JORGE ABELARDO RAMOS “La división internacional del trabajo y
el mercado mundial reservaba la tecnología compleja a los "países
avanzados" y la exportación de productos primarios a los pueblos
periféricos condenados para siempre a recibir ayuda de las potencias civilizadas”
Exposición durante el
"Meeting 84" en Rimin, Italia en agosto de 1984
Amèrica criolla: sumisión o conflicto
Al
hablar bajo el cielo de Italia sobre el Nuevo Mundo, sería inexcusable no
rendir homenaje a Cristóforo Colombo, el obstinado navegante de Génova que
descubrió "por error" la "terra nova" y al sutil cosmógrafo
correntino Américo Vespucio, que describió con rigor científico la flora, la
fauna y los hombres nuevos. ¡Extraña América Criolla! Como atormentado símbolo
de su atormentado destino histórico, fue una hija no deseada y llevará un
nombre diferente al de su padre.
Si
se mira la cuestión más de cerca se comprobará que para los aborígenes el Nuevo
Mundo era el de los europeos, y que el suyo propio era tan viejo como las
civilizaciones que los europeos venían a conquistar y destruir. El poder
europeo dominó luego a los así llamados "americanos". Fueron
"descubiertos"; pero a su vez descubrieron a Europa. Ha llegado el
momento que se descubran a sí mismos. En definitiva, ¿qué resulto de aquel
"Jardín del Edén", como lo llamara Colón o "Paraíso Terrenal",
según las palabras de Vespucio?. La ilustración europea elaboró de alguna
manera la justificación filosófica y científica de la ulterior empresa
colonial. Un mundo tan diferente a la sociedad civilizada de Europa no podía
ser sino "salvaje".
La
idea fue fructuosa para los civilizadores. Nada resultaría mas práctico a los
codiciosos hijosdalgos españoles que excluir a los habitantes de la tierra
nueva del género humano y a sus animales de la geografía zoológica reconocida.
Todo aquello que no se parecía a Europa sería clasificado como salvaje o
bestial. El eurocentrismo se abrirá camino con los primeros navegantes para
alcanzar su culminación plena con dos veredictos inapelables: el de Buffon en
el siglo XVIII y el de Hegel en siglo IXX. Buffon afirmó que América era
inmadura; que sus hombres eran insignificantes, lampiños y asexuados; que sus
batracios eran gigantescos, pero en compensación, sus animales feroces
resultaban ridículamente pequeños.
Con
la mayor seriedad del mundo, Voltaire agregaría que los leones de América eran
calvos. Ya en el siglo IXX el padre Acosta decía en una carta al rey de España:
"A muchas destas cosas de Indias, los primeros españoles les pusieron
nombres de España". Espejo de infortunio, las clases ilustradas de América
Latina siguieron llamando con nombres europeos a las cosas mas propias y
originales de la vida latinoamericana. Dominaba la obsesión de la similitud,
como patrón de medida para lo óptimo. Y luego avanzó, imponente, inapelable, el
filosofo del estado prusiano.
Hegel
pronunció una sentencia condenatoria: América del Sur es antes naturaleza que
historia. A nuestras espaldas no hay nada: solo el porvenir dirá si hay una
historia posible. América del Sur esta fuera del reino del espíritu. Hegel la
expulsa de la historia. Pese a tales dictámenes, España había realizado la
hazaña inverosímil de desdoblar su propia sociedad hacia las Indias. A
diferencia de las empresas de saqueo colonial de las restantes potencias
europeas, los españoles mezclaron su sangre con los aborígenes de la Vieja
América. Por medio de tal formidable fusión, nació en cuatro siglos una nueva
raza cultural, étnica y política, una sociedad mestiza, criolla, de inmigración
cristiana y de paganismo cristianizado, algo muy peculiar que no resultó ser en
definitiva ni la América original ni la Europa colonizadora, sino una creación
histórica nueva, lanzada hacia el azaroso destino de procurarse una identidad
nacional. Lo cual no resultó nada fácil. Pues en tanto Europa y Estados Unidos,
desde los siglos XVII, XVIII y IXX constituyeron sus estados nacionales y
aseguraron de tal manera el marco jurídico para la expansión de su plena
soberanía y su libertad económica e intelectual, las grandes potencias se
opondrán a que los continentes marginales acometan una tarea análoga.
No
era "el fantasma del comunismo" el que acechaba a aquella Europa
entrevista por Marx y Engels en el Manifiesto Comunista sino el fantasma del
nacionalismo. Las naciones que lograban constituirse, prohibían esa meta a
aquellas que deseaban hacerlo. En la misma Europa, en la lejana América del
Norte y con mayor razón en los países así llamados bárbaros, los civilizados
cerraban el camino a los que querían civilizarse. La América Criolla,
desprendida de España en las guerras de la Independencia, fue
"balcanizada" por las potencias anglosajonas. Aparece en la historia
del último siglo y medio como un mosaico incoherente de 20 Estados
supuestamente soberanos, adornados de todas las baratijas jurídicas,
filatélicas, arancelarias y rituales de "naciones" verdaderas.
Pero
en realidad se trata de provincias, de repúblicas simbólicas, perpetuamente
conmovidas por pronunciamientos militares, la sujeción cultural hacia los
Estados Unidos o Europa, sumidas en los cultivos de exportación y con las
clases ilustradas hechizadas por las civilizaciones clásicas, la democracia
formal inmovilista o los marxistas importados. También el pensamiento político
de los hijos de la América Criolla es sometido a la "balcanización".
Cada latinoamericano supone pertenecer a una nación. Pero en realidad se trata
de naciones no viables.
El
imperialismo triunfará en la cabeza de los latinoamericanos, sean de derecha o
de izquierda, en tanto los latinoamericanos conciban todas las formulas de
redención, aún las mas atrevidas, excepto unirse en Nación o Confederación de
Estados. Un siglo de dispersión ha logrado borrar en la memoria histórica
colectiva que las 20 provincias deben confluir a la gran Nación posible o
privarse de un destino.
Hacia
el año 2000 América Latina alcanzará a contar más de 600 millones de habitantes
que hablan la lengua hispano-portuguesa, que poseen el mayor reservorio de
minerales, energías y alimentos que ha conocido la historia y que constituirá
la región que cobijará mayor numero de católicos.
Nadie
pondrá en duda que se trata de una larga marcha, y, ante todo, de una batalla
intelectual de inmensos alcances. Dante reinventó la lengua italiana y luego
Maquiavelo , desde Florencia, reflexionó sobre la constitución de la unidad
nacional, que recién llegó para Italia tres siglos más tarde. ¿Cuál sería el
destino de la República de Massachussets o de la República de Nueva York, si
Lincoln no hubiera fundado los Estados Unidos mediante una guerra
revolucionaria que abolió la esclavitud, sometió a los refinados plantadores
del Sur y expulsó la influencia inglesa de la economía norteamericana? Cada uno
de esos Estados de la América del Norte ¿habría llegado a erigirse en potencia
mundial? Es justo dudarlo. Más bien podría conjeturarse que el actual
territorio de los Estados Unidos será escenario de una inestabilidad crónica,
teatro de aventureros militares y de una armonía social semejante a la que
reina en la infortunada Centroamérica.
El
conjunto del pensamiento europeo se resistió a concebir la idea de que la
exigencia interna de América Latina consistía en procurar su unidad nacional.
La escuela liberal burguesa exportó a las grandes ciudades-puerto del Nuevo
Mundo los códigos civiles y los textos de la democracia formal, para que su
aplicación en cada país latinoamericano por separado, operasen las maravillas
que exhibían tales textos en la escena del Occidente capitalista. Pero en la
América Criolla no había capitalismo (en un sentido pleno y generalizado) y los
textos constitucionales producían resultados grotescos. De la izquierda
hegeliana, a su vez, de aquellos jóvenes discípulos del gran maestro,
provinieron luego las fórmulas revolucionarias. Pero tanto Marx como Engels
aplicaron al pie de la letra las despectivas hipótesis de Hegel en su Filosofía
de la Historia Universal, respecto de la América del Sur.
También
los fundadores del socialismo llamado "científico" expulsaban a los
pueblos latinoamericanos de la historia, así como juzgaban "residuos"
destinados al "basurero de la historia", nada menos que a los pueblos
eslavos del sur europeo. Marx y Engels juzgaron a los americanos del sur como
desprovistos de potencia histórica, perezosos e ineptos para ingresar por sí
mismos en el camino de la civilización, salvo con la ayuda de los enérgicos
yanquis.
Desde
el campo de la ciencia social recién nacida, los fundadores del socialismo
moderno desvalorizaban a la América Criolla (y a la India, que según ellos
despertaría de su sueño milenario gracias al ferrocarril inglés) de la misma
manera que lo hacían con fines menos caritativos y métodos nada teóricos las
potencias imperialistas que saqueaban al tercer Mundo. Hubo una coincidencia
perfecta entre la izquierda marxista de Europa y en el desarrollo de la
supuesta universalización del capital.
La
división internacional del trabajo y el mercado mundial reservaba la tecnología
compleja a los "países avanzados" y la exportación de productos
primarios a los pueblos periféricos condenados para siempre a recibir ayuda de
las potencias civilizadas. Cuanta mas ayuda recibían mas crecía la deuda
externa. Si algo faltaba actualmente para ligar entre sí a los estados de
América Latina, sería justamente la deuda de casi 350.000 millones de dólares,
en su mayor parte fruto de la usura lisa y llana, en parte fruto de la estafa
bancaria más descarada y de la asociación ilícita entre las oligarquías
latinoamericanas con numerosos bancos "serios".
Con
dos flotas imperialistas en los mares de América Latina, una norteamericana que
pretende intimidar a Nicaragua (sin entrar a juzgar ahora aspectos de su
política interna) y otra armada inglesa que ocupa las islas argentinas de
Malvinas podemos evaluar el valor real de las democracias occidentales
contemporáneas.
Recordemos
asimismo, cuando en el Consejo de Seguridad de 1982 se debatía la reconquista
argentina de las Malvinas, no solo contra la Argentina votaron Gran Bretaña,
Estados Unidos y otros estados satélites, sino que se abstuvieron China, la
URSS y Polonia. Solo voto a favor de la Argentina la República de Panamá ,
aquel pedazo de tierra sagrada donde Bolívar, en 1826, convocó a la unión de la
Patria Grande.
Reintegrar
a la América Criolla su conciencia histórica perdida quizás sea una aventura
tan azarosa como aquella que emprendieron Cristóbal Colón y Américo Vespucio.
Pero una gran época define su carácter por el tamaño de las empresas que son
capaces de concebir sus contemporáneos. Hemos brindado tolerancia –impuesta o
inducida– durante cuatro siglos. Ahora necesitamos cincuenta o cien años de
conflicto. Conflicto político, cultural, económico, para unir a la gran Patria
disgregada. Después podremos ofrecer al mundo, de igual a igual, milenios de
tolerancia. Con la realización de ese magno objetivo, transformaremos una
historia pasiva en historia creadora. La utopía se trocara en acto. Y
llamaremos pumas, soberbios pumas, a los leones calvos de la leyenda europea.
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