NICOLAS SARKOZY
“Deseo
que los Europeos asuman cabalmente su responsabilidad y su papel al servicio de
su seguridad y de la del mundo”
Discurso con motivo de
la inauguración de la XV Conferencia de Embajadores franceses, París, 27 de
agosto de 2007
Señor
Primer Ministro,
Señor
Presidente del Senado,
Señor
Presidente de la Asamblea Nacional,
Señor
Ministro de Asuntos Exteriores y Europeos,
Señoras
y Señores Ministros,
Señoras
y Señores Parlamentarios,
Señoras
y Señores Embajadores :
El
debate internacional no es ni abstracto ni lejano: las amenazas de hoy - el
terrorismo, la proliferación o la criminalidad - desconocen las fronteras; las
evoluciones del medio ambiente y de la economía mundial afectan nuestra vida
cotidiana; los derechos humanos son pisoteados ante nuestros ojos. Guiada por
nuestros valores, nuestra política exterior deberá apoyarse en una visión clara
del mundo y de los intereses que defendemos A través de ella, expresamos
nuestra identidad en calidad de nación.
Ahora
bien, los Franceses observan con preocupación el estado del mundo, el papel de
Europa y el lugar de Francia. Habían visto con esperanzas la caída del muro de
Berlín y el derrumbamiento del orden injusto de Yalta, los progresos de los
derechos humanos y de la democracia, las promesas de una globalización que,
desde 1990, ha permitido multiplicar por dos el PIB mundial y aumentar en un
50% el promedio del nivel de vida.
Hoy
los Franceses comprueban que, contrariamente a los años posteriores a la
segunda guerra mundial, los dirigentes de estos últimos veinte años no han
logrado crear un nuevo orden planetario, ni siquiera tampoco adaptar
eficazmente el orden anterior. Con excepción de los escasos momentos de unidad
de la primera guerra del Golfo o del 11 de septiembre de 2001, predomina un
sentimiento, general y justificado, de división y de pérdida de control, en un
mundo a la vez global y fragmentado, hecho de interdependencias sin controlar.
Mientras
los Estados permanecen en el centro del sistema internacional, su capacidad de
acción se enfrenta ahora con el poder de los actores económicos, de los medios
de comunicación, o, peor aun, con las redes criminales y terroristas;
enfrentada también con los riesgos del principio de este siglo XXI: los flujos migratorios
cada vez menos controlados; un trastorno de los equilibrios económicos
mundiales que incrementa la desconfianza frente a la globalización, a medida
que las deslocalizaciones alcanzan paulatinamente todos los sectores de
actividad; o bien las crisis financieras, como la que acabamos de experimentar
y que podría reproducirse si los dirigentes de los grandes países no optaran
por llevar a cabo una acción determinada y concertada a favor de la
transparencia y de la regulación de los mercados internacionales.
Frente
a crisis internacionales como las de Irak, hoy sabemos que el recurso
unilateral a la fuerza conduce al fracaso, pero las instituciones
multilaterales, ya sean universales, como la ONU, o regionales, como la OTAN,
tienen dificultades para convencer de su eficacia, desde Darfur hasta
Afganistán.
En
la propia Europa, los interrogantes son fuertes, en particular después de la
última ampliación. ¿Dónde se encuentran las fronteras de la Unión? ¿Serán
compatibles nuevas ampliaciones con la necesaria continuación de la
integración? De manera más amplia, ¿se habrá convertido acaso Europa en la
correa de transmisión de los excesos de la globalización, siendo que, por el
contrario, debería amortiguar los choques y permitir que nuestros pueblos
aprovechen todas las oportunidades?
Sobre
ese fondo de preocupación y de desilusión, los Franceses se preguntan qué puede
hacer Francia frente a los principales retos con los que se enfrenta el mundo
del principio de este siglo XXI. Me referiré a tres, de los que dependen los
demás:
Primer
reto: ¿Cómo prevenir una confrontación entre el Islam y Occidente, deseada por
los grupos extremistas como Al Qaeda, que sueñan con instaurar, desde Indonesia
hasta Nigeria, un jalifato que rechace toda apertura, toda modernidad e incluso
la idea misma de diversidad. Si esas fuerzas llegaran a alcanzar su objetivo
siniestro, no cabe duda de que este siglo sería aun peor que el anterior,
caracterizado, sin embargo, por un enfrentamiento sin merced entre ideologías.
Segundo
reto: ¿Cómo integrar en un nuevo orden mundial a los gigantes emergentes que
representan China, India o Brasil? Motores del crecimiento mundial, constituyen
igualmente factores de graves desequilibrios; gigantes del día de mañana,
quieren que se reconozca su nuevo estatuto, sin estar siempre dispuestos a
respetar las reglas que, sin embargo, redundan en beneficio de todos.
Tercer
reto: ¿Cómo hacer frente a los riesgos mayores que, en la historia de la
humanidad, somos la primera generación en identificar científicamente y en
poder abordar a escala mundial, trátese del calentamiento climático, de las
nuevas pandemias o de la perennidad de los suministros energéticos?
A
esas preguntas, permítanme dar mi respuesta, en nombre de Francia,
explicándoles para empezar cuál es mi visión de los grandes problemas
internacionales.
Formo
parte de quienes consideran que la característica de un estadista es la
voluntad de cambiar el rumbo de las cosas. Para ello, se requiere una voluntad
inquebrantable y hace falta asimismo saber compartir sus sueños, sus ambiciones
y sus objetivos.
Formo
parte de quienes consideran que Francia todavía tiene mucho que aportar al
mundo, porque posee uno de los pueblos más dinámicos y mejor capacitados, una
de las economías más pujantes, una diplomacia y fuerzas armadas situadas entre
las mejores del mundo. Pero nuestro país no es el único en poseer tales
ventajas y sólo las conservará si consigue efectuar numerosas y ambiciosas
reformas. Esas reformas las propuse al pueblo francés. Todas serán llevadas a
cabo con determinación, así como con ánimo de concertación y de apertura.
Formo
parte de quienes consideran que Francia es un gran país, cuya voz se escucha
cuando cierra filas para defender una visión y una voluntad. Los Franceses me
eligieron sobre la base de un programa claro y detallado. Quieren un Presidente
que actúe y que tenga resultados. Es cierto en el plano interior. Es cierto
igualmente en política exterior. Esas dos dimensiones de mi actuación son,
además, indisociables : Francia, no más que cualquier otra nación, tiene
derechos adquiridos en cuanto a su estatuto internacional; su mensaje al mundo
sólo seguirá siendo escuchado si es llevado por un pueblo ambicioso y confiado,
una sociedad reconciliada consigo misma y una economía exitosa. Las reformas
que quiero llevar a buen término en este país para que los Franceses tengan de
nuevo fe en el futuro, para modernizar nuestra economía y adaptar nuestras
instituciones, participan de mi visión de Francia en el mundo. Quiero una
Francia más fuerte dentro de sus fronteras, porque es un requisito para que
tenga una influencia más allá. En eso radica también la consistencia de mi
proyecto.
Formo
parte de quienes consideran que no puede existir una Francia fuerte sin Europa,
como tampoco sin Francia puede existir una Europa fuerte.
Formo
parte de quienes consideran que la emergencia de una Europa fuerte,
protagonista esencial en el escenario internacional, puede contribuir de modo
decisivo a la reconstrucción de ese orden mundial más eficaz, más justo y más
armonioso que nuestros pueblos anhelan.
Formo
parte de quienes consideran que la amistad entre los Estados Unidos y Francia
es tan importante hoy como lo fue durante los dos últimos siglos. Aliados no
significa alineados, y me siento perfectamente libre de expresar tanto nuestros
acuerdos como nuestros desacuerdos, sin complacencia ni tabú.
Formo
parte de quienes consideran que los lazos antiguos y de toda índole que unen a
los pueblos del Mediterráneo y, más allá, de África, constituyen una ventaja y
una oportunidad, siempre y cuando tengamos la ambición y la voluntad de
organizarlos y de estrecharlos, rompiendo definitivamente con las antiguas
prácticas.
Formo
parte de quienes consideran que nuestra lengua es el núcleo de nuestra
identidad y representa una parte de nuestra alma; que la francofonía y sus
solidaridades constituye una ventaja esencial para todos aquellos que comparten
el idioma francés.
Finalmente
formo parte de quienes consideran que Francia sigue siendo portadora de un
mensaje y de valores cuyo eco se escucha en todo el mundo, los de la
declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, del humanismo, así como
también, más recientemente, de lo humanitario y del deber de proteger,
encarnados por hombres como Bernard Kouchner, que tengo el placer de contar
entre los miembros de mi gobierno a la cabeza de nuestra diplomacia.
Señoras
y Señores Embajadores:
La
construcción europea seguirá siendo la prioridad absoluta de nuestra política
exterior. Sin una Unión Europea fuerte y activa, Francia no podría superar de
forma eficaz los tres retos de nuestro tiempo. Sin una Europa que asuma su
papel como potencia, al mundo le faltaría un polo de equilibrio necesario.
Por
eso he querido, como primera prioridad, poner a Europa en marcha, proponiendo
el tratado simplificado; el éxito distaba mucho de darse por descontado; se
obtuvo gracias a un entendimiento perfecto entre Francia y Alemania, motor
fundamental de la Unión Europea. Deseo ahora rendir un homenaje muy especial a
mi amiga Angela Merkel. El éxito se debe también mucho a la Comisión y a su
eminente Presidente, José Manuel Barroso. En realidad, se sumaron las buenas
voluntades de todos, pues habíamos propuesto un esquema para salir de la crisis
bastante claro y federador, que constituye una lección para el futuro.
La
adopción por el Consejo Europeo de junio de un mandato político muy preciso ha
abierto el camino a una conferencia intergubernamental técnica, que se limitará
a transcribir en forma jurídica nuestro acuerdo político, lo cual no reduce en
absoluto la magnitud de la tarea de la Presidencia portuguesa, en quien tenemos
toda confianza. Abrigamos el deseo de que culmine sus labores en el Consejo
Europeo de octubre, para que pueda entrar en vigor el nuevo tratado antes de
las elecciones europeas de la primavera de 2009.
Al
haber salido Europa de ese bloqueo de la labor institucional, que duraba desde
hacía 10 años, ha llegado el momento de plantear la cuestión del futuro del
proyecto europeo. Deseo que, de aquí a finales de año, los 27 creen un comité
de diez a doce sabios de muy alto nivel, a imagen de los presididos por Werner,
Davignon y Westendorp, o del comité Delors, con miras a reflexionar sobre esta
cuestión sencilla y, sin embargo, fundamental: «¿qué Europa para 2020-2030 y para
qué cometidos?». Los sabios deberían entregar sus conclusiones y propuestas
antes de las elecciones europeas de junio de 2009, para que el Parlamento
recién elegido y la siguiente Comisión puedan disponer del fruto de sus
labores, como complemento del tratado simplificado y del trabajo de renovación
de las políticas de la Unión, así como de su marco financiero.
Si
los 27 lanzan esta reflexión fundamental sobre el futuro de nuestra Unión,
Francia no se opondrá a que se abran nuevos capítulos de la negociación entre
la Unión y Turquía en los meses y años venideros, siempre y cuando esos
capítulos sean compatibles con las dos visiones posibles del futuro de sus
relaciones: ya sea la adhesión, ya sea una asociación lo más estrecha posible,
sin llegar hasta la adhesión. Todos saben que esta segunda fórmula es la que
preconicé durante toda mi campaña electoral. No he cambiado de opinión y creo
que llegará el día en que sea reconocida por todos como la más razonable. Entre
tanto, al igual que el Primer Ministro Erdogan, deseo que Turquía y Francia
reanuden los lazos privilegiados que han ido estrechando en el transcurso de
una larga historia compartida.
La
presidencia francesa de la Unión, dentro de tan sólo diez meses, debe desde
ahora movilizar todas nuestras energías. Para que sea exitosa, debemos actuar
de forma colectiva y estar a la escucha de nuestros socios, de todos nuestros
socios. Cada una de las capitales de la Unión recibirá, antes del 1 de julio,
mi visita o la del Primer Ministro. Tendremos, naturalmente, prioridades que
proponerles para que progrese Europa en los sectores clave que son la
inmigración, la energía y el medio ambiente. Tres sectores en los que las
expectativas de los Europeos son fuertes y a los cuales tendré más adelante la
oportunidad de referirme.
Deseo
hoy hacer hincapié en el tema de la Europa de la Defensa. A punto de cumplirse
los diez años del acuerdo de Saint-Malo, ha llegado el momento de darle un
nuevo impulso.
Lo
que se ha logrado durante estos últimos años dista mucho de ser insignificante,
ya que la Unión ha conducido unas quince operaciones en nuestro continente, en
África, en el Oriente Próximo y en Asia. Estas intervenciones demuestran, si
fuera necesario, que no hay competencia, sino una real complementariedad, entre
la OTAN y la Unión. Frente a la multiplicación de las crisis, no hay superávit,
sino más bien déficit de capacidades en Europa. Deseo que los Europeos asuman
cabalmente su responsabilidad y su papel al servicio de su seguridad y de la
del mundo. Para ello, necesitamos prioritariamente reforzar nuestras
capacidades de planificación y de conducción de las operaciones; desarrollar la
Europa del armamento con nuevos programas racionalizando los existentes;
garantizar la interoperabilidad de nuestras fuerzas y que cada uno, en Europa,
asuma su parte de la seguridad común. Pero más allá de los instrumentos,
necesitamos igualmente una visión común de las amenazas que gravitan sobre
nosotros y de los medios para enfrentarlas: tenemos que elaborar juntos una
nueva “estrategia europea de seguridad", en la prolongación de la que se
adoptó en 2003 bajo la égida de Javier Solana. Podríamos aprobar ese nuevo
texto bajo la presidencia francesa en 2008. Nuestro Libro blanco relativo a la
defensa y a la seguridad nacionales, cuya elaboración mandé efectuar en los
próximos meses, será la contribución de Francia a este trabajo necesario.
Francia
y Alemania han sentado las bases de esta labor europea: la brigada
franco-alemana y, posteriormente, el Eurocuerpo. En Saint-Malo, Francia y el
Reino Unido continuaron esta construcción, como es natural, ya que juntos
nuestros dos presupuestos de defensa representan las dos terceras partes del
total de la contribución de los otros 25 países de la Unión, y nuestros
presupuestos de investigación para la defensa, el doble. Pero Italia, España,
Polonia, Países Bajos y todos los demás socios tienen cabida en este esfuerzo
conjunto que nos permitirá sacar mejor provecho de nuestras ventajas: la Unión
dispone de todo un abanico de instrumentos de intervención en las crisis:
militares, humanitarios y financieros. Deberá afirmarse progresivamente como
actor de primera línea para la paz y la seguridad en el mundo, en colaboración
con las Naciones Unidas, la Alianza Atlántica y la Unión Africana. Deberá igualmente
tener la voluntad de lanzar una verdadera política de cooperación y de
asistencia en materia de seguridad con los terceros países, en particular en
África. Estos progresos de la Europa de la defensa no se enmarcan de ninguna
manera en una competencia con la OTAN. Huelga recordar que esta alianza
atlántica es nuestra: la fundamos y hoy somos uno de los principales
contribuyentes. De sus 26 miembros, 21 lo son también de la Unión. Oponer la
Unión y la OTAN no tiene sentido: las necesitamos a las dos. Es más, estoy
convencido de que redunda en el verdadero interés de los Estados Unidos el que
la Unión Europea aúne sus fuerzas, racionalice sus capacidades y, en pocas
palabras, organice su defensa. Debemos progresar con pragmatismo, con ambición,
sin a priori ideológico, con la principal preocupación de la seguridad del
mundo occidental. Porque los dos movimientos son complementarios, deseo que en
los próximos meses avancemos con resolución hacia el fortalecimiento de la
Europa de la defensa y hacia la renovación de la OTAN y de su relación con
Francia. Es, además, lo que ya sucede en el terreno; en Afganistán, bajo el
mandato de la ONU, la fuerza de la OTAN estuvo no hace mucho dirigida por el
Eurocuerpo de la Unión, bajo las órdenes de un general francés.
Kosovo
ofrece otra ilustración de esta complementariedad, gracias a la estrecha
cooperación entre la Unión y la OTAN, bajo el mandato de la ONU. Esta
colaboración revestirá una importancia capital en los próximos meses. Por
iniciativa de Francia, el Grupo de Contacto continúa sus esfuerzos para
reanudar el diálogo entre Serbios y Kosovares. Apoyamos el principio de una
independencia supervisada por la comunidad internacional, garante de los
derechos de las minorías y acompañada por la Unión Europea. Francia apoyará
toda solución aceptada por las dos partes. Deseo hoy hacer un triple
llamamiento: a los Serbios y a los Kosovares, con objeto de que demuestren su
realismo y se presten de buena fe a ese último esfuerzo para llegar a una
solución mutuamente aceptada. A los Rusos y a los Estadounidenses, para que
entiendan que ese problema tan difícil es, en primer lugar, un problema
europeo; y a los Europeos, que deben poner de manifiesto su unidad, ya que son
los países de la Unión los que han de asumir lo esencial de las
responsabilidades y de los costos y porque es en la Unión donde radica el
futuro a largo plazo del espacio balcánico.
Señoras
y Señores Embajadores:
Dotada
dentro de poco de instituciones eficaces, de un presidente estable del Consejo
Europeo, de un Alto Representante encargado de la política exterior, que
sustituirá a los tres representantes actuales y de un verdadero servicio
diplomático europeo, la Unión será capaz de afirmar mejor en el escenario
mundial, la visión y los valores que compartimos. Para Francia, esta emergencia
de Europa en calidad de actor político global corresponde a una necesidad,
frente a los tres retos del siglo XXI, a los cuales me referí anteriormente:
¿qué respuestas sabremos, juntos, darles?
En
primer lugar, la amenaza de una confrontación entre el Islam y el Occidente.
Nos equivocaríamos si subestimáramos esta posibilidad: el caso de las
caricaturas fue un signo precursor.
Nuestros
países, todos nuestros países, incluyendo los del mundo musulmán, se encuentran
hoy bajo la amenaza de atentados criminales como los que golpearon a Nueva
York, Balí, Madrid, Bombay, Estambul, Londres o Casablanca. Pensemos en lo que
sucedería mañana si los terroristas utilizaran medios nucleares, biológicos o
químicos. El primer deber de nuestros Estados consiste en organizar una total
cooperación entre los servicios de seguridad de todos los países afectados.
Nuestro
deber, el de la Alianza Atlántica, consiste también en aumentar nuestros
esfuerzos en Afganistán. He tomado la decisión de reforzar la presencia de
nuestros instructores en las fuerzas armadas afganas, ya que es quien debe, en
primer lugar, librar y ganar la batalla contra los talibanes. He tomado la
decisión de incrementar nuestra acción de ayuda para la reconstrucción, porque
no habrá éxito duradero si el pueblo afgano no recoge los frutos palpables de
un regreso de la seguridad y de la paz. Tampoco habrá éxito alguno en la lucha
contra la droga. Ha llegado, sin lugar a dudas, el momento de nombrar, bajo la
autoridad del Presidente Karzai, una personalidad de primer orden, capaz de
garantizar una mejor coordinación entre las acciones militares y las
iniciativas civiles.
Pero
nuestras acciones en Afganistán serían vanas si, al otro lado de la frontera,
Pakistán siguiera siendo un refugio para los talibanes y para Al Qaeda, antes
de convertirse, tal vez, en su víctima. Estoy convencido de que una política
más decidida por parte de todas las autoridades pakistaníes es posible y que
redundará en su beneficio a largo plazo. Estamos dispuestos a ayudarlos.
Prevenir
una confrontación entre el Islam y el Occidente consiste también en alentar y
ayudar, en cada país musulmán, a las fuerzas de moderación y de modernidad,
para que prevalezca un Islam abierto y tolerante, que acepte la diversidad como
una riqueza. En ese ámbito, no existe una receta milagrosa única. Pero la
evolución de países como Marruecos, Argelia, Túnez, Jordania e Indonesia
demuestra que, pese a importantes diferencias, existe un movimiento de las
sociedades, alentado por los gobiernos. Deseo que nuestra cooperación
fortalezca los programas encaminados a la apertura y al diálogo entre las
sociedades, en conexión eventualmente con los representantes del Islam en
Francia.
Prevenir
una confrontación entre el Islam y Occidente significa igualmente prestar su
ayuda, como lo propone Francia, para que los países musulmanes puedan tener
acceso a la energía del futuro, la electricidad nuclear, respetando los
tratados y cooperando plenamente con los países que ya dominan esta tecnología.
Por
último, prevenir una confrontación entre el Islam y el Occidente es tratar las
crisis del Oriente Medio. Hace apenas cinco años, la región sólo experimentaba
una crisis. Hoy padece cuatro, muy diferentes pero cada día más vinculadas
entre sí.
Todo
se ha dicho y mucho se ha intentado a propósito del conflicto
israelí-palestino. La paradoja de la situación es que sabemos cuál será su
solución: dos Estados o, mejor dicho, tal vez dos Estados-Naciones, que vivan
uno al lado del otro, en paz y seguridad dentro de fronteras seguras y
reconocidas. Conocemos el contenido detallado de esta solución, a través de los
parámetros Clinton y el legado de Taba. Teníamos una idea del camino por
recorrer: la hoja de ruta, que hay seguramente que revisar. Finalmente conocemos
los padrinos de la paz: los miembros del Cuarteto, ahora representados por una
personalidad de primer plano: Tony Blair, y los países árabes moderados.
A
pesar de todo, subsiste en cada uno la idea desesperanzadora de que la paz no
progresa. Peor aun, que retrocede, en las mentes y en los corazones. Tengo fama
de ser amigo de Israel y es cierto. Nunca transigiré sobre la seguridad de
Israel. Pero todos los dirigentes de los países árabes, empezando por el
Presidente Mahmoud Abbas, que son numerosos en haber acudido a París después de
mi elección, conocen mis sentimientos de amistad y de respeto hacia sus
pueblos. Deseo que esta amistad me autorice a decir a los dirigentes israelíes
y palestinos que Francia está determinada a tomar o a apoyar cualquier iniciativa
que resulte útil. Pero tiene una convicción: la paz se negociará en primer
lugar entre Israelíes y Palestinos.
En
estos momentos, nuestros esfuerzos, los del Cuarteto y los de los países árabes
moderados, deben concentrarse en la reconstrucción de la Autoridad Palestina,
bajo la égida de su Presidente. Pero también es indispensable reanudar, sin
demora, una auténtica dinámica de paz que conduzca a la creación de un Estado
Palestino. Si las partes y la comunidad internacional eludieran nuevamente esta
ambición, la creación de un «Hamastan» en la franja de Gaza podría parecer
retrospectivamente como la primera etapa de la toma de control de todos los
territorios palestinos por los islamistas radicales. No podemos resignarnos
ante esta perspectiva. Francia no se resigna.
El
Líbano, desde hace siglos, ocupa un lugar importante en el corazón de los
Franceses. Esta amistad no está dirigida hacia un grupo o un clan: Francia es
amiga de todos los Libaneses y está fervorosamente apegada a una libertad
cabal, a la independencia y a la soberanía del Líbano, tal como lo exigen las
resoluciones 1559 y 1701 del Consejo de Seguridad. Esta amistad es lo que
alentó a Bernard Kouchner a invitar a la Celle Saint-Cloud y luego a encontrar
en Beirut a todos los actores de la vida política del Líbano. El diálogo que
allí se reanudó debe continuar para llevar a una salida de la crisis por lo
alto: un Presidente elegido en los plazos y condiciones que señale la
constitución, en el que se reconocerán todos los Libaneses, capaz de trabajar
con todos; en el interior, con todas las comunidades y en el exterior con todos
los grandes socios del Líbano. Todos los actores regionales, incluyendo a
Siria, deben actuar para propiciar una solución de este tipo. Si Damasco se
fuera claramente por este camino, se reunirían entonces las condiciones para un
diálogo franco-sirio.
La
tragedia iraquí no puede dejarnos indiferentes. Francia se opuso y sigue
opuesta a esa guerra. Que la historia nos haya dado la razón no nos exime de
medir las consecuencias: una nación que se va desmembrando en una despiadada
guerra civil, un enfrentamiento entre chiíes y suníes que puede abrasar a todo
el Oriente Medio; grupos terroristas que se asientan de manera duradera, se
radicalizan antes de atacar nuevos blancos en el mundo entero; una economía
mundial a la merced de la menor chispa en los campos petrolíferos.
No
habrá solución que no sea política: implica la marginación de los grupos
extremistas y un proceso sincero de reconciliación nacional, al término del
cual cada segmento de la sociedad iraquí, cada Iraquí, deberá recibir la
garantía de un acceso equitativo a las instituciones y a los recursos de su
país; implica asimismo que se defina una perspectiva clara relativa a la
retirada de las tropas extranjeras, pues la decisión esperada a ese respecto
obligará a todos los actores a medir sus responsabilidades y a organizarse
consecuentemente. Entonces, y sólo entonces, la comunidad internacional,
empezando por los países de la región, podrá actuar de modo más útil. Francia,
por su parte, estará dispuesta a participar. Éste es el mensaje del que Bernard
Kouchner acaba de ser portador en Bagdad, mensaje de solidaridad y de
disponibilidad.
Cuarta
crisis, en la confluencia de las otras tres: Irán. Francia mantiene con sus
dirigentes un diálogo sin complacencia, que ha resultado útil en varias
oportunidades. Ha tomado la iniciativa, junto a Alemania y al Reino Unido, de
una negociación en la que Europa desempeña un papel central, a la que se han
sumado Estados Unidos, Rusia y China. Los parámetros son conocidos, no los
repetiré, salvo para reafirmar que un Irán dotado del arma nuclear es para mí
inaceptable, y para recalcar la total determinación de Francia en la actitud
actual que conjuga sanciones progresivas y aperturas, si Irán se decide a
respetar sus obligaciones. Esta política es la única que puede permitirnos
escapar a una alternativa catastrófica: la bomba iraní o el bombardeo de Irán.
Esta cuarta crisis es, sin lugar a dudas, la más grave que se cierne hoy en el
orden internacional.
Las
soluciones que emergen lentamente del otro proceso de negociación “entre seis”
y que condujeron a Corea del Norte a aceptar, bajo el control del OIEA,
renunciar a la energía nuclear militar y al cierre del reactor de Yongbyon, muestran,
después de que Libia renunciara a las armas de destrucción masiva, que el
camino existe, siempre que se tenga la voluntad de seguirlo. El pueblo iraní,
que es un gran pueblo y merece todo respeto, no aspira ni al aislamiento ni a
la confrontación.
Francia
no escatimará esfuerzo alguno para convencer a Irán de que mucho es lo que
podría ganar si iniciara una negociación seria con Europa, Estados Unidos,
China y Rusia.
En
un espacio preciso, pero de alto significado emblemático, he querido aportar mi
respuesta al riesgo de confrontación entre el Islam y el Occidente: me refiero
al proyecto de Unión del Mediterráneo.
Así
como la historia de Europa representa siglos de enfrentamientos y de guerras,
la historia de los pueblos del Mediterráneo representa conquistas e invasiones.
Como en Europa, se han tejido muy fuertes lazos que han enriquecido mutuamente
a nuestras culturas. Tal es el caso, en particular, entre Francia y los países
del Magreb. Ha llegado el momento de dar un paso más, que puede ser decisivo, y
de demostrar con los hechos, más que con nuestras palabras, la fuerza de esta
amistad.
No
se trata de ignorar lo logrado: el proceso de Barcelona, el 5 + 5 o el Foro
Mediterráneo. Por el contrario, se trata de llegar más allá, entre países
ribereños de nuestro mar común, partiendo del camino trazado por Jean Monnet a
propósito de Europa: el de las solidaridades concretas. Hagamos su construcción
en torno a cuatro pilares: el medio ambiente y el desarrollo sostenible; el
diálogo entre las culturas; el crecimiento económico y el desarrollo social, y
el espacio de seguridad mediterráneo. Juntos imaginemos, en cada uno de esos
ámbitos, algunos proyectos ambiciosos pero realistas, que movilicen a los
Estados, las empresas, las asociaciones y a todos los que deseen participar en
este gran proyecto. Demostremos de esta forma a nuestros pueblos que podemos
edificar paranuestros hijos un futuro compartido de prosperidad y de seguridad.
Naturalmente,
la Unión Europea, a través de sus instituciones y, en particular, de la
Comisión, debería ser actor de pleno derecho de la Unión Mediterránea. Ya se ha
entablado un diálogo informal con los países ribereños, incluyendo a Libia, y
deseo, ahora que el caso del equipo médico está resuelto, incitarles a que se
sumen a la comunidad de las naciones.
Ahora
es menester preparar una primera reunión de Jefes de Estado y de Gobierno que
debería celebrarse en el primer semestre de 2008.
Señoras
y Señores Embajadores:
Los
dos últimos retos a los que se enfrenta nuestro mundo de hoy no pueden tratarse
por separado: de nuestra capacidad de edificar con los gigantes emergentes un
orden mundial eficaz y justo dependerá directamente nuestra capacidad de
responder a las amenazas del siglo XXI que son, en particular, el calentamiento
climático, las nuevas pandemias y las amenazas sobre la perennidad de nuestro
suministro energético.
Tenemos
que reconocer que la respuesta de la comunidad internacional a los trastornos
iniciados hace 17 años no ha estado a la altura de los retos.
Desde
1990, el enfrentamiento bipolar desapareció; los conceptos mismos de tercer
mundo y de no alineados perdieron todo sentido. La liberalización económica,
financiera y la revolución de las tecnologías de la información y de la
comunicación, así como su vertiginosa extensión al mundo entero y los progresos
de los transportes, crearon un planeta en donde impera la interdependencia,
poniendo en común las oportunidades, los riesgos y las crisis.
Al
mismo tiempo, y como reacción a lo que muchas veces se ha percibido como una
occidentalización del mundo, aparecieron reacciones de rechazo, reflejos de
encierro en la propia identidad, tentaciones nacionales o religiosas de vuelta
atrás, por la violencia, hacia la pureza de míticas épocas doradas. Esas
reacciones ante la globalización podrían conducir a un mundo desestructurado e
inestable.
Esas
evoluciones van acompañadas por una segunda realidad, no menos preocupante: el
mundo se ha vuelto multipolar, pero esta multipolaridad, que podría anunciar un
nuevo concierto de las grandes potencias, deriva más bien hacia el choque de
políticas de poder.
Los
Estados Unidos no supieron resistir a la tentación del recurso unilateral a la
fuerza y, desafortunadamente, tampoco demuestran en lo relativo a la protección
del medio ambiente, la capacidad de “liderazgo” que reivindican en otros
ámbitos.
Rusia
impone su regreso en el escenario mundial, utilizando con cierta brutalidad sus
ventajas, por ejemplo, en materia de petróleo o de gas, en momentos en que el
mundo y Europa en particular esperan de ella una contribución importante y
positiva a la solución de los problemas de nuestro tiempo, que justifica la
recuperación de su estatuto.
China,
que ha emprendido el más impresionante de los renacimientos en la historia de
la humanidad, transforma su insaciable búsqueda de materias primas en
estrategia de control, en particular en África.
La
propia moneda, lejos de las leyes del mercado, se convierte en un instrumento
al servicio de políticas de poder. Las reglas progresivamente negociadas y
adoptadas por los Estados, son con demasiada frecuencia pisoteadas, trátese de
normas sociales, propiedad intelectual o medio ambiente.
Frente
a los excesos de una globalización mal controlada, frente a los riesgos de un
mundo multipolar antagonista, estoy convencido que la Unión Europea puede
aportar una contribución importante a la emergencia de un multilateralismo
eficaz, basado en el respeto por todos de reglas comunes y en la reciprocidad.
Desde
1990, la Europa reunida ha asumido cabalmente, tras cinco décadas de división y
de dependencia, la responsabilidad plena y total de su destino y la capacidad
de influir nuevamente y de manera decisiva en los asuntos del mundo. Acumuló
por sí sola, a través del largo proceso de su construcción comunitaria, la
experiencia práctica de una soberanía compartida que corresponde perfectamente
a las exigencias de nuestro tiempo.
En
estos inicios del siglo XXI, el mundo no necesita una “tabula rasa”, pues las
instituciones necesarias existen. Las reformas iniciadas en 2005 en el sistema
de las Naciones Unidas van en la buena dirección. Lo que hasta ahora ha faltado
es la voluntad política de llevarlas a buen término, en particular, la
necesaria ampliación del Consejo de Seguridad, en las dos categorías de
miembros, con Alemania, Japón, India y Brasil como nuevos miembros permanentes
y una justa representación de África.
Por
su parte, el Fondo Monetario Internacional debe también realizar reformas
indispensables para reflejar mejor las realidades actuales y ejercer su
influencia sobre ellas: eso es precisamente lo que propone Dominique Strauss-Kahn,
candidato de la Unión Europea al cargo de Director General.
Por
último, el G8 debe continuar su lenta transformación. El diálogo entablado, en
las cumbres recientes, con los más altos dirigentes de China, India, Brasil,
México y Sudáfrica debería institucionalizarse y ocupar una jornada completa.
Poco a poco, el G8 debe convertirse en G13, pues la concertación económica, la
necesidad de una cooperación estrecha entre los países más industrializados y
los grandes países emergentes para luchar contra el cambio climático justifican
esta evolución. Efectivamente, la preservación de nuestro planeta hace
indispensable que las principales potencias de este nuevo mundo reconozcan las
responsabilidades comunes, aunque diferenciadas, que les incumben. Francia se
situará en el centro de ese gran debate, que ha de desempeñar un papel
estructurador para las relaciones internacionales.
Este
nuevo concierto de las grandes potencias, del Consejo de Seguridad ampliado al
G8 transformado, no podría dejar de lado la defensa y la promoción de los
derechos humanos y de la democracia. Ni mucho menos: me congratulo por el hecho
de que la globalización ha contribuido a la emergencia de una opinión mundial
cada vez mejor informada y más reactiva. A través de los medios de comunicación
y de los movimientos asociativos, ratifica su calidad de actor cabal de la vida
internacional. En esta lucha por la promoción de los valores fundadores de
nuestra República, una lucha más preocupada por alcanzar resultados palpables
que efectos retóricos, pretendo mantener un diálogo periódico con nuestras
principales ONG. Una primera sesión se celebró en el Elíseo en junio pasado;
otras seguirán, en particular sobre la problemática del desarrollo de África.
Estando
a la escucha de nuestras asociaciones, deseo también estar a la escucha de los
pueblos africanos: ¿qué esperan hoy de Francia? Les pido, Señoras y Señores
Embajadores, que salgan al encuentro de las fuerzas vivas del continente y, en
particular, de su juventud. En Dakar, tuve la oportunidad de presentarle, con
toda amistad y con toda franqueza, el análisis que hago de la situación. Con el
mismo ánimo de amistad y de franqueza, deseo informarme acerca de las
expectativas de la juventud africana con respecto a nuestro país, antes de mi
próximo viaje a ese continente.
África
seguirá siendo una prioridad fundamental de nuestra política exterior y un eje
central de la política de cooperación de la Unión Europea. No es ese continente
el enfermo del mundo de hoy, ni necesita nuestra caridad. Desde hace varios
años, registra un crecimiento medio del 5% y podría progresar más todavía si
los productores locales de ciertos productos básicos, como el algodón,
recibieran una retribución justa.
África
dispone de todo lo necesario para salir airosa en el marco de la globalización
y Francia quiere ayudarla a conseguirlo.
Se
trata de acelerar su desarrollo. Pese a sus progresos, África sigue todavía al
margen de la prosperidad mundial. No puede sacar el mejor provecho de sus
inmensas riquezas naturales, demasiadas veces amenazadas por saqueos, y sufre
más que otros las consecuencias de los cambios climáticos. A mitad de camino de
los Objetivos del Milenio, es menester, por tanto, continuar nuestro esfuerzo
de ayuda.
No
es sólo un asunto de montos financieros, aunque sin lugar a dudas nuestro
compromiso al respecto debe mantenerse, pese a las dificultades que pesarán
sobre el presupuesto de 2008. Debemos igualmente pedir que se alcancen mejores
resultados. A mayor ayuda mayor eficacia y, por ende, una gestión en constante
progreso.
Pero
no puede haber desarrollo ni prosperidad sin seguridad. Al respecto también
África va progresando. Entre las numerosas crisis que afectaban al continente,
muchas están en vías de resolución, tanto en la región de los Grandes Lagos como
en África Occidental.
La
más trágica sigue siendo hoy la de Darfur. El sufrimiento de esas poblaciones
constituye una obligación para nosotros. Por eso quise que Francia se implicara
plenamente en ella. Resulta alentador que, a raíz de la reunión del grupo de
contacto ampliado, en París, el 25 de junio, la comunidad internacional haya
demostrado su voluntad de actuar. La adopción de la resolución por la que se
crea la operación híbrida de las Naciones Unidas y la Unión Africana constituye
un primer éxito. Esa fuerza debe ahora desplegarse cuanto antes. El encuentro
de Arusha entre las facciones rebeldes, a principios de este mes, abre las
perspectivas para una salida política, único medio capaz de permitir una
solución duradera de la crisis.
Para
movilizar aun más a la comunidad internacional frente a los retos para la paz y
la seguridad en África, tomé la iniciativa de una reunión del Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas, que ha de celebrarse el 25 de septiembre en
Nueva York, que congregará a los Jefes de Estado y de Gobierno, y que tendré el
honor de presidir.
Señoras
y Señores Embajadores:
Como
habrán entendido, tengo un concepto muy alto de Francia y de su papel en el
mundo actual; albergo grandes ambiciones para la Unión Europea, su lugar natural
en el centro de un sistema multilateral eficaz y justo.
Para
llevar a bien esta ambiciosa política exterior, Francia tiene la suerte de
contar, en la cúspide del Ministerio de Asuntos Exteriores y Europeos, con
cuatro eminentes personalidades: Bernard Kouchner, y junto a él, Jean-Pierre
Jouyet, Jean-Marie Bockel y Rama Yade. También tiene la suerte de disponer de
un cuerpo diplomático de muy alta calidad. Al recibirles hoy por primera vez,
quiero expresarles hasta qué punto el trabajo que ustedes desempeñan, con
competencia y talento, a veces arriesgando su vida, como en Beirut o en Bagdad,
honra a nuestra República.
Es
necesario, por supuesto, que su ministerio tenga los medios necesarios para
cumplir su misión y que se le reconozca el papel interministerial, que le sitúa
en el centro de nuestra estrategia nacional, para el éxito de Francia en la
globalización. Ha llegado, pues, el momento de emprender una nueva etapa de su
modernización. Ése es el sentido de la carta que, junto con el Primer Ministro,
dirigí esta misma mañana al Ministro de Asuntos Exteriores y Europeos. Podrá
apoyarse, entre otras cosas, para llevar a cabo su reflexión y preparar su
“Libro Blanco”, en el informe que me entregará dentro de unos días Hubert
Védrine, así como en una amplia concertación. Sé que puedo contar con Bernard
Kouchner, y con todos ustedes, para efectuar estas reformas y llevar a cabo
nuestra política exterior con determinación e imaginación. Gracias por llevar
muy alto y muy lejos el mensaje de Francia !
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