NICOLÁS SARKOZY “La herencia de Mayo del 68 ha introducido
el cinismo en la sociedad y en la política”
Discurso
de Bercy, 29 de abril de 2007
«El
pensamiento único, que es el pensamiento de quienes lo saben todo, de quienes
se creen no sólo intelectualmente sino también moralmente por encima de los
demás, ese pensamiento único había denegado a la política la capacidad para
expresar una voluntad. Había condenado la política. Había profetizado su caída
imparable frente a los mercados, las multinacionales, los sindicatos, Internet.
Se sostenía que en el mundo tal cual es hoy, con sus informaciones que se
difunde instantáneamente, sus capitales que se desplazan cada vez más rápido y
sus fronteras ampliamente abiertas, la política ya no jugaría más que un papel
anecdótico y que ya no podría expresar una voluntad, porque el poder pronto
estaría compartido, diluido, disperso en red; porque las fronteras estarían
totalmente abiertas y los hombres, los capitales y las mercancías circularían
sin obedecer a nadie. Pero la política retorna. Retorna por todas partes en el
mundo. La caída del Muro de Berlín pareció anunciar el fin de la Historia y la
disolución de la política en el mercado. Dieciocho años después, todo el mundo
sabe que la Historia no ha terminado, que siempre es trágica y que la política
no puede desaparecer porque los hombres de hoy sienten una necesidad de
política, un deseo de política como rara vez se había visto desde el fin de la
segunda guerra mundial.
La
necesidad de política tiene por corolario la necesidad de nación. La nación
también había sido condenada. Pero aquí está de nuevo, para responder a la
necesidad de identidad frente a la mundialización, vivida como una empresa de
uniformización y mercantilización del mundo en la que ya no quedaría lugar para
la cultura y para los valores del espíritu. Quizá la inquietud es excesiva,
pero es bien real y expresa una necesidad de identidad muy fuerte. Por todas
partes la he encontrado en esta campaña; en todas partes me han hablado de ella
gentes de toda condición. Pero la nación no es sólo la identidad. Es también la
capacidad de estar juntos para protegerse y para actuar. Es el sentimiento de
que no se está solo para afrontar un futuro angustioso y un mundo amenazante.
Es el sentimiento de que, juntos, se es más fuerte, y podremos hacer frente a
lo que, solos, no podríamos afrontar.
Yo
he querido volver a poner la voluntad política y Francia en el corazón del
debate político. La voluntad política y la nación están siempre para lo mejor y
para lo peor. El pueblo que se moviliza, que se convierte en una fuerza
colectiva, es una potencia temible que puede actuar tanto para lo mejor como
para lo peor. Hagamos las cosas de manera que sea para lo mejor. Conjuraremos
lo peor respetando a los franceses, manteniendo nuestros compromisos,
respetando la palabra dada. Conjuraremos lo peor haciendo que la moral retorne
a la política.
No
me da miedo la palabra “moral”. Desde mayo de 1968 no se podía hablar de moral.
Era una palabra que había desaparecido del vocabulario político. Hoy, por
primera vez en decenios, la moral ha estado en el corazón de la campaña
presidencial. Mayo del 68 nos había impuesto el relativismo intelectual y
moral. Los herederos del 68 habían impuesto la idea de que todo vale, de que no
hay ninguna diferencia entre el bien y el mal, entre lo verdadero y lo falso,
entre lo bello y lo feo. Habían querido hacernos creer que el alumno vale tanto
como el maestro, que no hay que poner notas para no traumatizar a los malos
alumnos, que no había diferencias de valor y de mérito. Habían querido hacernos
creer que la víctima cuenta menos que el delincuente, y que no puede existir
ninguna jerarquía de valores. Habían proclamado que todo está permitido, que la
autoridad había terminado, que las buenas maneras habían terminado, que el
respeto había terminado, que ya no había nada que fuera grande, nada que fuera
sagrado, nada admirable, y tampoco ya ninguna regla, ninguna norma, nada que
estuviera prohibido.
Recordad
el eslogan de Mayo del 68 en las paredes de la Sorbona: “Vivir sin obligaciones
y gozar sin trabas”. Así la herencia de Mayo del 68 ha liquidado a la escuela
de Jules Ferry en la izquierda francesa, que era una escuela de la excelencia,
del mérito, del respeto, del civismo; una escuela que quería ayudar a los niños
a convertirse en adultos y no a seguir siendo niños grandes, una escuela que
quería instruir y no infantilizar, porque había sido construida por grandes
republicanos que tenían la convicción de que el ignorante no es libre. Pero la
herencia de Mayo del 68 ha liquidado esa escuela que transmitía una cultura
común y una moral compartida, cultura y moral gracias a las que todos los
franceses podían hablarse, comprenderse, vivir juntos. La herencia de Mayo del
68 ha introducido el cinismo en la sociedad y en la política. Han sido precisamente
los valores de Mayo del 68 los que han promovido la deriva del capitalismo
financiero, el culto del dinero-rey, del beneficio a corto plazo, de la
especulación. El cuestionamiento de todas las referencias éticas y de todos los
valores morales ha contribuido a debilitar la moral del capitalismo, ha
preparado el terreno para el capitalismo sin escrúpulos y sin ética, para esas
indemnizaciones millonarias de los grandes directivos, esos retiros blindados,
esos abusos de ciertos empresarios, el triunfo del depredador sobre el
emprendedor, del especulador sobre el trabajador.
Los
herederos de Mayo del 68 han degradado el nivel moral de la política. Todos
esos políticos que reivindican la herencia de Mayo del 68, dan al prójimo lecciones
que jamás se aplican a sí mismos, quieren imponer a los demás comportamientos,
reglas, sacrificios que jamás se imponen a sí mismos. Proclaman: “Haced lo que
yo digo, no hagáis lo que yo hago”. Ésa es la izquierda heredera de Mayo del
68, la que está en la política, en los medios de comunicación, en la
administración, en la economía. La izquierda que le ha tomado gusto al poder, a
los Privilegios. La izquierda que no ama a la nación porque no quiere compartir
nada. Que no ama a la República porque no ama la igualdad. Que pretende
defender los servicios públicos, pero que jamás veréis en un transporte
colectivo. Que ama tanto la escuela pública, que a sus hijos los lleva a
colegios privados. Que dice adorar la periferia, pero que se cuida muy mucho de
vivir en ella. Que siempre encuentra excusas para los violentos, a condición de
que se queden en esos barrios a los que ella, la izquierda, no va jamás. Esa
izquierda que hace grandes discursos sobre el interés general, pero que se
encierra en el clientelismo y el corporativismo. Que firma peticiones y
manifiestos cuando se expulsa a algún “okupa”, pero que no aceptaría que se
instalaran en su casa. Que dedica su tiempo a hacer moral para los demás, sin
ser capaz de aplicársela a sí misma. Esa izquierda, en fin, que entre Jules
Ferry y Mayo del 68 ha elegido Mayo del 68, es la que condena a Francia a un
inmovilismo cuyas principales víctimas serán los trabajadores, los más
modestos, los más pobres.
Ésa
es la izquierda que desde Mayo del 68 ha renunciado al mérito y al esfuerzo,
que ha dejado de hablar a los trabajadores, de sentirse concernida por la
suerte de los trabajadores, de amar a los trabajadores; porque el valor trabajo
ya no forma parte de sus valores, porque su ideología ya no es la de Jaurès o la
de Blum, que respetaban a los trabajadores, sino que ahora la ideología de la
izquierda es la del reparto obligatorio del trabajo, la de las 35 horas, la del
asistencialismo. La crisis del trabajo es ante todo una crisis moral, y en ella
la herencia de Mayo del 68 tiene una enorme responsabilidad. Yo quiero
rehabilitar el trabajo, quiero devolver al trabajador el primer lugar en la
sociedad.
Liquidar
la herencia de Mayo del 68
La
herencia de Mayo del 68 ha debilitado la autoridad del Estado. Esos herederos
de los que en Mayo del 68 gritaban “CRS = SS”, toman sistemáticamente partido
por los violentos, los alborotadores y los estafadores contra la policía. Lo
hemos visto tras los incidentes de la Estación del Norte. En lugar de condenar
a los violentos y de apoyar a las fuerzas del orden y su difícil trabajo, no se
les ha ocurrido nada mejor que esta frase, que merecería ser inscrita en los
anales de la República: “Es inquietante constatar que se ha abierto una fosa
entre la policía y la juventud”. Como si los vándalos de la Estación del Norte
representaran a toda la juventud francesa. Como si fuera la policía la que
estaba actuando mal, y no los violentos. Como si los violentos hubieran
destrozado todo y saqueado los comercios para expresar una revuelta contra una
injusticia. Como si el hecho de ser jóvenes lo excusara todo. Como si la
sociedad fuera siempre culpable y el delincuente siempre inocente. Ésos son los
herederos de Mayo del 68, que denigran la identidad nacional, que atizan el
odio a la familia, a la sociedad, al Estado, a la nación, a la República.
En
estas elecciones se trata de saber si la herencia de Mayo del 68 debe ser
perpetuada o si puede ser liquidada de una vez por todas. Yo quiero pasar la
página de Mayo del 68. Pero tiene que ser más que un gesto. No hay que
contentarse con poner banderas en los balcones el 14 de julio y cantar la
Marsellesa en vez de la Internacional en los mítines del Partido Socialista. No
se puede decir que se desea el orden y tomar sistemáticamente partido contra la
policía. No es posible seguir denunciando la “provocación” y el “Estado
policial” cada vez que la policía intenta hacer respetar la ley. No se puede
decir que uno apuesta por el valor del trabajo y, al mismo tiempo, generalizar
las 35 horas, seguir cargándolo con impuestos y estimular la mentalidad del
asistido, del que cobra del Estado para no trabajar. No se puede decir que se
desea obstaculizar las deslocalizaciones y al mismo tiempo rechazar cualquier
experimentación del IVA social, que permite financiar la protección social con
las importaciones. No es posible proclamar grandes principios y negarse a
inscribirlos en la realidad. Yo propongo a los franceses romper realmente con
el espíritu, con los comportamientos, con las ideas de Mayo del 68, con el
cinismo de Mayo del 68. Propongo a los franceses devolver a la política la
moral, la autoridad, el trabajo, la nación. Les propongo reconstruir un Estado
que haga realmente su trabajo y que, en consecuencia, domine las feudalidades,
los corporativismos y los intereses particulares. Les propongo rehacer una
República una e indivisible contra todos los comunitarismos y todos los
separatismos. Les propongo reedificar una nación que de nuevo esté orgullosa de
sí misma.
Ciudadanía
de deberes
Al
poner sistemáticamente los derechos por encima de los deberes, los herederos de
Mayo del 68 han debilitado la idea de ciudadanía. Al denigrar la ley, el Estado
y la nación, los herederos de Mayo del 68 han favorecido el crecimiento del
individualismo. Han incitado a cada cual a no pensar más que en sí mismo y a no
sentirse concernido por los problemas del prójimo. Yo creo en la libertad
individual, pero quiero compensar el individualismo con el civismo, con una
ciudadanía hecha de derechos pero también de deberes. Quiero derechos nuevos,
derechos reales y no virtuales. Quiero un derecho real a un techo, al
alojamiento. Un derecho real al cuidado de los hijos, a la escolarización de
niños con minusvalías, a la dependencia para los mayores. Quiero el derecho a
un contrato de formación para los jóvenes de más de 18 años, y a la formación a
lo lago de toda la vida. Quiero el derecho a la caución pública para aquellos
que no tienen padres, para los que no tienen relaciones, para los enfermos a
los que no se les quiere prestar porque se considera que representan un riesgo
demasiado elevado. Quiero el derecho a un contrato de transición profesional
para los que están en paro.
Pero
quiero que estos derechos estén equilibrados con los deberes. La ideología de
Mayo del 68 habrá muerto cuando la sociedad se atreva a recordar a cada cual
sus deberes, cuando en la política francesa se ose proclamar que, en la
República, los deberes son la contrapartida de los derechos. Ese día al fin se
habrá realizado la gran reforma moral e intelectual que Francia necesita una
vez más. Entonces podremos reconstruir sobre cimientos renovados esa República
fraternal que es el sueño siempre inacabado, nunca realizado de Francia desde
el primer día en que tuvo conciencia de su existencia como nación. Porque
Francia no es una raza, no es una etnia, ni sólo un territorio; Francia es un
ideal incansablemente perseguido por un gran pueblo que, desde su primer día,
cree en la fuerza de las ideas, en su capacidad para transformar el mundo y
hacer la felicidad de la humanidad.
Quiero
decírselo a los franceses: el pleno empleo, el crecimiento, el aumento del
poder adquisitivo, la revalorización del trabajo, la moralización del
capitalismo, todo eso es necesario y es posible. Pero eso no son más que medios
que deben ser puestos al servicio de una cierta idea del hombre, de un ideal de
sociedad donde cada cual pueda encontrar su lugar, donde la dignidad de todos y
cada uno sea reconocida y respetada.»
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