosas, para llevar a cabo su reflexión y preparar su “Libro Blanco”, en el informe que me entregará dentro de unos días Hubert Védrine, así como en una amplia concertación. Sé que puedo contar con Bernard Kouchner, y con todos ustedes, para efectuar estas reformas y llevar a cabo nuestra política exterior con determinación e imaginación. Gracias por llevar muy alto y muy lejos el mensaje de Francia !


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