FIDEL
CASTRO RUZ “La historia ha
demostrado que solo de las grandes crisis han salido las grandes soluciones”
Discurso pronunciado en la Sesión Plenaria de la Conferencia Mundial
contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y las Formas
Conexas de Intolerancia, Durban, Sudáfrica, 1ro de septiembre del 2001.
Excelencias;
Delegados e invitados:
El racismo, la discriminación racial y la xenofobia constituyen un
fenómeno social, cultural y político, no un instinto natural de los seres
humanos; son hijos directos de las guerras, las conquistas
militares, la esclavización y la explotación individual o colectiva de los más
débiles por los más poderosos a lo largo de la historia de las sociedades
humanas.
Nadie tiene derecho a sabotear esta Conferencia que trata de aliviar, de
alguna forma, los terribles sufrimientos y la enorme injusticia que estos hechos
han significado y todavía significan para la inmensa mayoría de la
humanidad. Ni mucho menos alguien tiene derecho a poner condiciones,
exigir que no se hable siquiera de responsabilidad histórica e indemnización
justa, o sobre la forma en que decidamos calificar el horrible genocidio que en
estos mismos instantes se comete contra el hermano pueblo palestino por parte
de líderes de la extrema derecha que, aliados a la superpotencia hegemónica,
actúan hoy en nombre de otro pueblo que a lo largo de casi dos mil años fue
víctima de las más grandes persecuciones, discriminaciones e injusticias
cometidas en la historia.
Cuando Cuba habla
de compensación, y apoya esta idea como ineludible deber moral con
las víctimas del racismo, contando con un importante precedente en las
indemnizaciones que están siendo recibidas por los descendientes del propio
pueblo hebreo, que en pleno corazón de Europa sufrió un odioso y brutal
holocausto racista, no pretende la imposible búsqueda de los familiares
directos o los países concretos de procedencia de las víctimas por hechos
ocurridos durante siglos. Lo real e irrebatible es que decenas de
millones de africanos fueron capturados, vendidos como mercancía y enviados al
otro lado del Atlántico para trabajar como esclavos, y que 70 millones de
aborígenes indios murieron en el hemisferio occidental como consecuencia de la
conquista y la colonización europeas.
La inhumana
explotación a que fueron sometidos los pueblos de los tres continentes,
incluida Asia, afectó el destino y la vida actual de más de 4.500 millones de
personas que habitan en los pueblos del Tercer Mundo, cuyos índices de pobreza,
desempleo, analfabetismo, enfermedades, mortalidad infantil, perspectivas de
vida, y otras calamidades imposibles de enumerar en breves palabras, sorprenden
y horrorizan. Estas son las víctimas actuales de aquella barbarie
que duró siglos, y los inconfundibles acreedores a la indemnización por los
horrendos crímenes cometidos con sus antecesores y sus pueblos.
La brutal
explotación no concluyó cuando muchos países se hicieron independientes, y ni
siquiera después de la abolición formal de la esclavitud. Los
ideólogos principales de la Unión norteamericana constituida por las 13
colonias que se liberaron del dominio inglés a fines del siglo XVIII, dieron
vida desde los primeros años de la independencia a concepciones y estrategias
de incuestionable carácter expansionista. En virtud de esas ideas,
los antiguos colonos blancos de origen europeo, en su avance hacia el oeste,
arrebataron a sus moradores indios las tierras que ocupaban desde hacía miles
de años y exterminaron a millones de ellos. No se detuvieron en las
fronteras de las que habían sido posesiones españolas, y México, un país
latinoamericano que alcanzó su independencia en 1821, fue igualmente despojado
de millones de kilómetros cuadrados e incalculables recursos naturales. En
la crecientemente poderosa y expansiva nación surgida en Norteamérica, el
odioso e inhumano sistema esclavista fue mantenido hasta casi un siglo después
de la famosa Declaración de Independencia de 1776, en la cual se había
proclamado que todos los hombres nacían libres e iguales.
Tras la abolición
meramente formal de la esclavitud, los afronorteamericanos fueron sometidos
durante otros cien años a la más cruel discriminación racial, muchos de cuyos
rasgos y consecuencias han permanecido hasta hoy durante casi
cuatro décadas adicionales, después de sus heroicas luchas y los avances
alcanzados en los años 60, que costaron la vida a Martin Luther King, Malcolm X
y otros destacados luchadores. Por razones puramente racistas, las
peores y las más prolongadas sanciones penales recaen sobre los
afronorteamericanos, y dentro de la rica sociedad norteamericana les
corresponden la mayor pobreza y las más miserables condiciones de vida. Son
igualmente terribles, y aun peores, el desprecio y la discriminación de lo que
resta de las poblaciones aborígenes que ocupaban gran parte del actual
territorio de Estados Unidos.
Es innecesario
mencionar los datos del estado económico y social de África. Países
enteros, y aun regiones completas del África subsahariana, están en riesgo de
desaparecer por una combinación sumamente compleja de atraso económico, pobreza
extrema y graves enfermedades, viejas y nuevas, que los azotan. No
menos trágica es la situación de numerosos países de Asia. Añádase a
esto deudas fabulosas e impagables, intercambio desigual, precios ruinosos de
sus productos básicos, explosión demográfica, globalización neoliberal y
cambios de clima, con su secuela de sequías prolongadas que alternan con
lluvias e inundaciones cada vez más violentas. Puede demostrarse
matemáticamente que tal situación es insostenible.
Los países
desarrollados y sus sociedades de consumo, responsables en la actualidad de la
destrucción acelerada y casi indetenible del medio ambiente, han sido los
grandes beneficiarios de la conquista y la colonización, de la esclavización,
la explotación despiadada y el exterminio de cientos de millones de hijos de
los pueblos que hoy constituyen el Tercer Mundo, del orden económico impuesto a
la humanidad tras dos monstruosas y destructivas guerras por el reparto del
mundo y sus mercados, de los privilegios concedidos a Estados Unidos y sus
aliados en Bretton Woods, del FMI y las instituciones financieras
internacionales creadas exclusivamente por ellos y para ellos.
Ese mundo rico y
derrochador posee los recursos técnicos y financieros para saldar su deuda con
la humanidad. La superpotencia hegemónica debe saldar, además, la
deuda particular que tiene con los afronorteamericanos, con los indios
encerrados en las reservaciones, y con las decenas de millones de inmigrantes
latinoamericanos, caribeños y de otros países pobres, de color indio, amarillo,
negro o mestizo, víctimas de la discriminación y el desprecio.
Es hora ya
igualmente de poner fin a la dramática situación de las comunidades indígenas
en el resto de nuestro hemisferio. Su despertar, su propia lucha y
el reconocimiento universal del monstruoso crimen cometido contra ellas, lo
hacen impostergable.
Los fondos
necesarios para salvar al mundo de la tragedia existen.
Póngase fin
verdaderamente a la carrera armamentista y al comercio de armas, que sólo
engendrarán desolación y muerte.
Aplíquese al desarrollo una buena parte del millón de millones de
dólares que se dedica cada año a la publicidad comercial, forjadora de
ilusiones y hábitos de consumo imposibles de alcanzar, junto al veneno que
destruye las identidades y las culturas nacionales.
Cúmplase la
entrega prometida del modesto 0,7% del Producto Nacional Bruto como ayuda al
desarrollo.
Establézcase de
modo razonable y efectivo el impuesto que sugirió el Premio Nóbel James Tobin a
las operaciones especulativas que hoy alcanzan millones de millones de dólares
cada 24 horas, y las Naciones Unidas, que no pueden seguir dependiendo de
míseras, insuficientes y tardías donaciones y limosnas, dispondrían anualmente
de un millón de millones de dólares para salvar y desarrollar el mundo. Dada
la gravedad y urgencia de los problemas actuales, que amenazan incluso la
existencia de la vida de nuestra especie en el planeta, es lo que realmente se
necesitaría antes de que sea demasiado tarde.
Póngase fin cuanto
antes al genocidio del pueblo palestino, que tiene lugar ante los ojos atónitos
del mundo. Protéjase el derecho elemental a la vida de sus
ciudadanos, de sus jóvenes y sus niños. Respétese su derecho a la
independencia y a la paz, y nada habrá que temer de los documentos de las
Naciones Unidas.
Conozco bien que,
en busca de alivio a la situación terrible en que se encuentran sus países,
muchos amigos africanos y de otras regiones sugieren la prudencia necesaria
para obtener algo en esta Conferencia. Los comprendo, mas no puedo
renunciar a la convicción de que cuanto con más franqueza se digan las
verdades, más posibilidades habrá de que se nos escuche y se nos respete. Siglos
de engaño son más que suficientes.
Me quedarían sólo tres breves interrogantes a partir de una verdad que
nadie puede ignorar.
Los países
capitalistas desarrollados y ricos hoy participan del sistema imperialista y
del orden económico impuesto al mundo, basados en la filosofía del egoísmo, la
competencia brutal entre los hombres, las naciones y los bloques, que es ajena
por completo a todo sentimiento de solidaridad y sincera cooperación
internacional. Viven bajo la atmósfera engañosa, irresponsable y alucinante de
las sociedades de consumo. Por sinceras que fuesen la fe ciega en
tal sistema y las convicciones de sus más serios estadistas, ¿serán capaces de
comprender la gravedad de los problemas del mundo actual, regido en su
desarrollo incoherente y desigual por leyes ciegas, el poder colosal y los
intereses de las empresas transnacionales, cada vez más grandes, más
incontrolables y más independientes? ¿Comprenderán el caos y la rebelión
universal que se avecinan? ¿Podrán, aunque lo desearan, poner fin al
racismo, la discriminación racial, la xenofobia y otras formas conexas, que son
precisamente todas las demás?
Desde mi punto de
vista, estamos ante una gran crisis económica, social y política de carácter
global. Hagamos conciencia de estas realidades. Surgirán
alternativas. La historia ha demostrado que solo de las grandes
crisis han salido las grandes soluciones. De las más variadas formas
el derecho de los pueblos a la vida y la justicia se impondrá inevitablemente.
¡Creo en la
movilización y la lucha de los pueblos! ¡Creo en las ideas
justas! ¡Creo en la verdad! ¡Creo en el hombre!
Gracias.
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