BARACK OBAMA “El liderazgo de Estados Unidos en el
siglo XXI no es una elección entre no hacer caso al resto del mundo, excepto
cuando asesinamos a terroristas; u ocupar y reconstruir cualquier sociedad que
se esté desmoronando. El liderazgo significa saber usar sabiamente la fuerza
militar y movilizar al mundo detrás de las causas justas”
Discurso sobre el
Estado de la Nación 12 1 2016
Señor
Presidente de la Cámara de Representantes, Señor Vicepresidente, miembros del
Congreso y conciudadanos:
Esta
noche marca el octavo año que me presento aquí a informar sobre el Estado de la
Unión. Y esta última vez, voy a tratar de ser breve. Sé que muchos de ustedes
están ansiosos por volver a Iowa.
También
entiendo que como es temporada de elecciones, las expectativas para lo que
lograremos este año son bajas. Aún así, Sr. Presidente de la Cámara de
Representantes, aprecio el enfoque constructivo que usted y los otros líderes
adoptaron a finales del año pasado para aprobar un presupuesto, y hacer
permanentes los recortes de impuestos para las familias trabajadoras. Así que
espero que este año podamos trabajar juntos en prioridades bipartidistas como
la reforma de la justicia penal y ayudar a la gente que está luchando contra la
adicción a fármacos de prescripción. Tal vez podamos sorprender de nuevo a los
cínicos.
Pero
esta noche me voy a moderar con la lista tradicional de propuestas para el año
venidero. No se preocupen, tengo bastantes, desde ayudar a los estudiantes a
aprender a programar en código informático hasta personalizar los tratamiento
médicos para pacientes. Y seguiré insistiendo para progresar en el trabajo que
todavía se necesita hacer. Arreglar nuestro sistema de inmigración que no
funciona. Proteger a nuestros hijos de la violencia con armas de fuego. El
mismo salario por el mismo trabajo, licencia pagada, aumento del salario mínimo
Todas estas medidas todavía son importantes para las familias trabajadoras;
todavía siguen siendo lo correcto y no voy a desistir hasta que se cumplan.
Pero
en mi último discurso en esta cámara, no solo quiero hablar del próximo año.
Quiero concentrarme en los próximos cinco años, diez años y en adelante.
Quiero
concentrarme en el futuro.
Vivimos
en una época de cambios extraordinarios: cambios que están redefiniendo la
manera en la que vivimos, la manera en la que trabajamos, nuestro planeta y el
lugar que ocupamos en el mundo. Es un cambio que promete increíbles avances
médicos, pero también perturbaciones económicas que presionan a las familias
trabajadoras. Promete educar a niñas en las aldeas más remotas, pero también
conecta a los terroristas que conspiran contra nosotros desde el otro lado del
océano. Es un cambio que puede ampliar oportunidades o ampliar desigualdades.
Y, nos guste o no, el ritmo de este cambio será cada vez más rápido.
Estados
Unidos ya ha pasado por grandes cambios, guerras y depresión, el influjo de
inmigrantes, trabajadores que pelearon por un trato justo y movimientos que
expandieron los derechos civiles. Cada vez, hubo de aquellos que nos dijeron
que temiéramos el futuro, que afirmaban que podíamos ponerle el freno al cambio
con la promesa de restaurar una gloria pasada si algún grupo o alguna idea
amenazaba el control de Estados Unidos. Y cada vez, superamos esos miedos. Como
dijo Lincoln, no nos aferramos a los “dogmas del pasado sereno”, sino que
pensamos y actuamos de forma innovadora. Hicimos que el cambio trabajara en
nuestro beneficio, siempre extendiendo la promesa de Estados Unidos hacia
afuera, a la siguiente frontera, a más y más personas. Y, como lo hicimos, como
vimos oportunidades donde otros vieron tan solo peligros, nos hicimos más
fuertes y mejores que antes.
Las
verdades de entonces pueden ser verdades ahora. Nuestras fortalezas únicas como
nación, el optimismo y nuestra ética de trabajo, nuestro espíritu descubridor e
innovador, nuestra diversidad y nuestro compromiso con el estado de derecho,
estas cosas nos dan todo lo que necesitamos para garantizar nuestra prosperidad
y seguridad generación tras generación.
De
hecho, ese es el espíritu que hizo posible el progreso de los últimos siete
años. Así es que nos recuperamos de la mayor crisis económica en varias
generaciones. Es como reformamos nuestro sistema de salud y reinventamos al
sector de la energía, es como facilitamos más atención y beneficios para
nuestras tropas y nuestros veteranos y como aseguramos la libertad en cada
estado para casarnos con la persona que amamos.
Pero
ese progreso no es inevitable. Es el resultado de decisiones que tomamos
juntos. Y en este momento enfrentamos dichas decisiones. ¿Responderemos a los
cambios de nuestros tiempos con miedo, cerrándonos como país y volviéndonos
unos contra otros? ¿O enfrentaremos el futuro con confianza en quiénes somos,
los valores que representamos y los increíbles logros que podemos alcanzar
juntos?
Así
que hablemos sobre el futuro y sobre cuatro preguntas clave que tenemos que
responder como país, independientemente de quién sea el próximo Presidente o
quién controle el Congreso.
Primero,
¿cómo le damos a cada uno una posibilidad justa de tener oportunidades y
seguridad en esta nueva economía?
Segundo,
¿cómo haremos para que la tecnología juegue a nuestro favor y no en nuestra
contra, especialmente cuando se trata de resolver los desafíos más urgentes
como el cambio climático?
Tercero,
¿cómo haremos para garantizar la seguridad de Estados Unidos y liderar el mundo
sin convertirnos en la policía mundial?
Y
por último, ¿cómo haremos para que nuestra política refleje nuestras mejores
virtudes en vez de nuestros peores defectos?
Permítanme
que empiece por la economía y un hecho básico: en la actualidad, Estados Unidos
de América tiene la economía más fuerte y estable del mundo. Estamos en medio
del período más largo de nuestra historia de creación continua de empleos en el
sector privado. Más de 14 millones de nuevos empleos; los dos años de mayor
creación de empleo desde los años 90; una reducción de la tasa de desempleo a
la mitad. Nuestra industria automotriz acaba de tener su mejor año de la
historia. El sector de la fabricación ha creado casi 900,000 empleos en los
últimos seis años. Y hemos hecho todo esto mientras reducíamos nuestros
déficits en casi tres cuartos.
Así
que cualquiera que afirme que la economía de Estados Unidos se encuentra en
declive está vendiendo humo. Lo que es cierto, y que es el motivo por el que
muchos estadounidenses se sienten ansiosos, es que la economía ha estado
cambiando de una manera profunda, cambios que comenzaron mucho antes de la Gran
Recesión y que no han cedido. Actualmente, la tecnología no solo reemplaza los
empleos de las líneas de montaje, sino cualquier empleo en el que el trabajo se
pueda automatizar. En la economía global, las empresas pueden radicarse en
cualquier lugar y están sujetas a una competencia más dura. Como consecuencia,
los trabajadores tienen menos influencia para conseguir aumentos de sueldo. Las
compañías tienen menos lealtad hacia sus comunidades. Y los ingresos y la
riqueza se concentran cada vez más en las capas más altas de la sociedad.
Todas
estas tendencias han presionado a los trabajadores, aún teniendo empleo, y a
pesar de una economía en crecimiento. A una familia trabajadora se le ha hecho
más difícil salir de la pobreza, se le ha hecho más difícil a los jóvenes
comenzar sus carreras y más duro para los trabajadores poder jubilarse cuando
lo desean. Y si bien ninguna de estas tendencias es exclusiva de Estados
Unidos, atacan nuestra creencia puramente estadounidense de que todo el que
trabaja duro debe tener una oportunidad justa.
En
los últimos siete años, nuestro objetivo ha sido una economía en crecimiento
que funcione mejor para todos. Hemos progresado. Pero debemos progresar más. Y
a pesar de todos los argumentos políticos que hemos tenido en los últimos años,
existen algunas áreas en las que los estadounidenses concuerdan ampliamente.
Estamos
de acuerdo de que una oportunidad real requiere que todo estadounidense
adquiera la educación y la capacitación necesaria para conseguir un empleo bien
pagado. La reforma bipartidista de Que Ningún Niño Se Quede Atrás fue un
importante inicio, y juntos incrementamos la educación para la temprana
infancia, elevamos las tasas de graduación de la escuela secundaria a nuevos
máximos e impulsamos a los graduados en campos como la ingeniería. En los
próximos años debemos basarnos en ese progreso para ofrecer educación
preescolar para todos, ofrecerle a cada estudiante las clases prácticas en
ciencias informáticas y matemáticas que los preparen para un empleo desde el
primer día, y debemos reclutar y apoyar más buenos maestros para nuestros
niños.
Y
tenemos que hacer que la universidad sea asequible para todos los
estadounidenses. Porque ningún estudiante que se trabaje duro debería estar
endeudado. Ya hemos reducido los pagos de los préstamos estudiantiles a un diez
por ciento del ingreso de un prestatario. Ahora lo que tenemos que hacer es
recortar el costo de la universidad en realidad. Ofrecer dos años de educación
en colegios comunitarios gratuitos a cada estudiante responsable es una de las
mejores maneras de lograrlo, y seguiré luchando por que se empiece eso este
año.
Por
supuesto, en esta nueva economía no solo necesitamos una excelente educación.
También necesitamos beneficios y protecciones que nos ofrezcan una medida
básica de seguridad. Después de todo, no es una exageración desmedida decir que
las únicas personas en Estados Unidos que van a trabajar en el mismo empleo y
en el mismo lugar durante 30 años, con un plan de salud y jubilación, están
todas sentadas en esta cámara. Pero para todos los demás, especialmente para
las personas entre los cuarenta y cincuenta años, se les ha hecho mucho más
difícil ahorrar para la jubilación o recuperarse de la pérdida de un empleo.
Los estadounidenses entienden que, en algún punto de sus carreras, tienen que
modernizarse y capacitarse. Pero no deberían perder lo que trabajaron tan duro
por construir.
Por
eso es que el Seguro Social y Medicare son más importantes que nunca, no
debemos debilitarlos, debemos fortalecerlos. Y para los estadounidenses que
están por jubilarse, los beneficios básicos deberían ser tan móviles como todas
las demás cosas son hoy en día. De eso se trata la Ley del Cuidado de Salud a
Bajo Precio. Se trata de llenar el vacío que ocurre con la atención basada en
el empleador cuando perdemos el empleo, volvemos a la escuela o emprendemos un
nuevo negocio, y aún tenemos cobertura. Casi dieciocho millones han obtenido
cobertura hasta ahora. La inflación en el sector de la atención médica se
redujo. Y nuestros comercios han creado empleos cada mes desde que se convirtió
en ley.
Bien,
tengo la sensación que no nos pondremos de acuerdo con el tema de la atención
de la salud muy pronto. Pero debería haber otras maneras en las que ambos
partidos pueden mejorar la seguridad económica. Supongamos que un buen
trabajador de nuestro país pierde su empleo, no deberíamos simplemente
asegurarnos que reciba seguro de desempleo, deberíamos asegurarnos de que ese
programa lo aliente a que vuelva a capacitarse para una industria que esté
lista para emplearlo. Si el nuevo empleo no paga lo mismo, debería haber un
sistema de seguro salarial implementado para que pueda seguir pagando sus
facturas. Y aunque pase de un empleo a otro empleo, igual debería poder ahorrar
para su jubilación y llevarse sus ahorros con él. Esa es la manera en la que
podemos hacer que la nueva economía funcione mejor para todos.
También
sé que el Presidente de la Cámara de Representantes Ryan ha hablado sobre su
interés de abordar el tema de la pobreza. Estados Unidos se trata de dar a
todos los que están dispuestos a trabajar, y estoy dispuesto a entablar un
diálogo serio sobre las estrategias que podemos respaldar todos, como la
extensión de los recortes de impuestos a los trabajadores de bajos ingresos que
no tienen hijos.
Pero
hay otras áreas en las que ha sido más difícil ponernos de acuerdo en los
últimos siete años: en especial, en lo que respecta al papel que debe
desempeñar el gobierno en garantizar que el sistema no esté amañado para
favorecer a los más ricos y a las grandes corporaciones. Y aquí, el pueblo
estadounidense tiene que tomar una decisión.
Yo
creo que nuestro pujante sector privado es el alma de nuestra economía. Creo
que tenemos algunas normas anticuadas que debemos cambiar y también debemos
reducir la burocracia. Sin embargo, luego de años de beneficios empresariales
récord, las familias trabajadoras no van a conseguir más oportunidades ni
sueldos más altos si dejamos que los grandes bancos o las grandes empresas
petroleras o los fondos de cobertura se autorregulen a costa de todos, o si permanecemos
en silencio ante los ataques contra las negociaciones colectivas. La crisis
financiera no la causaron las personas que reciben cupones de alimentos; la
provocó la imprudencia de Wall Street. Los inmigrantes no son la razón por la
que los salarios no han aumentado lo suficiente; esas decisiones se toman en
consejos directivos que suelen dar prioridad con demasiada frecuencia a los
beneficios trimestrales en vez de a los ingresos a largo plazo. Seguro que no
es la familia típica que está mirándonos esta noche quien evita pagar impuestos
a través de cuentas en el extranjero. En esta nueva economía, los trabajadores,
las nuevas empresas y las pequeñas empresas necesitan tener más peso, no menos.
Las reglas deberían funcionar para ellos. Y este año tengo la intención de
encumbrar a las numerosas empresas que se han dado cuenta de que tratar bien a
sus trabajadores redunda en beneficios para sus accionistas, sus clientes y sus
comunidades, de manera que podamos propagar esas prácticas recomendadas a lo largo
y ancho de Estados Unidos.
De
hecho, muchos de nuestros mejores ciudadanos corporativos también son los más
creativos. Y esto me lleva a la segunda pregunta clave que tenemos que
responder como país: ¿qué debemos hacer para reavivar ese espíritu innovador
con la mira puesta en nuestros más grandes desafíos?
Hace
sesenta años, cuando los rusos nos vencieron en la carrera espacial, no negamos
que el Sputnik existía. No discutimos sobre los méritos científicos ni
redujimos nuestro presupuesto de investigación y desarrollo. Creamos un programa
espacial prácticamente de la noche a la mañana y doce años más tarde estábamos
caminando en la luna.
Ese
espíritu de descubrimiento está en nuestro ADN. Somos Thomas Edison y los hermanos Wright y George Washington Carver.
Somos Grace Hopper y Katherine Johnson y Sally Ride. Somos cada inmigrante
y empresario de Boston a Austin y a Silicon Valley, inmersos en una carrera
para transformar el mundo en un lugar mejor. Y en los últimos siete años hemos
alimentado ese espíritu.
Hemos
defendido un Internet abierto y tomado nuevas medidas ingeniosas para que cada
vez más estudiantes y estadounidenses de bajos ingresos tengan acceso a
Internet. Hemos establecido una serie de centros de fabricación de última
generación y herramientas en línea que proporcionan a los emprendedores todo lo
que necesitan para crear una empresa en un solo día.
Pero
podemos hacer muchísimo más. El año pasado, el Vicepresidente Biden dijo que si
hacemos otro esfuerzo como el que nos permitió llegar a la luna, Estados Unidos
es capaz de curar el cáncer. El mes pasado, él trabajó con este Congreso para
otorgar a los científicos de los Institutos Nacionales de la Salud los recursos
más importantes que han tenido en toda una década. Esta noche, quiero anunciar
una nueva iniciativa de ámbito nacional para lograr este objetivo. Y como Joe
ha luchado incansablemente por todos nosotros en tantos asuntos durante los
últimos cuarenta años, lo voy a poner a cargo del Centro de Control de la
Misión. Por los seres queridos que todos hemos perdido, por los familiares que
todavía podemos salvar, hagamos que Estados Unidos sea el país que cure el
cáncer de una vez por todas.
La
investigación médica es algo esencial. Tenemos que adoptar el mismo nivel de
compromiso cuando se trata de desarrollar fuentes de energía limpia.
Miren,
si todavía hay personas que quieren cuestionar la evidencia científica,
adelante. Estarán bastante aisladas, ya que deberán debatir contra nuestras
fuerzas militares, la mayoría de los líderes empresariales de Estados Unidos,
la mayoría del pueblo estadounidense, prácticamente la totalidad de la
comunidad científica y 200 países de todo el mundo que están de acuerdo en que
es un problema y tienen la intención de resolverlo.
Pero
aunque el planeta no estuviera en riesgo, aunque 2014 no fuera el año más
caliente de la historia hasta que 2015 lo superó cómodamente, ¿por qué razón
querríamos dejar pasar la oportunidad de que las compañías estadounidenses
produjeran y vendieran la energía del futuro?
Hace
siete años, hicimos la inversión individual en energía limpia más grande de
nuestra historia. He aquí los resultados. En los campos de Iowa a Texas, ahora
la energía eólica es más barata que la energía contaminante convencional. En
los tejados de Arizona a Nueva York, la energía solar está permitiendo a los
estadounidenses ahorrar decenas de millones de dólares al año en sus facturas
de electricidad, y emplea a más estadounidenses que el carbón en trabajos mejor
pagados que el promedio. Estamos tomando medidas para darles a los propietarios
de viviendas la libertad de generar y almacenar su propia energía —algo que los
ecologistas y miembros del Tea Party apoyan conjuntamente. Mientras tanto,
hemos reducido nuestras importaciones de petróleo extranjero en casi un sesenta
por ciento, y hemos reducido la contaminación de carbono más que cualquier otro
país de la Tierra.
La
gasolina por menos de dos dólares por galón tampoco está mal.
Ahora
tenemos que acelerar la transición hacia una energía limpia. En lugar de
subsidiar el pasado, debemos invertir en el futuro —especialmente en las
comunidades que dependen de los combustibles fósiles. Es por eso que voy a
presionar para cambiar la forma en que gestionamos nuestros recursos de
petróleo y carbón, para que reflejen mejor los costos que imponen a los
contribuyentes y a nuestro planeta. De esa manera inyectaremos dinero en esas
comunidades y darán trabajo a decenas de miles de estadounidenses en la
construcción de un sistema de transporte del siglo XXI.
Nada
de esto sucederá de un día para otro, y sí, hay muchos intereses creados que
quieren mantener el statu quo. Pero los trabajos que crearemos, el dinero que
ahorraremos y el planeta que preservaremos son la clase de futuro que nuestros
hijos y nietos merecen.
El
cambio climático es uno de los muchos temas en los que nuestra seguridad está
vinculada con el resto del mundo. Y es por eso que la tercera gran pregunta que
tenemos que responder es cómo mantener a Estados Unidos fuerte y seguro sin
aislarnos ni dedicarnos a construir naciones dondequiera que exista un
problema.
He
dicho antes que todo el discurso sobre la decadencia económica de Estados
Unidos es pura palabrería política. Y también lo es la retórica que oyen acerca
de que nuestros enemigos son cada vez más fuertes y Estados Unidos cada vez más
débil. Estados Unidos de América es la nación más poderosa de la Tierra. Punto.
Ni siquiera está cerca. Gastamos más en nuestras fuerzas militares que las
siguientes ocho naciones juntas. Nuestras tropas son las mejores fuerzas de
combate de la historia del mundo. Ninguna nación se atreve a atacarnos, ni a
nosotros ni a nuestros aliados, porque saben que eso les llevaría a la ruina.
Las encuestas demuestran que nuestra posición en el mundo es mejor que cuando
salí elegido para este cargo, y cuando se trata de asuntos internacionales
importantes, la gente del mundo no busca ayuda en Pekín o Moscú —nos llaman a
nosotros.
Como
alguien que comienza cada día con un informe de inteligencia, sé que estos son
tiempos peligrosos. Pero eso no se debe a la pérdida de la fuerza
estadounidense ni a ninguna otra superpotencia amenazante. En el mundo actual,
estamos menos amenazados por los imperios del mal y más por los estados en
decadencia. Oriente Medio está pasando por una transformación que se
desencadenará durante una generación, que parte de conflictos de hace miles de
años. Los vientos económicos soplan de cara desde una economía china en
transición. A pesar de sus convenios económicos, Rusia vuelca sus recursos para
apuntalar a Ucrania y Siria, estados que se les escapan de su órbita. Y el
sistema internacional que creamos después de la Segunda Guerra Mundial ahora le
está costando seguir el ritmo de esta nueva realidad.
Depende
de nosotros ayudar a rehacer ese sistema. Y eso significa que tenemos que
establecer prioridades.
La
prioridad número uno es la protección del pueblo estadounidense y la
persecución de las redes terroristas. Tanto Al Qaeda como ahora ISIL
representan una amenaza directa contra nuestro pueblo, porque en el mundo
actual, un puñado de terroristas que desprecian el valor de la vida humana,
incluso de la propia, pueden hacer mucho daño. Usan Internet para envenenar las
mentes de los individuos dentro de nuestro país y debilitan a nuestros aliados.
Pero
a medida que nos centramos en la destrucción de ISIL, afirmar que esta es la
Tercera Guerra Mundial es entrar en su juego. Masas de combatientes montados en
camionetas y almas retorcidas que conspiran en apartamentos o garajes resultan
un gran peligro para los civiles y deben ser detenidos, pero no son una amenaza
para nuestra existencia nacional. Esa es la historia que ISIL quiere contar; es
el tipo de propaganda que ellos usan para reclutar. No necesitamos darles más
publicidad para mostrar que somos serios, ni necesitamos alejar aliados vitales
en esta lucha haciéndonos eco de la mentira de que ISIL representa una de las
religiones más grandes del mundo. Solo tenemos que llamarles lo que son:
asesinos y fanáticos que tenemos que localizar, perseguir y destruir.
Y
eso es justo lo que estamos haciendo. Desde hace más de un año, Estados Unidos
ha dirigido una coalición de 60 países para acabar con la financiación de ISIL,
interrumpir sus planes, detener el flujo de combatientes terroristas y
erradicar sus ideologías viciosas. Con casi 10,000 ataques aéreos, estamos
acabando con sus líderes, su petróleo, sus campos de entrenamiento y sus armas.
Estamos entrenando, armando y apoyando a las fuerzas que poco a poco están
reclamando territorios en Irak y en Siria.
Si
este Congreso se toma en serio el ganar esta guerra y quiere enviar un mensaje
a nuestras tropas y al mundo, debería autorizar de una vez el uso de las
fuerzas militares contra ISIL. Hagan una votación. Pero el pueblo
estadounidense debería saber que con o sin la intervención del Congreso, ISIL
aprenderá las mismas lecciones que los terroristas que vinieron antes que
ellos. Si dudan del compromiso de Estados Unidos —o del mío— para vigilar que
se haga justicia pregunten a Osama bin Laden. Que se lo pregunten al líder de
Al Qaeda en Yemen, a quien eliminamos el año pasado, o al responsable de los
ataques en Bengasi, a quien tenemos preso en una celda. Cuando alguien ataca al
pueblo estadounidense, vamos a por ellos. Puede llevar tiempo, pero tenemos
buena memoria y nuestro alcance no tiene límites.
Nuestra
política exterior debe centrarse en la amenaza de ISIL y Al Qaeda, pero no
puede acabar ahí. Porque incluso sin ISIL, la inestabilidad continuará durante
décadas en muchas partes del mundo: en Oriente Medio, en Afganistán y Pakistán,
en partes de Centroamérica, África y Asia. Algunos de estos lugares se han
convertido en lugares seguros desde donde pueden operar nuevas redes de
terroristas; otros serán víctimas de conflictos étnicos, o de hambruna, y
fomentarán la próxima oleada de refugiados. El mundo se volverá hacia nosotros
para que ayudemos a resolver esos problemas y nuestra respuesta tendrá que ser
algo más que una respuesta contundente o llamados para arrasar con bombas a la
población civil. Tal vez eso funcione como un buen titular para la televisión,
pero no es suficiente a nivel mundial.
Tampoco
podemos intentar hacernos cargo y reconstruir cada país que entre en crisis.
Eso no es ser un líder; es una manera segura de acabar en un atolladero,
derramando sangre y dinero estadounidense. Es la lección de Vietnam, de Irak, y
ya deberíamos haberla aprendido.
Afortunadamente,
hay un enfoque diferente y más inteligente, una estrategia paciente y
disciplinada que emplea todos los elementos de nuestra potencia nacional. Dice
que Estados Unidos siempre entrará en acción, de ser necesario por su propia
cuenta, para proteger a nuestro pueblo y a nuestros aliados; pero con respecto
a los temas de interés global, movilizaremos al mundo para que trabaje con
nosotros, y nos aseguraremos de que otros países pongan de su parte.
Así
es como vemos los conflictos como el de Siria, donde nos hemos unido a las
fuerzas locales y estamos liderando esfuerzos internacionales para ayudar a esa
sociedad descompuesta a conseguir una paz duradera.
Por
ese motivo creamos una coalición global con sanciones y una diplomacia de
principios para evitar que Irán tuviera armas nucleares. Mientras hablamos,
Irán ha dado marcha atrás a su programa nuclear, ha remitido su arsenal de
uranio y el mundo ha evitado otra guerra.
Así
es como detuvimos la expansión del ébola en África Occidental. Nuestras fuerzas
militares, nuestros médicos y nuestros especialistas en desarrollo crearon una
plataforma que permitió a otros países unirse a nosotros para erradicar esa
epidemia.
Así
es como forjamos una Alianza Transpacífica para abrir mercados, proteger a los
trabajadores y al medio ambiente, y avanzar el liderazgo de Estados Unidos en
Asia. Reduce 18,000 impuestos en productos Hechos en Estados Unidos y apoya más
buenos trabajos. Con TPP, China no determina las reglas en esa región, sino
nosotros. ¿Quieren demostrar nuestra fuerza en este siglo? Hagan que se apruebe
este acuerdo. Dennos las herramientas para hacerlo cumplir.
Cincuenta
años de aislamiento a Cuba no habían servido para promover la democracia, lo
que nos frenó en Latinoamérica. Por eso recuperamos las relaciones
diplomáticas, abrimos las puertas a viajes y comercio, y nos posicionamos con
el fin de mejorar las vidas del pueblo cubano. ¿Quieren consolidar nuestro
liderazgo y credibilidad en este hemisferio? Reconozcan que la Guerra Fría ha
terminado. Levanten el embargo.
El
liderazgo de Estados Unidos en el siglo XXI no es una elección entre no hacer
caso al resto del mundo, excepto cuando asesinamos a terroristas; u ocupar y
reconstruir cualquier sociedad que se esté desmoronando. El liderazgo significa
saber usar sabiamente la fuerza militar y movilizar al mundo detrás de las
causas justas. Significa tratar la asistencia al extranjero como parte de
nuestra seguridad nacional, no una beneficencia. Cuando estamos a la cabeza
para guiar a casi 200 naciones hacia el acuerdo más ambicioso de la historia en
la lucha contra el cambio climático, eso ayuda a los países vulnerables, pero
también protege a nuestros hijos. Cuando ayudamos a Ucrania a defender su
democracia, o a Colombia a resolver una guerra que ha durado décadas, eso
fortalece el orden internacional del cual dependemos. Cuando ayudamos a los
países africanos a alimentar a sus pueblos y a cuidar a sus enfermos, eso ayuda
a evitar que la próxima pandemia llegue a nuestras costas. Ahora mismo estamos
encaminados a dar fin al flagelo del VIH/SIDA y tenemos la capacidad de
conseguir lo mismo con la malaria, lo cual voy a promover para que lo financie
el Congreso este año.
Eso
es fuerza. Eso es liderazgo. Y ese tipo de liderazgo depende del poder de
nuestro ejemplo. Por eso voy a continuar trabajando para cerrar la prisión de
Guantánamo. Es costosa, es innecesaria y solo sirve como panfleto de
reclutamiento para nuestros enemigos.
Por
eso necesitamos rechazar cualquier política que ataque a las personas por
motivos de raza o religión. No es cuestión de ser políticamente correctos. Es
cuestión de entender qué es lo que nos hace fuertes. El mundo nos respeta no
solo por nuestro arsenal; nos respeta por nuestra diversidad y nuestra
receptividad y cómo respetamos todas las creencias. Su Santidad, el Papa
Francisco, se dirigió a ustedes desde este mismo lugar donde yo me encuentro
esta noche y dijo que “imitar el odio y la violencia de los tiranos y los
asesinos es la mejor forma de ocupar su puesto”. Cuando los políticos insultan
a los musulmanes, cuando se vandaliza una mezquita, o cuando se acosa a un
niño, eso no nos hace más seguros. No es decir las cosas como son. Sencillamente
está mal. Nos debilita ante el resto del mundo. Hace que nuestros objetivos
sean más difíciles de alcanzar. Y traiciona a quiénes somos como país.
“Nosotros,
el pueblo”. Nuestra Constitución empieza con esas tres palabras sencillas,
palabras que nos resultan tan familiares que se refieren a todo el pueblo, no
solo algunas personas; palabras que insisten en que subimos y caemos juntos.
Esto me lleva al cuarto punto, y tal vez lo más importante que quiero decir
esta noche.
El
futuro que queremos, oportunidad y seguridad para nuestras familias, un nivel
de vida cada vez mayor y un planeta sustentable y en paz para nuestros hijos;
todo eso está a nuestro alcance. Pero solo ocurrirá si trabajamos juntos. Solo
ocurrirá si podemos mantener debates racionales y constructivos.
Solo
ocurrirá si arreglamos nuestra política.
Una
política mejor no significa que tengamos que estar de acuerdo en todo. Este es
un país grande, con diferentes regiones, puntos de vista e intereses. Esa es
también una de nuestras fortalezas. Nuestros fundadores repartieron el poder
entre los estados y los distintas ramas del gobierno, y contaron con que
discutiríamos, justo igual que hicieron ellos, sobre el tamaño y la forma del
gobierno, sobre el comercio y las relaciones con el extranjero, sobre el
significado de la libertad y los imperativos de la seguridad.
Pero
la democracia sí necesita unos lazos básicos de confianza entre sus ciudadanos.
No funciona si creemos que la gente que no está de acuerdo con nosotros está
motivada por la malicia, o que nuestros oponentes políticos son antipatriotas.
La democracia deja de funcionar si no estamos dispuestos a llegar a un
compromiso; o incluso cuando se debatan hechos básicos escuchamos solo a
quienes están de acuerdo con nosotros. Nuestra vida pública se marchita cuando
solo reciben atención las opiniones más extremas. Ante todo, la democracia deja
de funcionar cuando las personas sienten que sus opiniones no son importantes;
que el sistema está amañado a favor de los ricos y poderosos o de algún interés
específico.
Demasiados
estadounidenses se sienten así ahora mismo. Es una de las pocas cosas que
lamento sobre mi mandato; que el rencor y la sospecha entre los partidos ha
empeorado en lugar de mejorar. No hay duda de que un presidente con los dones de
Lincoln o Roosevelt tal vez hubiera conseguido cerrar la brecha que nos divide,
y les aseguro que seguiré intentando ser mejor mientras ocupe mi cargo.
Pero,
queridos conciudadanos, esa no puede ser responsabilidad solo mía, ni la de
ningún presidente. Hay mucha gente en esta cámara que querría ver más
cooperación, un debate más elevado en Washington, pero se sienten atrapados por
la presión de verse reelegidos. Lo sé, ustedes me lo han dicho. Y si queremos
que la política mejore, no valdrá solo con cambiar a un congresista o a un
senador, o incluso a un presidente; tenemos que cambiar el sistema y mostrar
nuestro lado más positivo.
Tenemos
que dejar de dibujar nuestros distritos del congreso para que los políticos
puedan elegir a sus votantes y no al revés. Tenemos que reducir la influencia
del dinero en nuestra política, para evitar que un pequeño número de familias e
intereses ocultos financien nuestras elecciones, y si nuestro enfoque actual
hacia la financiación electoral no llega a aprobarse en los tribunales, tenemos
que trabajar juntos para encontrar una solución real. Tenemos que simplificar
el proceso de voto, no hacerlo más difícil, y modernizarlo para que concuerde
con nuestra forma actual de vivir. Y a lo largo del año, tengo la intención de viajar
por todo el país para impulsar las reformas que lo hacen.
Pero
no puedo hacer estas cosas yo solo. Los cambios en nuestro proceso político, y
no solo en quién sale elegido sino en cómo lo hacen, solo ocurrirán cuando el
pueblo estadounidense lo exija. Dependerá de ustedes. Eso es lo que significa
un gobierno de, por y para el pueblo.
Lo
que les estoy pidiendo es difícil. Es más fácil ser cínicos; aceptar que el
cambio no es posible, que no hay esperanza en la política y creer que nuestras
voces y acciones no importan. Pero si nos rendimos ahora, cedemos un futuro
mejor. Aquellos con dinero y poder ganarán más control sobre las decisiones que
podrían mandar a un joven soldado a la guerra, o dejar que ocurra otro desastre
económico, o perder los derechos de igualdad y los derechos de voto que
generaciones de estadounidenses han conseguido con su lucha e incluso con sus
vidas. A medida que aumente la frustración habrá voces que nos pedirán que nos
refugiemos en nuestras tribus, que otros conciudadanos sean el chivo
expiatorio, un grupo que no se parezca a nosotros, o que no rece como nosotros,
o que no vote como nosotros ni comparta los mismos orígenes.
No
podemos permitirnos elegir ese camino. No nos dará la economía que queremos, ni
la seguridad que buscamos, pero sobre todo contradice todo lo que nos define
como la envidia del mundo.
Entonces,
queridos conciudadanos, sean cuales sean sus creencias, ya sea que prefieren un
partido o ninguno, nuestro futuro colectivo depende de que estén dispuestos a
ejercer sus obligaciones como ciudadanos. A votar. A levantar la voz. A alzarse
en defensa de otros, sobre todo de los más débiles, sobre todo de los más
vulnerables, sabiendo que todos estamos aquí solo porque alguien, en algún
lugar, se alzó para defendernos a nosotros. Permanecer activos en nuestra vida
pública para que refleje la bondad, la decencia y el optimismo que veo en el
pueblo estadounidense cada día.
No
va a ser fácil. Nuestra marca de democracia es difícil. Pero les puedo prometer
que dentro de un año, cuando ya no ocupe este cargo, estaré a su lado como
ciudadano, inspirado por las voces de la justicia y la visión, de la
determinación y el buen humor y la bondad que ha ayudado a Estados Unidos a
llegar tan lejos. Voces que nos ayudan a vernos no primero y ante todo como
negros o blancos, asiáticos o latinos, homosexuales o heterosexuales,
inmigrantes o nacidos aquí; no como demócratas o republicanos, sino primero
como estadounidenses, unidos por un credo común. Voces que el Dr. King creyó
que tendrían la última palabra; las voces de la verdad desarmada y del amor
incondicional.
Esas
voces están ahí afuera. No reciben mucha atención, ni siquiera la buscan, pero
están ocupados haciendo el trabajo que se necesita hacer en este país.
Las
veo en todos los lugares que visito en este país increíble que compartimos. Los
veo a ustedes. Sé que están ahí. Ustedes son el motivo por el que confío tanto
en nuestro futuro. Porque veo su ciudadanía callada y resistente en todas
partes.
Lo
veo en el trabajador en la línea de montaje que hizo turnos extra para que su
compañía siguiera abierta, y en el jefe que le sube el salario para que siga
trabajando para él.
Lo
veo en la soñadora que se queda despierta más tarde para terminar su proyecto
de ciencias, y en la maestra que llega pronto al trabajo porque sabe que algún
día tal vez cure una enfermedad.
Lo
veo en el estadounidense que cumplió una condena y que sueña con empezar de
nuevo, y en el propietario de un negocio que le da esa segunda oportunidad. El
activista empeñado en demostrar que la justicia importa, y el joven policía que
hace sus rondas, que trata a todos con respeto, que hace el trabajo valiente y
callado de mantenernos seguros.
Lo
veo en el soldado que da casi todo por salvar a sus hermanos, la enfermera que
le atiende hasta que pueda correr una maratón y la comunidad que sale a la
calle a darle ánimos.
Es
el hijo que encuentra el valor para ser quien es y el padre que siente tanto
amor por su hijo que le ayuda a corregir todo lo que le habían enseñado.
Lo
veo en la señora mayor que esperará en fila para votar el tiempo que sea
necesario; el nuevo ciudadano que vota por primera vez; los voluntarios en las
urnas que creen que cada voto debería contar, porque cada uno de ellos sabe de
una manera u otra lo preciado que es ese derecho.
Ese
es el Estados Unidos que yo conozco. Ese es el país que todos amamos. Con la
mirada perspicaz. Con el corazón grande. Con el optimismo de que la verdad
desarmada y el amor incondicional tendrán la última palabra. Eso es lo que me
hace tener tanta esperanza en nuestro futuro. Por ustedes. Creo en ustedes. Por
eso puedo ponerme aquí de pie, con la confianza de que el Estado de la Unión es
fuerte.
Gracias,
que Dios los bendiga y que Dios bendiga a Estados Unidos de América.
No hay comentarios:
Publicar un comentario